-“No creo que se acuerde de la cruz que
estaba ajuera del panteón de Dolores, pegada a la barda del lado norte. Esa
cruz la puso don Cuco Vanegas para ir a pedir a Dios por su hijo Dañel, que fue muy maldito, pos’ fue
quien quemó a un sacerdote y a su mamacita (la del sacerdote) en una caldera de
un molino; cuando lo mataron en tiempos de la revolución echaron su cuerpo a
una fosa común y no le permitieron a su padre pusiera una cruz dentro pa’
recordarlo. Así que la puso ajuera.
“Ese Dañel era muy mala alma, se metió
de revolucionario cuando vinieron las tropas de Pánfilo Natera, y a los pocos
días andaba presumiendo que era general. Los que andaban con él eran puros de
su calaña, acostumbrados a la malditura, se robaban a las muchachas de los
ranchos y nomás les hacían la maldá y las dejaban a su suerte. Aparte, le
traiban munchas ganas a la hacienda del Ojo de Agua, acá por el Huejote.
“Tantas maldades hizo ese Dañel, que sus
mismas gentes lo mataron y en un carretón de basura lo trajeron a enterrar en
una fosa común que había pegada a la pader. La cruz que puso don Cuco quedaba
esaitamente frente al callejón de Los Órganos, pero antes no había casas, solo
unos tecoruchos abandonados y unas bardas de adobe con nopales bien
enrraizados, ya muy añejas. Ya más o menos se dio una idea de dónde estaba la
cruz que le digo, ora sí le voy a contar la historia:
“Don Filomeno andaba con su compadre Ponciano
de rancho en rancho, de pueblo en pueblo, de feria en feria. Vendían baratijas,
espejos, collares, y cosillas de esas que usan las mujeres quesque pa’ verse
más bellas. Barilleros eran.
“Pos’ don Filomeno estaba añejón y ya
cansado de andar de pata de perro le dijo a su compadre que él se iba a quedar
a vivir en Jerez, que a lo mejor se dedicaría a la hojalatería y a criar
marranos. Y es que ya tenía familia, y la ñora era la que más resentía que
anduvieran como judíos errantes. Así que pa’ pronto consiguió una casa que ni
siquiera le rentaron, se la emprestaron pa’ que la cuidara.
“Pos’ la casa esa es la que quedaba en
el callejón de Los Órganos y daba esquina con el llanito al lado del panteón.
La casa estaba abandonada, nomás eran dos cuartitos, un gallinero y un corral
con bardas de adobe medio caídas, unos macheros y sobre las bardas habían
crecido unos nopalones que de noche daba miedo verlos.
“En un cuartito dormían don Filomeno, su
mujer y sus tres hijos. El otro lo usaban pa’ cocina y pa’ guardar triques y el
compadre se quedaba en el gallinerito, al cabo acostumbrado a andar en el
trote, ponía un petate en el suelo y ahí se dormía. En el corral metieron
cochinos, eran marranos criollos, de esos corrientes y trompudos. En el patio
don Filomeno arregló sus cosas pa’ chambiar en la hojalateada.
“Pos’ a los pocos días Ponciano le dijo
a su compadre que él mejor se iba a seguir con lo de la barilleada, porque se
sentía incómodo ahí, y no por quedarse en el gallinero, sino que porque por las
noches se oían murmullos y se veían sombras del lado donde estaban los nopales.
Don Filomeno le decía que no juera coyón, que los murmullos los causaba el
viento que pasaba entre los nopales, y que las sombras era porque el mismo
viento los movía. Ponciano le retobaba y juraba que eran los muertos del
pantión que se querían salir.
“Don Filomeno notó después que los
cochinos escarbaban en las raíces de un nopal, y se lastimaban sus trompas, así
que junto con su compadre decidieron tumbar los nopales, de ese modo ya no se
verían sombras ni se oirían murmullos ni voces extrañas por la noche, y de
pasada, los cochinos ya no trompearían ahí. Pos’ estaban en chinga con los
talaches y los picos sacando de raíz los nopales, cuando Ponciano se rajó, dijo
que lo dejaran para después, porque estaba muy cansado. Filomeno le decía que
le siguieran nomás un rato, que casi acababan.
“Ponciano se fue a la tienda de don Goyo
Ramírez, ahí cerquita, en la esquina de la calle Dolores, a echarse unas cheves
y dejó a su compadre solo. Empezaba a anochecer cuando de talachazo en
talachazo don Filomeno ya casi sacaba todos los nopales. Y que da un talachazo
y ¡zas! Se le fue hasta dentro de un hoyo que estaba debajo de la raíz del
nopal. Y en el agujero, se encontró tres ollas de barro, bien llenitas de
monedas de oro. Yo crioque como les daba el aigre no se engasó don Filomeno.
“No se portó gacho, porque luego luego
jue a buscar a su compadre pa’ que le ayudara, pero el compadre ya estaba
briago con las cheves que se había tomado y lo tiró a loco. De todos modos don
Filomeno le convidó de las monedas que se encontró.
“Pos’ la suerte de esa familia cambió
con ese hallazgo, porque después compraron esa casita y la tumbaron toda pa’
hacerla nueva. Y don Filomeno se dedicó a comprar casas por todo Jerez para
tumbarlas y hacerlas nuevas. Del dinero que se jalló pue’que ya no queda nada,
porque los hijos le salieron muy jijos y a escondidas de su papá se lo sacaban
pa’ gastarlo en cuanta borrachera se les ocurrió.
“Y así como se lo cuento, es como me lo
contaron, lo del tesoro de la casa de enfrente de la cruz de Dañel Vanegas. Que
sea cierta, quen sabe, a mí así me lo contaron”.
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