LA FÁBRICA DE MUEBLES FINOS Y
CARRUAJES “EL PROGRESO”
A fines del siglo XIX y
principios del XX, dominaba la región el emporio comercial “Juan P. Escobedo
Sucesores”, dueños de la Compañía Industrial de Fósforos, además de “El Palacio
de Cristal” y el negocio de telas de don Ignacio Escobedo en el Portal de los
Escobedo. Propietarios también de la fábrica de cigarros “La Nacional”,
mediante la cual impulsaron por un tiempo el cultivo del tabaco en la región,
que luego se utilizaba para fabricar cigarros de papel de arroz y lino.
La fábrica de muebles “El
Progreso” era dirigida por Andrés M. Buhr, localizada en la calle de la
Parroquia, en el número 24, finca que en 1896 compraron a Francisco Llamas
Carrillo, y en esa fábrica utilizaban maderas finas del aserradero de La
Tinajita, cercano a Monte Escobedo. El aserradero tenía excelente maquinaria,
además de una estufa y secadora para el desfleme de la madera. “El Progreso”
tenía como anexos una pequeña fábrica de aguarrás y otra de espejos.
Además, en la ciudad de
Zacatecas, en el Portal de Rosales No. 2 tenía su sala de exhibición y venta de
carros, carretones, carruajes finos y corrientes, muebles, catres de madera y
fierro con colchón de alambre, maderas de todas clases desecadas en estufas
especiales, duela, etc. Allá se anunciaba como “Carrocería y Mueblería
Americana”
Los precios de sus artículos no
estaban al alcance de cualquier paisano, pues un carro de cuatro ruedas, con
capacidad de 4 mil 602 kilos costaba 450 pesos. Uno de la mitad de capacidad
costaba $ 250. Los carretones de dos ruedas andaban entre los 220 y 80 pesos.
Un guayín express de seis asientos se vendía en 500 pesos, un faetón de cuatro
ruedas con capacete de cuero costaba 450.
En el apartado de muebles,
fabricaban ajuares para despacho, tapizados, imitación búfalo a 230 pesos. Ajuares
finos tapizados de boret y felpa 450 pesos. Chaise longues, (como sofás y
sillones) tapizados imitación bufalo $ 50. Roperos grandes de madera de sabino a solo 40 pesos. Aguamaniles
con tocador $ 13. Burós entre finos carpeta imitación mármol $ 6. Mesas de
centro, carpeta imitación mármol $ 6. Sillas de todas clases, maderas, fierro,
untura para carros y carruajes, etc.
Andrés M. Buhr y los hermanos Escobedo en su Fábrica de Muebles de Jerez. |
EL ALSACIANO
ANDRÉS M. BUHR
Don Luis Escobedo, principal
propietario de este emporio comercial, le tenía mucha fe al alsaciano Andrés M.
Buhr. Alsacia es una región de Francia, situada al este del país, en la
frontera con Alemania y Suiza. William Buhr y Sophia Nonenmaker vieron con
tristeza como su hijo Andrew M. Buhr se embarcó para no regresar más,
Andrew llegó a Nueva York y de
ahí partiría con destino a la ciudad de México. Pero al llegar a Zacatecas, Escobedo
le ofreció buen trabajo dirigiendo la fábrica que se instaló siguiendo los
consejos de Buhr, quien además de ebanista, conocía mucho sobre la herramienta
y maquinaria moderna.
El franco-alemán se quedó en
Jerez y se casó con Aurelia Robles Maldonado. Al menos hay datos de tres de sus
hijas: Rosa María, Ma. Aurelia y Aurora. Falleció el 22 de junio de 1912 a la
edad de 59 años. De su familia poco se sabe luego de la revolución. Tal vez
emigraron a otras tierras, como muchas otras gentes que salieron de Jerez solo
con lo que traían puesto. En 1914, el gobierno del municipio le embarga la casa
que fue de su propiedad, en la primera cuadra de la calle de la Parroquia, por
falta de pago de contribuciones.
EL COFRE DE MADERA DE SÁNDALO
Poco tiempo bastó para que don
Luis Escobedo advirtiera cómo crecía y se modernizaba su industria mueblera y
carrocera bajo el mando de Buhr. Entonces le hizo un obsequio: un cofrecito de
madera de sándalo, recubierto en su exterior con baqueta con caprichosos
diseños repujados, como los hace el afamado talabartero Carlos Berumen, además
con sus herrajes dorados y el interior de terciopelo rojo.
-No se vaya a molestar por este
pequeño obsequio, pero es en prueba de mi gratitud porque ha trabajado con
mucho entusiasmo y ha puesto sus conocimientos a favor de mi empresa. Dirá que
cofres como este puede hacer miles, que para eso es ebanista. Pero este, lo que
lo hace diferente, es que está lleno de monedas de oro que le servirán para que
su estancia en Jerez sea agradable, sin carencias de ningún tipo.
El alsaciano sonrió, como
negándose a recibir el cofre, diciéndole a don Luis que él se sentía muy
satisfecho con su paga, y además con las comisiones que le daba. Que era mucho
más de lo que él esperaba.
Escobedo insistió, entonces
Andrés Buhr tomó el cofre y lo guardó en uno de los cajones de su escritorio
que tenía ahí, en la fábrica de muebles. Este escritorio era de esos antiguos
de muchos cajones que se cerraba con una cortina de tiras de madera, conocidos
como “secreter”, aunque también les decían “bargueños”. Y aparentemente se
olvidó del cofre y las monedas que éste contenía.
Mucho tiempo después, don Luis
platicando con Andrés Buhr recordaba la cajita de madera. –Nos ha ido muy bien
con la venta de muebles en Zacatecas y creo que se merece otra recompensa
maestro. A propósito ¿Qué hizo con lo que le dí?
Buhr confesó que así como le
había entregado el cofre, así lo guardó en un cajón de su “secreter”, y que ahí
estaba, que de vez en cuando lo sacaba para que se orearan las monedas, pero
que no había gastado nada. Por curiosidad se dirigieron al escritorio para ver
el cofre, pero al abrir el cajón donde supuestamente estaba, no encontraron
nada. Abrieron todos los cajones, y el cofre no apareció.
-¿Está seguro que aquí lo dejó?
¿Qué lo guardó en su escritorio? ¿No se lo habrá llevado a su casa de
casualidad? Buhr negó todo, asegurando que siempre cerraba con llave su “secreter”
y que para nada lo había sacado de ahí, porque no lo ocupaba.
Don Luis, se enojó bastante y
gritaba que en su empresa no consentiría ladrones, suponiendo que alguno de los
empleados encontró la manera de sustraer el cofrecito con su preciado
contenido. Mandó llamar al jefe político, que era Juan Francisco Amozurrutia y
este llegó con su fiel jefe de rurales Cruz Avalos, para que investigaran quien
era el responsable del hurto.
Andrés Buhr, trató de mediar,
precisando que el cofre era suyo, y que a lo mejor él lo había extraviado, que
no quería se hiciera ninguna investigación ni se castigara a nadie. Pero Cruz
Avalos ya llevaba el sable desenvainado y todas las sospechas recayeron sobre
el velador de la fábrica, un pobre hombre todo atiriciado y medio pendejo que
se llamaba Panchito Sánchez.
Se lo llevaron a la cárcel, y
aunque el velador juraba que no sabía nada del tan mentado cofre, lo encerraron
todo un año, porque por más golpes que le daban, no decía nada de la cajita
robada. Lo dejaron salir por la intercesión del franco alemán que desistió de
cualquier acusación que se le pudiera hacer al pobre infeliz. –“No puede ser
que sea él el culpable, porque su familia pasa mil penurias. A veces no tienen
ni para comer”.
Tiempo después, Luis Escobedo
le sugirió a Buhr el cambio de mobiliario de su oficina, algo más moderno. –“Se
les da una manita de gato a los muebles y los vendemos”. Cuando los cargadores sacaron el “secreter” le
entregaron al ebanista el cofrecito. –“Cuando ladeamos el mueble, saltó de uno
de los cajones. Véalo a ver si no se maltrató con la caída”.
Don Luis Escobedo y Andrés Buhr
se quedaron sorprendidos, pues el cofre siempre estuvo ahí. Tal vez se atoró al
fondo del cajón, y cuando zangolotearon el escritorio se desatoró.
Comprendieron que se había cometido una injusticia grande con Panchito Sánchez,
decidieron ellos de común acuerdo entregar las monedas de oro al velador, quien
no las quería, solo pidió un pedacito de tierra para sembrar allá por su
rancho, cerca del cerro de El Tajo.