Mi hermano Hugo, el menor de la familia vive en Tlaltenango, y ahora anda de damnificado, comiendo calientito y gratis. Dice que lo que ocasionó todo el desastre fue una repetina crecida del arroyo del Jaloco, originada en una “culebra” que tronó en la sierra de Morones, lo que me trajo a la memoria la historia de una culebra de agua que mi bisabuelo, Rodolfo Félix de Arellano, “cortó” con su machete allá por 1885, por el rumbo del cerro del Despeñadero, al poniente de la tierra natal de mis antecesores, La Estancia de los Berumen.
Pero para que disfruten mejor el relato, se los ofrezco tal y como nos lo contó mi mamá, Francisca Félix González, narraciones con que nos deleitaba, mientras pasaba y repasaba nuestra ropa con sus planchas de carbón en su diaria sesión de planchado y tertulia familiar, en la que se congregaba gran parte de las vecinas y sus respectivos hijos de la entonces muy bulliciosa calle Mina.
“LA CULEBRA”
Estaba yo muy chiquilla, porque me acuerdo que todavía vivía mi mamá, cuando mi papá –don Rodolfo Félix Berumen-, que era un señor muy serio y respetado, me agarró de la mano y me dijo: “Venga mija, que le voy a enseñar el lugar donde el diablo “jincó” el pie”. Y nos fuimos caminando para el lado de la sierra donde decían las gentes que “picó una culebra”.
El lugar, no lejos de nuestro rancho, pero muy cerca de los agostaderos, presentaba las características propias de terrenos que han sido azotados por una tromba; aunque el tiempo transcurrido ya había hecho brotar la vegetación agreste y silvestre que poblaban los cerros aledaños, ya había mezquites y huizaches, manzanillas y “ojos de gato” entre las piedras cortadas.
Me platicó mi papá en ese entonces (1930), que cuando él tenía la misma edad que yo que nací en el año del diluvio (1925), me contaba que por allá en el año del ochenta y cinco se pasó el tiempo de aguas; la tierra reseca, pues el año anterior también había llovido muy poco, se levantaba en tolvaneras y que cuando ya desesperaban y ni esperaban que fuera a llover a pesar de las mandas, procesiones y rogativas que se hacían, fue hasta el mes de agosto, -ya se había perdido el año-, que devisaron un negro nubarrón que se asomó por la sierra.
El grito no se hizo esperar: ¡Es una culebra, no es nube de agua, es una culebra!
Y todos corrieron despavoridos a guarecerse donde mejor pudieran y atrancar lo que pudieran porque tornados como el que se les venía encima levantaban las piedras como si fueran plumitas en el aire; por donde pasaban dejaban un surco muy grande en el monte, como si una sierra los hubiera cortado con la misma facilidad que un tronco.
Entre ensordecedores truenos y cegadores relámpagos, los asustados vecinos veían avanzar aquella terrible y negra mole que pegaba el cielo con el infierno y que les hacía sentir la definitiva llegaba del último de sus días y el del fin del mundo. “Fue entonces que mi abuelo, don Rafael Félix, (le cuenta don Rodolfo a su hija), inspirado en nuestra santa Fe, agarró su machete en la mano y saliendo a la puerta del refugio gritó a voz en cuello retando a aquella tromba infernal:
¡En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo que siendo tres personas distintas forman un solo Dios verdadero, te conmino a que desaparezcas, maldita!
Lo gritó al tiempo que con todas sus fuerzas lanzó el arma al centro del remolino de cellisca, agua y piedras que ya nos alcanzaba.
En ese momento uno de los muchos rayos tocó el machete que se volvió brillante y transparente al contacto de la corriente y después de un horrible retumbido que pareció quebrar la tierra, aquella tromba cesó al instante quedando tan solo las gotas de una consoladora lluvia que mojaba por fin la tan aporreada tierra, mezclando su agua con las lágrimas que todos los circunstantes derramaban en señal de alivio y agradecimiento por el milagro realizado”.
¡La cortó! ¡La cortó! ¡Alabado sea Dios que la cortó! Gritaba la gente a la vista del prodigio.
En el lugar donde tan abruptamente cesó el tornado, quedó como si una enorme pezuña hubiese hundido el terreno. Luego con las lluvias se convirtió en un claro de agua.
“Si no lo hubiera visto con mis propios ojos mija, por Dios que no lo habría creído”.
“El machete que cortó la culebra se ha de haber deshecho, porque a pesar de que lo buscamos, nunca más se encontró”.
Una grata sorpresa es el haber recibido la visita de don Abel Dávila Berumen, que desde Chicago vino a Jerez a revivir sus recuerdos. Sus padres fueron los poseedores de la casa del portal Humboldt, misma que vendieron al Dr. Acevedo que pensaba poner ahí una clínica. Transcribo parte de un e-mail que me envió hace tiempo:
“Tengo vagos recuerdos de Jerez, recuerdo el funeral de mi tia Lucita y tambien tengo recuerdos de la casa de la cual tengo varias fotos interiores que pronto le enviaré (gracias), recuerdo el Jardin, el santuario, la parroquia y como mi madre nos hacía guardar viernes primeros, y la paz de los viernes santos donde solo se escuchaba la matraca de la iglesia pues todo el pueblo estaba silencio y ni las campanas repicaban, ese era el Jerez de Lopez Velarde Berumen, cuando ir a la alameda y asomarnos por la barda que era el límite de la ciudad, nos imaginabamos estar en el límite de lo desconocido; recuerdo la inauguración del Cine Rex con una película espanola, “Con Las Manos Vacías” y me permitieron ir en el camión que lo anunciaba en un altavoz, la planta de luz se paraba a las diez marcando la hora de dormir despues de estar escuchando en la radio programas como la hora Nacional, Carlos Lacroax, El pansón Panseco y la banda de Huipanguillo.
Son gratos recuerdos cuando mi padre estaba en Al Ferrocarril de Don Antonio Borrego, y después en el negocio de Don Jose de Lara por la calle San Luis, también recuerdo las reuniones de los Rotarios en la casa donde iban personas como Don Salvador Sabag, pero quien recuerda mejor todo es mi hermano mayor, La familia Félix, Los Escobedo, los Inguanzo y muchos que yo no recuerdo claramente, como el dueño de La bola y La aurora que era padrino de mi hermana, al Doctor Acevedo lo recuerdo porque ya estando en Monterrey fuimos mi padre y yo a Jerez a a finiquitar la venta de la casa, si aun vive tiene que estar muy grande de edad, pues eso fue hace como 55 años o mas.
La persona que tenía la fotografia en los portales era un señor llamado Paulino, y recuerdo también que estaba un billar,un expendio de licores y en la esquina la tienda de don Salvador Sabag y a la vuelta vivía su hermano Ali que tenía una fábrica de pantalones de mezclilla, también recuerdo las fiestas de Jerez y los juegos mecánicos que ponían frente a la casa y mi madre contaba que en las fiestas, le pedian permiso para poner puestos en el portal, yo solo recuerdo una señora que vendía tortas con el famoso chorizo de Jerez de bolita que era mi preferido,
Voy a platicar con mi hermano para que refresque mi memoria y tambien para ver si aun tiene fotos de Jerez, que con gusto compartiré con usted.
En verdad es un placer platicar con usted y por su apellido tal vez vengamos de un mismo origen genealógico aunque sea en un pasado lejano.
Una vez mas muchas gracias por su ayuda y espero que estemos en contacto. Quedo de usted S.S. Abel Davila Berumen.
Pero para que disfruten mejor el relato, se los ofrezco tal y como nos lo contó mi mamá, Francisca Félix González, narraciones con que nos deleitaba, mientras pasaba y repasaba nuestra ropa con sus planchas de carbón en su diaria sesión de planchado y tertulia familiar, en la que se congregaba gran parte de las vecinas y sus respectivos hijos de la entonces muy bulliciosa calle Mina.
“LA CULEBRA”
Estaba yo muy chiquilla, porque me acuerdo que todavía vivía mi mamá, cuando mi papá –don Rodolfo Félix Berumen-, que era un señor muy serio y respetado, me agarró de la mano y me dijo: “Venga mija, que le voy a enseñar el lugar donde el diablo “jincó” el pie”. Y nos fuimos caminando para el lado de la sierra donde decían las gentes que “picó una culebra”.
El lugar, no lejos de nuestro rancho, pero muy cerca de los agostaderos, presentaba las características propias de terrenos que han sido azotados por una tromba; aunque el tiempo transcurrido ya había hecho brotar la vegetación agreste y silvestre que poblaban los cerros aledaños, ya había mezquites y huizaches, manzanillas y “ojos de gato” entre las piedras cortadas.
Me platicó mi papá en ese entonces (1930), que cuando él tenía la misma edad que yo que nací en el año del diluvio (1925), me contaba que por allá en el año del ochenta y cinco se pasó el tiempo de aguas; la tierra reseca, pues el año anterior también había llovido muy poco, se levantaba en tolvaneras y que cuando ya desesperaban y ni esperaban que fuera a llover a pesar de las mandas, procesiones y rogativas que se hacían, fue hasta el mes de agosto, -ya se había perdido el año-, que devisaron un negro nubarrón que se asomó por la sierra.
El grito no se hizo esperar: ¡Es una culebra, no es nube de agua, es una culebra!
Y todos corrieron despavoridos a guarecerse donde mejor pudieran y atrancar lo que pudieran porque tornados como el que se les venía encima levantaban las piedras como si fueran plumitas en el aire; por donde pasaban dejaban un surco muy grande en el monte, como si una sierra los hubiera cortado con la misma facilidad que un tronco.
Entre ensordecedores truenos y cegadores relámpagos, los asustados vecinos veían avanzar aquella terrible y negra mole que pegaba el cielo con el infierno y que les hacía sentir la definitiva llegaba del último de sus días y el del fin del mundo. “Fue entonces que mi abuelo, don Rafael Félix, (le cuenta don Rodolfo a su hija), inspirado en nuestra santa Fe, agarró su machete en la mano y saliendo a la puerta del refugio gritó a voz en cuello retando a aquella tromba infernal:
¡En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo que siendo tres personas distintas forman un solo Dios verdadero, te conmino a que desaparezcas, maldita!
Lo gritó al tiempo que con todas sus fuerzas lanzó el arma al centro del remolino de cellisca, agua y piedras que ya nos alcanzaba.
En ese momento uno de los muchos rayos tocó el machete que se volvió brillante y transparente al contacto de la corriente y después de un horrible retumbido que pareció quebrar la tierra, aquella tromba cesó al instante quedando tan solo las gotas de una consoladora lluvia que mojaba por fin la tan aporreada tierra, mezclando su agua con las lágrimas que todos los circunstantes derramaban en señal de alivio y agradecimiento por el milagro realizado”.
¡La cortó! ¡La cortó! ¡Alabado sea Dios que la cortó! Gritaba la gente a la vista del prodigio.
En el lugar donde tan abruptamente cesó el tornado, quedó como si una enorme pezuña hubiese hundido el terreno. Luego con las lluvias se convirtió en un claro de agua.
“Si no lo hubiera visto con mis propios ojos mija, por Dios que no lo habría creído”.
“El machete que cortó la culebra se ha de haber deshecho, porque a pesar de que lo buscamos, nunca más se encontró”.
Una grata sorpresa es el haber recibido la visita de don Abel Dávila Berumen, que desde Chicago vino a Jerez a revivir sus recuerdos. Sus padres fueron los poseedores de la casa del portal Humboldt, misma que vendieron al Dr. Acevedo que pensaba poner ahí una clínica. Transcribo parte de un e-mail que me envió hace tiempo:
“Tengo vagos recuerdos de Jerez, recuerdo el funeral de mi tia Lucita y tambien tengo recuerdos de la casa de la cual tengo varias fotos interiores que pronto le enviaré (gracias), recuerdo el Jardin, el santuario, la parroquia y como mi madre nos hacía guardar viernes primeros, y la paz de los viernes santos donde solo se escuchaba la matraca de la iglesia pues todo el pueblo estaba silencio y ni las campanas repicaban, ese era el Jerez de Lopez Velarde Berumen, cuando ir a la alameda y asomarnos por la barda que era el límite de la ciudad, nos imaginabamos estar en el límite de lo desconocido; recuerdo la inauguración del Cine Rex con una película espanola, “Con Las Manos Vacías” y me permitieron ir en el camión que lo anunciaba en un altavoz, la planta de luz se paraba a las diez marcando la hora de dormir despues de estar escuchando en la radio programas como la hora Nacional, Carlos Lacroax, El pansón Panseco y la banda de Huipanguillo.
Son gratos recuerdos cuando mi padre estaba en Al Ferrocarril de Don Antonio Borrego, y después en el negocio de Don Jose de Lara por la calle San Luis, también recuerdo las reuniones de los Rotarios en la casa donde iban personas como Don Salvador Sabag, pero quien recuerda mejor todo es mi hermano mayor, La familia Félix, Los Escobedo, los Inguanzo y muchos que yo no recuerdo claramente, como el dueño de La bola y La aurora que era padrino de mi hermana, al Doctor Acevedo lo recuerdo porque ya estando en Monterrey fuimos mi padre y yo a Jerez a a finiquitar la venta de la casa, si aun vive tiene que estar muy grande de edad, pues eso fue hace como 55 años o mas.
La persona que tenía la fotografia en los portales era un señor llamado Paulino, y recuerdo también que estaba un billar,un expendio de licores y en la esquina la tienda de don Salvador Sabag y a la vuelta vivía su hermano Ali que tenía una fábrica de pantalones de mezclilla, también recuerdo las fiestas de Jerez y los juegos mecánicos que ponían frente a la casa y mi madre contaba que en las fiestas, le pedian permiso para poner puestos en el portal, yo solo recuerdo una señora que vendía tortas con el famoso chorizo de Jerez de bolita que era mi preferido,
Voy a platicar con mi hermano para que refresque mi memoria y tambien para ver si aun tiene fotos de Jerez, que con gusto compartiré con usted.
En verdad es un placer platicar con usted y por su apellido tal vez vengamos de un mismo origen genealógico aunque sea en un pasado lejano.
Una vez mas muchas gracias por su ayuda y espero que estemos en contacto. Quedo de usted S.S. Abel Davila Berumen.