QUE LE FALTÓ DIFUSIÓN a los eventos de los Juegos Florales 2009, dicen por ahí. Y no es cierto: difusión hubo, y mucha. Se publicitó en los semanarios, en los diarios, en los canales locales de TV y en la radio. Entonces, ¿A qué se debe que la asistencia a los eventos haya sido nula, poca o raquítica?. Se debe a que los jerezanos no somos cultos, presumimos de ser cultos, de ser parientes de López Velarde, de haber nacido en la Atenas de Zacatecas. Pero hasta ahí. Sé de los esfuerzos que hizo la doctora Esther para llevar aunque fuera gente de “apoyo” y de “agüevo”. (Los que llevaban su pollito eran los funcionarios y regidores –que se hicieron ojo de hormiga- y los que llevaban su huevito eran los trabajadores).
La verdad, la mayoría de los jerezanos no sabemos con qué se come eso de juegos florales, y hasta el nombre se nos hace medio amariconado. Y júrelo, preguntando preguntando me dijeron que si en lugar de hacer mesas redondas con pláticas de viejitos aburridos, presentaran un “encuentro perrón de bandas velardeanas” la plaza Tacuba estaría super llena. O que en el Teatro Hinojosa se ofreciera un espectáculo de máscara contra cabellera entre la parca bizarra y el bardo canek, no habría ni un lugar disponible, ni siquiera en gayola. O que se hiciera un concurso de narcocorridos jerezanos. O un ciclo de cine de ficheras del premier, lugares faltarían siempre. Es lo malo de los jerezanos, que no sabemos diferenciar ni apreciar lo que verdaderamente es cultura, lo que de verdad enaltece al espíritu, llena de satisfacción al alma y además sirve para que tengamos más agilidad mental, más trabajo cerebral.
También, cabe mencionar que a muchos eventos se invita a gente que se “cree” aprecia la cultura. Incluyendo a regidores y funcionarios, pero hay que recordar que ellos están en su puesto de forma temporal, solo por tres años, y la cultura no se pega así, tan de repente. La cultura casi “se mama”, viene con el nacimiento, desde los valores que se le inculcan al niño en su hogar, luego en la escuela, y los que va tomando posteriormente. Ha habido regidores y funcionarios (y hasta presidentes municipales) que de milagro saben escribir su nombre. Poco les ha de importar que los parientes de Ramón escribieran usando plumas de ganso, que a Josefa de los Ríos la conocieran como “La mustia”, antes que fuera la musa del poeta, etc.
Y… francamente lo de los Juegos Florales, me parece que es una cosa “amafiada” en la que solo tienen cabida quienes son amigos o alumnos o maestros de los jurados o mantenedores. “La obra de fulanito la conozco al dedillo, pues es mi íntimo amigo…”, “las poesías de zutano me las se de memoria porque yo he abrevado de sus conocimientos”, “el estilo de mengano es insuperable y fácilmente recordable…” he escuchado decir al jurado calificador, así que, aunque lleven los trabajos seudónimos y seudónimos, los ganadores siempre serán de los mismos: poetas y escritores que andan tras las convocatorias de juegos florales por todo el país, pero cuya obra nomás no trasciende, aunque se lleven sus flores de oro y su lanota. Esos juegos florales están vetados para el común de quienes escribimos. Son solo privilegio del “Club de Elogios Mutuos”, que entre ellos mismos son jurados, mantenedores, organizadores y ganadores…
Y ahora, a mis incultos lectores, que leen mis narraciones, que en nada se parecen a las elucubraciones locas ganadoras de los juegos florales, les relataré una leyenda de allá de la calle Morelos:
LA LLORONA DEL BARRIO DE SAN PEDRO
Me cuentan que esto ocurrió en los años veinte del siglo XX. En unos cuartuchos pequeños y semiderruídos, casi en la esquina de la calle Morelos y García Salinas vivía una mujer que vestía siempre de negro, dicen que en luto perpetuo por la pérdida de su marido, quien había fallecido dos años antes. La mujer se consolaba en dos pequeños hijos que para ella eran su único motivo de vida, y que de alguna manera la hacían luchar para seguir viviendo. Jerez había padecido muchas penurias, los destrozos de la revolución, el año del hambre, la epidemia de la influenza española. Los pocos habitantes que quedaban luego de esas luchas fraticidas, vagaban buscando el sustento y trabajo, que no había por el anárquico gobierno agrarista que se trataba de imponer.
Y a todas las desgracias anteriormente citadas, se vino a unir una más: el 20 de noviembre de 1924 comenzó a caer una menuda lluvia, pertinaz, que luego se convertiría en tormenta perenne y contínua y que terminaría hasta el segundo día de enero de 1925. (Esto fue conocido como “el diluvio jerezano”).
La mujer a que nos referimos, trabajaba a veces ayudando en una casa de la calle de la Parroquia, y a veces cosiendo a mano ropa ajena, por lo que dejaba todo el día a sus hijos solos.
Dicen que el más pequeño de sus vástagos enfermó en los últimos días de noviembre, por la humedad, el frío y la desnutrición. Una bronquitis fulminante. La madre le proporcionaba cuanto yerbajo, té o curación le proponían sin que el niño mostrara signo de alivio alguno.
El niño tosía y arrojaba sangre, y ya casi ni respirar podía, por lo que la mamá salió desesperada en una fría y lluviosa noche a buscar el auxilio del médico.
Y como en Jerez no había médico, el único boticario (creo era don Bartolito Román) accedió de buena gana a acompañarla llevando en su botiquín pomadas y medicamentos que podrían servir, aunque él sabía de antemano que el pequeño ya estaba al borde de la muerte.
Con paso presuroso se dirigieron a los cuartuchos de la calle Morelos, pero casi al llegar, un estruendo resonó sobre el chipi chipi de la lluvia. Temiendo lo peor apresuraron el paso, solo para ver entre nubes de tierra y polvo cómo se terminaba de caer los cuartos.
La madre prorrumpió en un desesperado sollozo, lanzándose hacia lo que había sido su hogar. ¡¡Mis hijos!! ¡¡Mis hijos!!. Algunos curiosos se dispusieron a buscar entre los escombros, quitando vigas y piedras, excavando con las manos, encontrando después los cuerpecitos destrozados de los dos niños que han de haber muerto al instante del derrumbe. La congoja, la impotencia, la tristeza y el dolor de la mujer no se pueden narrar.
Dicen que enloqueció y que luego se le veía vagar por las calles, con la mirada pérdida, sollozando siempre, hasta que un día se arrojó a la crecida corriente del río grande, no encontrando su cuerpo jamás.
Por mucho tiempo, los vecinos del barrio, aseguraban que en las noches lluviosas se podía apreciar la silueta de una mujer que sollozaba y pedía por sus hijos….
ACLARO. Esos cuartuchos no estaban donde ha sido el hogar de la familia De la Cruz, para que mi amigo don Dany de la Gamada no me reclame luego y me diga que soy un mentiroso de veinte suelas.
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