“No, mire, Pánfilo no le contó bien las cosas como
pasaron cuando fue a cocorear a los agraristas a su mero cubil. Déjeme decirle
cómo fue, porque yo anduve allí. En los primeros días de marzo de 1929 supimos
nosotros -que éramos cristeros-, que iba a llegar una conducta con fusiles,
municiones y dinero para armar y pagar a las defensas sociales. Decían que era
harto dinero, por lo que anduvimos buscando la manera de agenciarnos la lana y
las armas, que tanta falta nos hacían.
Pánfilo tovía andaba chueco a resultas de un
balazo que le metieron en una pierna y del que lo había curado una ñora que nos
ayudaba y vivía en una casita del parián de la plazuela de la reforma. Y como
días antes habían acuchilla’o a la ñora, Pánfilo andaba bien encabrona’o por
eso y se ofreció pa’ servir de cebo y entretener a los jefes agraristas.
La presidencia municipal, o sea la guarida de esas
gentes, estaba en una casona al sur del santuario, donde ahora es el correo y
el telégrafo. Tenía puerta falsa por la calle Hidalgo, y supimos que por esa
puerta habían ingresado las mulas con el cargamento que traían. La escolta
militar que venía custodiando el cargamento, llegó hasta ahí y luego se fue a
su cuartel junto a la capilla del diezmo.
Cuartel del 13avo Regimiento militar, en el Diezmo |
P’os anduvimos zorreando toda la tarde pa’ ver
cómo estaba el relajo. Al parecer Tiburcio González –que entonces era el jefe-
tramaba algo con sus compinches, po’s mandaron a los defensas a descansar,
mientras ellos planeaban cómo se repartirían el dinero, digo, si no ¿pa’ qué se
quedaban solos? Po’s pa echar cuentas alegres.
Nosotros éramos cuatro y le anduvimos dando
güeltas y güeltas y tomando tequila pa’ aguantar el pinchi frío hasta poco
antes de la medianoche, en que Pánfilo se arrancó con su caballo por toda la
calle del santuario, mientras nosotros nos íbamos muy calladitos a la calle de
atrás. Pánfilo rayó el penco mero enfrente de la presidencia y ahí lo anduvo
caracoliando güen rato mientras disparaba al aigre y gritaba con munchos
güevos: “¡Viva Cristo Rey!” Los que estaban adentro, apagaron los quinqués, y
se escondieron atrás de los barandales, pero no se animaban a dispararle, y
menos cuando Pánfilo les soltó un tiro o dos a la mera puerta. Les gritaba
“¡Estoy solo, cabrones! ¡Salgan hijos de la chingada! ¡Vengan, mátenme si son
tan hombrecitos!”
Naiden salió, yo crio’que estaban asombra’os de la
temeridad de este amigo y no sabían ni qué hacer. Pánfilo descargó la mazorca
de su pistola, y sacó otra con la que tovía les aventó un par de tiros y los
retaba. Luego, muy tranquilamente al trote de su caballo se fue por toda la
calle del santuario y la de Guanajuato sin que naiden lo molestara.
Mientras, nosotros abrimos el portón de la calle
Hidalgo. Mire, nada de vigilancia. Ahí estaban las mulas en los macheros. En
una troje estaban las armas y los cartuchos. Y ahí mismo cuatro costaleras de
cuero con moneditas de oro y plata, y también hartos fajos de billetes. Po’s
mientras el Pánfilo los entretenía por el frente, ajaeceamos tres de las mulas
más descansadas que encontramos, las cargamos con las costaleras del dinero y
morrales con cartuchos.
Ora’ verá, no nos llevamos las armas, porque eran
unos riflitos rusos, digo que eran rusos, porque en la culata decía “Russian
musin” o algo así, nuevecitos, pero muy culeros, que no servían pa’ nada. Nomás
nos llevamos el parque pa’ hacerles la maldá y así, esos riflitos ni pa’ leña
les servirían ya que las balas que usaban eran cónicas, muy raras y difíciles
de conseguir.
El dinero fue escondido en una da las casitas del parián de la Reforma. |
Salimos muy quita’os de la pena y hasta les
cerramos el portón muy bien, no juera que algún cristiano –o ateo- se les
metiera y les hiciera alguna maldosa maldá. Nos juimos por la calle Hidalgo, el
jardín chico y la calle de la Acordada, de ahí siguimos por la calle Mina y
bajamos por la Reforma, donde metimos las mulas a la casa del parián, las
descargamos, y luego las golvimos a sacar y a varazos las hicimos que buscaran
la querencia.
Ya pa’ intonces Pánfilo estaba ahí, monta’o en su
caballo, esperándonos bien escondidito entre unos álamos, a un ladito de la
acequia que por ahí corría.
Las balas de los riflitos rusos las echamos a un
pozo y yo crio’que ahí se hicieron barro. Las monedas las dejamos enterradas en
la casita del parián, en el corral, a un lado de un arbolito. Los billetes los
echamos en dos costalitos y los cargamos en los caballos, y nos juimos muy
tranquilamente pa’ salir al camino viejo de Jomulquillo. Guardamos las monedas
pa’ cambiarlas aluego por parque del que nos sirviera pa’ nuestros rifles y que
los mismos soldados del general López nos vendían, nomás era cosa de esperar
que se enfriara el asunto. Los billetes nos los llevamos para ir comprando
provisiones en cualquier tienda.
Cuando íbamos al trote de los caballos pasando la
acequia de la alameda, se oyeron rete hartos tronidos. Un chingo de balazos. Y
se oían en la lejanía tropeles de caballos. Nosotros nomás nos carcajeamos y
seguimos tranquilamente nuestro camino por todo el camino de Jomulquillo, hasta
perdernos en la sierra, acompañados por la lejana tronata y por los aullidos de
los coyotes, que en ese tiempo andaban bien cebados por tanto cristiano que se
encontraban muerto en los cerros y cañadas.
A los pocos días supimos que Bucho y su gente,
cuando creyeron que no había peligro, se fueron a las caballerizas a ensillar
sus caballos para perseguir a Pánfilo, se encontraron con la sorpresa que les
habíamos comido el manda’o.
Montaron en sus animales y salieron en chinga,
disparando sus armas al aigre, bien encorajinaos. Las mulas las encontraron en
el jardín chico, triscando el zacate y pasojeando a sus anchas; las
varejonearon de puro coraje, pero las orejonas nomás levantaban las patas y ni
decían nada… po’s como iban a dicir algo si las mulas no hablan.
Dicen que los empedrados de Jerez nomás chispiaban
con los cascos de los caballos que andaban corriendo por toda la ciudad. Sabrá
Dios cuántas güeltas le hayan dado al pueblo los agrarios, sin encontrar ni un
indicio de su dinero. No encontraron a naiden que les diera razón.
Tovía, de pilón, fueron a despertar al general
Anacleto López y éste los pendejeó bien y bonito, les mentó la madre hasta que
se cansó, y también ordenó que los encerraran por brutos y crio’que hasta los
quería ajusilar, pero nomás quedó en eso, pero esa ratería que hicimos fue de
muncho quebranto pa’ los agraristas y a nosotros nos fortaleció, porque luego
les hicimos ver su suerte bien negra. A los poquitos días, crio’que fue el 16
de marzo, con la gente de Emilio Barrios nos acercamos a Jerez y tuvimos un
encuentro con tropas del gobierno que mandaba el chueco Ángel Pérez, les
hicimos como siete muertitos y aluego ejecutamos a un tal Manuel Muñiz que
andaba con ellos muy bravo.
En abril, por el rumbo de Buenavista nos
enfrentamos con agraristas, y la misma, les ganamos. Ellos tuvieron sus bajas y
nosotros solo dos muertitos y quedó herido el coronel Barrios. Y tan fuertes
nos sentíamos que el 5 de abril le mandamos un recado al presidente de Jerez,
que era Panchito Guerrero, conminándolo a rendirse y que entregara la ciudá.
En todo ese mes les pusimos una buena peina a los
agraristas y a los solda’os. Allá en el arroyo de Godina, cerquita de El
Tesorero, perdieron la vida más de 150 soldados, todo por la inexperiencia de
un general Montalvo, que yo crio’que no sabía nada de mandar gente, porque los
mandó directamente a que los matáramos. Haga de cuenta que como patitos en el
tiro al blanco, así fue esa guerra de El Tesorero que aluego le cuento cómo
pasó.
Camino viejo a Jomulquillo. |
Po’s sucedió que las altas actoridades decidieron
en los últimos días de junio que ya había acabado la guerra. A nosotros no nos
preguntaron nada. En agosto el coronel Barrios ya se había almistia’o y nos invitaba a que entregáramos las armas.
Unos le entregaron rifles viejos, de esos inservibles, pero munchos mejor nos
escondimos. Po’s ¿cómo? La almistía esa no la entendíamos. ¿Cómo les íbamos a dar
la mano a esos hijos de la chingada que días antes habían jurao que nos iban a
despellejar? Nooo… pos la vida lo hace a uno desconfia’o. Aluego supimos que a
munchos de los almistiados los iban matando. Los asesinaban en sus labores, en
la ciudá, en donde quiera.
Ya le digo, yo crio’que gran parte del dinero que
enterramos en la casita del parián ahí está, pues no lo usamos y aluego a
ninguno de nosotros nos dio por ir a sacarlo. ¿Pa’ qué si ya no se ocupaba?”