Llegaron
empujados por la sequía… por el año malo, por el hambre, por las malas
cosechas. Llegaron buscando nuevas oportunidades de vida y es que en El Huejote
don José Luis no encontraba la forma de poder mantener a su numerosa familia… Y así, llegaron a Jerez, con una mano delante
y otra detrás, buscando su futuro en un pueblo que también languidecía por su
miseria. Que no acababa de restañar las heridas que las numerosas guerras le
habían dejado.
Una
pequeña casa en esquina fue la que los albergó en su nueva aventura, rentada
“de palabra” a muy bajo precio. Esta casa tenía al frente un cuarto con dos
puertitas que daban a la calle. Un par de pequeños cuartitos atrás y un patio y
un corralito. Sobre el cuarto que daba a la calle, otra habitación con un
balcón.
El
patriarca de esa familia, José Luis, era un hombre joven, de pelo quebrado, de
bigote poblado y de mirada clara y penetrante. Su vestimenta de siempre era
pantalón de mezclilla y camisa blanca de manga larga que se arremangaba siempre
para que no se viera la mugre. Protegía sus pies con huaraches de esos de suela
de llanta y tres correas. La esposa, una mujer muy blanca, que debió haber sido
de buen porte, pero avejentada por sus múltiples partos. Su mayor lujo era ir
al salón de belleza de Gloria Carrillo a que le hicieran “la crepé”.
La Muñeca era güera y pecosa... |
La
niña no recuerdo como se llamaba. La maestra de inmediato la apodó como “La
muñeca”, pues era muy simpática, pequeñita, blanca, pecosilla, de pelo güero y
en caireles. Llevaba vestiditos de olanes que para nosotros nos parecían
lujosos. Y sus pies los calzaba con huarachitos blancos.
Pues
como vivíamos por el mismo barrio, nos hicimos amigos y muchas veces a medio
día o por la tarde regresábamos juntos a nuestras respectivas casas. (Antes iba
uno por la mañana y por la tarde a la escuela). En una de esas veces en que
íbamos con nuestros raídos cuadernos bajo el brazo, “la muñeca” me contó que en
las noches cuando iba al corralito, se le aparecía una señora que le decía que
escarbara abajo del lavadero del patio, y que todo lo que sacara se lo
regalaba. Decía que le daba mucho miedo, y siempre que se ofrecía, pedía a
alguno de sus hermanos la acompañara. Que sus papás y hermanos se burlaron de
ella cuando les contó eso, y le decían que era una mentirosa porque a ellos no
se les aparecía nada.
El Cura le compraba las monedas... |
“La muñeca” fue por varios días la estrella
del salón, pues todos querían ver la medallita que se encontró. A los pocos
días nos “disparó” a todos naranjas con chile piquín. Ya luego nos platicó que
el viernes primero (antes era obligatorio para todos los niños irnos a confesar
los viernes primeros), cuando se fue a confesar a la Parroquia, le dijo al
padre de la monedita, que si no era pecado tenerla. El padre le preguntó que de
donde la había sacado, que si no era robada. Y ella le contó toda la historia.
El sacerdote le dijo que buscara más en donde se la había encontrado y que él
se las compraba todas, dándole unas monedas por la que llevaba.
“La
muñeca” luego nos dijo que le rascó al enjarre del lavadero y salieron más
moneditas que le fue llevando al ambicioso sacerdote, que seguramente le daba
cualquier cosa por ellas. Pero en una niña de aquel entonces, fue notorio que
gastara de más, y pronto los papás se dieron cuenta. Le pusieron una regañada por
no decirles y por venderle las monedas al presbítero. La niña ya no fue a la
escuela, y como la maestra nos mandó ir a preguntar qué pasaba, el papá nos
dijo que estaba enferma y que ya no volvería a ir.
Ya tumbaron el balcón... |
Días
después en que yo regresaba de comprar la leche con don Antonio Morales (en la
lechería que estaba frente al pórtico norte del Santuario) me encontré a “la
muñeca”, muy curra, muy bañadita y arregladita. Y sentados en una banca del
jardín chico, me contó que cuando sus papás supieron la regañaron mucho. José
Luis –el papá- agarró un talache y tumbó todo el lavadero, y en la parte de
abajo encontró muchas monedas de oro y de plata, mohosas por el agua que se
transminaba. “Mis papás las estuvieron limpiando y las echaron en dos
paliacates que guardaron en el ropero. Mi papá me regañó mucho por las que le
llevé al cura, dijo que me había robado, que se había aprovechado de mí y hasta
le iba a ir a reclamar pero mi mamá no lo dejó, porque capaz y hasta nos
excomulgaba”.
Después,
la tiendita de abarrotes cerró sus puertas. José Luis y su familia
desaparecieron de Jerez. Alguien dijo que se fueron a Estados Unidos. Hace
pocos años, los dueños de la finca tuvieron la feliz idea de tumbar el segundo
piso, derrumbando el balcón del que solo quedan testimonios en fotografías
oportunamente tomadas.