jueves, 29 de diciembre de 2011

EL DESPOJO DE JEREZ

Siempre han surgido y surgirán gente que con el afán de allegarse algunos pesos de más, nos ofrezcan a los jerezanos “novedosas” ideas para hacer que Jerez salga del marasmo, para que sea un super atractivo turístico a nivel nacional, y lo único que hacen es robarse lo que es parte del patrimonio tangible de nuestro pueblo.
DON PANTALEON DE LA TORRE
Copia del óleo perdido. Martha Georgina Muro
Hace 41 años, Jerez estaba en boca de todo el mundo, pues sería el núcleo donde se celebrarían con bombo y platillo los 50 años del deceso del poeta Ramón López Velarde. Por instrucciones de Pedro Ruiz González, entonces gobernador de la entidad, el arquitecto Roberto Félix fue enviado a Jerez para darle la apariencia de una típica ciudad provinciana en lugar del aspecto de “rancho grande” que tenía (según ellos). Pues el arquitecto Félix cumplió con su misión y aparte del sueldo que generosamente se le pagó, hizo perdedizos muchos objetos de los que jamás se volvió a saber nada. En la escalinata del Edificio “De la Torre” existía un óleo de gran tamaño, bastante maltratado de la parte inferior. Este antiquísimo lienzo representaba a Pantaleón e Isidro de la Torre adorando al Santísimo. Posiblemente el arquitecto Félix haya pensado que no tenía valor histórico, que solo estorbaba y lo tiró a la basura, al igual que muchas lámparas de artística elaboración que por estar muy viejitas “a lo mejor se verían feas”. No puedo asegurar que se los haya llevado, porque en ese entonces yo apenas era un niño.
EL TEATRO HINOJOSA
Plano completo del Teatro.
El Teatro Hinojosa es también el lugar que ha sufrido bastantes afectaciones y pérdidas, ya que en cada restauración se le pierde o destruye algo. Según la investigación que realizara la compañera periodista Silvia Vanegas, en los años posteriores a la revolución una de sus casas, -donde estaban las caballerizas y cochera-, fue vendida indebidamente, ostentándose luego como dueño Raúl Muñoz González quien vende el 23 de octubre de 1944 la finca a don Isidro de Santiago Sotelo, que instala ahí una planta de luz. El 31 de octubre de 1966 don Isidro vende la ya muy derruída finca, misma que a los pocos días se derrribó casi por completo para construir ahí el edificio conocido como “Casa del Catecismo”. La iglesia adquirió ese espacio a través de tres compradores: J. Jesús de la Torre Alvarez, Pedro Dena García y J. Encarnación de la Torre.
En la foto se puede apreciar la antigua barandilla.
En 1952, durante la administración de Toribio Peralta Gámez, fue cambiada la artística barandilla que tenía, argumentando que ya estaba muy dañada, colocando en su lugar otra de barrotes rectos y simétricos. Nadie recuerda donde quedó la otra barandilla o si fue vendida como fierro viejo.
A fines del siglo XX hubo bastante interés por los presidentes municipales en turno por restaurar y remozar el teatro, que tenía ya grandes y graves problemas estructurales, pero solo se realizaron modestos trabajos de mantenimiento por no contar con los recursos suficientes para hacerlo. En estos últimos años se restauró y remozó nuevamente, siendo reinaugurado el 20 de mayo de 2006. Pero la restauración fue como una “maquillada”, porque a pesar de lo que se pregonó por parte de la gobernadora Amalia García, de que era una restauración “a fondo” y con inversión de muchos millones, el Teatro se sigue desmoronando.
Con las diversas intervenciones el Teatro ha perdido su resonancia. En el arco central de la sala, donde está la fecha de cierre (1878), la acústica se marcaba con resonancia debido a que se formaba en el espacio una media esfera de sonido que abarcaba a la totalidad de la nave. Desgraciadamente esta cualidad se perdió, al sellar también la fosa bajo el frente del foro.
TEMPLO DE MARIA AUXILIADORA
Así lucía el altar antes de ser remodelado.
La primera piedra de este templo fue bendecida a las tres y media de la tarde del 12 de diciembre de 1910, templo que se levantaría en “la casa número trece de la Calle de las Flores, y en el terreno que con tal objeto fue cedido por el señor Alonso Orozco de esta ciudad”. Doña Mucia Díaz Vda. de Orozco y luego su hija Conchita estuvieron siempre muy atentas de que nada la faltara al referido templo. Tenía un hermoso altar en cuyo manifestador central estaba la imagen de María Auxiliadora y a sus pies una gran azucena. Además de un púlpito que se encontraba pegado al muro oriente del pequeño templo.
Hace también ya como 40 años que se dijo que necesitaba una “remodelación necesaria ya que el templo estaba casi en ruinas”, se le quitaron su altar y decorado originales y tirados en un montón informe de escombros en la huerta de atrás, para prenderles fuego. Entonces se le despojó de sus casas y terrenos adyacentes que para su cuidado y sostenimiento se habían legado, así como de sus imágenes, retablos y ornamentos. Un monaguillo curioso rescató de entre la basura algunas fotos y reliquias, además de un candil de prismas que luego de una limpieza y feliz reconstrucción fue a parar frente al camarín de la Virgen de la Soledad en el Santuario. Lo que no se pudo rescatar, porque no fue tirado al muladar, fue el contenido de la enrome azucena que le servía de podio a la imagen de María Auxiliadora. Se dice que Conchita y el mudito Alfonsito aprovecharon la oquedad de la misma para –a manera de alcancía- guardar ahí las monedas de oro y plata que los fieles dejaban como limosna o en pago de mandas. A lo mejor sirvieron para la reconstrucción.
Aquí se puede ver la barandilla antigua.
EL SANTUARIO DE LA SOLEDAD
Hace ya varios años, en una de mis últimas vueltas al D.F. pude ver por la segunda calle de Pino Suárez, en el escaparate de un Bazar un “exvoto” de lámina de la Virgen de la Soledad de Jerez, en muy buenas condiciones, pintado primorosamente y que databa de 1850. Al preguntar por él, el encargado me dijo que tenía muchos más que si gustaba me los mostraba. El precio era inalcanzable para mi bolsillo de viajero. Luego supe que también por los años 70s, desaparecieron la mayoría de los exvotos o “retablos” que daban cuenta de los agradecimientos hacia la patrona de los jerezanos. ¿Cómo fueron a parar al Bazar?. Nadie lo sabe, como nadie sabe donde quedó la barandilla de latón que fue sustituída por la que actualmente tiene el interior del Santuario.
Y ya lo mencioné en otra ocasión: ¿qué pasó con la corona de la Virgen? ¿es de oro o de latón? ¿qué se hizo la original?.
Despojos hay  muchos. Hay ocasiones en que autoridades de otros lados solicitan en préstamo objetos de valor cultural para Jerez, y las más de las ocasiones olvidan devolverlos. Por desgracia no hay una instancia cultural que se encargue de la preservación de lo que es el patrimonio jerezano, por lo que los robos, sustracciones o préstamos seguirán existiendo.

AVISO A LOS POQUITOS PAISANOS QUE NOS VISITARON: Si les encargaron Libros de “Relatos y Leyendas de Jerez” o de “Conozco Jerez”, todavía los pueden encontrar en NEVERÍA EL PARAÍSO (en el Portal Inguanzo), REGALOS GERSY (en la esquina del Jardín y calle San Luis), VIDEO REC (por la calle San Luis, frente a El Venadito), PUBLICACIONES SOFIA (por la calle San Luis, una cuadra antes del puente), ARTESANIAS VIQUEZ (Junto a la Presidencia), MERCADO DE ARTESANIAS (Por la calle Hidalgo) y en REFORMA No. 51.

viernes, 18 de noviembre de 2011

EL PLEITO DE LAS GALLINAS


En el Jerez porfiriano de fines del siglo XIX y principios del XX, la aristocracia tenía sus residencias en el “Barrio del Oro”,  preferentemente en la calle “Cerrada de la Parroquia” o “Del Espejo”, como se le llamaba por un espejo francés que había en una de sus casas, motivo de una hermosa leyenda que ya en otras ocasiones he publicado.
Por la acera del lado oriente, y muy cercana a la parroquia, estaba el hogar de las señoritas Mier, Concepción y Virginia, quienes eran altamente caritativas y todos los jerezanos las tenían en alto aprecio por sus bondades.  De ellas se dice que en 1916, cuando el famoso “año del hambre”, se formaban a las afueras de su casa grandes filas de pedigüeños, que aplaudían cuando salía Dimas (un cocinero joto que tenían) y les repartía una generosa ración de comida. También eran dueñas de la Huerta de la Virgen (que luego venderían a don Carlos Acevedo) y en tiempo de frutas, la regalaban toda a las personas necesitadas.
Bueno, las hermanas Mier eran bendecidas y saludadas por todo mundo, menos por los Berumen, dueños del Marecito, San Felipe, el rancho de los Muertos y otros lugares. Ellos vivían indistintamente en sus ranchos o en las casas que tenían en Jerez, una de ellas en la misma calle del Espejo, pero en la acera del lado poniente y ya casi esquina con el Callejón de los recuerdos o calle del Sol.
Don Pastor Berumen
Desde los tiempos del legendario Sinecio Berumen, casado con Ana María de Valdez, habían alcanzado mucho poderío económico y político. Don Pastor Berumen, hijo de los mencionados, se casó con Ambrocia Ynguanzo con quien tuvo ocho hijos: Francisca, Juana, Anita, Cosme, Sacramento, José Julio y Marcelo. Cuando muere doña Ambrocia, don Pastor se casa con Eugenia de Avila y así tienen más propiedades, pues doña Eugenia era heredera de gran fortuna y fincas.
Hijo de don Sacramento Berumen Valdés fue don Ygnacio Berumen, nacido allá por 1868. Cuentan que don Ygnacio tenía un carácter muy fuerte, mal hablado, mal encarado y era precisamente él quien odiaba a las señoritas Mier por dadivosas.
¡Son hipócritas! Aseguraba, y cada vez que las veía trataba de burlarse de ellas. Don Eugenio del Hoyo en su libro “Jerez el de López Velarde” habla de “Las gentes de Jerez, miel y veneno a la vez” y refiere algunas anécdotas como la de que “cuando alguna persona de alta posición estaba enferma, los vecinos cerraban con morillos la calle, para que no lo molestara el ruido de los carros que con sus ruedas de hierro provocaban un estruendo infernal al ir rodando por el empedrado”.
Realmente no fue así. Un día don Ygnacio estaba en la casa de la calle del Espejo, como a las diez de la mañana, recargado sobre el dintel de la puerta, cuando vio a las señoritas Mier, que por la acera de enfrente caminaban muy orondas con sus ampones y finos vestidos, protegiéndose del sol con unas coquetas sombrillas.
No se supo que pasó. Unos afirman que del corral de la casa de los Berumen Escobedo se salieron unas gallinas que en alharaquiento tropel corrían y volaban rumbo al zaguán con intenciones de comerse lo verde que colgaba de las recién regadas macetas.
Lo que muy claro escucharon las hermanas Mier, es que casi al paso de ellas se escuchó el potente vozarrón de don Ygnacio. “¡¡Las gallinas!! ¡¡Ahí vienen las gallinas!!, ¡¡Malditas gallinas, no dejen que se pasen porque van a ensuciar todo!!”.
Conchita y Virginita, muy ofuscadas, ofendidas y aterradas, dieron la media vuelta y a toda carrera se devolvieron a su casa, llorosas y avergonzadas. Y así llorando le refirieron al Cura de la Parroquia el agravio del que luego don Ygnacio negaría, pero ante la insistencia del Cura, solo dijo entre dientes: “Pos si ellas se creen gallinas, no es mi culpa”.
A los pocos días, Don Ygnacio fue despertado muy temprano por el estrepitoso rodar de la volanta en la que las Mier se dirigían a la Hacienda de Santa Fe. Entonces colocó un morillo de lado a lado de la calle. “¡Malditas gallinas! Ellas no tienen qué pasar por aquí, si solo salen a la Parroquia, no tienen pasada por aquí”. Para afianzar el morillo y que nadie lo moviera escarbó en la calle y colocó pequeños postes, ayudado con un zapapico que pidió fiado a Juan Sifuentes Casillas y que todavía para 1918 no pagaba.
Y nadie pasó por la calle del Espejo. De nada valieron las reconvenciones de la autoridad municipal, ni el reclamo de los vecinos. Don Ygnacio se montó en su macho y no quitó el morillo que obstruía el paso casi al final de la primera cuadra de esa calle.
“Mira Ygnacio” –le dijo su padre don Sacramento- “quita esas vigas de la calle y mejor ponlas en el potrero de San Felipe, allá hacen más falta porque se están perdiendo los animales” –“Pos acá lo que quiero es que no se salgan las gallinas”. –“¡Qué gallinas ni que ocho cuartos!. Quita esas vigas o te borro del testamento y te quedas sin nada”. Y así, don Ygnacio tuvo que hacerle caso a su padre y soportar de cuando en cuando el estruendo del carro de las Mier. Aunque luego se fue a vivir a la casa de la calle del Santuario donde murió  apaciblemente  en una tarde de otoño de 1947.
En la calle del Espejo quedaron por muchos años los hoyancos de los postes y del morillo.
Calle de El Espejo en 1928.

sábado, 1 de octubre de 2011

LAS ANIMAS DEL PUENTE DEL RIO CHIQUITO

NO ESTOY PARA DARLE GUSTO A NADIE. Aclaro que yo escribo aquí, porque me gusta, no por obligación, ni porque le quiera echar competencia a nadie. Así que a quien no le guste lo que aquí plasmo, lo invito a que lea otra cosa, aunque sea la envoltura del papel del baño o cualquiera de esos hebdomadarios medio fantasmones que aparecen cuando hay año político y desaparecen cuando se acaban las elecciones. No escribo de política ni de cosas de esas, para eso están los que por años han mamado de la ubre gubernamental y cuando se les acaba la lechita patean gachamente la vaca. Así que mejor disfruten de esta leyenda jerezana:
LAS ANIMAS DEL PUENTE DEL RIO CHIQUITO
Todavía los historiadores no se explican el porqué la Villa de Xerez no se fundó obedeciendo las ordenazas reales, que indicaban que toda población debía hacerse al lado oriente de los ríos con el propósito de tener mayor sanidad en el uso de las aguas. Y la villa se comenzó a fincar precisamente al poniente del río Chiquito y muy retirada del río Grande. Tal vez sería porque los veneros de agua provenientes de la sierra de Los Cardos estaban casi a flor de tierra.
El río Chiquito nacía en un ojo de agua que manaba constante en terrenos al norte de la villa, posiblemente originado por un afluente subterráneo emanado del siempre caudaloso río grande de Jerez. Esa vía de agua era el límite oriente de la Villa, después, estaban varios caseríos informes, como el barrio de “El rescoldillo” y el ranchito de San Pedro habitados principalmente por mestizos e indios tarascos. En tiempos de lluvias era imposible pasar el arroyo de aguas casi quietas que se convertía en caudaloso y bronco río por lo que a principios del siglo XIX las autoridades decidieron hacer un puente “de cal y canto”. También se necesitaba un puente en el río grande, pero esa era una obra impensable por la anchura y bravura de su caudal.
En la parte inferior derecha se puede ver el nacimiento del Río Chiquito.

En los documentos existentes en el Archivo General de la Nación encontramos que tuvieron que ademar con piedra labrada más de 50 metros de cada lado de donde se construiría el puente, además de hacer cimientos mucho muy profundos porque la tierra era arenisca y blanda. El presupuesto fue rebasado y con mucho, porque fue necesario poner barandillas a los lados del puente que se estrenó en abril de 1809 con el consiguiente júbilo de los habitantes de la villa que le llamaron “De San Luis” y que con esa vía de comunicación crecería poco a poco hasta juntarse con el río Grande.
Este puente se encontraba por el lado norte de la calle de San Luis, frente al mercado, casi donde estaban “El Caballito” y “La Bodega Roja”. 
Cuentan las crónicas (de cronistas de antes) que en una casucha muy cercana al puente vivía una joven mestiza conocida como María Rosa y un soldado llamado Pedro Menchaca. La pareja tenía una existencia feliz, pues con lo que sembraban en su pequeño huerto y la paga del soldado satisfacían plenamente sus necesidades. Pero ocurrió que los soldados fueron llamados a sofocar la rebelión que iniciara el cura Hidalgo, allá por la muy lejana villa de Dolores. El soldado partió pues para Huejúcar y Colotlán, con su compañía, no sin jurarle a su mujer que estaría de regreso antes de que naciera el hijo que ella esperaba.
Al despedirse en el puente, ella con gran tristeza y muchas lágrimas  le expresó que todos los días estaría esperando su regreso en ese lugar.  De noche o de día, con sol o lluvia María Rosa cumplió su palabra y a pesar de su avanzado estado de gravidez siempre acudía al puente en espera de su amado soldado.
Pedro Menchaca, constantemente le enviaba dinero y comestibles, por medio de otros soldados a los que indicaba le dijera que aunque la guerra parecía no tener fin, pronto estaría con ella. Luego de algunos meses, ella por fin tuvo una niña. Y su nacimiento coincidió con la llegada de un soldado que llevaba los acostumbrados recados, además de pan y dinero.
Pero, ya unos hombres ambiciosos se habían dado cuenta que María Rosa recibía dinero, que aunque era bien poco, serviría para aplacar su codicia.  En cuanto se alejó el militar, los torvos sujetos entraron a la casucha y descargaron las hojas afiladas de sus cuchillos sobre los cuerpos de la mestiza y de su hija. Las víctimas no exhalaron ningún grito ante el sorpresivo y cruel ataque.
Fue hasta el tercer día que las vecinas se dieron cuenta del alevoso crimen, cuando advirtieron que María Rosa no acudía al puente como acostumbraba hacerlo. Las autoridades de la villa nada hicieron por investigar el crimen, y manos piadosas dieron sepultura en una misma fosa a las dos asesinadas.
La casucha abandonada pronto quedó en ruinas, pues el soldado y su compañía nunca volvieron. Poco a poco el crimen se fue olvidando, aunque los vecinos del río chiquito, del lado oriente del puente, aseguraban escuchar gritos crispantes, desgarradores y hasta el llanto lastimero de un recién nacido. Luego de ser testigos de espantables apariciones, acudieron ante el alcalde mayor, quien no les hizo caso alguno, ni siquiera el cura de la parroquia de la villa se dignó tomar en cuenta sus miedos. Los vecinos juraban que en el puente, donde María Rosa esperaba a su marido, se aparecía un ánima cargando a un bulto pequeño. Insistían en que los espectros se situaban en el sitio en que ella en vida juró aguardaría el regreso del amado.
Cuentan que las apariciones fueron frecuentes y que la gente temerosa comenzó a evitar pasar apenas pardeaba la tarde. Entonces a alguien se le ocurrió quemar la casucha, sugiriendo que así terminarían las apariciones. Cosa inútil, pues aquellas figuras dolientes continuaban vagando hasta llegar al puente. Dicen que hubo quien se atreviera a preguntar a los espectros el motivo de su penar esperando, quizá, les dijeran de algún tesoro o algo. Pero el ánima solo sollozaba y pedía justicia, mientras que el bebé lloriqueaba. Muchas veces fueron las ocasiones en que los religiosos rociaran con agua bendita el lugar donde había estado la casucha y todo el camino hacia el puente, y el puente mismo. Pero las ánimas seguían manifestándose.
La ya pequeña ciudad fue creciendo, y el puente quedó incorporado a la calle, pues a ambos lados del río Chiquito se levantaron fincas. Ahí estaba el mesón de San Antonio, con puerta para la calle de San Luis, y pegado a él, el de Santa Rosa que daba para el callejón de las Tunas. El río chiquito poco a poco fue perdiendo su caudal, convirtiéndose luego en drenaje, siendo entubado allá por los años setenta del siglo XX.
Hay quienes aseguran que en las noches tranquilas en que se cruza por el lado norte de la calle de San Luis, precisamente donde estaban El Caballito y La Bodega Roja, se puede ver la silueta de una madre con su bebé en brazos que solloza y se lamenta profundamente porque su soldado no ha regresado.
En las cercanías de "La Violeta" y la Fábrica de Sodas de don José de Lara dicen que ocurrió esto.
MUCHAS GRACIAS. El pasado 15 de septiembre fueron bastantes las personas que se acordaron de mí (pero bien). Les agradezco sus deseos y felicitaciones. Hoy terminé el Tercer tomo de “Leyendas y Relatos de Jerez”, mismo que muy pronto estará a la venta, en los mismos lugares donde se venden los demás: en NEVERIA EL PARAISO, en REGALOS GERSY, en Discos y Cassetes ARA, con don Miguel Estrada (en los portales del mercado), en VIDEO REC, en PUBLICACIONES SOFIA, en Artesanías VIQUEZ (Junto a la Presidencia),  en Reforma No. 51 y en otros lugares más.

domingo, 11 de septiembre de 2011

LA HERENCIA DE LA COCHINA

Luego de un largo, pero muy largo descanso, retomamos la pluma para seguir escribiendo historias y leyendas y relatos cortos, que se les gustan a mis paisanos y paisanas. Agradezco a todos los que preguntaban el porqué no salía mi columna. No era porque me hubiera peleado con el director del semanario, a quien me une una entrañable amistad de un chingo de años. Tampoco porque Lalo López me lo prohibiera. Menos porque se hubiera terminado el “cacúmen de Berumen”. Simple y sencillamente porque, como dijera mi apreciado amigo don Danny de la Gamada: “Dos descoloridos no me dejaban escribir” y no pregunten quienes son, porque no les diré. Para desgracia de las viejitas que usan veinte escapularios, de esas que se sofocan cada que se dan sus golpes de pechuga, de esas que se escandalizan cuando uno emite lo más sonoro del vocabulario mexicano, aquí estoy nuevamente. En esta ocasión les ofrezco una historia muy serrana, con dedicatoria especial para don Carlos García:

LA HERENCIA DE LA COCHINA

En la segunda década del siglo XX vivía en la sierra de Los Cardos don Clemente García, quien con toda su familia pasaba largas temporadas en un ranchito de aguas arriba del punto conocido como “El Chilaquil”. Esta persona se había ido a vivir ahí por miedo a los revolucionarios, con los que había tenido graves diferencias pues habían acabado con sus vacas a balazos nomás por puro gusto. Logró salvar unos cuantos marranos que se llevó al monte, donde vivían. Cuentan que cuando su esposa falleció a los pocos días de parir a su cuarta hija, se encontró con el apuro de criar a la recién nacida. ¿Y cómo? Alguien le había aconsejado que la leche de cochina era muy buena para los niños, y precisamente unos días antes una puerca había tenido cochinitos.
Don Clemente se las fue ingeniando para que antes de salir por la mañana al monte, la niña tomara todo lo que pudiera de las chichis de la cochina, claro está, que primero se las lavaba y la echaba al suelo para que así la niña se amamantara al cuidado de su hermano mayor. Por la tarde se repetía la operación. De esta manera la niña sobrevivió y a los seis años ya se llevaba a pastar unas chivas, que habían acrecentado el patrimonio familiar, a los grandes agostaderos serranos. Lo curioso es que la marrana siempre la acompañaba. Mientras las chivas triscaban la yerba, la niña se entretenía cortando manzanillas, o cuando los nopales estaban pletóricos, cortaba tunas para comer, y además le pelaba algunas a la puerca. Sus hermanos se burlaban del afecto que le tenía ella a ese animal que de alguna forma había suplido el calor y la leche materna que nunca tuvo.
En el mes de octubre, cuando se acercaban las fiestas de El Cargadero, unas personas fueron con don Clemente para comprarle la marrana, que estaba bien chonchita, y además querían que se las hiciera chicharrón, carnitas y chorizo, pues en las fiestas de San Rafael Arcángel se venderían muy bien.
El buen señor le pensó y le pensó, y les ofreció otros animales, pero los compradores insistieron en que querían a la marrana. Sobrevivir en la sierra en aquellos años era muy duro, por lo que unos cuantos centavos no le caerían nada mal, así que la venta se hizo.
Al siguiente día, don Clemente no se fue al monte, y cuando la niña ya iba con las chivas y la marrana, le ordenó enérgicamente y con cara de enojado que no se llevara a la cochina. La niña llorosa se fue con sus chivas y ahí anduvo todo el día muy triste porque no la había acompañado su animal. Pero se entretuvo cortando tunas para llevárselas a su regreso. Cuando la fue a buscar al corral no la encontró, preguntándole a sus hermanos, que no le contestaban y nomás la miraban con la vista baja. Como tampoco estaba su padre, la niña comprendió por qué no le dejaron llevarse ese día a la marrana.
Cuando don Clemente regresó de donde habían descuartizado al animal, encontró a la hija acurrucada y llorando en una esquina del petate que le servía de cama. La quiso consolar y le entregó unas monedas de oro que traía en un paliacate. “Estas monedas las traía la cochina en las tripas, a lo mejor son valiosas, te las dejó a ti”.
Los siguientes días, don Clemente acompañaba a su hija a donde llevaba a pastar las chivas, y le insistía para que le dijera el lugar exacto en el que la cochina se echaba cuando iba con ella.
Cercano a una tupida nopalera se encontraba un añoso mezquite, la niña le dijo a su padre que ese era el lugar donde le pelaba sus tunitas al animal que había sido su nana. Y a veces ahí se estaban buena parte del día.
Después, toda la familia se dedicó a escarbar, sin encontrar nada. Todo ese pedazo de monte lo llenaron de talachazos sin encontrar ni una moneda más, por lo que creyeron que las encontradas en el interior de la cochina eran las únicas.
La niña creció, y como es natural, ya no quiso vivir allá en la lejanía del cerro, donde solo la acompañaban su papá y sus hermanos. Claro, que continuamente escuchaba las serenatas que los coyotes dedicaban en las noches de luna. Se decidió venir a vivir a Jerez, empleándose como criada en una casa de la calle Esmeralda. Acostumbrada a las rudas labores, pronto se ganó la confianza de sus empleadores, a quienes contó su historia, incluyendo lo de la cochina y las monedas que le dejó como herencia, y que ella guardaba todavía.
-¿Y nunca se les ocurrió buscar en el mezquite?- le preguntaron. La duda fue sembrada, pues escarbaron alrededor de él, pero nunca se les ocurrió que tal vez el árbol tuviera alguna oquedad muy bien tapada y ahí estuviera una ollita o una cuera llena de monedas de oro que quien sabe quién hubiera escondido por allá, en lo alto de la sierra, en El Chilaquil.
AMIGOS. Tristeza y desconcierto me causó la repentina muerte de JAIME RAYGOZA VERA, quien en estos tres últimos años había demostrado el renacimiento de todas sus cualidades que por mucho tiempo estuvieron empañadas y ocultas. Jaime y yo comenzamos a caminar desde que teníamos trece años por las inciertas veredas del periodismo, de la mano del Profesor Fernando Robles. Lo que me causa sorpresa, es que luego de su muerte todos presuman de haber sido sus amigos, compañeros, colegas, etc. Cuando “Cheims” necesitó un taco, un plato de frijoles, un regaño, un consuelo, una moneda, pocos (muy poquitos) fuimos los que siempre le echamos la mano incondicionalmente. Así que no hay qué ser hipócritas, se los digo a los que no son mis amigos, no son mis compañeros y tampoco son mis colegas. Cheims murió en la raya, trabajando, como los grandes. Mi sincera condolencia es para la Doctora PINA quien le supo dar todo lo que le fue negado por muchos años, quien lo levantó del fango e hizo que renacieran todas sus inquietudes e innatas cualidades. Del fango lo recogió pobre, deshauciado y abandonado, y a la madre tierra se lo entregó como un hombre de provecho, como un gran artista y un “compañero” (mío si fue) periodista.
¡TODAVÍA HAY LIBROS! Y bueno, hay que recordar que mis libros “Leyendas y Relatos de Jerez”, así como “Conozco Jerez”, están a la venta en “NEVERIA EL PARAISO”, “REGALOS GERSY”, Discos y Cassetes “ARA”, con don Miguel Estrada en los portales del mercado (donde venden periódicos), en PUBLICACIONES SOFIA, en Video REC, en mi casa (Reforma No. 51) y no me acuerdo donde más. Ya en un par de semanas estará listo el Tomo III de Leyendas y Relatos. Así que si no me quieren ver sufrir por no comer, compren mis libros. Ya dije.

domingo, 22 de mayo de 2011

MI AMIGO SIMON


LOS POETAS SE MUEREN DE HAMBRE
Hace ya muchos, pero muchos años, cuando todavía me daban diez centavos de domingo, comencé a escribir poesía. La maestra Chole Márquez me inició en ese campo de las letras, que luego cultivaría con las enseñanzas de la profesora Elvira Díaz Briseño, quien me hizo conocer a fuerza de leer, a todos los grandes escritores de habla hispana. Yo les hacía poemas a las vacas porque entonces ni novia tenía (gracias por recordarme esa etapa de mi vida, Dra. Esther Lozano) “…La vaca pensativa/ se queda en la llanura, / mientras que yo me voy, / rumiando mi amargura”. (Se supone que las vacas son las que rumian y uno es el que piensa).
También –junto con mis hermanos- hacía poemas satíricos e irreverentes que escribíamos con gis en las puertas de la troje de la casa donde vivíamos. “…Algo incoloro, / detonante o callado, / por desgracia no inodoro / suelto libre o apagado… / causante de tanto mal / y enconadas discusiones / hace daño por igual / a ricos y pobretones…”.
Después cuando estaba en la prepa me dio por hacer “calaveras”, muy bien rimaditas, de versos octosílabos, y que sí calificaban momentos chuscos de los agraviados, no como las de ahora que ni riman, ni tienen musicalidad, ni son irónicas, ni nada.
Fue un amigo impresor (Aurelio Pérez “La Estrella”) el que luego me dijo que los poetas y escritores se morían de hambre. Que si me fijaba no había poetas gordos, que siempre andaban vestidos como “El Pizarrín”, que me dedicara a cualquier otra cosa productiva. Y sí, me imaginé a los poetas que andaban a la greña empeñando hasta su tintero para conseguir algo para presumir que comieron. O se suicidaban porque su musa no les correspondía. O hasta se morían de pulmonía por andar paseando bajo la lluvia esperando la inspiración de su musa. Así que me olvidé de la poesía, de los escritos bellos, de las calaveras; aunque por ahí tengo un par de cuadernos llenos de poemas que algún día daré a conocer, al fin y al cabo de hambre ya no me moriré.
Los escritores (bueno, los que presumen serlo) no me juntan en su club porque dicen que no sé escribir, los cronistas tampoco porque me pitorreo gacho de ellos, los periodistas me toleran porque les echo la mano de vez en cuando, pero ahí la llevo… gordito y con ganas de seguir viviendo otro tostón más.
Bueno, ahí les va otra historia de la Escuela Tipo. Esta no tiene la calidad literaria que se exige en un buen relato, pero ha servido para sacar de apuros a uno que otro escolapio que la ha llevado de tarea.
La escribí hace tiempo, aquí está, para que la incluyan en su acervo… pero acuérdense que es mía:
EL AMIGO SIMON…
                Simón era un niño delgado, moreno, bastante enfermizo por lo que con frecuencia faltaba a clases, pero a pesar de eso era mucho muy aplicado, muy inteligente. Nosotros le decíamos que estaba “apapachado” por el profesor, porque en las actividades físicas no le permitía correr, brincar, ni nada que representara un esfuerzo adicional. El aula de 5º. Grado se encontraba al lado sur de la escuela. Entrando a la escuela primero estaban los salones de los grandes, de los de sexto año. Por ahí se escuchaba al Che Girón, a la maestra Delia, a la maestra Carmela educando a sus alumnos. (Tanto el Che, como su esposa, la maestra Carmela Sifuentes tenían fama de ser muy estrictos y regañones, pero eran excelentes educadores). Luego a mano derecha estaba nuestro salón, que en las mañanas de invierno se llenaba de un sol muy abrigador y hasta el profesor nos permitía salir un ratito a disfrutar de su calorcillo y que se nos desentumieran los dedos de los pies mal guardados en unos calcetines hechos de pedacitos y unos zapatos siempre estropeados y que parecían cajuelas abiertas de carro.
                Nos sentábamos en la banquetita y ahí siempre ocurría que Simón empezaba a sangrar por la nariz. De inmediato lo recostábamos y le poníamos pedazos de papel de envoltura bien mojados en la frente. En las ausencias de Simón, el profesor nos decía que debíamos ser buenos y tolerantes con él porque tenía “leucemia” o algo así. ¿Y qué es la leucemia? Nos preguntábamos, pero nadie daba una respuesta entendible para niños de 11 años.
                Una mañana de marzo, el profesor nos dijo que teníamos que ir al Panteón para decirle adiós a nuestro compañero Simón, quien falleciera el día anterior. Fuimos a su casa, y ahí desfilamos ante su blanco ataúd. A mí me impresionó bastante su cara, ya no morena, sino del color de la cera. Las facciones muy afiladas, pero parecía que estaba como dormido solamente. La madre llorosa e inconsolable no dejaba de abrazar la caja y de llamar a su hijo, y todos nosotros también, pues en esa época en que no había tanto adelanto tecnológico, la muerte era algo que no comprendíamos bien. Entre todos nos turnamos y llevamos cargando su ataúd hasta el interior del Panteón de Dolores, un lugar que entonces me parecía bastante grande, y bastante tétrico, además que estaba muy descuidado y por doquier se veían huesos humanos y hasta calaveras a flor de tierra. Ahí, siguiendo las indicaciones del profesor, todos los niños arrojamos un puño de tierra al interior de la fosa y limpiándonos las lágrimas con el dorso del brazo, nos despedimos del que fue nuestro compañero.
                Yo compartía el mesabanco con Simón, en una posición privilegiada, al lado derecho del aula y a unos pasos del escritorio del maestro. Luego ya no quise ese lugar, porque de alguna forma me sentía culpable de que Simón ya no estuviera ahí. Recordaba las veces que peleábamos, las que no le quise prestar mi lápiz o no le quise dar una hoja de mi cuaderno, o no le hacía caso en sus pláticas.
                Simón fue el protagonista de muchos de mis sueños posteriores… hasta que poco a poco fui olvidando a aquel niño que fue mi amigo, que compartió conmigo muchos momentos… y que se fue a causa de una enfermedad de nombre raro… y que nadie sabía decirnos que era… leucemia.

miércoles, 30 de marzo de 2011

SE POSPONE HASTA MAYO LA EXPOSICIÓN "ESTAMPAS JEREZANAS DE ANTAÑO"

La exposición en que se presentarían 50 cromos con fotografías y documentos de Jerez antiguo, ha sido pospuesta hasta el próximo mes de Mayo.
Como se había informado oportunamente, esta muestra se presentaría a partir del 14 de abril próximo en el salón grande del Edificio "De la Torre", pero como hay programadas otras cuatro exposiciones, se optó por postergarla.
Así, en lugar de presentar 50 cromos, se enriquecerá y se pretende sean 70 las ilustraciones.

viernes, 11 de marzo de 2011

LA NIÑA GUADALUPITA BRILANTI


Pedro Moreno
Pedro Moreno es un héroe de la independencia, muy recordado en Jalisco. Dicen sus biógrafos que era blanco, alto, gordo, de ojos grandes y negros, barba poblada y cabello castaño obscuro. No era uno más del montón, pues había estudiado en Guadalajara Gramática latina, Filosofía y algo de Jurisprudencia. Moreno era hacendado y comerciante en Lagos (estaba muy bien acomodado). En la trastienda de su negocio de lencería, cristalería y abarrotes se conspiraba contra la monarquía española, y a esas muy secretas reuniones asistían los hermanos Rafael, Antonio y José María Castro, los Borja, José María Torres y uno de los zacatecanos “pachones”.
La esposa de don Pedro se llamaba Rita Pérez Franco, sus hijos José Luis, Josefa Marcelina, José María, María Luisa y una bebita nacida el 12 de diciembre de 1812 llamada María Guadalupe Lucía. (Pedro Moreno y su esposa Rita tuvieron 9 hijos). Además vivían en su casona 7 de sus hermanos.
En 1813 se convino en tomar las armas, designando como jefe a don Pedro, pero algo sospechaba la autoridad, que los mantuvo muy vigilados. El lunes de pascua de 1814, doña Rita con sus cuñadas bien disfrazadas con enaguas de chomite, rebozos burdos y un cántaro al hombro salieron de Lagos. Se reunieron con Moreno el miércoles siguiente y fue entonces que este declaró en el rancho de La Sauceda que tomaba las armas a favor de la Independencia, al frente de todos los varones de su familia, de muchos vecinos notables de Lagos, de todos los ranchos y de su hacienda.
Tres años 6 meses duraría su campaña, en la sierra de Comanja y la de Guanajuato. Estuvo en el fuerte del Sombrero y cuenta la historia que uno de los que atacaron ese fuerte, fue el capitán realista José Brilanti al frente de un fuerte contingente de “panzas” (así le llamaban a los que servían al régimen colonial) desde la Mesa de las Tablas, que se conoció luego como la “mesa de Brilanti”.
Doña Rita y su hija Guadalupe.
Cuando Pedro Moreno con su familia se fueron al fuerte del Sombrero, doña Rita dejó encargada a su menor hija, Guadalupe, en la hacienda de Cañada Grande, donde el sacerdote Antonio Bravo Guerra la cuidaba. De vez en cuando Moreno visitaba esta hacienda para ver a su pequeña hija. Los realistas José Brilanti y el Cura José Antonio Alvarez (que muchas atrocidades hizo por Jerez) sabían de sus visitas y un día lo estuvieron zorreando. Llegó primero Brilanti, y al no encontrar a nadie de la familia Moreno, tomó a la niña Guadalupe en sus brazos. Cuando entró a la hacienda el cura chicharronero (Alvarez) quiso matar a la niña y llevarse la cabecita. Brilanti se opuso diciéndole: “Ni un grano de maíz he tomado de esta hacienda, nada más que a esta niña. Es mi prisionera y usted no tiene ninguna facultad sobre ella”. Para no atragantarse con el coraje, el cura Alvarez apresó al dueño de la hacienda y de ahí lo condujo hasta la cárcel de Aguascalientes, donde murió.
Brilanti se llevó a la niña Guadalupe a Lagos (para entonces tenía 2 años 4 meses); la tenía en su casa, cuidaba mucho de sus alimentos y comodidades, mandó hacerle muchos y muy decentes vestidos y la amó como a su hija. Cuando salía a campaña, la dejaba en casa de la señora Luz Ochoa a quien recomendaba mucho su asistencia. El eminente historiador Agustín Rivera y Sanromán afirmaba que la niña también quiso mucho a los Brilanti y a don José lo trataba de “papá”. Todos los realistas de Lagos llamaban a la niña Guadalupita Brilanti, y ella decía que así se llamaba. Cuentan las crónicas que siempre portaba sobre el pecho un escudo de plata que le mandó hacer Brilanti, con esta inscripción grabada: “Me salí de entre los insurgentes por servir a la monarquía española”.
Brilanti tuvo que salir de Lagos para desempeñarse como comandante de Durango, entregando a la niña a doña Olaya Torres, esposa de José María Moreno, quien se había mantenido en el bando realista. Guadalupe Brilanti (o Moreno) murió en la epidemia de cólera de 1833, poco después de haberse casado con Manuel Ochoa y Rábago, y procrear a un hijo, llamado Manuel Ochoa Moreno.
Julian Brilanti Zuazo
La cuna de la niña Guadalupe fue el heno de las profundas cañadas; estuvo a punto de ser degollada en su infancia; vivió en casa ajena y separada de sus padres como prisionera; no conoció a su padre; lloró la horrible muerte de él; y cuando tras una larga tempestad habla aparecido la estrella del amor, cuando todavía estaba fresca en sus sienes la corona de verbena de su fiesta nupcial, fue sacrificada por la peste.
Pedro Moreno murió alcanzado por una bala cerca del rancho El venadito, el 27 de octubre de 1817, luego lo ahorcaron, y después descolgado y exhibido y su cabeza sepultada en el templo de La Merced.
Algunos historiadores sugieren la hipótesis de que este capitán realista José Brilanti haya sido el mismo que venido desde los reinos de Italia, se estableciera en la villa de Jerez, donde tendría una numerosa familia. Posibemente esto sea cierto, pues luego de que Brilanti estuviera en Durango, incursionó por Colotlán, demarcación de donde fue gobernador interino, y Tlaltenango, Zacatecas. Luego, ocupó interinamente el cargo de comandante general de Zacatecas,
Se desconoce la fecha en que se estableció en la villa de Jerez, que podría ser al término de la guerra de independencia y acogiéndose al indulto ofrecido por Iturbide. José Brilanti, hijo de Francisco Santiago Brilanti y Magdalena Bezzi se casó con doña Josefa Zuazo Félix, hija del linajudo vizcaino Higinio Zuazo y Josefa Félix de Arellano.
Mausoleo de la Familia Brilanti
Sus hijos fueron José Rafael, José Juan (nacido en 1826), Modesta (nacida en 1829) y Julián (nacido probablemente en 1827).
Durante la segunda mitad del siglo XIX, los Brilanti fueron reconocidos comerciantes, emparentando con las principales familias jerezanas.
La figura de don Julián Brilanti Zuazo es reconocida en las páginas de la historia jerezana, pues influyó mucho en la política de la pequeña ciudad. El jardín que se hizo en terrenos de la huerta de la virgen, llamado originalmente como “de la Soledad”, luego sería conocido como “Jardín Brilanti”, en reconocimiento a que fue Julián Brilanti quien lo plantó y construyó.
Su hija Josefa Brilanti, costeó la terminación de la torre norte de la catedral zacatecana, obra que estuvo a cargo del eminente cantero y empírico arquitecto jerezano Dámaso Muñetón.
Otro mausoleo de los Brilanti.
A pocos pasos de la entrada norte del panteón de Dolores, se encuentra el regio mausoleo de la familia Brilanti, que es una muestra del esplendor y riqueza del Jerez en el porfiriato.
LIBROS. “Conozco Jerez” y “Relatos y Leyendas de Jerez” todavía están a la venta en Regalos “Gersy”, Nevería “El Paraíso”, Discos y Cassetes “Ara” (en el mercado), con don Miguel Estrada (en donde venden periódico en los portales del mercado), en Video “REC”, en publicaciones “Sofía” y en Reforma # 51. Aproveche que todavía hay, porque después de la Feria ya no habrá y se tendrán que esperar hasta la próxima reimpresión. Por cierto, hace días me pidieron regalar libros míos a una que se dice descendiente de un destacado músico jerezano, y que nomás viene a Jerez a la pizca y no deja nada de beneficio. Si fuera una persona que de verdad contribuyera con la cultura jerezana, con gusto lo haría, pero a gente nefasta como esa que solo viene a ver qué se lleva, ni el saludo le doy, no le hace que se enoje el presidente, al cabo muy mis libros y a mí me costaron.