Siempre fue un buen amigo. Lo conocí desde que yo era joven y comenzaba a andar de la mano de José Castaño en la experiencia y en el mundo fantástico que ofrecía el teatro, participando en los “skechs” del “Mundo Globero”, en obras pequeñas y otras no tan pequeñas. Panchillo era la voz mesurada, el respeto que por la confianza no le teníamos a Castaño. El gusto que tenía Panchillo por el teatro le venía de mucho tiempo atrás, hay fotografías de los sesenta donde aparece personificando diferentes artistas.
En las largas veladas que sosteníamos en el jardín chico, nos contaba que su padre –Sebastián González Carmona- había participado en varias luchas revolucionarias cuando contaba apenas con 16 años. Luego de la toma de Jerez en 1913, los villistas establecieron su cuartel en Ciénega, y ahí fue don Sebastián a darse de alta con el capitán primero de caballería Victoriano Anguiano. El 2 de marzo de 1914 tuvo su bautizo de fuego cuando se enfrentaron en la Hacienda de Trujillo contra las tropas huertistas del general Gallardo. Al siguiente día siguieron dándose de balazos pero ahora en la hacienda de Santa Cruz contra las mismas fuerzas de Gallardo. A principios de junio le volvieron a sonar a los soldados de ese mismo general (ya lo traían entre ojos) cuando evacuaba la plaza de Fresnillo.
Y del 13 al 17 de junio, estuvieron “ablandando” al enemigo en las cercanías de Zacatecas, previo a la llegada del general Pancho Villa, que con todo el poder de sus dorados derrotó una semana después a las tropas del jerezano Luis Medina Barrón en un hecho contundente y sangriento que pondría fin al dominio huertista. Esto contaba muy orgulloso de las andanzas de su padre, a quien también conocí como un sencillo cargador.
A veces, yo acompañaba a Panchillo en su recorrido por diversos lugares para entregar los “cachitos” de lotería que previamente le encargaban las personalidades y comerciantes de los años setenta. En ese recorrido, invariablemente íbamos a dar a la Parroquia, donde se quedaba extasiado admirando y revisando el decorado. Y no por nada, es que él tuvo qué ver en ese trabajo, porque allá por 1952 fue elegido para ayudarle al maestro Pedro Domínguez. A pesar de estar en plena adolescencia, tuvo la responsabilidad para que se le asignaran esos trabajos tan delicados, pues se utilizaba oro de hoja de 23.5 kilates para decorar las rosetas y rosetones en los arcos y muros de la Parroquia de la Inmaculada. Luego acompañaría a su maestro ayudándole a realizar trabajos de ese mismo tipo en otros templos de la región. De ahí le nacería la inquietud de hacer decoraciones en yeso y en madera blanda como caoba, cedro, álamo, sauce, pino.
Cuando lo visitaba en su casa, allá por la calle Morelos, siempre me presumía los marcos y repisas que pacientemente realizaba. Algunos ya terminados y en los que se podía apreciar la mano del artista, otros a medio grabar esperando el momento de inspiración para ser acabados. Hay que decirlo: su mamá y su hermana no me dejaban retirarme sin antes probar de las sencillas viandas que preparaban para el diario.
Panchillo –como buen bohemio-, tenía además una facilidad para la música. Agarraba la guitarra y nos acompañaba de buen talante a las innumerables serenatas que se nos ocurría en esos entonces llevar. Cuando el maestro “Lencho” formó la “Sociedad Coral Amigos de la Buena Música”, ahí estaba Panchillo, yendo todos los días a estudiar, a vocalizar, a participar…
A veces, en las noches lunadas nos compartía algunas de sus composiciones, mismas que con la ayuda de familiares y amigos logra producir en un CD en enero de 2008, llamado “Canto a México”. En esta grabación, muy bien lograda, destacan varios temas, como “Dora Elisa” que ya conocíamos de años atrás: “… Dora Elisa, mi amor que te espera, mujer limpia y bella… mi tristeza, que estando contigo, se borran las penas y todo es placer…”. Nunca supimos si fue manifestación alegórica de algún amor secreto o platónico de Panchillo. También cantaba “Rocío”: “… Rocío de las noches de luna, el nombre de hermosa creatura; rocío que bañas las flores, tú bañas también mis amores…”.
En los últimos años, debido a su enfermedad, Panchillo se encerró en su casa, solo salía para ir trabajosamente y apoyado con muletas a Misa de once en el Santuario, a postrarse ante la imagen de la Virgen de la Soledad, de quien siempre fue muy devoto. A veces iba con su amigo Joel Flores Chávez o nos llamaba por teléfono a los que todavía nos consideraba sus amigos. Hace pocos días, Panchillo ya no pudo ir físicamente a postrarse ante su Virgen de la Soledad. Abandonó este mundo terrenal y su espíritu se fue con sus recuerdos, con sus querencias, a ofrecer su plegaria ante el supremo creador.
Hay que aclarar que todo mundo le decía “Panchillo” no porque fuera alguien insignificante, sino por cariño, por familiaridad, sin que por ello se perdiera el respeto a la persona. A mí me dicen “Miguelito”, cuando bien me va…
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