martes, 12 de octubre de 2010

EL DOMINGO QUE LOS INDIOS LLORARON

CASTAÑA DE SOTOL. La semana anterior, en un relato de las memorias de don Margarito Acuña, mencionaba que don Zeferino el de la tienda “El Ciprés” cuando estaba muy tomado sacaba una “castaña” de sotol y otra de mezcal de Pinos que ponía frente a la tienda con un jarro a disposición de todo el que quisiera de esos brebajes. Una persona me decía que no sería “castaña” sino “castellana”. Aclaro, don Margarito se refería a los barrilitos hechos de palo colorado llamados “castañas” no a las botellas alargaditas conocidas como “castellanas”.
EL DOMINGO QUE LOS INDIOS LLORARON. Cuenta don Margarito que en el lugar donde ahora está el teatro Hinojosa había un viejo corral de altas bardas y un solo portón que daba al recién abierto jardín chico (el jardín se abrió el 8 de noviembre de 1855) y tenía ese corral dos o tres corpulentos mezquites. Ahí, por muchos años se encerraban los burros y caballos de los rancheros que los domingos venían a Jerez a oír Misa y a comprar su mandado.
Entre los indios, principalmente de Susticacán y de la boca de San Pedro, existía la costumbre de no cortarse el pelo, y se lo arreglaban con trenzas. El traer el pelo así significaba para ellos el mantenimiento de su identidad. Pues en 1857 a alguien del gobierno jerezano se le ocurrió que deberían cortarles el pelo a todos los indios, para así poder identificarlos y diferenciarlos de los feroces apaches que en años anteriores habían llegado hasta el rancho de Los Juárez y se habían robado a las mujeres de ahí. Así, un domingo a mediodía cerraron las garitas de acceso y salida de la ciudad y en ellas detuvieron a todos los que traían trenza. Luego los concentraron en ese corralón donde llevaron dos peluqueros que con sus tijeras cortaron las trenzas de los desconcertados naturales. La mayoría protestaba, y lloraban de dar lástima cuando los despojaban de su pelo. Ese evento sería recordado por muchos años, y cuando alguien quería burlarse de otra persona que trajera el pelo corto le decía “indio chillón”.
EL JARDIN CHICO, DE LA SOLEDAD, BRILANTI O HIDALGO. Refiere don Margarito que el antiguo Jardín Chico, cambió de nombre en el año de 1910, cuando para celebrar el Primer Aniversario de la Independencia se erigió el monumento al Héroe de Dolores, cuya estatua de medio busto corona su remate. Se inauguró en solemne ceremonia cívica el 16 de septiembre de 1910 por la mañana. Antes estaba en dicho lugar un kiosco destinado para las audiciones musicales. El monumento mencionado fue costeado por el comercio local y sus empleados. La plantación arbórea del jardín es contemporánea a la construcción del Teatro Hinojosa y lleva este nombre por el Jefe Político que le construyó, D. José Ma. Hinojosa. Dice el Sr. Acuña: “Yo no vi hacer la plantación (pero sí supe cuando se estaba haciendo) por razón de que mis padres emigraron a Sauceda de la Borda por el año de 1877 a fines de septiembre y no volvimos a Jerez hasta el mes de febrero de 1879, cuando ya se había inaugurado el Teatro (Coliseo, como le decían nuestros abuelos) y ya me encontré el Jardín Chico plantado de árboles. Ya no había los grandes montones de basura ni el mezquite grande que estaba cerca del fondo del Santuario y a cuya sombra los domingos los rancheros se juntaban con sus encargos y a cargar sus burros”. (El Jefe Político don Julián Brilanti fue quien comenzó a plantar con órden ese jardín al que llamaban “de la Soledad” y luego “Brilanti” en honor de este jerezano).
En la esquina de la misma cuadra (se refiere a la cuadra del Teatro) está el edificio de dos pisos que por muchos años se llamó “La Norma”, que fue antiguamente una de las mejores tiendas (Cajones se les llamaba entonces a las que expendían ropa) de la Villa. La calle transversal que queda al frente y que en su principio se llamó del Reloj, después Calle Nueva y por fin Aquiles Serdán, no existía antes y fue abierta para dar salida a la Plaza que está a espaldas de la antigua Parroquia y de la antes dicha, a la calle Real, que algunos años después se conoció por “Calle del Santuario”. La calle Real era muy transitada por las recuas y viandantes que pasaban para el Real del Fresnillo o de este para Bolaños. Por cierto que el Camino Real pasaba por la primitiva hacienda de La Labor, el ranchito de los Ríos y el Niño Jesús, por haberle cambiado por razones de seguridad pues antes, en la Ermita y Charquillos asaltaban los ladrones a los arrieros. La Hacienda de Santa Fé fue centro de defensa contra los bandoleros y hace pocos años que todavía existían los fortines en forma de conos en las entradas de dicha finca. Durante la Independencia fue frecuentemente teatro de serios combates con los españoles que allí se acantonaban de paso para “abajo” y viceversa.
En lo que fue la Calle Nueva (Aquiles Serdán) estuvo el primer templo protestante que era a cargo de un señor de apellido Fernández y a quien en Jerez le decían el “Berrendo” por “Reverendo” (ignorancia o mala fé, no sé decirlo) como le llamaban los suyos. Poco duró este templo que se abrió al culto después de la Guerra de Reforma, pues los muchachos les hacíamos muchas travesuras cuando estaban los fieles en su culto.
MUY INTERESANTES los apuntes de don Margarito, lo ideal sería publicarlos íntegros, a ver si en el futuro. Y hablando de libros, todavía no acabo mi libro de “Conozco Jerez”, pero los de Leyendas y Relatos siguen a la venta en la Nevería “El Paraíso”, en la a medio remodelar “Gersy”, en Discos y Cassetes “Ara”. Con don Miguel el del periódico en los portales del mercado, en Publicaciones “Sofía” (cerca del puente), en Reforma 51 frente al Porky y no me acuerdo donde más.

ZEFERINO EL LEPROSO Y SU TIENDA “EL CIPRES”

LA CAPSULA DEL TIEMPO. Yo esperaba con ansia que abrieran esa caja que enterraron en Zacatecas hace cien años. Me interesaba saber qué es lo que nuestros antecesores querían que la gente del futuro conociera de ellos. Pero con tristeza ví que la urna se humedeció, se pudrieron los documentos, los libros, y muy poco es lo que se pudo rescatar. Eso me recordó la ocasión en que aquí llovió mucho y muchos de mis archivos en papel, negativos y fotográficos quedaron hechos una informe capa de desperdicios mojados y remojados. Bueno, parece que entre las cosas guardadas en la caja de lámina había un informe del General Jesús Aréchiga. Yo tengo una copia de ese voluminoso documento, por si lo necesitaran.
Don Juan N. Carlos, a quien tanto he mencionado en esta página, es considerado como el decano y pionero de la microhistoria jerezana. El dejó muchos de sus escritos (la mayor parte) sin editar. Para escribir su historia de Jerez, allá por 1945, se basó en parte de las memorias escritas a lápiz que le facilitara don Margarito Acuña. Don Margarito nació en 1868 y murió en julio de 1957. Cabeza de una familia jerezana de mucho arraigo, cuyos miembros han influido grandemente en la vida de Jerez del siglo XX y estos años del XXI. Los escritos de don Margarito no han sido publicados nunca, solo los breves apuntes que don Juan N. Carlos sacara de ellos. Les comparto en esta ocasión un relato de dichas memorias.
ZEFERINO EL LEPROSO Y SU TIENDA “EL CIPRES”
En la esquina suroeste de las calles Rosales y El Ciprés, estaba una tienda cuyo dueño se llamaba Zeferino, y estaba leproso, pues ya le faltaban partes de los labios y se le veía casi toda la mandíbula superior del lado derecho. Era muy bebedor y aún cuando se cubría con un pañuelo blanco, casi siempre, se veía repugnante en grado sumo; pero él, estando ebrio, hacía tomar de su botella a cuanto ser humano llegaba a su tienda. Esta, desde mediados del siglo pasado ya era llamada “El Ciprés”, según decía mi padre. El tal Zeferino era un charro consumado que siempre vestía de negro y traía al hombro (según la costumbre de la época), costosos sarapes de vistosos colores que en ese tiempo eran traídos de León, Gto.
Zeferino fue en su tiempo un hombre rumboso y era de fama el “Judas” que ponía a su costa los Sábados de Gloria frente a su tienda “El Ciprés” pues desde muy en la madrugada comenzaba el “mitote” que se amenizaba con la música de viento que hacía traer de Susticacán y que dirigía el famoso “Pancho María” que se distinguía por ser el mejor ejecutante del difícil instrumento llamado el Requinto (diminuto clarinete). Don Francisco María Carlos era íntimo amigo mío y conocido desde la infancia cuando yo vivía en el rancho de Lo de Salas y él en Susticacán (este señor era padre del tenedor de estos apuntes: Juan N. Carlos R.), y era de mucha fama en la región del Valle de Jerez donde jamás tuvo quien le imitara en la ejecución. En el “judas” de don Zeferino se reunía la flor y nata de los rancheros y bajo pueblo de Jerez al son de la tambora y de su cantante, “El Zalate”, don Andrés Nava. El sotol corría en abundancia y a grado tal, que don Zeferino acababa ese día con el que tenía en existencia y casi todo regalado pues ya al último ni lo vendía. Era público y notorio que cuando ese señor estaba ya muy tomado sacaba una castaña de sotol y otra de pinos que ponía frente a la tienda y con un jarro a disposición de todo el que quisiera de tales brebajes. El traía una botella en la mano y montado a caballo hacía piruetas admirables mientras le ofrecía a todo mundo que por cierto bebían ya sin temor al contagio tan temido. La música del pueblo instalada sobre un alto tapanco deleitaba a la multitud con el “Caballo Mojino”, “María Reducinda” y otras piezas de trueno por el estilo; pero a las diez de la mañana y en cuanto daban el repique de Gloria en la Parroquia, se oían por toda la ciudad los truenos que daban por “ejecutado” al Judas, de don Zeferino que toda la mañana había bailoteado sobre la punta de un morillo adornado de papeles de colores y con ramajos de pirúl. ¡Qué hermosos tiempos aquellos!.
MARIA REDUCINDA. He buscado y ni idea de cómo sería la pieza musical con ese nombre, si alguien sabe, le agradeceré mucho me diera su letra o música. Tampoco he encontrado en los archivos más referencias sobre don Zeferino, pero seguiré buscando para enriquecer estos relatos. Los apuntes de Don Margarito son de la segunda mitad del Jerez del siglo XIX y mucho enriquecerán el acervo histórico de la región, ya que nos dan una descripción muy amplia sobre las calles, casas, jardínes, monumentos, templos y personajes que existían entonces.
NOCHE BOHEMIA. Con todo el pie derecho comenzó su labor Jael Jaramillo al frente del Instituto Jerezano de Cultura. El evento en honor y recuerdo de Joel Esquivel estuvo muy concurrido; personas que en estos últimos años fueron relegados por los responsables de cultura, volvieron, y por la puerta grande. Fue una noche de recuerdos, de risas, de canciones, de poesías y hasta de floridos discursos (prometí no hablar mal del impuesto). Se acabó a eso de las dos de la mañana. Parece que la cultura jerezana dejará de ser elitista y volverá al pueblo. Ya nos olvidamos de las “tertulias” tan cacaraqueadas por la gobernadora, en las que nomás iban dos o tres emperifolladas a remolinear el trasero en las sillas mientras ponían aire de entendidas cuando escuchaban algún poema. Las Noches Bohemias tienen más tradición, aunque en mi juventud eran “noches bohemias y madrugadas pedemias”. La participación espontánea de poetas, de improvisados artistas, de hogareñas cantantes, decidores y decidoras de versos, jocosos declamadores hacían que no se necesitara ni orden de la noche ni moderador… y la noche se hacía día, y los bohemios a los que aún no los vencía el sueño o el tequila, guitarra en mano seguían cantando y miando por las calles jerezanas…

LA PRESA DE DIOS

Me dicen que vivimos en un lugar privilegiado, porque aquí en Jerez ni tiembla, ni hay inundaciones, ni pasa nada. En parte tienen razón, pues solo nos tocan las “colitas” de los huracanes y los temblores solo cuando el volcán de fuego de Colima se enardece y echa para fuera todo su coraje. Aunque, por falta de lluvias ha habido sequías muy duras.
En varios documentos encontré sobre estos fenómenos, mismos que presento en forma cronológica: el 10 de enero de 1584 los pocos vecinos de la villa de Xerez de la frontera le rezaron a cuanto santo conocían, pues la región fue sacudida por constantes temblores. San Ildelfonso y Santo Domingo recibieron cuanta jaculatoria sabían e inventaban los neo-xerezanos pero estos pensaban que una maldición pesaba sobre ellos, porque aparte de los temblores, los campos se cubrieron con una capa de fina ceniza. Fue hasta fines de ese mes que por medio de unos arrieros, los vecinos supieron que todo eso era consecuencia de la erupción del volcán de Tzapotlán (Volcán de fuego de Colima).
Y las crónicas señalan que el 6 de mayo de 1612 volvieron los temblores, acompañados de ciclones, los que terminaron hasta el 28 de agosto. Diez años después, el 13 de julio por la madrugada comienza a caer una tormenta muy extraña, con granizos “que más parecían pelotas de arcabuz”. Al siguiente año (en 1623), el 9 de junio el pleno día hubo una gran oscuridad y ceniza muy espesa. No supieron de qué volcán provino, pero lógico era suponer que del mismo volcán de fuego.
El 23 de agosto los jerezanos sacaron cuanto trapo rojo encontraron, pues un eclipse de sol causó consternación, creían que el mundo se acabaría, pero luego que el sol volviera a salir, todo fue alegría y exclamaciones milagrosas.
Los reacomodos de las placas tectónicas seguían, pero no hay mucha información al respecto, solo sabemos que en 1771 la Virgen de la Soledad es nombrada como Patrona Jurada contra los temblores de tierra. El 14 de Noviembre de 1789 causó muchísima extrañeza a los jerezanos el contemplar lo que creían fuegos de San Telmo, que era una “Aurora Boreal”.
En 1806 se registran nuevos temblores en la región, aunque no sabemos los días. En los siguientes años no encontramos referencias sobre fenómenos de este tipo, hasta el 11 de febrero de 1875, en que como a las 6 y siete de la tarde se sintió un fuerte temblor que dañó varias casas e hizo que las campanas de los templos se tocaran entre sí. El 6 de Noviembre de 1882, al pasar Venus frente al sol origina un eclipse, cosa que es vista con muchísimo temor por los cándidos jerezanos de esa época. El 13 de enero de 1913, a altas horas de la madrugada comenzó a caer una finísima ceniza. Ya por la tarde, se sabía que procedía de una erupción del volcán de Colima. Los agoreros anunciaron que se venía una época de hambre y muerte, como efectivamente comenzó a ocurrir tres meses después.
El 20 de noviembre comienza a llover. Esta lluvia termina hasta el 2 de enero de 1925, conocida como “el diluvio” acabó con muchas derruídas casas de Jerez. A las 5 y media de la mañana del día 2 de junio de 1932 un temblor hizo oscilar la tierra, cayéndose varias bardas y agrietándose viejas casas. Las campanas del reloj del santuario se tocaron ligeramente. Y –cosa irónica- en 1953 vuelve a temblar en Jerez el 2 de junio.
El 20 de mayo de 1957 se vuelve a sentir un temblor en la región, no se supo si era a causa del volcán de Colima. En los siguientes años se sentirían levemente varios temblores, incluso cuando ocurrió el destructor y fatídico terremoto del 19 de septiembre de 1985, en Jerez se sintió como un vaivén suave y mareador.
En 1972, cuando visité en Huanusco al nunca bien reconocido historiador regional, don Juan Nepomuceno Carlos, le pregunté sobre este tema, y me dijo que el estado de Zacatecas no estaba exento de temblores, y que incluso hay una presa en los límites de Jalpa con Nochistlán que tuvo su origen en movimientos sísmicos y el desgaje de un alto cerro, en la barranca del Jocoque. En una carta me envió la narración que me dijo publicaría luego en una “Historia de Jalpa”, misma que comparto:
PRESA DE DIOS
En los primeros días del mes de noviembre de 1893, se sintieron en la parte sureste del municipio de Jalpa intensos movimientos telúricos que se acompañaban de fuertes detonaciones subterráneas que mucho preocuparon a los habitantes de la región. El día 11 de noviembre a temprana hora salió del rancho “Las Pilas”, perteneciente a Jalpa, don J. Guadalupe Ortiz con rumbo a la Barranca “El Jocoque” donde tenía un pequeño “cuamil” sembrado en una de las laderas y que era propiedad de don Luís Sandoval Valenzuela. Llevaba el señor Ortiz, a un jovencito de su familia y ambos conducían ocho borricos a los que seguía un perrillo compañero inseparable del primero. Cuando ya se encontraban en el predio cultivado, comenzaron a sentir fuertes ruidos subterráneos que se acompañaban de intensas oscilaciones de la superficie que les espantó sobremanera pero cuando menos lo esperaban, de improvisto el terreno se comenzó a agrietar horriblemente hasta que una gran parte de la ladera se deslizó intempestivamente llevándose consigo el sembrado “cuamil” y con él, al infortunado Ortiz que fue sepultado vivo por el aluvión de tierra y piedras que al caer taponó la boquilla de la barranca formando de esta manera un enorme bordo natural que dio origen a lo que hoy se le llama “LA PRESA DE DIOS” de cuyas aguas represadas se aprovechan los campesinos de la región.
Milagrosamente pudo salvarse el joven compañero del desaparecido que presuroso fue al rancho de “Las Pilas” para dar el aviso de lo que ocurría y el que fue luego comunicado al entonces presidente municipal don José Llamas, de Jalpa, pronto el funcionario en cuestión se trasladó acompañado de su secretario, don Arturo Aréchiga al lugar de los sucesos donde ya se había congregado un numero regular de gente que asombrada comentaba los hechos a su manera. Al practicarse el reconocimiento por la Autoridad, se encontraron seis burros que pacían tranquilamente cerca del lugar de los sucesos mientras uno, estaba caído en una profunda grieta de la que ya no pudo ser sacado y tanto más, cuando le habían sido destrozadas las cuatro extremidades; pero por lo que al perrillo se refiere, este con sus lloros indicó el lugar donde se encontraba pero del que no podía bajar; era una peña que se detuvo en una parte de las agrietadas. Ocho días duraron aun los derrumbes de la ladera y aun se dice que por las grietas se escapaban emanaciones sulfurosas.
Tal es el origen de la llamada “PRESA DE DIOS” pero desgraciadamente, esta belleza natural es del todo desconocida y en parte se debe, a lo accidentado de la topografía del terreno en que se encuentra y al que no es tan fácil llegar por no existir un camino apropiado que facilite el pase de vehículos motorizados.

CAPSULA DEL TIEMPO

DESFILE DEL 16 DE SEPTIEMBRE. Alguien dijo que el desfile que tuvo lugar el pasado jueves, fue el “primero” que se realizaba en Jerez para conmemorar la independencia. Y lo repitió varias veces. Es lo malo de soltarle los micrófonos a cualquier güey que por sentir que tiene bonita voz ya se las sabe de todas todas y no tiene ni un poquito de cultura general.
Tal vez estuviera en lo correcto el locutorcillo de marras si dijera que “era el primero del siglo XXI”. Porque si nos remontamos en el tiempo, encontramos que antes, las Fiestas Patrias que se realizaban en nuestra ciudad eran de gran calidad y hasta competían con las fiestas de abril. A mí me tocó todavía participar en los desfiles conmemorativos del 16 de septiembre, en mis años de párvulo.
Por cierto, en este desfile se apreciaron varias cosas que hablan bien de los que participaron en él: La voluntad ante todo, el deseo de colaborar bien con la naciente administración. No hubo tiempo de organizarlo con interminables juntas a las que nadie asistía (como las de los anteriores desfiles). No hubo tiempo de hacer costosos carteles ni gastar lo que no se tiene para darle más realce. No hubo nadita de voluntad de la anterior administración para ayudar a que saliera bien este evento. Sin embargo, la participación de instituciones educativas y sociales fue magnífica.
Volviendo a los errores, muy repetitiva ha sonado en estos días la palambra “embestidura”, que por desgracia conductores de televisión usaron así para referirse al acto en que Miguel Alonso y también Lalo López tomaron posesión de sus cargos. Embestir se refiere a acometer, a atacar y su usa comunmente cuando un toro ataca. Lo correcto es “Investidura” que es el carácter que se adquiere con la toma de posesión de ciertos cargos. El Presidente Municipal está “Investido”, no “embestido”, porque eso sugeriría a que el toro se lo cogiese y le causase daños…
En la noche del grito, el profesor Guillermo Rodríguez Pérez ofrecía semblanzas de la independencia, y mencionó por dos ocasiones el apelativo de “Callejas” (con S al último). Quiero creer que al profe Memo se le colaran esas S por la emoción, ya que se refería a Félix María Calleja del Rey Bruder Losada Campaño y Montero de Espinosa. Las callejas son las de mi rancho…
CAPSULAS DEL TIEMPO. Una cápsula o caja del tiempo, es un recipiente hermético en el que se depositan documentos, fotos, objetos que se desean sean abiertos en determinada época futura. Rememoro esto, porque leí hoy que Miguel Alonso abrió la cápsula del tiempo que fue colocada hace 100 años cuando se erigió la efigie de la Victoria Alada en la Plaza de Villarreal, allá en Zacatecas.
Cuenta la reseña que esa caja contenía informes de gobierno del siglo XIX, un retrato del gobernador Francisco de P. Zárate, otro de Miguel Velázquez de León constructor del monumento, copias de los periódicos de circulación local como “La Unión”, “El Jococón”, un plano de la ciudad de Zacatecas en 1910, timbres postales y otras cosas. Apelo a la buena disposición del cronista de Zacatecas, Manuelito González Ramírez, así como de Bernardo del Hoyo, que posiblemente puedan copiar ese material y me faciliten algo del mismo.
El mandatario estatal, en presencia de los titulares de los poderes Legislativo y Judicial, acompañado también de personal militar, depositó una caja de acero inoxidable, destinada a los zacatecanos de 2110. Esa urna contiene cuatro ejemplares de los diarios Imagen, Sol, NTR y Página 24; varios discos de la Banda de Música del Estado, una familia de billetes, una agenda cultural, un programa del Festival Internacional de Teatro de Calle, un mensaje del gobernador, una carta del Obispo y más objetos.
También en Chalchihuites, el alcalde Alfonso Estrada Hernández enterró una caja del tiempo al lado del monumento del jardín Independencia. Esta caja contiene la fotografía oficial del Ayuntamiento 2010-2013, un disco compacto con fotografías de los monumentos importantes del municipio, monedas conmemorativas del Bicentenario y un ejemplar del periódico Imagen.
En Jerez, nunca se le dio la importancia a los festejos del Bicentenario, como oportunamente predije, ya que la administración encauzó toda su atención y recursos del municipio en la continuidad política, que afortunadamente no se dió. Se hubiera podido gestionar para bajar programas de las instancias federales encargadas de eso. Había dinero, solo era cosa de estructurar un buen proyecto, con objetivos bien definidos y tocar las puertas de las dependencias federales.
Sé de la existencia de al menos dos cajas del tiempo, llamadas también “piedra del tesoro”, que están en edificios de Jerez, pero como hemos ido perdiendo nuestra identidad histórica nadie se acordó de ellas. Sería bastante emotivo el abrirlas y poder enriquecer la historia jerezana con los documentos, fotos u objetos que en ellas hubiera. Y sería emotivo también el preparar una caja del tiempo, enterrarla junto a algún edificio emblemático para dejar constancia de nuestro paso. Recuerdo que hace poco los alumnos del Tecnológico de Jerez estaban organizándose para enterrar una cápsula del tiempo. No supe si al final realizaron su empeño. ¡Ah! No me pregunten donde están esas “piedras del tesoro”. Están perfectamente datadas en la historia, y es el cronista quien debe dar la información adecuada.

LOS INSURGENTES APODADOS


LOS INSURGENTES APODADOS
La historia oficial, la que nos dicen los cronistas, siempre se olvida de rememorar a los humildes hijos del pueblo que participaron en eventos históricos. Hoy, que todo mundo anda muy patriótico mencionaré algunos de los que anduvieron en las guerras de independencia (digo “las guerras” porque fue una serie de luchas que a veces no se enlazaban entre sí, pero que culminaron con la muerte del virreinato de la Nueva España).
Hoy, entresaco algunos apodos y datos que me parecieron curiosos y desconocidos y que en los libros de texto no aparecen:
El Patitas, La Perla y El Perrito
Por la provincia zacatecana se escapó el cabecilla Juan García, “El Patitas”, a quien seguía tenazmente José María Hornelas que lo derrotara el 4 de julio de 1814. Dicen que el Patitas vivó tranquilamente en la villa de Xerez donde nunca fue molestado, su apodo era porque usaba huaraches grandes.
Gertrudis Vargas residía en una ranchería conocida como “Puerta de Andarácua”, a orillas del hermoso lago de Yuririapúndaro, allá por el estado donde hay momias, fresas, zapatos y donde meten a bote a las chavas que abortan sin saber. Pues a los pocos días de haberse manifestado el cura Hidalgo, doña Gertrudis fue acompañada de su hijo José María Magaña, ofreciéndoselo al cura para que lo hiciera un soldado más de la causa. José María Magaña militó en el ejército insurgente con el grado de capitán. Doña Gertrudis cambió luego su residencia a Michoacán y cuentan las leyendas que todavía para 1825 vivía, orgullosa de haber ofrendado a su hijo a la patria naciente. A ella le decían “La perla del lago”.
“Lázaro el Perrito”, nació en la hacienda de Bañón y militaba en las fuerzas de don Víctor Rosales. Con el grado de capitán mandaba una guerrilla como de 30 gentes muy valientes, la que dependía del coronel Sebastián González (dicen que era jerezano). Se cuenta que El perrito tenía hombres muy atrevidos y que el 8 de febrero de 1816 con sus pocos hombres se enfrentó a las fuerzas realistas del comandante Eugenio de Oviedo cerca de la hacienda de Punteros, allá por San Luis Potosí. Les puso una buena friega, pero al final murieron doce de sus soldados y tres más quedaron prisioneros, los que fueron fusilados al siguiente día.
Las once mil Vírgenes.
Así se les nombraba a las hermanas Felipa, Antonia, Feliciana, María Martina y María Gertrudis Castillo, quienes vivían en el rancho del Tepozán en los pulqueros llanos de Apam. Su gracia consistía en seducir gente para que se incorporaran a las filas rebeldes. En enero de 1815 el comandante realista José Barradas les puso una trampa enviando soldados previamente instruidos para descubrir en flagrante delito a las hermanas Castillo. Los soldados se apersonaron con las Once mil Vírgenes a quienes les echaron el rollo de que ellos estaban disgustados en su regimiento, porque se les trataba mal y les habían apaleado. Las mujeres les ofrecieron una carta para que el cabecilla Nabor los aceptara en sus filas. Las once mil Virgenes fueron encarceladas, pero liberadas luego. Solo Felipa estuvo cuatro años en la cárcel de Las Recogidas.
Con orines salvó la patria la Guanajuateña.
Regresaba de Saltillo el jefe insurgente Ignacio López Rayón y fue atacado en el Puerto de Piñones (entre los límites de Coahuila y Zacatecas) por el teniente coronel realista José Manuel Ochoa. Un rudo y sangriento encuentro tuvo lugar. En lo más comprometido de la pelea faltó el agua a los artilleros insurgentes para el servicio de los cañones. Muchas mujeres acompañaban a los soldados, y entre ellas había una a quien apodaban “La Guanajuateña”. Ella, notando que a los cañoneros les faltaba el agua para enfriar los cañones, se le ocurrió una idea magnífica: Se apresuró a tomar las cubetas de los artilleros, haciendo que en ellas se orinaran las mujeres que seguían a la tropa, y hasta uno que otro soldado que andaba con la vejiga llena. Así se suplió la falta de agua para refrescar los cañones, y poco tiempo después la victoria se decidía a favor de los defensores de la patria.
Secreto de Confesión
A Bárbara Rosas, “La Griega” le salió muy caro el chismear con la vecina. Bárbara trabajaba en la casa del capitán José Ximeno Varela allá por Oaxaca, y una vez platicó con la vecina Francisca Enríquez, asegurándole que el cura Hidalgo no causaba mal a nadie, solo a los gachupines. La Pancha Enríquez pa’ pronto se fue a confesar con el Deán de la Catedral Antonio Ibáñez de Corvera. Como era “secreto de confesión” el Deán “rajó leña” con el Intendente Corregidor de Oaxaca, poniendo a la acusada en la cárcel de Las Recogidas todo un año sentenciada a trabajos forzosos.
La Gabina que no era
Juana Bautista Márquez, conocida como La Gabina, junto con su hijo José María, fueron acusados de haber tomado parte en los asesinatos de la alhóndiga de Granaditas cuando el ejército del cura Hidalgo atacó Guanajuato. En septiembre de 1811 se les senteció a morir ahorcados. Pero las autoridades se habían confundido, era otra Gabina la que había andado en Granaditas. Calleja dispuso que de todos modos se le hiciera morir en la horca. La infeliz mujer, próxima a subir al cadalso, protestó ante el sacerdote que la auxiliaba, asegurando que moría inocente del crimen que se le imputaba. El referido sacerdote quedó tan aterrorizado de aquella sangrienta y terrible escena, que poco tiempo después sucumbió a causa de la fuerte emoción que recibiera al presenciar esta injusta sentencia, la cual conmovió también a mucha gente de Guanajuato.
El Castrador que chaqueteó
Vicente Gómez era uno de los subalternos más importantes del brigadier Francisco Osorno, aunque también acompañó a la tropa de don Manuel de Mier y Terán tomando parte en combates allá por Tehuacán, Coatzacoalcos y Playa Vicente. Gómez se distinguía por ser hombre osado y valiente; pero como muchos de los de su clase, estaba poseído de un carácter inmoral y apetitos sanguinarios, que lo hacían temible y repulsivo, pues durante el tiempo que estuvo en las filas de la insurrección, cometía actos verdaderamente atroces, pues les cortaba el “moñoñongo” a sus víctimas para que los españoles no siguieran propagando su raza.
Por ese motivo lo apodaban “el castrador” y los realistas lo perseguían tenazmente ya que era causa de que hubiera muchos hogares españoles infelices. Vicente Gómez solicitó indultarse por conducto del obispo de Puebla, cuya gracia fue otorgada. Luego de esto se dirigió a dicha ciudad, entrando en ella con sesenta de sus soldados. Causó alarma su presencia ahí, ya que muchas mujeres lo querían linchar y sus maridos se escondían en lo más oscuro de las cocinas. La guarnición hizo salir de la ciudad a El Castrador y su gente, enviándolo a Santiago Culzingo donde quedó como jefe de una compañía realista.
Y luego de haber chaqueteado, aplicó a los insurgentes la misma conducta sanguinaria que había observado contra los realistas. Cuando se proclamó el Plan de Iguala, Vicente Gómez volvió con los insurgentes de Vicente Guerrero y capando ahora a los realistas.