viernes, 26 de mayo de 2017

UNA LEYENDA DE LA HUERTA DE LA VIRGEN

Desde que se fundó la villa de Xerez, se les asignó a los naturales sojuzgados un barrio al poniente de la traza, el que fue conocido como “Barrio de San Miguel”: el 6 de enero de 1643 el Rey de España les otorga oficialmente “un solar de cuatro cuadras y una suerte de huerta con merced de agua”. Atrás del templo, que luego sería el Santuario se encontraba una extensa huerta, que por mucho tiempo fue conocida como “Huerta de la Virgen”.
Fue el jefe político Jesús Escobedo Silva, quien en 1853 derrumbó las bardas de la huerta, para construir un callejón y una plazuela en parte de la Huerta de la Virgen, la que se fue desmembrando poco a poco.
Y así encontramos que luego perteneció a doña Ventura Sánchez de Sáenz, la que precisó en su testamento que la huerta se dividiera en tres fracciones iguales para sus hijos Antonio, José y Mateo Sáenz. Pero estos no se interesaron por ella, así que las señoritas Concepción y Virginia Mier compraron la “huerta de árboles frutales con merced de agua, conocida con el nombre de la Virgen, que linda al oriente con calle de la Acordada de por medio y fincas del municipio, donde se hallan la Seguridad Pública, Teatro y Jardín Brilanti (actualmente la Escuela Tipo, la casa del catecismo que era la cochera del Teatro Hinojosa y el Jardín Hidalgo); al poniente con la calle de Rosales de por medio y propiedades de doña Josefa Brilanti y Francisca Caraza; al norte con propiedad de Timoteo Miranda; y por el sur, calle de por medio y sucesión de don Ramón Alcalde y propiedades de la señora Pasillas y casas de las señoritas María de la Concepción y María de la Luz Sáinz, hijas de los vendedores”.
Muy poco les duraría el gusto a Conchita y Virginita Mier el poseer la huerta, pues se vinieron los años de revolución, y fue precisamente a partir del 19 de abril de 1913, en que las fuerzas revolucionarias tomaron a Jerez, en que la huerta de la Virgen quedó abandonada, y sus añosos árboles daban macabros frutos, ya que muchas veces pendieron de ellos los cuerpos de desgraciados que eran ahorcados por los que alternadamente ostentaban el poder.
La huerta se fue reduciendo más, pues se hicieron fincas frente al jardín Brilanti y por la calle de las Flores, lo mismo ocurrió con la calle del Alamo y parte de la Acordada.
Lo poco que quedó de la huerta era conservado gracias a la atención que se le daba por horticultores y a la merced de agua que religiosamente llegaba por la acequia que bajaba por la acera nororiente de la calle de la Acordada y que venía por la calle Esmeralda.
En el interior de la huerta se encontraban unos arcos, como remembranza de tiempos mejores, mismos que cuando parte de ella fue adquirida por el Club de Leones de Jerez, se movieron piedra por piedra y son los que están en su fachada principal.

Historias que más bien parecen leyendas se cuentan sobre este lugar, como la que en seguida narro:
Para la atención de esta huerta, allá por 1930, los propietarios –dicen que era don Carlitos Acevedo y familiares- tuvieron que conseguir el auxilio de un hortelano de Jomulquillo, porque los jardineros jerezanos estaban muy ocupados con las demás huertas, y además, en la de la Virgen, nadie quería trabajar, pues se decía que espantaban, merced a los numerosos y atroces crímenes que dentro de ella se cometieron durante los aciagos años de la revolución. Este hortelano, Donaciano de Paula Torres, trajo consigo a su familia, a quienes instaló primeramente en el mesón “de los de Jomulquillo” y que estaba ahí, entre la huerta y la tienda de don Enrique Berumen de la Torre (parte de esta tienda fue derrumbada cuando se abrió la calle y el resto es donde tenía Darío Rivas su restaurant).
Don Chano, hizo amistad con don Enrique, pues era el que lo proveía y le fiaba lo necesario para el sustento de su familia. Y fue él quien dio cuenta de lo siguiente:
“Chano llegó con su esposa y dos niñas, una de ellas ya mayorcita, la otra, como de cinco años, muy blancas ellas, de pelo agüerado.
“Al principio la familia se quedaba en el mesón, porque tenían miedo en la huerta, pero poco a poco se fueron acostumbrando y se cambiaron a la huerta, donde hicieron casa.
“Fue en el tiempo de chabacanos, que Chano me invitó a que fuera a la huerta para que los probara, cuando yo le platicaba que en unos frondosos árboles que se encontraban alrededor del pozo los federales ahorcaron a unos que no eran ni revolucionarios ni nada, solo tenían mala traza, noté que las piedras del brocal del pozo estaban sueltas, y le dije: Chano, esas piedras acomódalas, porque alguien se puede caer.
“Y Chano me decía que ya estaba tan acostumbrado a la huerta y a sus ruidos, que hasta de noche podía andar sin tropezarse con nada. Yo le dije: Pos tú sí, pero otros no.
“A los poquitos días vino Chano muy triste a que le hiciera su cuenta, porque ya se iba. Yo le regalé un pedazo de tela, diciéndole que para que le hicieran vestidos a sus niñas.
“Pues se fue Chano, así muy de repente, y luego que comienzan los decires: que en una tarde las niñas jugaban en la huerta, y la más pequeña corría dando vueltas al pozo, pero en una de esas, resbaló y quiso agarrarse del brocal del pozo, pero las piedras estaban sueltas y la niña se cayó en él.
“Que Chano ante los gritos de su otra hija corrió y junto con su mujer bajaron al pozo (tiene escalones de piedra), pero ya no lograron rescatar con vida el cuerpo de su hijita.
“La mujer y la hermana lloraban y lloraban, pero ellos solitos, la familia, veló el cuerpo de la niña, y al otro día, muy tempranito la enterraron ahí mismo, del lado norte de la huerta. Hicieron una fosa y la llenaron de flores, y en ella depositaron el cuerpo de la niña que se ahogó en el pozo. En su ignorancia y sencillez no quisieron líos con la ley, por eso ahí la enterraron y luego se fueron. ¿Para donde? Nadie lo sabe.

“Lo que me han contado, es que por las tardes se aparece una niñita y nadie sabe quién es o de donde sale, y se pone a jugar, yo creo que es la hija de Chano, que sigue ahí, jugando en la Huerta de la Virgen”.