El martes anterior, aproveché la visita del mero mero petatero de Turismo Federal, que vino a dar su vuelta súper veloz por estas agujereadas y parchadísimas calles de Jerez. Digo, aproveché porque había una muestra gastronómica en el jardín principal, que gorditas de unas, que buñuelos, que mezcal, que pan casero, que tamales, que taquitos de birria, que asado de boda… y yo iba dando la vuelta y agarrando a lo disimulado cuanto bocadillo veía que me hablaba “Ven Miguel, cómeme, aquí toy” me decían los antojitos de Jerez, de Sombrerete, del Teúl y de Pinos. De por sí, dicen que estoy panzón… y con esas ayudas.
Un descubrimiento en los archivos de no sé donde es el que hizo Leonardo de la Torre Berumen, que ayuda mucho a esclarecer parte de la historia jerezana. Yo siempre he dicho que “la investigación histórica, es una investigación siempre en marcha”. Y me entusiasma mucho el encontrar el eslabón que une a diversos acontecimientos. Me llena de agradecimiento cuando me prestan documentos o fotografías antiguas y me permiten copiarlas. Así, Leonardo encontró documentos con los que la historia del Panteón de Dolores se modifica, pues según esos papeles el primer panteón (luego de los atrios de la Parroquia y del Templo de San Miguel), estuvo situado donde después se levantaría el templo de Guadalupe (en los baños Lourdes y la casa de Manfred, entre las calles de la Parroquia y del Espejo). No he visto esos papeles, pero seguro han de estar interesantes. Entonces, el panteón de Dolores se creó en 1842 más o menos, y no fue Juan Juárez –alias Melcochilla- el que tuviera el nada agradable honor de ser el primero sepultado ahí, sino en el otro panteón, en el primero, del que ignoro cómo se llamó. Y ya que andamos por los panteones, les relato dos historias que me contaron:
LAS MONEDAS DE LA MUERTE
“Don Ramoncito, era un arpista ciego que acostumbraba tocar su pesado instrumento en la cantina 30-30, en la esquina del callejón de la Parroquia y calle Dolores. El inventaba corridos, cantaba canciones de época y tocaba valses muy sentidos.
Los domingos a medio día cargaba con su instrumento y se sentaba en los escalones del atrio de la Parroquia, donde interpretaba muchas piezas, esperando la caridad de la gente que salía de misa de once. En una de esas ocasiones, un tipo al que le gustaba el juego y la mala vida, se acercó y le sustrajo las monedas que Ramoncito había recolectado en su sombrero que estaba sobre el piso. Ramoncito, aunque ciego, advirtió que lo estaban robando, y tentaleando tomó su sombrero y notó que no tenía ninguna moneda de las que había oído que caían. “¡No seas tan desgraciado, deja mi limosna, esas monedas representan para mí la vida, y para ti son la muerte! ¡No me robes, no me quites lo que no me das! ¡No seas méndigo ni tan hijo de tu…!”.
Pero el ladrón se fue riéndose de la indefensión del ciego músico. Y así, en muchas ocasiones le robó al arpista sus monedas. Sucedió que el ratero acudió un día a un sepelio, y mientras enterraban al difunto, él se entretuvo con varios tipos de su calaña jugando cartas arriba de una lápida, tan entretenidos estaban que se les hizo noche. Y por el frío y la oscuridad se fueron retirando uno a uno. Hasta que solo quedó el tipo que le robaba las monedas al arpista.
Se dispuso a guardar el dinero que había ganado jugando, cuando una de las monedas se cayó y brincó quedando en un resquicio de un mausoleo. Una moneda es una moneda, por lo que metió la mano al agujero donde oyó que cayó. De pronto su brazo quedó aprisionado fuertemente. Sus ayes de dolor, sus gritos de auxilio nadie los escuchó.
Al otro día, los encargados del panteón, lo encontraron muerto, su cuerpo rígido, con una mueca de terror, y al liberar su brazo notaron que tenía el puño fuertemente cerrado aprisionando una moneda. Nadie se imaginó la noche de terror que habría pasado antes de morir.
Efectivamente, como dijera el ciego: Las monedas serían su muerte. Los vecinos del lugar contaban que en las noches más frías y oscuras, se escucha como si rodara una moneda, y luego se ve una sombra siguiendo la moneda por entre las lápidas del lado norte del panteón de Dolores.
LA CABELLERA DE ORO
El era joven e impulsivo, así que cuando comenzó a trabajar en el panteón cavando fosas, el día se le iba en tararear canciones, hacer bromas a sus compañeros, así la jornada de trabajo no le era tan pesada.
En una ocasión, rehaciendo una fosa, encontró una calavera que aún tenía una cabellera muy grande, sacándola del lugar, la vio y dijo en zona de broma: “Mira qué bonito pelo tienes, todo dorado. ¡Haz de haber sido bien bonita cuando estabas viva! Es más, te invito a mi casa para presumirle a mis papás que te encontré. Les diré que eres mi novia de pelos de elote”. Y luego de dicho esto, ante las risas de sus compañeros, hizo la calavera a un lado y siguió cavando, sin acordarse luego de lo que había pasado.
Al término de su jornada se dirigió a su casa que estaba cerca del panteón, por la calle del Reposo, donde ya sus padres lo esperaban para tomar sus alimentos. Cuando estaban todos sentados a la mesa, tocaron la puerta, y el joven se dispuso a abrir, encontrando a una mujer muy blanca, de larga y abundante cabellera dorada, toda vestida de negro.
Y al preguntarle qué deseaba, ella con voz fría dijo: “Diles a tus padres que soy tu novia pelos de elote. Tú me invitaste a venir”.
Este se quedó frío, y no supo qué hacer ni qué decir, mientras la mujer entraba hasta la cocina y les decía a los papás del muchacho: “Soy la novia pelos de elote de su hijo. El me invitó a venir. Ahora yo lo invito a que vaya conmigo. Lo espero en la noche, él ya sabe dónde”.
Y así como llegó, se fue… mientras en la casa del muchacho reinaba la confusión, la incertidumbre… y el miedo.
El joven contó a sus padres lo que había pasado, lo que había dicho cuando cavaba la fosa. ¿Y ahora qué hacemos? Preguntaban asustados todos… Pues a pedirle consejo al Padre Ignacio Báez, encargado de la capilla de Dolores.
Acudieron con el sacerdote, y le contaron todo lo ocurrido. El anciano capellán aconsejó que actuaran con prudencia, pues era algo completamente fuera de lo normal. Que rezaran mucho por el alma de aquella mujer. El por su parte, roció con mucha agua bendita la fosa cavada. Y les aconsejó que si era un mandato de ultratumba, el joven acudiera a la cita, pero que cargara a un niño recién bautizado y que llorara, para que con su inocencia y sus lágrimas diluyera cualquier intento maligno que pudiera haber.
Por la noche, atravesando lápidas, y tiritando de miedo, el joven llevaba en sus brazos a un niño que dormía plácidamente y que no despertaba a pesar de los bruscos y nerviosos movimientos de su cargador.
De pronto, de la fosa que habían cavado en el día, salió la mujer de la larga cabellera, extendiendo sus brazos y pidiendo con voz sobrenatural “¡Ven, vena mí!, ven”. El muchacho, como si estuviera en trance caminaba y se dirigía al lugar donde era llamado. “¡Ven, ven conmigo, soy tu novia!”.
Cuando ya estaba la aparición a punto de abrazarlo, el joven se estremeció bruscamente con tan buena suerte, que el niño despertó y rompió a llorar. Un llanto estremecedor y puro, que hizo que repentinamente todo acabara. Un relámpago cruzó la oscuridad y una ráfaga de aire helado se sintió por todo el lugar.
Los parientes y curiosos, que en la lejanía miraban todo, corrieron hasta donde estaba el muchacho y el niño.
Cuentan que el joven, a pesar de todo, siguió trabajando cavando fosas, pero su actuar ya no era el mismo.
Y dicen, que a veces, los que son sorprendidos en la oscuridad de la noche, ven una mujer de dorada cabellera que les extiende los brazos… y los llama dulcemente…
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