La diligencia que había partido esa madrugada de
Zacatecas iba con retraso, y es que don Lorenzo Escobedo pagó generoso flete
para que le transportaran dos grandes y pesados baúles cuyo contenido quedó en
el secreto guardado gracias a unas cuantas monedas de oro que pasaron de manos
del dueño de los baúles a las manos del encargado de las diligencias. Se tuvo
que cambiar el tronco de caballos por uno de mulas para que pudieran con el
tirón, porque también llevaban diez pasajeros, más el cochero, el ayudante y el
corredor.
Además los rayos de una rueda trasera se dañaron,
por lo que tuvieron que parar cerca del ranchito “Las Cocinas” mientras que el
carpintero de la Hacienda de Malpaso repuso los rayos y revisó las demás
ruedas. Y para acabarla de fregar, en la posta de Las Cocinas no hubo mulas de
repuesto, por lo que volvieron a cambiar por caballos.
Como el terreno era llano en su mayor parte, el
viaje transcurrió en calma, si se le puede llamar calma el escuchar las gruesas
interjecciones que de cuando en cuando el cochero dirigía a los animales,
mismas que acompañaba con chasquidos de un gran látigo y que eran festejadas
ruidosamente por los borrachines que viajaban en el techo de la diligencia.
A López Velarde le tocó viajar en diligencias de
postín, porque escribe: “…y va la
diligencia fatigosa / sobre la sierra, y van los postillones / cantando
bienandanza o desamor, / súbita surge la lección esbelta / y firme de tus
torres, y saludo / desde lejos tu altar…” (A la patrona de mi pueblo).
El carruaje paró en un sitio llamado “Las
Hacienditas”, donde un par de guardias saludaron al cochero que se bajó del
pescante y los saludó afablemente.
-¿Qué pasó compadre? Llega casi con tres horas de
retraso. Ya casi es hora de comer. Su pasaje ha de venir bien molido.
-En la nochecita le cuento, cuando acabe su turno,
sirve que nos echamos unos pulquitos en la plaza. Nomás viera qué ganas traigo
de un buen curado.
-Po’s nomás diga. Ya sabe que los compadres no se
dejan morir solos. Y ¿qué trai en la diligencia? ¿No trai contrabando como de
costumbre? Jabón, tabaco, o algo escondido por ahí…
-No compadre, ya sabe que cuando cargo algo le
aviso pa’ que usté saque también tajada. Traigo las sacas del correo, el
equipaje de los pasajeros y po’s nomás…
-¿Y esos velizotes que vienen atrás y adelante?
¿Qué train? Dígale al dueño que baje pa’ revisarlos.
Al llamado del cochero, don Lorenzo bajó y al
preguntarle sobre la propiedad de los baúles, contestó que eran de él. Cuando
el guardia de la garita le indicó que los bajaran y abrieran para revisar su
contenido, se lo llevó aparte y algo le dijo, mientras le daba unas monedas que
el guardia escondió rápidamente, mientras hacía gestos de afirmación con la
cabeza.
-Po’s sígale compadre, que ya la comida ha de
estar fría en el Hotel Oriente. Todo está bien. Solo que va a haber un problema
a lo que veo.
-¿Qué problema compadre? A ver dígame…
-Que el río traí muncha agua. Y su carro como
viene de cargado a lo mejor se clava en el vado. Si quere le presto el guayín,
ese de ahí, nomás me ayuda a enganchar las mulas. Mientras vayan subiendo toda
la carga que trai, en especial esos velizotes, que si siguen en la diligencia
van a llegar bien moja’os.
En un carretón de cuatro ruedas, tirado por dos
mulas acomodaron toda la carga. Don Lorenzo estuvo muy atento a lo que se hacía
con sus baúles, y decidió acompañar al ayudante del cochero en el carretón,
para no descuidar ni un momento su equipaje.
Así, la diligencia pasó el río grande, que entonces
sí era grande y ancho. Y no había puente. Atrás el carretón, controlado por el
ayudante, que se daba vuelo gritándoles a las mulas todo el vocabulario
aprendido del cochero, intercalando de vez en cuando palabrejas de su particular
cosecha. Perros y niños que salieron de sabrá Dios donde y en ruidosa algarabía
siguieron a los carros que con su ruidajo alertaban a la amodorrada y pequeña
ciudad de Jerez. Entraron por la calle de San Luis y luego dieron vuelta por la
calle del Refugio, parando frente al hotel Oriente, propiedad también de don
Antonio R. Castellanos y socios.
Todos los pasajeros reclamaron sus equipajes.
Algunos se dirigieron al interior del hotel, atraídos por el olor de la comida
y en busca de habitaciones para alojarse. El señor Escobedo llamó al cochero:
-¡Oiga! Yo necesito ir hasta Monte Escobedo. De
aquí, ¿cómo le hago?
-¡Újule! ¡Eso sí que va a estar bien cabrón! Pa’l
Monte no hay modo. Mire, la diligencia del correo que va a Tlaltenango nomás
sale los sábados muy temprano. Esa lo dejaría en Huejúcar. Ya más cerquita,
pero no crioque lo quera llevar con esa carga tan pesada. No. Esa diligencia es
ligera, nomás lleva el correo y cuando muncho a seis viajeros. Como el tronco
es de cuatro caballos, no va a poder con sus triques.
-¡Necesito salir hoy mismo para allá! ¿No hay otra
forma?
-Po’s la única forma es que rente un guayín como
este y con cuatro mulas. Aunque es muy incómodo, porque va a resentir el
camino, que como es sierra, está muy malo. A veces puritita brecha. Y es que en
lugar de dar güelta hasta Huejúcar, nos vamos por la sierra de Juanchorrey, por
el camino de los arrieros
-¿Y dónde puedo rentar el guayín que me dice?
-Po’s mire, Aquí hay carros, pero hasta mañana se
los rentan. Es que todos los animales los descansan para que tengan bríos en la
madrugada. Y si de veras le urge, po’s dígale a mi compadre, alcabo ya está su
equipaje arriba del carro… Dígale, estas mulas están frescas. Y si salen en una
hora pueden aprovechar toda la tarde. Campean un rato en la nochecita y muy
temprano le siguen. Quen quite y mañana anocheciendo ya estén allá.
-Vamos con su compadre, a ver si jala con el
carretón.
-Mire, deje que vaya uno de los postillones, al’cabo
les gusta correr, sirve que descansan estas mulas y se traen otras dos y un
cochero y un guardia.
-¿Y el guardia pa’qué? Yo voy en el pescante con
el cochero.
-Po’s si sabe y trai armas no se hable más. Le
digo, es que el camino está muncho muy feo, y además hay bandidos, de esos que
le llaman “tulises”. No quera Dios y se los encuentre...
LA PRÓXIMA SEMANA CONCLUYE…
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