LOS INSURGENTES APODADOS
La historia oficial, la que nos dicen los cronistas, siempre se olvida de rememorar a los humildes hijos del pueblo que participaron en eventos históricos. Hoy, que todo mundo anda muy patriótico mencionaré algunos de los que anduvieron en las guerras de independencia (digo “las guerras” porque fue una serie de luchas que a veces no se enlazaban entre sí, pero que culminaron con la muerte del virreinato de la Nueva España).
Hoy, entresaco algunos apodos y datos que me parecieron curiosos y desconocidos y que en los libros de texto no aparecen:
El Patitas, La Perla y El Perrito
Por la provincia zacatecana se escapó el cabecilla Juan García, “El Patitas”, a quien seguía tenazmente José María Hornelas que lo derrotara el 4 de julio de 1814. Dicen que el Patitas vivó tranquilamente en la villa de Xerez donde nunca fue molestado, su apodo era porque usaba huaraches grandes.
Gertrudis Vargas residía en una ranchería conocida como “Puerta de Andarácua”, a orillas del hermoso lago de Yuririapúndaro, allá por el estado donde hay momias, fresas, zapatos y donde meten a bote a las chavas que abortan sin saber. Pues a los pocos días de haberse manifestado el cura Hidalgo, doña Gertrudis fue acompañada de su hijo José María Magaña, ofreciéndoselo al cura para que lo hiciera un soldado más de la causa. José María Magaña militó en el ejército insurgente con el grado de capitán. Doña Gertrudis cambió luego su residencia a Michoacán y cuentan las leyendas que todavía para 1825 vivía, orgullosa de haber ofrendado a su hijo a la patria naciente. A ella le decían “La perla del lago”.
“Lázaro el Perrito”, nació en la hacienda de Bañón y militaba en las fuerzas de don Víctor Rosales. Con el grado de capitán mandaba una guerrilla como de 30 gentes muy valientes, la que dependía del coronel Sebastián González (dicen que era jerezano). Se cuenta que El perrito tenía hombres muy atrevidos y que el 8 de febrero de 1816 con sus pocos hombres se enfrentó a las fuerzas realistas del comandante Eugenio de Oviedo cerca de la hacienda de Punteros, allá por San Luis Potosí. Les puso una buena friega, pero al final murieron doce de sus soldados y tres más quedaron prisioneros, los que fueron fusilados al siguiente día.
Las once mil Vírgenes.
Así se les nombraba a las hermanas Felipa, Antonia, Feliciana, María Martina y María Gertrudis Castillo, quienes vivían en el rancho del Tepozán en los pulqueros llanos de Apam. Su gracia consistía en seducir gente para que se incorporaran a las filas rebeldes. En enero de 1815 el comandante realista José Barradas les puso una trampa enviando soldados previamente instruidos para descubrir en flagrante delito a las hermanas Castillo. Los soldados se apersonaron con las Once mil Vírgenes a quienes les echaron el rollo de que ellos estaban disgustados en su regimiento, porque se les trataba mal y les habían apaleado. Las mujeres les ofrecieron una carta para que el cabecilla Nabor los aceptara en sus filas. Las once mil Virgenes fueron encarceladas, pero liberadas luego. Solo Felipa estuvo cuatro años en la cárcel de Las Recogidas.
Con orines salvó la patria la Guanajuateña.
Regresaba de Saltillo el jefe insurgente Ignacio López Rayón y fue atacado en el Puerto de Piñones (entre los límites de Coahuila y Zacatecas) por el teniente coronel realista José Manuel Ochoa. Un rudo y sangriento encuentro tuvo lugar. En lo más comprometido de la pelea faltó el agua a los artilleros insurgentes para el servicio de los cañones. Muchas mujeres acompañaban a los soldados, y entre ellas había una a quien apodaban “La Guanajuateña”. Ella, notando que a los cañoneros les faltaba el agua para enfriar los cañones, se le ocurrió una idea magnífica: Se apresuró a tomar las cubetas de los artilleros, haciendo que en ellas se orinaran las mujeres que seguían a la tropa, y hasta uno que otro soldado que andaba con la vejiga llena. Así se suplió la falta de agua para refrescar los cañones, y poco tiempo después la victoria se decidía a favor de los defensores de la patria.
Secreto de Confesión
A Bárbara Rosas, “La Griega” le salió muy caro el chismear con la vecina. Bárbara trabajaba en la casa del capitán José Ximeno Varela allá por Oaxaca, y una vez platicó con la vecina Francisca Enríquez, asegurándole que el cura Hidalgo no causaba mal a nadie, solo a los gachupines. La Pancha Enríquez pa’ pronto se fue a confesar con el Deán de la Catedral Antonio Ibáñez de Corvera. Como era “secreto de confesión” el Deán “rajó leña” con el Intendente Corregidor de Oaxaca, poniendo a la acusada en la cárcel de Las Recogidas todo un año sentenciada a trabajos forzosos.
La Gabina que no era
Juana Bautista Márquez, conocida como La Gabina, junto con su hijo José María, fueron acusados de haber tomado parte en los asesinatos de la alhóndiga de Granaditas cuando el ejército del cura Hidalgo atacó Guanajuato. En septiembre de 1811 se les senteció a morir ahorcados. Pero las autoridades se habían confundido, era otra Gabina la que había andado en Granaditas. Calleja dispuso que de todos modos se le hiciera morir en la horca. La infeliz mujer, próxima a subir al cadalso, protestó ante el sacerdote que la auxiliaba, asegurando que moría inocente del crimen que se le imputaba. El referido sacerdote quedó tan aterrorizado de aquella sangrienta y terrible escena, que poco tiempo después sucumbió a causa de la fuerte emoción que recibiera al presenciar esta injusta sentencia, la cual conmovió también a mucha gente de Guanajuato.
El Castrador que chaqueteó
Vicente Gómez era uno de los subalternos más importantes del brigadier Francisco Osorno, aunque también acompañó a la tropa de don Manuel de Mier y Terán tomando parte en combates allá por Tehuacán, Coatzacoalcos y Playa Vicente. Gómez se distinguía por ser hombre osado y valiente; pero como muchos de los de su clase, estaba poseído de un carácter inmoral y apetitos sanguinarios, que lo hacían temible y repulsivo, pues durante el tiempo que estuvo en las filas de la insurrección, cometía actos verdaderamente atroces, pues les cortaba el “moñoñongo” a sus víctimas para que los españoles no siguieran propagando su raza.
Por ese motivo lo apodaban “el castrador” y los realistas lo perseguían tenazmente ya que era causa de que hubiera muchos hogares españoles infelices. Vicente Gómez solicitó indultarse por conducto del obispo de Puebla, cuya gracia fue otorgada. Luego de esto se dirigió a dicha ciudad, entrando en ella con sesenta de sus soldados. Causó alarma su presencia ahí, ya que muchas mujeres lo querían linchar y sus maridos se escondían en lo más oscuro de las cocinas. La guarnición hizo salir de la ciudad a El Castrador y su gente, enviándolo a Santiago Culzingo donde quedó como jefe de una compañía realista.
Y luego de haber chaqueteado, aplicó a los insurgentes la misma conducta sanguinaria que había observado contra los realistas. Cuando se proclamó el Plan de Iguala, Vicente Gómez volvió con los insurgentes de Vicente Guerrero y capando ahora a los realistas.
1 comentario:
Estimado Luis Miguel:
Interesante tu artículo. He leído parte del libro de "Los Insurgentes Apodados", me llama la atención de los orines, eso no recuerdo haberlo leido allí, ¿me podrías decir en donde viene ese detalle?
Saludos
Publicar un comentario