-“La
mera verdad, no me acuerdo de bien a bien, pero todo comenzó allá por
principios de los ochenta del siglo XIX. Nosotros teníamos un tendajón de venta
de carne en la mera plaza de Jerez, ahí enfrentito de la Jefatura Política. Ya
teníamos tiempo en que don Pedro Cabrera nos decía que iba a hacer ahí un
jardín, y le apostábamos que no hacía nada, que éramos muchos los que desde
muchísimos años teníamos ahí nuestros negocios, que no nos podía quitar. Y él
decía que no había problema, que iba a construir un mercado de carnes muy
moderno, para que ya no le llenáramos de moscas la jefatura política.
-“Pos
oiga usté, nomás nos reíamos de este buen señor, pero comenzamos a tomar en
serio sus palabras, porque a pesar de que era muy buena gente, también era muy
enérgico. Le decíamos que si nos cambiaba de la plaza, a donde nos mandara nos
iría mal, porque la gente no estaba acostumbrada a comprar en otro lado. Y él
contestaba diciendo que sí, que viéramos el ejemplo de Rafael Páez, y es que
tenía una tienda de abarrotes muy bien surtida y con mucha fama, en la puritita
esquina del Panteón de Dolores. Cuando puso su tienda se burlaban todos y le
decían que a poco los muertos saldrían a comprar. Y mire, se aclientó con los
del barrio de allá.
-“Fue
más o menos por febrero del 84 cuando se llevaron a los presos de la cárcel a
hacer “faenas” allá por el callejón de la Culebrilla, donde estaba un llano con
muchos álamos circundándolo. Nos avisó que ahí iba a hacer los tabaretes para
la vendimia, que nos fuéramos preparando para el cambio. ¡Ah! Y todavía
advirtió que nos decía con tiempo para que no nos cayera luego de sorpresa. De
pilón nos prometió que nos reduciría el impuesto a los que nos cambiáramos
hasta en un setenta y cinco por ciento, para que no fuera mucho lo que
perdiéramos mientras nos aclientábamos.
-“Para
los meses de calor ya estaba el mercado, pero nomás no había quien nos moviera,
y como el jefe político era ya don Pancho Amozurrutia, nos hacíamos de la vista
gorda, pero un día que llegan los de la acordada y que nos mueven con todo y
chivas. De nada valieron nuestros enojos, ruegos y dinero. Cuando fuimos a
reclamar con el jefe, éste muy enojado dijo que con tiempo nos habían avisado y
no hicimos caso, y ahora el que quisiera
ocupar un local de la plazuela que estaba por la Reforma, lo podía hacer, y
todavía dijo que nos cobraría impuesto muy bajo, pero que sí no, nos multaría.
Así, los que pagábamos cincuenta centavos nos rebajó hasta diez y ocho. Los que
pagaban dos pesos, les prometió cobrar unos veinticinco centavos.
-“Mire,
unos vendimieros lo convencieron de que no los cambiara tan lejos, que les
diera oportunidad de estar en la Plaza Tacuba, nomás mientras veían como iba la
cosa. Pero a los carniceros dijo que no, que nosotros debíamos estar en un
lugar aparte, allá en la plazuela donde hizo los locales. Nos aventó un
discurso de esos que se sabían muy bien, que la modernidad, que el Jerez del
siglo XX, que había que hacer un jardín como los mejores de Europa. Y que
comienzan los escarbaderos. Todo mundo se reía del jardín “uropeo”, pero la
cosa iba muy en serio.
-“Ya
para el 87 estábamos todos en la plazuela “del Mercado”, muchos se quedaron en
la plaza Tacuba, pero allá por la Reforma además de los carniceros, llegaban
los rancheros a vender sus animalitos, y las hortalizas que producían. Pos ahí
empezó otro problema, cuando la vendedera era en la plaza, frente a la
jefatura, estos señores dejaban sus animales y sus cosas en los mesones de las
Mariposas, de Santa Rosa, de Mariquita, el de San Antonio, el del Silencio y el
de San Luis, que les quedaban bien cerquita. Pero acá, se les hacía más fácil
amarrar sus burros en los árboles de la plaza, y los días que duraban en Jerez,
ahí vivían, de noche nomás tendían su petate y a roncar. Sus necesidades, pos
ahí mismo las hacían, así que imagínese cómo estaría eso, un mosquerío de la
fregada, y una peste que ni quien la aguantara. Entonces la carne no se
refrigeraba, pos refrigerador de donde. Cuando había matanza, un muchacho se iba
con una bocina de mano a gritar en todas las esquinas que había carne, y así
los vecinos apartaban lo que iban a querer. Que una cabeza de res pa' los
tamales, échele su tostón, la libra de carne la vendíamos a cinco centavos; la
manteca la dábamos a diez centavos el kilo. Cuando no era tiempo de matanza
vendíamos pollos, huevos y gallinas. Los huevos a centavo, los pollos a medio
real y las gallinas a real. De todos modos, tanteábamos que no nos quedara
carne, pero si nos quedaba, lo que hacíamos, era cubrir la canal de la res o
del puerco en manteca y luego cubrirla con costales de yute, y taparlos con
arena húmeda, para que estuviera fresca.
Pero con todo el mosquerío, se nos echaba a perder muy rápido, y ni chanza
había de hacerla chicharrones o tasajo.
Por muchos años el mercado estuvo en la plaza Tacuba y calle Juárez. |
-“Fuimos
con el presidente, que era Rafael Páez, un viejo muy fino, pero muy maldito y
enérgico, y le dijimos del mosquerío y de lo que perdíamos a causa de los
rancheros y sus burros. Pos' que manda llamar a los rancheros, éstos le dijeron
que si dejaban sus burros en los mesones a lo mejor se los robaban, por eso los
tenían ahí en la plaza del mercado, cerquitas pa' estarlos viendo y darles su
alfalfa a sus horas.
-“No
se de quien fue la idea, pero al norte de la plaza, hicieron 12 casas y una
tienda para rentarlas a los rancheros que venían de otros lugares y se pasaban
temporadas en Jerez. Diez de estas casas tenían vista para la plaza del
mercado. Me acuerdo muy bien de las casitas, todas eran igualitas, ora verá,
tenían zaguán, sala con su ventanita, su recámara, la cocinita, un patio con
pozo y un buen pedazo de corral pa' guardar los animales. En aquellos tiempos
se encargaba de las casas un apoderado de don Antonio Román Sánchez
Castellanos, uno de los más ricos de Jerez.
-“De
ese señor se cuentan cosas, que si viera... era medio hermano de don Antonio
Sánchez Castellanos, el que hizo el hospital con su capilla allá por el barrio
nuevo. Cuando se murieron don Antonio y doña María Guadalupe Bonilla, le
heredaron todo a este Antonio Román, que ni se la creía. Tenían muchas casas y
huertas por todo Jerez. Vivía este señor en la calle de la Aurora, en la casa
esa grandota de cantera. Se casó con doña Maura Suárez del Real, pero a la
pobre mujer le iba como en feria: cada que don Antonio andaba de malas, le daba
sus sableadas. Ella luego le mandaba hablar con la nana a Jacinta Gurrola, del
ranchito del Ojo de Agua para que viniera a Jerez a curarle la espalda. Doña
Maura se quejaba con Jacinta y le decía: “de que me sirve tener bacinica de
oro, si orino sangre”. Don Antonio se
murió en 1902 en la hacienda de El Cuidado, que era de su propiedad y todas sus
propiedades pasaron a manos de sus hijos.
-“Pos
ya con las casitas, la cosa fue diferente, ya esa plaza poco a poco fue
agarrando vida, y en las tres esquinas de la plaza pusieron tiendas. Tres en la
calle Culebrilla y Reforma y otra en la esquina de la calle del Hospicio,
además que al mercado le siguieron metiendo muchos billetes. Pero todo eso se
lo llevó la fregada cuando tomaron Jerez. Pa' luego luego quemaron todas las
modernidades que había por aquí. El Mercado, el Hospital que estaba yendo pa' la
alameda. Dejaron purititas ruinas. Luego, el campito del mercado quedó como un
llano por mucho tiempo, bien abandonado. Ahí, en medio de la arboleda y de las
acequias jugaban los deportistas, cuando no los metían a bote por andar jugando
pelota como niños, hasta que se hizo la escuela y el barrio está como lo
conocemos…”.
NOTA.
El espacio donde está la Plazuela, era propiedad de don José María Caraza en 1874.
En 1877 aparece como “un terreno nombrado del Hospicio, que es del fondo
Público”.
En
1880, se hablaba de “la plazuela que se está formando en el punto llamado del
Hospicio” en el barrio de Guanajuato.
Para
1882, ya era el “Barrio del Hospicio” y en 1887 se nombraba ya como “Plazuela
de la Reforma”, al igual que la calle que la bordeaba por el lado norte y que
anteriormente era conocida como “calle de la Constitución”.
"Hicieron 12 casitas para rentárselas a los rancheros..." en las dos que se ven, he vivido yo... |
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