EXPOSICION. Una de las personas que lee esta columna, me aclara que fue en tiempos de mi “nino” Arturo Villarreal, cuando se inauguró la exposición fotográfica “Reinas Jerezanas” en la planta alta del Teatro Hinojosa. El 3 de septiembre de 1977, Sonia I, reina de la feria de ese año junto con la señora Silvia Pinedo de Rodríguez (reina en 1955) cortaron el listón inaugural.
A esa memorable velada, me dicen acudieron Lupita Flores, princesa en 1990; Rocío Galván, princesa en 1993, Chayito Piña, princesa en 1995; Eva Espitia, reina en 1987; Araceli Salas, princesa en 1992. Adela González, princesa en 1993; Claudia Ileana Castillo, reina en 1993; Eufrosina García, princesa en 1963; Nena Reveles, reina en 1962; Silvia Pinedo, reina en 1955; Conchita Veyna, princesa en 1962. También estuvieron Guille Miranda Girón, princesa en 1997; Alma Eva Coronel, princesa en 1997; Rosalba Mercado, reina en 1982, y muchas más representantes de la belleza jerezana.
Uno de los aciertos de la administración de mi “nino” fue precisamente el haber nombrado al profe Nicolás Esquivel Muñoz director del Instituto Jerezano de Cultura. Y Nico (una persona modesta, amable, de trato sencillo, pero de gran carisma y mucho conocimiento) demostró que pudo con el nombramiento, ya que realizó actividades bastante importantes, y trabajó tiempo completo en beneficio de la cultura regional, a pesar del muy raquítico presupuesto destinado al Instituto.
Recuerdo que más antes, las fotos de las reinas (las que no se robaban) ornaban las paredes de la oficina que se designaba para que trabajara ahí la “Junta de Mejoramiento Moral, Cívico y Material” que era la encargada de organizar todo lo referente al festejo primaveral. Luego, se decidió que debería estar la galería en un lugar donde pudieran ser apreciadas por todo mundo, eligiéndose para ello la planta alta del Teatro Hinojosa. Pero comenzaron los trabajos de restauración, y las fotos se guardaron en cajas y se “arrecholaron”, sin que nadie se preocupara de su destino. Ahora, la exposición luce (aunque incompleta) en una sede que pudiera ser temporal, pero que en un futuro no lejano podría instalarse definitivamente en alguna sala propiedad del municipio.
Hace dos semanas ofrecí dos relatos de don Alberto Márquez Pérez “El Farolito”, y al parecer gustaron, porque me han pedido más. Me preguntan si don Alberto debe tener un vasto archivo, ya que aparte de hacer calaveras, era pintor, hacía retablos, y era, un representante de la “bohemia” del Jerez de los cuarenta. Por supuesto que hay mucho qué contar de él. Ahora, de sus apuntes, les ofrezco:
UNAS HORAS DE NOCHE EN EL PANTEON
“Tenía mi taller de pintura en la esquina de las calles Dolores y San Luis, y un día de agosto de 1942 llegaron Jesús Félix, José Ruiz y Juan Sifuentes a invitarme a saborear un mole de conejo que en ocasiones les preparaba la familia del encargado del ranchito de los Suárez del Real.
“Ya en otras ocasiones los había acompañado, y sabía que como a las 4 de la tarde teníamos que estar presentes en el ranchito de Guadalupe, para no hacer la espera larga, estuvimos tomando cerveza y se le ocurrió a José Ruiz pedir algo fuerte, por lo que compré dos anforitas de mezcal. Como a las 3 y media de la tarde, se fueron un poco alegres, yo no quise ir porque me sentía algo descontrolado.
“Pasadas las 4 de la tarde, salí a la puerta y ví que por la calle Morelos se acercaban varias personas con un muerto, amarrado del pecho y piernas en una tabla; cerré la puerta y me fui siguiendo el cortejo, guardando una anforita que había quedado en la bolsa del pantalón.
“Al llegar al panteón, se dirigieron con el cuerpo al descanso que era un cuarto oscuro pegado a la pared del fondo de la capilla, en cuyo centro había una base cuadrada de piedra donde colocaban los cadáveres, y ahí pusieron al muerto con todo y tabla. Le pregunté a una señora que porqué lo habían llevado ahí, contestándome que esperaban al doctor que lo iba a revisar, que eso les había dicho el comisario del rancho. También me dijo que al occiso lo habían encontrado en el río, entre la arena, con una puñalada en el corazón. El tiempo pasaba y el médico no llegaba, mientras yo había tomado mezcal de la anforita, con lo que me daba valor y me acerqué a ver al muerto, que efectivamente tenía una gran herida con sangre revuelta con arena.
“Al fin, pasadas las 5 de la tarde, llegó la persona que lo revisaría, pero no era médico, era don Manuel Román, propietario de la botica “La Purísima”. En ese tiempo había pocos médicos, tal vez por eso el señor Román era el forense. Don Manuel era mi amigo y se extrañó al verme ahí, le expliqué cómo los acompañé al panteón. Luego ví que tenía repulsión a acercarse al cadáver, pues me preguntó que donde tenía la herida. Le dije que en el corazón, preguntándome de nuevo si estaría muy profunda, entonces metí el dedo índice en la herida y le mostré que se había ido todo, él anotaba en una libretita. Al terminar se quedó platicando con los dolientes, mientras yo salí a lavarme la mano. Creo que con el airecito me alcanzó el licor, recuerdo que el dedo con sangre lo restregaba en un montón de tierra y lo limpiaba con el pañuelo, luego llegó a mi mente el recuerdo de mi padre y mi tío, y para sus tumbas me fui. Ahí seguí tomando perdiendo la noción del tiempo y como me quedé dormido al lado de la lápida, los camposanteros no me vieron cuando se fueron y cerraron el panteón.
“Cuando desperté, estaba bien oscuro, y de pronto no analicé en donde estaba, pero cuando me levanté comprendí que me había quedado encerrado en el panteón sintiendo un miedo horrible, pero de cualquier manera caminé entre las lápidas siguiendo una luz que se veía en el descanso. Sentí alivio en mi ánimo, pensando que estarían velando al fidunto y que ahí estarían las personas que lo llevaron. Pero al llegar a la puertita me quise caer, pues me dio más miedo al ver al cadáver con una vela en la cabecera y otra en los pies. Como pude me encaminé al cancel del panteón, aferrándome a él con desesperación, y no sabía ni qué horas serían porque no se veían los números del elojito que traía. Cuando volteaba al fondo del panteón, me daba pánico pues me imaginaba que el muerto del descanso se levantaría, veía las sombras de los árboles y de las lápidas y me horrorizaba, pero no escuchaba nada.
“Don Germán Salazar tenía su negocio de abarrotes en la esquina de las calles de el Sol y Moctezuma y en ese tiempo era regidor de panteones y tenía llave de ellos, yo lo sabía porque le pinté el rótulo de su tienda. En aquel tiempo, el frente del panteón en la noche era muy solo y oscuro, el “llanito” del camposanto (así era conocido el terreno que lo circundaba) al frente no había casas, llegaba el terreno hasta el río chiquito hasta una cerca de piedras sobrepuestas antes del río y carrizales crecidos, al otro lado de la cerca seguía el puente y por el lado norte empezaban las casas para el centro en la calle del Reposo (antes más conocida como calle de las Fraguas). En el lado sur sí había casas hasta el frente de la capilla, calle de por medio.
“Desesperado seguía agarrado a la reja de la puerta, cuando escuché que alguien iba caminando por la calle de las Fraguas y silbaba una canción. Cuando llegó al “llanito”, yo con voz trémula le grité: “¡Señor, por favor, acérquese, me dejaron encerrado!”. Se quedó parado un momento, yo le volví a gritar, pero entonces emprendió veloz carrera, y con voz llorosa oí que gritaba “¡Ay Diosito de mi vida!” mientras corría por la calle Dolores que estaba sola y oscura.
“Yo estaba casi llorando y con un miedo atroz, cuando al poco advertí que otra persona iba pasando por la calle del Alamo, frente al panteón. Me tranquilicé y con la voz más serena que pude le pedí que se acercara por favor, que me habían encerrado. El sujeto corrió dando vuelta al panteón con dirección al río grande. Ya para entonces yo estaba con mucho miedo y desesperación, cuando volví a escuchar que del mismo rumbo –calle del Alamo- dos personas caminaban platicando, los dejé que se acercaran y cuando pasaban frente al panteón, les dije que era El Farolito, que me habían dejado dentro del panteón. Estos se acercaron a la reja, les expliqué lo que me había pasado, uno de ellos era mi amigo y me dijo que había conocido mi voz, por eso se acercaron. Me dijeron que era temprano, que serían como las 9 de la noche, suplicándoles que fueran con don Germán para que les prestara la llave, pero les pedí que fuera solo uno y el otro se quedara conmigo. El que era mi amigo se fue, regresando muy pronto. Luego fuimos con don Germán a regresarle la llave, festejando este mucho el incidente. Me dijo que habían dejado ahí al muerto porque no tenían dinero para la caja, y que al siguiente día lo sepultarían.
“Yo pasé varios días muy nervioso. El amigo que me ayudó a salir de esa horrible pesadilla vivía por la calle 5 de Mayo esquina con calle del Sol, se llamaba Luis, no recuerdo el apelativo, pero le decían “La Galuza”. Después de muchos años, me llegó ese recuerdo”.
EMMA LISSET LOPEZ MURILLO es el nombre de quien seguramente dará mucho de qué hablar en el futuro. A su juventud se aúna su perseverancia, las ganas que tiene de que las cosas se hagan bien, y hasta su audacia. Por lo pronto ya regañó a sus compañeros diputados por flojos y de pilón recuperó solita el carro que le robaron. Gracias por su visita y sus buenos deseos.
www.miguelberumen.blogspot.com es donde encontrarán las columnas anteriormente escritas, y si alguien quiere enviarme un saludo o alguna historia, mi e-mail es miguel.berumen@gmail.com y mi teléfono 945 88 74. Hasta la próxima.
1 comentario:
tssss...pobre personaje, y buenisima la narracion, muy detallada e imagine cada escena que describia, ese panteon lo conosco muy bien.
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