miércoles, 8 de septiembre de 2010

LA PISTOLA DEL MOLINO VIEJO DE LA LABOR

Dicen los que presumen de saber, que para qué criticamos, si ni sabemos de cultura, de modernidad, ni de cosas de esas. Pos bueno, ahí seguimos en nuestra ignorancia permitiendo que hagan de nuestro pueblo un desastre. Ahora me dicen que yo vivo adelante de la calle “de los camellos”. ¿Y cual es esa? –dirán- pues una que luego de los arreglos que le hicieran para el drenaje pluvial quedara más llena de jorobas que los más beduinos camellos… y espérense a la temporada de lluvias, como es costumbre, no compactaron bien lo tapado y el resultado saldrá a la vista… nomás acuérdense de la calle Rayón que como veinte veces tuvo que reparar el arquitecto Varela allá en los tiempos de Villarreal…
Pero, tengo prohibido hacer críticas, así que mejor les convido de un relato que me hicieran hace ya como 40 años. Algunos se preguntarán cómo es que tengo relatos y cosas tan viejas. En mi casa tengo dos archivos, un papelerío de la fregada, y con mis hermanas, está el archivo grande. Dice Tato (mi hijo) que cuando me muera, lo primero que va a tirar a la basura son las máquinas de impresión, y con los papeles y libros va a hacer una gran pira funeraria que se va a ver desde la bufa…
LA PISTOLA DEL MOLINO VIEJO DE LA LABOR
“Mire, le voy a contar cómo fue que me hice de los centavitos con qué compré esa casita donde usté está viviendo, aunque no se si me crea, porque es algo raro.
Fue allá por 1946, entonces Jerez era muy diferente, muy chiquito y eran otras las costumbres.
-’os veníanos mi compadre y yo muy de madrugada pa’ Jerez, montados en nuestras mulas. La intinción era de mercar varias cosas pa’ estar prevenidos pa’ las fiestas de abril. Yo traiba encargos de telas, hilos y guaraches, ansí que dejaría mi animal en el mesón de las mariposas y de ahí me iría junto con mi compadre pa’ la plaza Tacuba, donde estaba toda la vendimia de lo que buscábamos. Hacía las cuentas alegres, pueque hasta un sombrero nuevo comprara con Pilo Carlos porque el que traiba ya estaba muy viejito.

Entramos por la calle de la Fortuna y emparejando a una tienda que le decían “El Vacilón”, a mi compadre se le ocurrió comprar una botella de aguardiente, que para hacer la mañanita. Déjeme decirle que más antes en las tienditas se vendía tequilita y vinos, y nadie decía nada. P’os nos apeamos y ahí voy con él.
Mi compadre conocía al de la tienda y le saludó muy amistosamente, yo mientras prendí mi cigarrito farito acá en un ladito, cuando noté que un pela’o de esos muy desalmado al que le dicían “El charrascas” taba tomando cerveza y tenía como unas cinco en el mostrador, ya destapadas, nomás pa’ irselas tomando conforme se le acabaran. Aparte tenía una pistola junto a las cervezas.
Me vio y ordenó: “¡Tómese una cerveza!”. Yo le dije que no, que no podía tomar, que munchas gracias. Se molestó y me gritó: “A mí nadien me hace un desaigre. ¡Agarre esa botella y tómesela!”,
Yo no soy de pleito, siempre he sido gente de paz, pero me molestó mucho su actitud, así qe no le dije nada, y viendo a mi compadre de reojo, nos dispusimos a salir. El Charrascas me alcanzó a agarrar de mi chamarra y me gritó que a él nadie le daba la espalda, que eso no era de hombres y sabe cuantas cosas más. Nomás le di el jalón a mi chamarra y me quise zafar pa’ juirme porque veía como que se iba a complicar la cosa.
Y mire, pescó la pistola del mostrador y me tiró un balazo. Obra’e Dios que no me atinó. Y p’os nomás atiné a agarrare la mano y tratar de quitarle la fusca. Forcejeamos y hasta la calle fuimos a dar. Tovía me tiró dos balazos más, yo sentía la polvareda en los ojos, pero no me atinaba. Al último no se ni cómo le alcancé a quitar el arma, disparé al aire los tiros que le quedaban y se la aventé.
-¡Ahí está tu mugrero! Nomás un cobarde como tú agrede a la gente de paz y si queres que trague alguien trague mierda contigo, pídeselo por las güenas-. Todo mosqueado y limpiándose con el paliacate la sangre de la nariz, porque sí me lo soné macizo cuando forcejeamos en el suelo, agarró su pistola y se metió pa’ la tienda. Yo le hice señas a mi compadre que nos treparamos a las mulas pa’ irnos. Ahí, en la esquina, en la contracalle, estaba un viejito enrredado en una cobija, y se me arrimó y me dijo: -Oiga, es la primera vez que veo que alguien se atreve a poner en su lugar al charrascas. Es un pela’o muy mala cabeza, y ya debe varias muertes, así que le aconsejo que se cuide de él, es muy traicionero y lo puede buscar pa’ venadearlo.
Me rasqué la cabeza, y recuerdo que le dije “Mmm, p’os ya me jodí, yo no tengo ni un méndigo machete con qué quererlo”. El viejito sonrió, recomendándome que me cuidara, pero luego se me acercó y al oído me dijo: “Mire, yo tengo una pistolita, ya está viejita, pero se la voy a regalar, porque nunca había visto que el charrascas se fuera como perro apaleado”. Le dije que no necesitaba arma ni nada, pero el viejito insistió: “La pistola que le digo está guardada en una cajita, vaya por ella y es toda suya con lo que ahí está, se la regalo de corazón”.
Luego me dijo que si la quería fuera por ella hasta la hacienda de La Labor ¡ir por una méndiga pistola roñosa tan lejos!. Le seguí dando las gracias ya montado en la mula, pero no me dejaba ir. “Váyase por el camino viejo, por el rancho del padre Alfaro y siga la vereda hasta el molino viejo de La Labor, en el muro que da hacia el lado del sol, antes de los arcos, cuente cuatro pasos, como los suyos, y ahí encontrará una piedra lisa empotrada en la pared, como de treinta centímetros, a u na vara de altura, más o menos está disimulada; quite la piedra y ahí está su regalito. Vaya por él, no se arrepentirá, verdá de Diosito santo”.
P’os, a los poquitos días me entró la curiosidá… ¿Por qué tanto misterio del viejito? Una pistola se guarda donde quiera, pero… ¿en los muros de una finca?. Así que un domingo me fui con rumbo de La Labor, por el camino del ranchito del Padre Alfaro, ahí anduve viendo el molino que yo ni lo conocía denantes. Muy destruído, porque crioque muchos buscadores de tesoros habían excarbado por todos lados, y otros se habían llevado las piedras de cantera. Como era domingo, la gente andaba en Jerez, ansina que con muncha tranquilidá busqué la piedra que me dijo el viejito. Ahí estaba, la quité, y adentro, en una como alacenita, estaba una pistola vieja, pero lo que se dice vieja, adentro de una cajita de puros. Juntito, me encontré tres bolsitas de gamuza, mire, más o menos de este pelo, pesaditas las bolsitas, llenas de centenarios, de esos de oro que habían salido como veinte años antes… p’os como el viejito dijo que lo que encontrara era mío, me lo traje todo, nadie me vio… es más, ni siquiera volví a poner la piedra tapando la alacena.

P’s mire, me compré esa casita y otra aquí en Jerez, y me hice de unas tierritas. Anduve dando vueltas por “El Vacilón” buscando al viejito, pero, no me lo va a creer, nadie se acordaba de haberlo visto por ahí… nadie me supo dar razón. ¿Verdá que es increíble?
Y del “charrascas”… me anduve cuidando mucho tiempo. Pero no sabía que estaba en la cárcel por una muerte. Lo metió Cuco Pulido, y dicen que salió con los pies por delante solo para darles de comer a los gusanos.

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