“Pa’que me entienda mejor, déjeme platicarle desde el principio. Fue allá por el año del 26, cuando cerraron los templos. Tons’ yo estaba chiquillo. Ora verá, tenía como once años, pero ya nos tráiban en joda trabajando. Vivía con mi mamá y un tío allá en Mezquitic. ¿Usté sabe dónde está ese pueblito? P’os entonces no había carreteras ni comunicaciones, ni nada. Nomás una brecha que servía pa’que los arrieros llegaran por el rumbo de Huejuquilla.
“Po’s en el pueblo había un cura, no me acuerdo su nombre, pero ese cura andaba a chingue y chingue con mi mamá… que debía mandarnos con los cristeros, que debíamos defender la religión, que debíamos luchar contra los ateos. Total, el curita le lavó el coco muy bien a mi mamá, y ándele que ahí vamos, mi tío y yo, con un morral de gordas, un caballo viejo, un rifle viejo e inservible, una cobija búlica y un chingo de bendiciones a unirnos con las gentes de un tal Pedro Quintanar, que era el que comandaba el movimiento por esos rumbos. Mire, yo tenía once años, y aunque sabía trabajar en el campo, nunca aprendí a manejar un rifle, así que nomás andaba de caballerango, cuidándole el caballo a mi tío.
“Si viera la de hambreadas que pasamos, parecíamos fantasmas de tan flacos que estábamos. A veces, que veíamos una vaquita por ahí, desperdigada, po’s sobre de ella y aprovechábamos y nomas dejábamos el puro calcañar. Por eso nos decían “los robavacas”. Cuando había enfrentamientos con los pelones, yo me quedaba con los caballos y a puro chillar y chillar. Si viera lo feo que se siente cuando se van matando las gentes nomás porque sí. Y yo me preguntaba ¿Po’s si el cura quiere defender tanto a Diosito, por qué no está aquí con nosotros echándoles harta bala a los callistas infieles?
“Y mire, los méndigos callistas eran más piores que nosotros. Eramos varios chamacos los que andábamos con los cristeros. Pero nos encargábamos de los caballos, que no corrieran cuando había combate, ni que se los robaran. Había uno como de mi edad, se llamaba Jerónimo de Santiago, de por ahí del rumbo de Susticacán. Po’s ahí tiene usté que en una de esas balaceras nos lo quitaron. Se lo llevaron los soldados pa’l cuartel que tenían en la hacienda de Ciénega. Y los agraristas lo ahorcaron porque no quiso gritar “Muera Cristo Rey”. Pero cuando lo ahorcaron, estaba el pogrecito ya muy golpeado, a puros sablazos, no podía gritar aunque quisiera. Ora verá, eso pasó en Junio de 1928. Eran bien hombres, pero con los niños indefensos.
“A veces andábamos por acá con las gentes de Sabino Salas, del Chiquihuite, que se paseaba como si nada por toda la sierra de los Cardos. Ese Sabino Salas era muy ladino, y nomás no le ganaron una. Cuando los agraristas lo buscaban, este ya se les había pelado y de pilón les mataba dos o tres defensas. En Marzo del 29, se juntaron gentes cristeras, pa’ pensar en atacar Jerez, donde estaba el mero cuartel del general Anacleto López, un pelao mucho muy gacho y que ya lo traíamos entre ojos. Po’s fue a principios de Abril cuando hubo un enfrentamiento por el lado sur de Jerez con los agraristas. Fíjese: los soldados no eran nada pendejos, y cuando la sentían dura, echaban por delante a los agraristas que aunque bravos, no sabían usar las armas y desperdiciaban su parque tirándole a todo lo que se movía. Así que muy cerquitas de Santa Fé, los derrotaron los cristeros, y los hicieron correr como gallinas hasta la protección de Jerez.
“Ya envalentonados, varios jefes cristeros decidieron atacar Jerez a lo grande, para eso se concentraron en las inmediaciones de la Hacienda de El Tesorero, hartas tropas como no había visto yo antes. Entonces sí, era una guerra en forma. Mucha caballada, muchos soldados y agraristas, mucha gritería. Los agraristas salían a matacaballo a “torear” a los nuestros pa’garrarlos a dos fuegos. Pero los cristeros ya bien mañosos, nomás los veían que salían en chinga, y apuntaban despacito con sus rifles y los mataban como patitos. Toda la mañana de ese 10 de Abril, se oyeron gritos, maldiciones, súplicas, oraciones. Necesitaría estar ahí pa’que viera lo horroroso que es todo eso. Mucha mortandad. Si le digo que tenía miedo, le echaría mentiras, no, tenía pánico, pavor. Me solté del estógamo bien gacho. Por miles se podrían contar los muertos. Los heridos que quedaban en zanjas y arroyos se quejaban y desangraban sin que nadie les hiciera caso. Los agraristas y soldados retrocedieron pa’ Jerez pero ya su tropa iba muy jodida, ni siquiera la mitad estaba viva ya. Yo me perdí. Entre la bola no supe donde quedaban las gentes con que andaba. Entonces, solo se me vino a la mente volver con mi mamá, a mi pueblito. Y les preguntaba a varios que pa’onde quedaba Mezquitic. Me dijeron que me fuera pa’onde se pusiera el sol.
“Y ahí voy a camine y camine, rumbo del poniente. A veces aguantando la sed, a veces en algún ranchito me daban una tortilla o una gordita, y ahí iba. Pasando Los Cardos, ya con rumbo de la Cueva Blanca, me encontré con tropa de Sabino Salas. Ellos me conocían, y me trataron bien. Estuve varios días con ellos. Y fui testigo de cómo guardaron muchas armas y dinero en unas cuevas grandes que están en un reliz por el rumbo de un cerro muy alto y escabroso, desde donde se podía ver en la lejanía a Jerez. Creo es el cerro del Orégano, donde está ahora la torre esa del guardabosque.
“Recuerdo que el jefe, o sea Sabino Salas, decía que habían ganado la guerra de El Tesorero, pero que los otros pendejos no habían querido tomar Jerez de una vez, por lo que él créiba que ya no tenía razón de ser la lucha, y lo mejor sería guardar las armas y todo el dinero pa’ irla pasando. En esas cuevas, había aparte de los rifles y de cueras llenas de monedas de oro, muebles que se habían robado de Jerez en la revolución. No me lo va a creer, pero hasta una mecedora muy labrada había ahí. Y po’s ¿pa qué querían una silla mecedora en la punta de la sierra?. Había jarrones de porcelana, pedazos de cama de latón, mesitas muy labradas.
“Po’s el Sabino Salas tenía razón, y a los dos meses más o menos, nos llegó un propio diciendo que ya se había acabado la guerra, que ya habían abierto la Parroquia de Jerez. A todos nos dio harto gusto. Luego, empezó a buscarnos un tal Emilio Barrios, quesque comisionado por el gobierno para que nos rindiéramos, y convenció a Salas. Y ahí tiene que el 25 de agosto de ese año, del 29, sus gentes entregaron armas y parque al Emilio Barrios rindiéndose. Pero no se crea que entregaron todas las armas y el parque, no, solo se presentaron con las escopetas y rifles más viejos y descompuestos, y una o dos cananas cada quien con unos pocos cartuchos, las pistolas reventadas y viejas. Sabino Salas sí tenía muchas armas, pero las supo guardar antes en las cuevas de Los Cardos pa’ lo que se ofreciera más delante. Pero, pos’ luego supe que no se le ofreció, porque murió a los tres o cuatro años. Quien sabe si sus ayudantes y familiares sacarían armas, dinero o cosas de los escondites.
“Yo me fui cuando la rendición pa’ Mezquitic, en un caballo alazán que me “regaló” el mismo Salas. Digo, me lo regaló, porque me dijo que me lo emprestaba pa’ que pudiera llegar a mi pueblo, y cuando tuviera oportunidá, pos’ que se lo degolviera, y po’s el caballo se murió de viejo en el corral de mi casa.
“En Mezquitic ya no estaba el cura ese que nos hizo ir a la guerra. Mi mamá se había muerto de hambre y de tristeza. Y mi tío nunca lo volví a ver. Sabrá Dios si murió en la guerra del Tesorero. Yo le hice la lucha de trabajar en el campo, en el terrenito que teníamos, y ahí la fui sacando al pasito. Ya después me vine pa’ Jerez y aquí me casé. Y ya vé, toda mi familia es de aquí ya…”.
4 comentarios:
me a interesado mucho este fragmento y me gustaria realizarle una pregunta de un soldado de sabino salas llamado francisco jacobo
me gustaria preguntarle por un soldado de sabina salas llamado francisco jacobo pues me interesa mucho su historia gracias
Francisco Jacobo era mi abuelito lamentable mente el ya murio
Francisco Jacobo es mi abuelito desafortunada mente el ya murio =(
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