viernes, 6 de noviembre de 2009

EL TESORO MALDITO DE DAÑEL VANEGAS

“Ora verá, es que ya casi no me acuerdo bien de fechas, pero déjeme hacerle la lucha, a ver si mientras le cuento, voy recordando.
Allá por 1915, cuando andaban los refolufios por Jerez, nos traían bien azorrillados unos que se decían villistas, como Dañel Vanegas, un muchacho de allá del rumbo de La Tinaja, hijo de don Cuco Vanegas y Geno Campos. Como allá estaban muy jodidos, se vinieron a acasillar a la haciendita del Ojo de agua de los Salinas. Ahí fue cuando conocí al Dañel, era más o menos de mi misma edad, pero desde chiquillo era muy maldito, muy maldito el pela’o.
Po´s se metió de revolucionario cuando vinieron las tropas de Pánfilo Natera, y a los pocos días andaba presumiendo que era general o algo así. Pero, los que andaban con él, era pura gente mala, acostumbrados a la malditura, se robaban las muchachas de los ranchos y nomás les hacían la maldá y las dejaban a su suerte. Aparte, le traiban munchas ganas a la hacienda del Ojo de Agua, acá por el Huejote. En Jerez robaron munchas casas y lo que robaban se lo traían pa su rancho.
Po’s, yo dende que ya estaba añejillo le ayudaba a mi papá, él era albañil, y yo seguí con el oficio. Vivía en esos entonces por la Ermita de Guadalupe, con mi esposa y mi hijo, que estaba como de cinco años.
Me acuerdo que era muy de madrugada, en una noche muy calurosa de ese año que le digo, 1915, cuando golpearon mi puerta y me gritaban ¡José, sal pronto!. Po’s yo conocí aluego quien me recordaba, y mi esposa me decía ¡No salgas! ¡A de ser uno de esos de malentraña! ¡No salgas por Diosito!. Yo la tranquilicé como pude, pensando en que si no salía, el que me llamaba tumbaría la puerta y entraría a mi casita con to’y caballo.
-¿Qué se ofrece tan de madrugada? Le dije al que me hablaba. Era Pablito Dorado, uno que le dicían “El Talache”, de los compinches del Dañel, y ya me entró mala espina y más miedo me dio cuando me gritó que fuera por mis herramientas, porque tenía un trabajo bien urgente. Me metí por mi pico, mi pala y abracé a mi mujer que estaba ya toda llorosa. “No te priocupes, al rato regreso”.
Y ahí voy siguiendo al Pablito. El iba montado en un caballo, en la cabeza de silla llevaba un costalito de baqueta, más o menos de buen tamaño. Y llevaba apersogada una mula prieta que cargaba dos costales también de baqueta, tapados con una cobija. Yo creo que estaban pesados, porque la mula iba tiritando y bufando, al límite de sus fuerzas.
El Pablito, andaba bien crudo, tomando de una botella de aguardiente que llevaba. Por hacer plática, le decía “Oye Pablito, deja que la mula descanse, o se va a caer muerta”. Y nomás me veía y me decía que le siguiera.
Ya estábamos bien metidos en la sierra, cuando al pie de unos peñascos, muy cerquita de unos barrancos medio feos me ordenó que hiciera un hoyo grande. Si viera el miedo que me entró entonces, porque ya sabía cual sería mi fin. Seguramente en los costales llevaba todo el dinero que se habían robado en sus andanzas el Dañel, él y otro de sus secuaces, uno que le decían “La zorra prieta”, creo se llamaba Pancho Vázquez.
Cuando descargamos trabajosamente la mula, comprobé que sí era oro, porque los costales estaban bien pesados. Con razón la mula venía protestando y a tiemble y tiemble.
Y ahí me tiene, a escarbe y escarbe. Sentía la muerte chiquita cuando el hoyo estaba ya como de metro y medio. “Oye Pablito, pásame un trago de tu botella, que tengo la boca bien seca, házme esa caridá”. Y el Pablo, sin dejarme de apuntar con su 30-30 me pasó la botella que casi ya se había acabado.
Nomás viera, ese trago de aguardiente me llegó hasta el alma. Pensé que sería el último. Cuando en eso el caballo empezó a relinchar. Y otros caballos en la cercanía también. Pa’ pronto se sube el Pablito a las peñas, advirtiéndome: “No te vayas a mover para nada, porque te voy a estar apuntando”.
Ya muy cerca se oía que le gritaban “¡Pablín, Pablito! ¿onde andas?”. Este, yo crio que conoció a los que venían y les contestó: “¿Qué quieren? ¿Me andan zorriando? ¿qué buscan?” –No Pablín, nomás que te vimos pasar, y te venimos a avisar que te andan buscando. -¿Quién chingaos me busca? ¿pa´ qué me queren?. –Poos, oímos decir que ayer hicieron muchas cosas por Jerez, y los jefes ordenaron matarlos a como diera lugar. A Daniel y a Pancho ya los llevan muertos pa’ Jerez.
Pablito, como si no creyera lo que le dicían, les replicó: “pos ya me avisaron, ya cuélenle”. –“Fíjate Pablín que no, tenemos curiosidá por ver lo que tráibas en la mula. ¿No sería lo que le robaron a don Cuco Peña o a los Nachos esos que mataron?”.
“¡Pos les di chanza, y no se largaron, aquí se quedan!”- oí que les gritó al tiempo que se escuchaba el estrépito del 30-30. En cuanto ví que los mataba, me agarré a corre y corre. No, po’s a esos años yo era bien ágil, y brincando entre peñas y barrancos me alejé del lugar lo más rápido que pude. Pensé que el Pablo estaría más entretenido en guardar los costales en el hoyo y echar ahí a los difuntitos que se acababa de echar. Pero sabía que si me hallaba me mataría, así que llegué hasta mi casita y le dije a mi vieja que nos juéramos inmediatamente pa’ Jerez. Cargué a mi chiquillo y sin más ropa que la que traíamos puesta, nos venimos por entre las milpas.
Llegamos ya anocheciendo, con un hambre de la fregada, bien cansados y sin haber tomado ni siquiera agua. Ahí, por la calle del Espejo, casi junto a la Parroquia vivían las señoritas Mier, y yo conocía a Dimas el cocinero, jotito pero muy buena gente. Sabía que en esa casa nos ayudarían y nos darían de comer. Así que tocamos, salió Dimas y nos dio de comer. Nos estuvo platicando de todas las atrocidades que habían ocurrido en Jerez. Que el Vanegas había quemado a un padrecito y a su mamá en un horno, que había matado a varias gentes por la calle del Santuario y que ya lo habían matado a él y lo habían quemado enfrente del jardín. Nos dio mucho miedo. Una de las señoritas, no me acuerdo cual, me dio unas monedas y me dijo que me iba a conseguir un salvoconducto para que al siguiente día nos fuéramos a Zacatecas, lejos, lejos.
Po’s dormimos ahí en la calle, alcabo hacía remucho calor, y al otro día, luego que Dimas nos dio de almorzar y nos preparó un buen itacate pa’l camino, la señorita Mier nos dio un salvoconducto que había conseguido con uno de los jefes villistas que vivían en la casa del portal al norte del jardín. Esa casa parecía chiquero, si viera sus salas llenas de caballos, toda cochina.
Po’s ya con el salvoconducto, pudimos llegar a Zacatecas, a pie, sí nos la aventamos caminando, pos animales ¿de onde?. Hicimos travesía, porque yo tenía miedo de todos modos que el Pablito me anduviera buscando, así que nomás oíamos un caballo nos escondíamos entre los matorrales.
Luego de Zacatecas, también caminando nos fuimos hasta Aguascalientes, con unas gentes que eran familiares de mi esposa. Ahí vivimos muchos años. Luego supe que el Pablito se escondió en Susticacán un buen tiempo, en la casa de don Pancho Carlos, que era su suegro. Después que se fue con el rumbo de Tequila, allá por Jalisco, donde dicen que murió mal de su cabeza, loco pues.
Cuando regresamos a Jerez, como veinte años después, un día me fui con mi muchacho a la sierra, y le enseñé el lugar donde estaba el agujero que había hecho, muy bien tapado de piedras y hasta con nopales encima. Le conté toda la historia, y lo que creía que ahí estaba el oro de Dañel Vanegas. Y mire, el muchacho no quiso que escarbáramos, me dijo “Mire apá, si Dios quiso que ese día que hizo el hoyo no muriera, a lo mejor en esta vez sí muere, porque yo crioque ese dinero está maldito, porque es producto de asesinatos, de robos, de muncha violencia, mejor que se quede ahí, y que lo sigan cuidando los dos infelices que mató el mentao Pablito”.

Este relato me lo hizo en 1972 don José Landeros, nacido en la Ermita de Guadalupe y que muriera en Aguascalientes pocos años después.

LA VERDADERA REVOLUCION

JURAMENTO DE HIPÓCRITAS.
En las graduaciones médicas, se hace el juramento de “Hipócrates” como una mera tradición y trámite. Este juramento que hacían los discípulos de Hipócrates hace ya más de 2 mil 400 años era un cánon de vida y servicio y decía entre otras cosas: “... Fijaré el régimen de los enfermos del modo que le sea más conveniente, según mis facultades y mi conocimiento, evitando todo mal e injusticia… Si observo con fidelidad mi juramento, séame concedido gozar felizmente mi vida y mi profesión, honrado siempre entre los hombres; si lo quebranto y soy perjuro, caiga sobre mí, la suerte adversa". Pues sí, leen en su graduación el juramento de Hipócrates, y en la práctica muchos médicos actúan alegremente como hipócritas. Por desgracia, los acontecimientos nos han dado la razón. En colaboraciones anteriores hablaba sobre la negligencia criminal que existe en el Seguro Social. ¿De qué sirve que venga a Zacatecas el cara de perro triste –José Angel Córdova, el titular de salud- y nos diga que todas (TODAS) las instituciones de salud están preparadas para atender a los zacatecanos ante el menor indicio de esa influenza que inventaron los gringos?. Por desgracia, la negligencia, el valemadrismo, el “no-me-importa-tu-salud” son cosa de todos los días aquí, en la clínica del IMSS que con nuestros impuestos y lo que nos descuentan de nuestro sueldo pagamos. Por desgracia, también es cierto lo que dice un refrán “Los médicos no tienen errores, pues estos siempre los entierran”. ¿No habrá alguien con la suficiente autoridad que les haga entender que el paracetamol no es la panacea universal? Lo que ha ocurrido en Jerez lleva un común denominador: Falta de atención oportuna. Y lo que dije antes lo reitero: el director está ahí nomás de adorno, es el último que se entera de las cosas, para él todo está bien. ¿Sanciones? No habrá, eso se lo aseguro. El Seguro seguirá trabajando con ese lastre pesado y corrupto de burocracia. El dolor, la tristeza, el pesar, la desilusión que sienten los familiares de quienes han fallecido por esa negligencia criminal (lo repito) para las autoridades del seguro solo se convierte en una estadística más y bien minimizada.
LA VERDADERA REVOLUCION
La historia oficial, la de los libros de texto, la que nos enseñan en las escuelas solo nos habla de acontecimientos debidamente manejados que convengan a los intereses del gobierno. Muchos hechos se desvirtúan, se olvidan, se callan o se satanizan. Así, en los libros de texto tenemos solo héroes y antihéroes. Nos dicen que los revolucionarios fueron “paladines” y héroes que lucharon contra el sistema dictatorial de gobierno de Porfirio Díaz. Bueno, si atendemos este hecho, el levantamiento armado comenzó de manera oficial el 20 de noviembre de 1910, y Porfirio Díaz renunció el 25 de mayo de 1911. Pero fue a partir de esa renuncia que las luchas se intensificaron acabando con la riqueza de un país que no merecía eso. Todos contra todos. Y así era, los que un día juraban fidelidad eterna a algún caudillo, al siguiente ya le estaban apuñaleando. Por todos los rincones del país surgían líderes que –la verdad sea dicha- les gustaba más la rapiña, la sensación de ser temidos, se enfermaban (igual que ahora) con las mieles del poder. Que luchaban por la justa repartición de las riquezas. Eso no es cierto, pues hubo (y no pocos, la mayoría diría yo) jefes o caudillos que arrasaban pueblos completos, mataban por igual a ricos y pobres, quemaban ciudades enteras, violaban mujeres pobres o ricas, destruyeron archivos.
EL CARNICERO MARTIN FIERRO
Pancho Villa, por ejemplo, tuvo a su servicio a Rodolfo Fierro, quizá uno de los más sanguinarios tipos que se recuerden de esos tiempos.
Rodolfo Fierro antes de la revolución era un tranquilo ferrocarrilero, hasta que en 1912 tomó las armas para combatir la rebelión encabezada por Pascual Orozco. Y como le gustó la sangre al siguiente año se sublevó contra Victoriano Huerta uniéndose a Pancho Villa, quien pa’ pronto le encargó dinamitar las vías y luego repararlas para uso de los villistas.
Su momento de gloria fue cuando los “pelones” para escapar de las tropas villistas se subieron a un tren y lo lanzaron a toda máquina para escapar de Tierra Blanca, Chih. Fierro persiguió el convoy montado en su cuaco, valiéndole que las balas le zumbaran y zumbaran. Sin desmontar de su caballo, alcanzó un vagón que tenía la palanca del freno de aire y la accionó. El tren se detuvo de trancazo, y la caballería de Villa le dio alcance acabando con los enemigos en fuga. Fierro se convirtió en el héroe, en el segundo de Villa y encargado de ajusticiar a los prisioneros, cosa que hizo con muchísimo gusto.
Ejemplo de su crueldad es la siguiente anécdota: Una noche de junio de 1914, tras la toma de Torreón por los villistas, el general Rodolfo Fierro cenaba en el restaurante del hotel París, el mejor de la localidad, acompañado de una prostituta llamada Guadalupe. Ella tuvo la ocurrencia de alabar repetidas veces los ojos del mesero que los atendía. Fierro ni se inmutó y se retiró con la joven a la habitación más lujosa del hotel. Al día siguiente, antes de partir al cuartel, el militar instruyó a sus subordinados. Un par de horas más tarde, un botones llevó al cuarto donde aún dormía la meretriz una charola cubierta y un mensaje del general. Tras leerlo ("Aquí le mando lo que tanto le ha gustado", decía), la mujer levantó la tapa de la charola para encontrarse con los ojos del camarero, con venas y nervios aún colgantes. Años después, el mesero ciego merodeaba por las cantinas de Torreón, donde tocaba el arpa, cantaba corridos de la revolución y narraba su historia a quien quisiera escucharla.
En Paredón, Coah., intentó ajusticiar a más de 2 mil soldados federales prisioneros, cosa que no pudo hacer por la intervención de Felipe Angeles. Pero en Chihuahua si dio rienda suelta a sus apetitos: 300 prisioneros fueron concentrados en un corral con muros de piedra de más de dos metros de alto; luego les anunció que serían soltados en partidas de 10. Los que lograran saltar las paredes quedarían libres. Martín Luis Guzmán consigna en su novela que Fierro se colocó al centro del corral, para cazarlos a tiros cuando intentaran huir. A un lado del general, un asistente se ocupaba de recargar las armas de su jefe, quien disparó hasta que las manos se le acalambraron. Ninguno de los infelices logró escapar.
De muchos asesinatos atroces más fue responsable, hasta que el 13 de octubre de 1915, decidió cruzar una engañosa laguna, montado en su caballo, y las alforjas del animal bien llenas de monedas de oro. Jinete y animal se fueron hundiendo en las fangosas aguas hasta quedar atrapados. El general por más que les pedía ayuda a sus subordinados, estos no se atrevieron a atascarse, dejando morir ahogado a su jefe.
INES CHAVES, EL ATILA DEL BAJIO
Otro personaje de triste memoria, es J. Inés Chávez García, conocido en los estados de Michoacán, Jalisco, Colima y Guanajuato como “el Atila del Bajío”, “el ave negra de la revolución”, “la fiera de Godino”, por las atrocidades que hizo durante sus correrías. Nacido en 1889 en Godino, un ranchito de Puruándiro, era quien guiaba el viacrucis los viernes de Cuaresma, y como no había sacerdote, guiaba el rezo del Rosario, era además celador del Apostolado de la Oración, portaba el estandarte del Sagrado Corazón y llevaba mucha gente a hacer los viernes primero.
Su meteórica carrera en las armas, comenzó cuando se dio de alta en el ejército maderista en mayo de 1911. Luego de andar un tiempo como salteador de caminos, reaparece en 1913 ya como capitán experto en incendiar puentes del ferrocarril, distinguiéndose luego por su barbarie, cuando él y la turba de depravados que lo acompañaban, quemaban ciudades enteras, imponían altísimos préstamos impagables, violaban todo tipo de mujeres, asesinaban a pobres y ricos. Uno de los corridos que le compusieron decía: “Se hizo de fama perversa / y toda la gente vaga / se le unió con alegría, / aun cuando fuera sin paga. / Buscaban donde no hubiera / sino corta guarnición / cayendo cual lobo hambriento / sobre cualquier población… Con las más lindas doncellas / aumentaba su serrallo / y saqueaban y robaban, / desde un peso hasta un caballo.
Y en verso relatan también su muerte: Castigo a tanta vileza / por fin Dios le vino a dar / y de influenza española / purépero lo vio enfermar. / Sin médico y sin amigos, / sin medicinas ni nada, / se agravó su enfermedad / y su fuerza vio acabada. / Mandó llamar a la madre, / y entre sus brazos murió /dejando horrible memoria / por los daños que causó…
Sus asesinatos se dieron por todo el bajío, de manera bestial y cruel. Lo mismo colgaba que fusilaba, arrastraba a cabeza de silla o apuñaleaba a sus víctimas. Pero el método preferido era este: Uno de sus lugartenientes era “el marrero” quien traía siempre un pesado marro. A los que tenían la desgracia de caer bajo sus garras, los ataban de manos por la espalda, los acostaban boca arriba en fila. Y el marrero propinaba un fuerte marrazo en el corazón de cada uno de ellos. “Las balas cuestan caras pa’ matar tanto cristiano”, dicen que se justificaba así.
Otro de sus compinches era Luis Gutiérrez “el chivo encantado”, asesino sin entrañas quien apresaba a sus víctimas y hasta les preguntaba cariñosamente “A ver hijito, ¿Dónde tienes el corazón?”, mientras les apuñaleaba repetidamente. Gutiérrez era un individuo que usaba larga melena. Los piojos residían en su cabeza en cantidades industriales. “El Chivo” les tenía gran aprecio, pues decía que le eran muy útiles, porque con sus contínuos piquetes le impedían dormir y ser sorprendido por sus perseguidores. El 30 de agosto de 1916 las autoridades de Colima presentaron su cabeza. Fue muerto por un grupo de vaqueros que lo persiguieron tenazmente por todo el suroeste de Michoacán.
De todos los seguidores de Chávez se cuentan consejas acerca de tesoros enterrados, producto de sus múltiples fechorías por los estados de Michoacán, Jalisco, Colima y Guanajuato. “Dicen que dejó un tesoro / en la sierra de Quiroga, / son dos millones de pesos / y el que lo halle se lo abroga… pero como anda penando / José Inés Chávez García, / yo por nada de este mundo / el tesoro buscaría…”
En Jerez también se dieron como en maceta sujetos como los retratados en esta ocasión, de ellos me ocuparé en alguna narración posterior.
Envío el mejor de mis saludos y un fraternal abrazo a don ALBERTO MARQUEZ PEREZ, quien ha estado muy entretenido elaborando las coronas que llevará este dos de noviembre a sus seres queridos. Mucho ánimo don Alberto y échele ganas a sus proyectos.

DON FERRUCO EL DE GUADALAJARA


Dicen los lectores que están en contra de la publicación de esta columna, que soy un ardido, que no valgo nada, que los del seguro son nobles y puros, que nunca llegaré a ser regidor porque los regidores son políticos y muy cultos. Y además, que ya estoy peor que don Ferruco.
Pues sí, les doy la razón, los regidores son bien políticos y muy cul..tos. Yo por ejemplo, en mi afán de conocer la historia de Jerez, ando en joda visitando los monumentos representativos de la arquitectura civil y religiosa, viendo con tristeza como se van destruyendo. Voy al panteón a revisar las lápidas de los monumentos funerarios para reconstruir diversos episodios históricos. No como un regidor de triste memoria y de grandes bigotes, que utilizaba el panteón para ir a miarse. (En el mejor de los casos). Ni modo, mis acreedores tendrán que comer sin manteca otra temporada, porque todavía no tengo lana para pagarles. (Los que más friegan son los del banco, que todo el día se la pasan hablándome por teléfono y amenazándome con veintitrés maldiciones gitanas si no les pago).
Y que estoy peor que don Ferruco… me dejaron pensando, porque ni idea de quien fue este personaje, así que me di a la tarea de buscar, y encontré que en las tablas de la lotería, cuando se mencionaba a “El Catrin”, se gritaba: “Don Ferruco es un catrín / que viste de sobretodo/ y al dar la vuelta en la esquina/ se fue de hocico en el lodo”. Pero como yo no soy catrín, seguí buscando y me encontré esta narración de tierras tapatías:
DON FERRUCO EL DE GUADALAJARA
Un personaje muy original y popular que diariamente caminaba las calles de la entonces bella Guadalajara era don Ferruco, a quien casi nadie conoció por su nombre, pero todos lo llamaban con este apodo que le endilgaron desde su llegada a la perla tapatía. Algunos aseguran que un grupo de muchachos del lejano barrio del Jicamal le dieron el apodo, y otros que fue su suegra, que nunca lo quiso bien… Cuando comenzó a usar bastón, dicen que las autoridades de Guanatos le entregaron un pergamino con el título de “Don”.
Los etimólogos han escrito verdaderos galimatías sobre el origen de este vocablo. “Ferruco” es para unos, diminutivo de Francisco, para otros es corrupción de Fernando; sin embargo otros dicen que es un nombre arbitrario, como “tortonbiocho”, “ancheta” “gurguñate” que pueden significar muchas cosas. Pero algunos viejos tapatíos aseguran que se llamaba “Rosalío”.
En los periódicos y hojas sueltas de caricaturas que se publicaban con motivo del día de muerto, nunca podía faltar don ferruco y en la lotería que editó la casa “Loreto y Ancira” se presentaba una imagen de don Ferruco.
Dicen que era sordomudo de nacimiento y que procedía de una numerosa familia de sordomudos, de apellido Jaso, originarios de las barrancas de Atenquique. Ferruco se crió en Tonnia, Jalisco, vivió sucesivamente en las ciudades de Zapotlán el Grande, Sayula y en las haciendas de Huexcalapa y Santa Cruz del Cortijo, donde era muy querido por los empleados por ser hombre de muy buen corazón, de una conducta intachable y porque a todos se mostraba de buen humor y dispuesto a sufrir con paciencia las travesuras de los demás.
La suerte se mostró a “Ferruco” demasiado propicia: protegido por una acaudalada familia de Guadalajara, no tuvo que preocuparse por su propia subsistencia: ni alimentos, ni vestido, ni habitación llegaron a faltarle desde entonces.
Con singular confianza entraba en los establecimientos mercantiles de mayor importancia, a conversar a señas con los dependientes y pedirles alguna prenda de ropa que él siempre sabía utilizar, aunque fuera una cosa enteramente pasada de moda o impropia de su edad y condición. A veces se le daban en calidad de anuncio, algunas cosas nuevas y en buen estado.
Rara vez faltaba los domingos al paseo de los portales y casi todos los días se presentaba en la Plaza de Armas, a “flechar” a cuantas muchachas bonitas concurrían al expresado jardín, se divertía en los cines sin necesidad de boleto, ocupaba siempre uno de los mejores lugares en catedral, en puestos de agua fresca le regalaban vasos de “tepache” (dándose por bien pagadas a las vendedoras con el rato de diversión que el buen sordomudo les proporcionaba), los peluqueros generalmente lo afeitaban gratis y lo mismo sucedía en los tranvías sin que los conductores le obligaran a bajar.
Pasó sus últimos días en el hospital de San Camilo, pensionado por la familia Fernández del Valle.

EL SANGUINARIO BANDIDO EPITACIO BAÑUELOS

NEGLIGENCIA CRIMINAL
No se me ocurre otro adjetivo para calificar la indiferencia y falta de atención en la clínica local del Seguro Social, misma que culminara en el fallecimiento en días pasados de una persona joven, productiva, con hijos pequeños y una joven esposa que llora su fatal pérdida. Ya en todos los medios de comunicación se ha hablado de este lamentable hecho, por lo que no abundaré en el hecho. El Director de la clínica está ahí “nomás” y a lo que se ve, es el último de enterarse de lo que en su entorno ocurre. Los voceros del IMSS podrán asegurar que todo está bien, que se actuó como se debía, pero los jerezanos que somos derechohabientes sabemos que no es así. Es más, cuando estamos en la clínica, para hacer más llevaderas las interminables horas de espera, hasta apuestas cruzamos para determinar cuál de las recepcionistas es la más gritona, o la más irascible o la más déspota. Eso es una muestra del peor burocratismo, del “valemadrismo” puro. Y no se diga a la hora de almorzar o comer. No importa que llegue alguien con un cuchillo atravesado de pecho a espalda y escurriendo sangre. No lo pelan, ni siquiera lo ven para que no les eche a perder su apetitoso almuerzo. La ambulancia no sirve para trasladar enfermos, la usan para transporte de triques, pero pacientes, no. Yo ya tengo como 30 años manteniendo con mis cuotas a estos zánganos (porque de esa forma se portan) y siempre que me toca acudir a llevar a algún familiar me da tristeza, impotencia y rabia el trato que se nos da, peor que si fuéramos a pedir limosna.
Aclaro, hay médicos y enfermeras, tanto aquí como en Zacatecas, que procuran hacer su trabajo lo mejor que pueden, y creo justo reconocerlo. Cuando Tato (mi hijo) se quebró su pata y necesitó operación, la atención de los médicos fue inmejorable, la tramitología burocrática fue salvada gracias al conocimiento de mi sacrosanto compadre (Alberto Esquivel) y de Genny (mi esposa). Yo nomás fui a pelearme con el de la ambulancia, con un pendejo y entrometido afanador y con un guardia de seguridad que se arrimó por si algo se les ofrecía a sus compas. Pero es que soy de pocas pulgas, malhablado y las injusticias me encabronan…
EL SANGUINARIO BANDIDO EPITACIO BAÑUELOS
Y ya que saqué todo el rencor, a lo mío: Me platicaron hace tiempo una leyenda, que no tiene muchos visos históricos, sobre el cerro del Tajo, tantas veces explorado por mí, y “como me la contaron, se las cuento”:
Epitacio Bañuelos era un bandido de esos gachos, sin alma (como los del IMSS seguramente). Sembró el pánico y la muerte en la región comprendida entre Villanueva, Susticacán, Tepetongo y otras rancherías cercanas a Jerez. Capitaneaba una numerosa banda, y tenía su centro de operaciones en el cerro de El Tajo, muy cerquita de La Gavia. El era nacido en el rancho de Los Muertos, y acostumbraba vestir de gamuza, con pantalones chinacos, chaquetilla y sombrero de fieltro de copa “apiloncillada”.
Entre las maldades de este angelito y sus compinches se dice que asaltaron la hacienda de Buenavista en 1870, matando al caporal y robándose –entre otras cosas- cuatro caballos muy finos, que fueron a vender hasta la feria de Aguascalientes. Secuestraron a don Arcadio Gamboa, vecino de Jerez, pidiendo a sus familiares mil pesos en oro a cambio de su vida. Dicen que los mil pesos sí se los dieron, pero de don Arcadio jamás se volvió a saber. Hasta a unos arrieros que venían por el camino real de Guadalajara les quitó quince cargas de maíz y tres de frijol. Asesinándolos porque él creía que la carga que llevaban era de cosas más valiosas. El 24 de marzo de 1872, se le hizo fácil asaltar a una conducta de 100 arrieros, cerca de Machines, en las goteras de la hacienda de Malpaso. Pero los arrieros se defendieron a pedradas, resultando de todos modos 4 arrieros muertos y 14 heridos graves. La gavilla de Bañuelos desde entonces vino a menos, pues doce de ellos murieron apedreados.
Cuando lo perseguían, siempre se pelaba por los rumbos de El Tajo. Y en muchas ocasiones se iba por la sierra de Susticacán, por el rumbo de Talticualoya, donde conocía a la perfección todos los vericuetos serranos. En uno de estos existe una cueva, dicen que es amplia y que cuando el bandido fue muerto, se conoce como “La cueva del todo o nada” porque antes de morir y para que nadie se llevara su tesoro, practicó una serie de encantamientos, de tal forma que quien por casualidad diera con él, no pudiera llevarse ni una moneda, y hasta corría el peligro de quedarse encerrado. Refieren que hay una serpiente gigantesca que no permite que nadie se arrime al lugar. Que en las cercanías de la madriguera enterraba vivos a los plagiados que no eran rescatados. Dentro, escondía alimentos, armas y dinero.
En lo más alto del cerro de El Tajo existían unas rocas en las que una persona podía vigilar tranquilamente dos puntos: el camino real de Zacatecas y el camino que conducía a Villanueva (todavía existen esas rocas). Otro vigía puesto en el lado poniente, vigilaba el camino de Guadalajara a Jerez. Así, rápidamente bajaban y asaltaban a las diligencias y conductas que transitaban por mala suerte por esos lugares. Uno de sus últimos asaltos fue cuando asesinó a unos viajeros que venían de Guadalajara. El jefe político de Jerez, Pedro Cabrera, pidió fuerzas especiales de “la acordada” y gendarmes del estado. Luego de varias escaramuzas y búsquedas infructuosas, al fin fue aprehendido el criminal, y de acuerdo a las leyes contra ladrones y plagiarios, el 15 de agosto de 1873, sin juicio alguno fue fusilado frente a la casa donde dormía plácidamente en el rancho de Los Muertos, y de ahí su cuerpo se llevó al lugar más conocido de sus fechorías: el cruce del camino real a Zacatecas con el rancho de Las Escobas. Allí lo colgaron de una de las ramas más altas de un pirúl, al lado del camino. Le pusieron un cartel con la siguiente leyenda “Epitacio Bañuelos, asesino y plagiario. Se castigará con cárcel al que lo descuelgue”
Por mucho tiempo, causaba pánico pasar por el camino, y quienes lo hacían tenían que mirar a otro lado. Por supuesto que de noche nadie pasaba, ni aunque le fuera muy urgente, ya que el macabro espectáculo como escarmiento a ladrones y asesinos era en verdad, macabro. Cuentan que por las noches por las cercanías se veía un hombre vestido de chinaco, montando un caballo negro que se perdía en la oscuridad lanzando un pavoroso alarido.
Dos arrieros que tenían que pasar varias veces a la semana por aquel sitio, cansados de tener que ver ese tétrico y semidescarnado cuerpo se prometieron descolgarlo por la noche. Se pusieron de acuerdo, y luego de echarse sus chupes para darse valor se encarreraron a donde estaba el macabro despojo y de un brinco se colgaron de las botas, y las botas al caer al suelo, dejaron escapar brillantes monedas de oro que, luego de la sorpresa, fueron ávidamente capturadas por los arrieros, que las guardaron en sus paliacates y olvidándose de los despojos corrieron y corrieron. Nadie los volvió a ver.
El recuerdo de Epitacio Bañuelos y sus correrías se fue perdiendo, pero todavía hace varios años, aseguraban los viandantes que se veía colgando del pirúl un fantasmagórico esqueleto que se mece con el aire, y de pronto, se oye como si tintineara un puñado de monedas al caer en el suelo.

ESTAMPAS DE JEREZ

ACLARACION. Uno de los lectores que se entretienen en esta columna advierte que eran y son comunidades diferentes “La Tetarrona” y “El ranchito del Señor de Roma”. Y sí tiene razón, pero en los documentos que tengo a la vista, no se mencionan como diferentes, indistintamente los nombran como uno solo (quizá por la cercanía).
OTRA ACLARACION. No se donde leí que alguien decía que los propietarios de las casas de los portales del centro de Jerez los construyeron en lo que corresponde a las banquetas, y al ser públicos no hubo necesidad de ampliar escrituras. A lo que yo sé, sí hay escrituras. Y así de pronto, me topo con un documento que dice “Escritura otorgada por el Síndico procurador de la Asamblea Municipal de esta Ciudad en nombre de la misma, y a favor del C. Hilario Llamas, por treinta y siete una sesma varas de tierra a lo largo y cinco de fondo para construir un portal. Agosto de 1861”. Y ya en el cuerpo de la escritura se habla de que don Higino debe pagar 3 pesos por cada una de las varas del terreno que comprende al frente de su casa… en el concepto que no debe impedir que se destine al objeto público que se crean conveniente; que no deberá cerrar por el frente ni costados…” Esta escritura se refiere al portal de las palomas, cuya historia es bastante interesante y que pronto daré a conocer. Así, hay escrituras similares del portal Inguanzo, del de los Escobedo y de los Berumen.
Ahora, les presento una narración de principios del siglo XX, de los apuntes de mi papá:
ESTAMPAS DE JEREZ
Hacia principios del siglo XX, Jerez vivía una vida encantadora. Una paz singular reinaba en el ambiente, todo era armonía y sus gentes se desvivían por trabajar con ahínco porque su terruño continuara su ritmo de progreso.
Sus habitantes tenían, como perdura hasta la fecha, un gran espíritu hospitalario, ese don de servir que lo ha hecho famoso en toda la región. También tenía fama de alegre. Era como un eterno día de fiesta dentro de su modo habitual de vivir, porque no había casa, por humilde que fuera, donde cuando menos sí había un piano, una guitarra, un violín, un arpa, etc. Se podía escuchar a diversas horas del día y de la noche una dulce voz femenina que cantaba una bella romanza o una danza popular, o la voz varonil que hacia oírse a varias cuadras a la redonda entonando "Olas que el viento arrastra”, "Alejandra" u otra canción melancólica como "La Negra Noche” o "Marchita el Alma".
Los Domingos había serenatas en el jardín Brilanti y en el jardín grande que tenía y tiene (a pesar de los intentos fatídicos del “mocharboles” y cóngeneres) perfume de rosas de castilla, huele de noche y azucenas. El kiosco que se había inaugurado en esos años era ocupado en estos días por la banda municipal.
Mientras la banda ejecutaba valses, shotis, mazurcas, marchas, etc., las muchachas de todas las clases sociales y los muchachos, daban vueltas a la plaza ellas al lado derecho y ellos al izquierdo; era en estas ocasiones cuando los novios tenían oportunidad de verse, de decirse unas cuantas palabras y de cruzarse las cartas, misivas perfumadas con agua de lavanda o de algún perfume de a peseta, depende de la pareja...
Y si allí no había oportunidad de hablar, pues… entonces hasta la próxima serenata o en los bailes, tertulias y tardeadas que contínuamente se hacían en las huertas de Jerez o en las alamedas cercanas.
Los domingos se organizaban días de campo en Ciénega o en El Ranchito, o a veces hasta Santa Fe. Un grupo de familias, dos o más hacían el viaje en carros rabones (carretones) tirado por una mula o dos sufridos pollinos; allí iban las madrecitas adorables, las chiquitinas y los niños, porque era costumbre que los señores y los jóvenes hicieran el viaje a caballo, en mula, en un macho, en un burrito o a pie, para ir tirándole a los conejos o a todo lo que se moviera.
No faltaba la botella de buen vino, ni las tortas de chorizo con huevo y chile asado, ni los tacos de frijoles con queso y chorizo, ni los chicharrones de puerco.
Ah.... y lo principal: la guitarra, la eterna compañera de los jerezanos para estos y otros paseos. Además de tantas chicas guapas que sabían cantar y jóvenes que lo hacían bien.
Se pasaba el día dentro de una perfecta cordialidad. Todo era armonía y familiaridad. Muy raro que hubiera un incidente desagradable, pues el respeto a las familias y a los señores de edad, era tal, que no se atrevían los jóvenes a decir alguna broma por ingenua que fuera, delante de ellos.
Por la tarde, cuando la serranía de Los Cardos semejaba un incendio y se iban sucediendo tonalidades iridiscentes al ocultarse el sol, se hacía el regreso en medio de aquel bullicio tan simpático, tan repleto de alegría.
Entre semana a primera hora, (las cinco de la mañana) comenzaba el despertar de mi tierra: se escuchaban los ¡Buenos días!, ¿Como amanecieron, compadre?; ¿como pasaron la noche?, ¡Buenos días les dé Dios!, y principiaba el movimiento lento de los carros de cuatro ruedas (guayines), de los carretones que iban a la leña; de las carretas que iban o venían de los ranchos y haciendas: de El Tesorero, Los Haro, El Durazno, Santa Rita, El Huejote, La Labor, la Ermita, etc., algunos para dejar en Jerez o continuar hasta Zacatecas con sus cargamentos de maíz, frijol, calabazas, avena, depende del tiempo que fuera; y el trotar de los caballos y burros montados por los campesinos que se dirigían a sus labores. Porque entonces los hombres ricos o pobres estaban listos a primera hora para iniciar las faenas del día.
En las "matanzas" (carnicerías) se discutían los asuntos del momento mientras se saboreaban sabrosos taquitos de barbacoa o uno que otro chicharroncito de puerco, calientitos, con traguitos de sotol o de mezcal que alguien llevaba.
De allí salían todos y cada uno con el medio o real de carne, amarrado de una pita de palma silvestre y otros la llevaban en el morral al hombro y... ¡A trabajar todo mundo!
Cuando había luna, en los meses de septiembre y octubre ¡Ah... qué felicidad para los jóvenes en estado de merecer! A bordo de "expresitos" y "carretones", iban en caravana por las calles canta... y canta… hasta las diez de la noche que era la hora límite para que todos estuvieran acostaditos y soñando.
Así vivía Jerez en 1900. Así eran nuestros abuelos, trabajadores, honrados a carta cabal, dignos e íntegros por los cuatro costados.
Nuestras madres y abuelas nobles y abnegadas, laboriosas, hacendosas en extremo y con un concepto de la felicidad tan alto como el mismo cielo.

MAS DE LINO RODARTE

Una persona me llevó varias cuartetas que al parecer son originales de las “Mañanitas de Lino Rodarte”, para que enriqueciera mi historia, pero no supo decirme su procedencia. Que estaban entre unos papeles viejos. Investigaré más al respecto para darle la veracidad necesaria, ya que esos versos eran para mí completamente desconocidos.
Y del mismo tema, me insisten que hay poco soporte documental sobre Lino Rodarte. Y eso no es cierto, hay muchísimo, la cosa es investigar, buscar en los archivos para poder desligar la veracidad de la historia del romanticismo de la leyenda o de las inexactitudes de la novela.
Así, hemos ido encontrando personajes que vivieron en su entorno y que tuvieron mucho que ver con él. Los iré presentando en diferentes narraciones:
Tenemos por ejemplo al compadre Benito Mejía, dueño de la casa de la calle Tres Cruces donde Lino vino a Jerez a esconder el famoso caballo cuatralbo. Benito Margarito Mejía Gutiérrez nació el año de 1812 en el ranchito del Señor de Roma. Hijo de don Olayo Mejía quien naciera el 10 de febrero de 1776 en San Juan de Buenavista (arribita de El Tesorero) y de Lucrecia María Gutiérrez. Todos los antecesores de don Benito Mejía están registrados como “españoles” y formaban una sólida familia en esa región.
Este señor (don Benito) se casó el 30 de Mayo de 1838 con María Brígida Torres, quien le dio dos hijos, Juliana y José de la Cruz. María Brígida murió en 1841.
Entonces don Benito contrajo segundas nupcias con María Bernabé Correa, nacida en 1827, con quien tuvo 8 hijos: Ambrocio, Urbana, María Atilana, Felipe, Manuela, Margarita, José Claro y Cesaria.
Benito Mejía era primo de doña Paula Mejía, madre de Lino Rodarte.
UNA HIJA DE LINO
De los hijos de don Benito, destacamos a Urbana, nacida en 1850 en el ranchito del Señor de Roma o la Tetarrona (como se le llamaba indistintamente). Ella se casó por lo civil el 14 de septiembre de 1872 en Jerez con Esteban Zepeda Moraza, y en la madrugada del 13 de noviembre de ese mismo año, en la Parroquia de la Inmaculada el sacerdote les daba la bendición nupcial. Cuando se casó, ella tenía 22 años y su marido 28. En marzo de 1874 tienen una hija, Gabriela, pero Esteban Zepeda muere poco tiempo después.
Luego que Urbana quedara viuda, a temprana edad, Lino Rodarte la cortejaba a escondidas de don Benito, sucediendo lo inevitable: El lunes 5 de enero de 1880 a las 9 de la noche, Urbana tuvo una hija de Rodarte. Cuando don Benito la fue a registrar a Jerez, dijo que su hija Urbana de 30 años, viuda, dio a luz una niña a quien pone por nombre SIMONA. Manifestó que era de padre desconocido, (en esos años Lino ya andaba en broncas con la justicia), atestiguando el acta Benito Martínez y Félix Tovar, del mismo rancho.
Pero luego, Lino Rodarte la reconoce como su hija natural. Cuando la bautizan, el padrino es don Benito, así que Benito Mejía de algún modo era suegro y compadre de Lino.
Y así queda escrito en el acta de matrimonio de Simona. Ella escribe de su puño y letra “Simona RODARTE” en el acta cuando contrae matrimonio con Bárbaro Castañón Correa.
A medio día del martes 11 de febrero de 1902, ante don Alberto Iturralde, juez del estado civil, se presentaron Simona y Bárbaro, quedando asentado en los papeles que ella es “hija natural de Lino Rodarte, fallecido, y Urbana Mejía”. Y como sucede en esos casos, cuando se casaron por lo religioso, se les otorgó la dispensa por parentesco en segundo con tercer grado, cosa muy común en los enlaces de la época.
La familia Castañón Rodarte tuvo 6 hijos, 4 mujeres y dos hombres de los que aún no tengo sus datos, pero esta es una investigación en marcha…
Todo lo anteriormente anotado, está perfectamente documentado en diversos archivos religiosos y civiles, para que no anden luego los alucinados diciendo que son inventos míos.
MAS DEL ORATORIO
Don Juan N. Carlos escribe en su libro: A gestiones de Ignacio Herrera y Josefa Varela, se construyó el Oratorio dedicado a la Santísima Trinidad. Se terminó la construcción el 20 de mayo de 1892, y el dos de junio siguiente, para la bendición, oficiaron los presbíteros: Sr. Cura José Ma. Olmos, Ignacio Báez y Jesús Medina. Fueron padrinos los distinguidos ciudadanos Julián Romero e Higinio Escobedo.
EL COLEGIO MORELOS
Por ese mismo rumbo, por la calle del Hospicio dicen que estuvo el Colegio Morelos que fundara el licenciado José Guadalupe López Velarde y de Jalisco en 1893 se trajo a los hermanos Alatorre, que decían eran muy buenos maestros. Ellos se encariñaron con el Jerez de fines de siglo XIX y se avecindaron, casándose con jerezanas de las mejores familias, aunque luego emigraran, uno a Torreón y el otro a Guadalajara. Ernesto se casó con Refugio Soledad Escobedo Zulueta, hija de don Higinio Escobedo, uno de los más influyentes jerezanos de la época. Vivían en la casa número 3 de la calle del Hospicio, en el mero centro de la pequeña ciudad.
El Profr. Ernesto Alatorre Contreras cuentan que fue un extraordinario poeta. Sabemos que escribió un extenso poema en siete cuartillas manuscritas, dedicado a la juventud. Es probable que el vate López Velarde allí recibiera sus primeras inspiraciones para su futura vida poética. En seguida insertamos la primera y la última estrofas, que tienen fecha y firma del autor. Veamos:
Juventud:
A ti que buscas del saber la fuente,
y sólo en el saber cifras tu anhelo,
cuando es tu vida misterioso ambiente
que desciende purísima del cielo.
Así por el sendero van dichosos
camino de la gloria verdadera;
así también la vida se aligera
al sentirse cansados, fatigosos,
en la ruda avidez de aquel camino
que va más lejos cuanto más se anhela.
Mas, si entonces, al peso del destino
su paso queda inerte,
un ángel los anima y los consuela,
los salva del abismo de la muerte,
y abriéndoles el libro de la historia
los conduce inmortales a la gloria!...
(Jerez, octubre 27 de 1895)
Ernesto Alatorre