Ya hace tiempo había
escrito sobre la llegada de los franceses al mando del capitán Crainvilles a
Jerez el 26 de marzo de 1864, hubo poca resistencia por parte de los campesinos
y habitantes de la región, así como de las tropas leales a González Ortega que
más bien actuaban como guerrilleros; la llegada de los galos fue motivo de
fiesta para los ricos comerciantes, poseedores de haciendas y acaudalados
negociantes. En menos de dos meses, Hilario Llamas (constructor y dueño de la
finca conocida como “De las Palomas”) firmaba a nombre de Jerez el acta de
adhesión al Imperio de Maximiliano. Claro, a él ya lo habían nombrado antes
Prefecto, con lo que esperaba resolver muchos agravios que tenía con quienes
habían sido autoridades antes.
Los franceses eran
generalmente oficiales y el grueso de la tropa lo conformaban feroces zuavos
que no se tentaban el alma para despachar al otro mundo a cuanto cristiano les
pusieran enfrente. Eran estos zuavos soldados mercenarios de Argelia. Acostumbrados
a todo, como los camellos. Y se caracterizaban por usar unos pantalones
colorados muy voluminosos, chaqueta corta sin cuello, faja de lana muy ancha,
polainas de lona blanca y un gorrito tipo fez con su borla. (Como si fuera un
vaso al revés). Los zuavos hicieron muchas tropelías en la región y eran
temidos, pues el tener la desgracia de enfrentarse a ellos era condena segura
de muerte.
EL BOTIN DE MARION
La ciudad de Zacatecas
estaba ocupada por las fuerzas del comandante Marion quien tomó muy a pecho la
ley marcial dictada por Maximiliano, y a cuanto sospechoso de pertenecer a guerrillas
liberales, mandaba pasar por las armas en menos de 24 horas. Pero Marion, tenía
su corazoncito como todos los jefes franceses venidos a México. El no vino a
despeinarse ni a ensuciarse las manos en una lucha interminable. El vino a
hacer fortuna. Y en Zacatecas había mucho oro, plata, joyas.
Pues sucede que en los
primeros días de noviembre de 1865, decidió sacar de la región el botín
producto de los saqueos y rapiñas hechas en las principales casas de los
zacatecanos. Lo enviaría a Guadalajara vía Jerez, aprovechando que el más
latoso de los liberales, González Ortega, andaba muy ocupado luchando con sus
tropas en el norte del estado, por lo que suponía no habría peligro para su
traslado.
Una pequeña escolta de
zuavos al mando de dos oficiales protegía una carreta que llevaba como única
carga tres pesadas cajas de madera llenas de monedas y objetos de oro, plata y
joyería. Muy temprano salieron de Zacatecas y parecía que todo el camino
transcurriría en absoluta calma. Pero, cuando llegaron al plan de Lo de Luna,
los estaba esperando escondidos una partida grande de chinacos. La superioridad
numérica se impuso, y les quitó la bravura a zuavos, oficiales y hasta a los arrieros,
los que escaparon ágilmente, unos a uña de caballo y otros a pata pelada.
Los chinacos quizá
esperaban encontrar municiones y armas en las cajas, siendo grande su sorpresa
y desconcierto al ver que le habían bajado algo mejor al enemigo. Decidieron
llevarse la carreta, pero como les hacía lenta la marcha, en tierras del rancho
El Cebollal, muy cercano a Jerez, hicieron un gran hoyo y ahí depositaron las
cajas con su valioso contenido. Luego apisonaron la tierra muy bien y pusieron
yerbas y nopales para disimular todo. Las mulas con la carreta fueron arreadas
por el mismo camino real en dirección a Zacatecas, y luego dejadas en libertad
para que buscaran la querencia.
LA VENGANZA
El Comandante Superior
del ejército intervencionista en Zacatecas, no podía creer lo que había pasado,
y aunque de inmediato mandó una considerable fuerza a ver si alcanzaban a los
chinacos, no encontraron nada, a excepción de las extenuadas mulas que andaban
por el rumbo de Malpaso medio desorientadas y ya desuncidas de la carreta.
Marion reforzó la
seguridad en Jerez, pues suponía que ahí debían estar los guerrilleros que lo
despojaron de su oro. En la mañana del domingo 17 de diciembre, algunos jinetes
embozados para protegerse del frío entraron a la ciudad por la garita de
Ciénega. A los guardias les pareció sospechosa la actitud de esos chinacos, y
disimuladamente dieron la voz de alarma. Fue en la plaza donde los franceses
lograron detener a tres de esos sujetos. Quizá para congraciarse con el jefe
los enviaron de inmediato a Zacatecas como sospechosos del ataque y robo
sufrido por la escolta de Marion con anterioridad.
En Zacatecas los
interrogaron sin éxito, pero como el comandante quería escarmentar a todos los
que parecieran guerrilleros, al verles sus caras de rancheros, de inmediato los
sentenció. En las principales calles de la capital se voceó la sentencia y se
pegaron afiches en los que se leía:
“MARION, Comandante
superior de Zacatecas, á sus habitantes sabed: La Corte Marcial en su sesión de
hoy 20 de Diciembre, ha sentenciado á Albino Borrego, Domingo Salinas y Rodrigo
Chacal, el 1º vecino de Jerez, el 2º del Rancho de Adoves y el 3º del pueblo de
Acaspulco, por el delito de robo en cuadrilla á mano armada, el 1º a tres años de trabajos forzados, el 2º á la
misma pena por un año, y el último á la pena de muerte. La ejecución tendrá
lugar mañana á las ocho tras de la Ciudadela. Zacatecas, Diciembre 20 de 1865.
El Comandante Superior, Marion”.
José Albino Borrego,
era hijo de don Félix Borrego y María de la Luz Aguirre, de Los Haro, Jerez,
nacido el 1º de abril de 1825. Rodrigo Chacal Covarrubias era de Acaspulco,
Totatiche, Jal. Nacido en 1822, hijo de Juan Serafín Chacal y Anastacia
Covarrubias. Estaba casado con María Gracia Marciala. Suponían los franceses
que él capitaneaba la cuadrilla.
Al parecer, como
ninguno de los tres confesó algo que tuviera qué ver con el despojo del oro de
Marion, en la madrugada del jueves 21 fueron conducidos desde la cárcel (hoy
Museo Pedro Coronel) hasta la parte posterior de la Ciudadela (actual escuela
Enrique Estrada). Durante el trayecto, las campanas del templo de Santo Domingo
y Catedral doblaron, haciendo más dramática la situación. Probablemente los
tres fueron fusilados.
EL TESORO
Dicen que el entierro está en el rancho del Cebollal, muy
cerca del antiguo camino real, en una majada cercana a los límites del rancho
de San Ignacio. Cuentan que los propietarios de la Hacienda de Ciénega, a la
que pertenecía El Cebollal, sabían de su ubicación, pero no lo quisieron sacar,
y cuando pretendieron hacerlo, ya no pudieron. ¿Estará todavía el tesoro del
comandante Marion esperando por algún afortunado o ya alguien se lo llevó?