En esta ocasión no ofrezco semblanzas históricas, porque con los puentes, el calor y todo lo que se celebra en mayo, no me dieron muchas ganas de buscar en mis archivos, así que les ofrezco una leyenda cortita.
Por el rumbo a Fresnillo, muy cercano a
Mi papá, zapatero de oficio (maquilaba corte de zapato charro), contaba, que en el gremio (entonces muy abundante en Jerez), había un compañero muy dicharachero, muy echador y que se las daba de “vérselas hasta con el mismo chamuco”.
Un día en que desde muy temprano se fueron a cazar conejos, y a buscar referencias de tesoros enterrados, siguiendo antiguas consejas, llegaron a las cercanías de la cueva. Ahí, Casiano (que era el nombre del zapatero), retó a todos a que entraran hasta el fondo, pero viendo la oquedad, y luego que a los pocos metros se tenía que bajar a una especie de subterráneo, todos se echaron para atrás. Casiano se reía y les apostó que entraría hasta el fondo, y como prueba de ello, les traería una herradura de algún burro que se hubiera despeñado en la cueva.
Pues, entró el zapatero como a las diez de la mañana, y salió como hasta las ocho de la noche, ya no tan sonriente, pero sí con una herradura oxidada y muy gastada.
Al preguntarle los amigos que qué cosas había visto, él les comenzó a platicar con lujo de detalles, que cuando se le estaba apagando el ocote que llevaba para alumbrarse, muy adentro de la oquedad, se le apareció un catrín, ofreciéndole que podía llevarse un fabuloso tesoro que ahí estaba, con la condición de que dejara su firma escrita con sange de la mano izquierda.
Casiano le dijo al catrín que no iba por dinero, que solo quería una herradura de burro para mostrársela a sus amigos. Entonces el catrín le contestó que se la podía llevar, siempre y cuando hiciera lo que le pidiera. “Siéntate en esa silla, donde hay una víbora, y si no te muerde es señal que te podrás llevar la herradura”.
El zapatero contó que ya para esos momentos, desde que se le apareció el catrín, tanto era el susto que se había ensuciado en los pantalones, y cuando se sentó en la víbora, esta, a lo mejor por el mal olor no lo mordió o mordió en blandito. El catrín insistió diciéndole que se llevara el tesoro que ahí había, al cabo solo era necesaria una firmita. Casiano insistió también que solo quería una herradura de burro.
“Vas a treparte en esa mula prieta, y si no te tumba, te llevas tu herradura”. El zapatero refirió a sus amigos que apareció una espantosa mula, pero que él ya no sabía si estaba asustado o no, con una mano se apeñuscó muy bien de la crin del animal y con la otra le pegaba fuertemente en la cabeza para que no lo tumbara, y por más respingos que daba el animal, no lo tumbó.
“Aquí esta tu herradura”, le dijo el catrín, “pero recuerda que hay mucho oro esperando por ti, y solo me tienes que firmar con la sangre de tu brazo izquierdo cuando lo quieras”.
Así, el zapatero salió de la cueva, con la prueba que mostró a sus amigos, los que luego de escuchar su relación no quisieron ni tocar la herradura, la que volvió a echar Casiano a la cueva mientras decía “¡catrín, toma tu herradura y pónsela a la burra de tu madre que le hace mucha falta!”. Dicen que luego de esto, se escuchó un gran estruendo, como si la cueva se derrumbara, pero los zapateros ya venían “hechos la mocha” para Jerez.
“Y el alegre y dicharachero Casiano, duró solo como dos o tres años en Jerez” –contaba mi papá- “después no se supo de él, algunos decían que desesperado por la falta de dinero, fue a la cueva con el catrín a echar una firmita con sangre”.
Un cuarterón. En días pasados el Sr. Sotelo me hacía apreciaciones sobre lo que es el “cuarterón”, que yo mencioné en una historia de tesoros. Y me dijo que cuando quisiera podría visitarlo para que conociera como eran, que él tiene uno. Cualquier día de estos voy. Será interesante conocer sobre medidas antiguas.
Las motos paradas. La verdad, ando de genio, porque mis dos motos Italika están paradas, descompuestas, todo por una méndiga refacción que no se consigue: Un tapón de drenado del aceite que vale 9 pesos. Esas motocicletas nomás nuevas funcionan. Las ve uno en la tienda muy brillantes, muy bonitas y “en abonos chiquitos”. Se va uno con la finta… y ¡papas! Se lo enchufan gacho. Luego, luego todo les empieza a fallar y todo se les afloja. Lo malo es que el servicio técnico para esos vehículos no lo hay de calidad. Y lo más malo que no hay refacciones. Supuestamente se pueden pedir por Internet, pero casi nunca hay lo que se necesita, además que el envío se lo tardan como un mes y de pilón, casi siempre llega cambiado. Pero ahí anda uno de güey, comprando en Elektra motos sin buen soporte técnico ni refacciones…
No hay comentarios:
Publicar un comentario