martes, 7 de mayo de 2013

DON RUBEN GONZALEZ DE LA TORRE


Ilustración de Vicky Berumen Félix
Hace pocos días falleció el maestro Rubén González de la Torre. Un hombre sencillo que supo ganarse un lugar muy importante entre los jerezanos gracias a su bonhomía, a su dedicación, a su humildad y a muchos otras cualidades con que fue dotado.
Fue el segundo hijo de don Salomón González Salazar y de doña Consuelo de la Torre Berumen. Don Salomón y doña Consuelo se preocuparon, como todos los González de La Estancia, de que su familia a pesar de ser numerosa (14 hijos) tuviera la mejor educación.
Contaba don Rubén, que lo de ser artista lo traía en las venas, pues desde niño preparaba obras de teatro con muñecos que él mismo hacía. Les inventaba los diálogos y hasta cobraba a los niños que acudían a sus representaciones: “Según el chango era la pedrada” –recordaba- “Un cinco o un diez, lo que trajeran era bueno”.
Don Rubén y su esposa Zita Valdés Jaramillo
En la escuela Tipo hizo su primaria, “como todos mis hermanos, y como éramos muchos, mi papá casi siempre era el presidente de la sociedad de padres de familia. Podría decir que la escuela era nuestra”. Luego don Salomón envió a su hijo a que siguiera estudiando en la Normal de San Marcos. “El inglés nomás no se me dio y por eso solo llegué hasta segundo. Además que nos levantaban muy temprano, como a las cinco de la mañana para cultivar lo que después nos comeríamos. Y lo que son las cosas: mejor me fui de mojado a Texas, yo que odiaba el inglés”.
“Allá solo duré cosa de un año, me regresé a Jerez con unos cuantos dólares y el alma llena de rencor por la discriminación que nos hacían los gringos”.
Don Salomón tenía un negocio de abarrotes muy bien surtido, por el callejón de la Parroquia. “El Muelle” se llamaba, y Rubén su hijo, a pocos pasos, -en la esquina del callejón y calle del Placer- estableció su propia tienda de abarrotes a la que llamó “La Playa”. –“Ya teníamos la playa y el muelle, solo nos faltaba el mar. Y nada que aparecía el mar de gentes que esperaba atender en mi tienda, porque como don Salomón estaba bien aclientado, no dejaba nada para mí. Para entonces tenía veinte años, me entretenía dibujando en el papel de envoltura y haciéndoles caricaturas a los poquitos clientes que llegaban”.
Don Salomón advirtiendo que de abarrotero no se iba a mantener, le aconsejó que se fuera a la ciudad de México, a ver si allá le iba mejor con sus dibujos. “Allá llegué con un tío, y a los poquitos días corrí con suerte, pues pude inscribirme en un curso de historieta en la escuela libre de arte y publicidad. Al principio éramos muchos los interesados, pero al último solo quedamos seis”.
Desde entonces ingresó al mundo de la historieta, aprendiendo de muchos maestros como el reconocido dibujante Antonio Gutiérrez Salazar, recordado por sus dibujos en medio tono impresos en sepia en la mayoría de las publicaciones de “Lágrimas, Risas y Amor”, con guiones de Yolanda Vargas Dulché y Guillermo de la Parra. En esa editorial “Argumentos” (EDAR) don Rubén encontró acomodo por más de veinte años, dibujando, dibujando y dibujando.


A mediados de los ochenta, decide junto con su familia regresar a su tierra, donde en la casa que había adquirido puso su taller de dibujo. En ese taller se hacía la revista “Fuego” que semana a semana circulaba con un tiraje de más de 500 mil ejemplares. El guión se lo enviaban de México, y aquí don Rubén hacía los monos, y sus ayudantes (que eran de la familia) se repartían el trabajo complementario: escenografía, vestuario, letras, detalles, sombras, etc. Cada 15 día se enviaban por Omnibus de México las láminas de varios números. Aproximadamente don  Rubén y familia participaron en 800 números de esa revista.
Ahí mismo en su hogar, en su taller, recibía a jóvenes con aptitudes artísticas y los aconsejaba para que encauzaran esas aptitudes. El maestro Rubén colaboró ampliamente con el Instituto Jerezano de Cultura donde por muchos años estuvo al frente del Taller de Dibujo.
Afortunadamente, fue una persona noble, nada egoísta, por lo que sus conocimientos no se fueron con él, sino que en diferentes etapas de su vida los compartió y han servido para que quienes se acercaron a él, hayan podido abrevar de sus conocimientos.
Sit tibi terra levis, RUGOTO.