Dicen mis detractores que padezco
“el síndrome de Diógenes” porque poseo libros, documentos, fotografías y que
supuestamente son artículos sin ninguna utilidad. En una ocasión, una persona
visitó la casa de mis hermanas, y al ver el “archivo grande” que llena las
cuatro paredes de una habitación exclamó con gran sorpresa: “¡Miren nomás
cuánto espacio desperdiciado! ¿Para qué quieren tantos libros? ¡Quémenlos o
tírenlos a la basura! ¿Ya los leyeron siquiera?”. Y al contestarles que sí, que
además servían como libros de consulta para sobrinos, nietos y demás
visitantes, dijo: “¿Y qué no pueden ir a la biblioteca? “Si sacan todo ese
trochilero, aquí se puede poner un sillón, allá una cama, acá la televisión y
hasta un estéreo”. Afortunadamente mis hermanas no le hicieron ningún caso y
los libros y revistas siguen ahí. Y en mi archivo también siguen, aunque Tato
ya dijo que cuando me muera él va a vender todo.
Don Anacleto Berumen González (mi
abuelo) nació el 12 de julio de 1858, además de dedicarse a tener hijos con su
mujer, doña Juana de la Torre, y dedicarse a la agricultura y el comercio, le
daba por escribir poesía y cuentos, por leer revistas y libros, y esa afición
le era muy criticada por sus amigos y compadres porque le decían no tenía
utilidad alguna en el rancho (La Estancia de los Berumen). “Suerte te dé Dios,
que el saber poco te importe” fue un refrán muy conocido en la familia.
Mi abuelo, hacía frecuentes
viajes a Zacatecas, para llevar chorizo, carne seca, huevos, quesos y con la
venta de esos artículos compraba la mercancía que vendería luego en el tendajón
que tenía en el rancho. A veces compraba libros y periódicos y se regresaba
trepado en uno de sus burros leyendo, recitando en voz alta los poemas que leía,
al cabo los animales nomás orejeaban y no decían nada, aparte que no
necesitaban rienda porque se sabían muy bien el camino. Cuando llegaba a La
Estancia, doña Juana pegaba el grito en el cielo por lo que consideraba era un
despilfarro: gastar parte de las ganancias en papel que no servía de nada, ni
para envolver mandado.
Don Anacleto murió joven, el 6 de
noviembre de 1912, de una neumonía que no pudo ser curada con los cocimientos y
emplastos habituales en ese tiempo. De nada sirvió la enjundia de gallina hirviendo,
de nada la manteca de coyote untada en el pecho, de nada los cogollos de maguey
con alcohol. Luego que los hombres del rancho y familiares de mi abuelo (casi
todos) dejaron su cadáver en el campo mortuorio de “La Providencia”, mi abuela
y tíos mayores sacaron todos los papeles y libros y los quemaron en el corral
de la casa grande de La Estancia. Mi papá, que entonces solo tenía cuatro años,
contaba luego que él supo de eso por pláticas de mi abuela.
LA QUEMA
DE LA CALLE DEL ESPEJO
Don Margarito Acuña |
Desde 1913 la pequeña ciudad de
Jerez agonizaba gracias a los enfrentamientos de villistas, huertistas y
carrancistas. En 1915 llega el joven general federal Agustín Albarrán Torres al
frente de un regimiento de caballería y se dedica a reorganizar los servicios
de la ciudad. Pero los villistas no reconocían a los carrancistas por lo que el
viernes de Dolores, 14 de abril de 1916 llegaron hordas de estos sujetos
encabezados por el nefasto Dionicio García y con lujo de violencia tomaron la
ciudad. Albarrán se rindió ante la superioridad del enemigo y salió con lo que
quedó de su tropa rumbo a Zacatecas. Los villistas se dieron la gran vida: por
22 días hubo un saqueo generalizado, quema de casonas, mercados y comercios. A
principios de junio regresa el general Albarrán y hace huir a los saqueadores.
Cuenta don Margarito Acuña en sus
memorias, (quien para entonces tenía 48 años, pues nació el 22 de febrero de
1868), que por toda la calle del Espejo estaban las puertas rotas, los revolucionarios
buscaban afanosamente casa por casa, destruyendo muebles que aventaban a la
calle, rompiendo las macetas, buscando en el fondo de ellas “el guardadito”.
“Fueron 4 pianos verticales los que conté en la primera y segunda cuadra de esa
calle, los estaban quemando junto con lujosas mesas, sillas y camas. No
entendía: si lo que querían eran dinero, sacaban más vendiéndolos que
quemándolos”.
Refiere nuestro cronista (don
Margarito) que a la mitad de la primera cuadra estaban amontonando los libros
que sacaban los soldados de las casas vecinas, y que él temeroso se acercó ante
el que parecía tener más rango y le preguntó que si le vendía los libros. “El
sujeto se rió a carcajadas y les habló a los demás para decirles entre risas
que el catrincito barbón compraba los libros”.
Se le acercaron agresivamente
otros villistas y no le quedó de otra a don Margarito que repetir la oferta.
“-¿Y de dónde va a sacar el dinero pa’ pagarlos?” –Le preguntaron. El señor
Acuña expresó que tenía algunos ahorritos y que si no los compraba todos, al
menos algunos. “Po’s sí se los vendemos, pero nos los paga con dinero de oro o
plata, no con billetes de los de Pancho Villa, ni con cartoncitos de don Justo
Avila que esos no valen”. (Ni los mismos villistas querían sus billetes). El
oficial puso a unos de sus soldados a que apartaran los libros: “A dos centavos
los que tengan letras, a tres los que tengan monitos y los delgaditos se los
regalamos”. Don Margarito consiguió luego un carretón donde luego de contar los
libros se los aventaron por montones. “Según mis cuentas eran como 43 pesos,
pero ellos hicieron sus propias cuentas y me cobraron 18 pesos con 74 centavos,
que pagué con moneditas de plata, de las de 1900”.
“Mi esposa, María Martínez, se
quedó sorprendida al verme llegar a la casa de la plazuela con un carretón
lleno de libros, pero me ayudó a bajarlos y acomodarlos en pilas en una
habitación al fondo de la casa. Muchos de ellos los devolvería luego a sus
originales dueños”.
LOS
LIBROS ROBADOS DEL ARCHIVO PARROQUIAL
Don José María Hinojosa Escobedo |
El 5 de julio de 1867 don José
María Hinojosa, que era el juez civil de Jerez, se presentó en la notaría
parroquial reclamando a nombre del gobierno del estado se le entregaran todos
los libros de bautismos, matrimonios y defunciones. Y como ya iba preparado
para llevárselos, se posesionó de 96 libros: 56 de bautismos, 22 de matrimonios
y 18 de defunciones. Ayudado por los agentes se los llevó al juzgado. ¿Dónde
quedaron esos libros? Los historiadores suponen que fueron quemados cuando se
tomó Jerez en abril de 1913. En los archivos hay un gran vacío, gracias a que
don José María Hinojosa se llevó todos esos documentos. Después, dicen que ha
habido otras sustracciones de libros.
Cabe decir que don José María era
una persona ilustrada, y fue gracias a su empeño que el Teatro que lleva su
apellido se hiciera realidad. Quizá el celo liberal le llevara a llevarse los
libros parroquiales para integrarlos al archivo del municipio.
LOS
ARCHIVOS ACTUALES
En Jerez solo hay cuatro
repositorios o archivos de valía: El archivo parroquial que fue rescatado y
ordenado en épocas pasadas, al cual muy pocas, poquísimas personas tienen
acceso. El archivo histórico del municipio del que se ha adueñado el encargado
y solo permite la entrada y consulta a sus íntimos amigos. El archivo del
registro civil. Y por supuesto, el mío. (Hay que aclarar que el archivo de
Bernardo del Hoyo no lo cuento porque está en Guadalupe).
No es por presumirles, pero mi
archivo lo considero el más floreciente, creciente y desordenado. Ahí hay
documentos originales (y muchos) que hablan de Jerez en los siglos pasados. Hay
fotocopias de expedientes completos. Hay fotografías (originales también).
Copias digitalizadas de fotos, documentos, ilustraciones, etc. Y se ha nutrido
de generosas aportaciones que gente de Jerez hace. “Tenga, le regalo estas fotos
porque sé que usted sí las va a usar y dar a conocer”. “Venga por unos papeles,
si no, los tiramos a la basura”. También de copias de archivos que se
encuentran por diversas partes del mundo y que me son enviadas por correo (de
ese que muerden los perros) y por e-mail. Hay libros familiares (de esos que
escribían las abuelas o abuelos para dejar constancia de diversos hechos
ocurridos en su familia). Recetas antiguas, impresos viejos, etc. Mención
aparte, los documentos que en archivos del otro lado del charco me han sido
enviados. Y por si fuera poco, registros de los archivos que no puedo ver pero
que están microfilmados gracias a los mormones.
Antes, acostumbraba atender con
amabilidad a quienes acudían a solicitarme algún dato, foto o les contara sucesos
antiguos. Ya no, con la misma amabilidad que me caracteriza (¿cuál?) los mando
donde oficialmente los deben atender, con el cronista de Jerez, aunque nunca
está.
Mis detractores apedreando mi archivo |
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