Aparte de todas las actividades que realizaba Andrés Lamas, me faltó contar que también anduvo metido en el teatro. “El pelucas” o “Neche”, como le decíamos también, se acoplaba perfectamente con nosotros, los que formábamos el grupo de teatro de Castaño. Así, participó en muchas representaciones, y como era sastre, se confeccionaba su vestimenta y nos echaba la mano a los que no podíamos ni siquiera enhebrar una aguja. Recuerdo que en una presentación cómica, su papel era de un vampiro, perfectamente ataviado, y hasta con su capa dragona en negro y rojo, el interior del teatro –como siempre que ofrecíamos algo- estaba lleno. Los efectos de iluminación estaban a cargo de Juan López (La Furris) y se había escupido la mano para crear el ambiente adecuado. Pues Andrés chupa la sangre de una de sus víctimas en la penumbra del teatro, y la quiso cargar para llevársela, pero como no la pudo, la sacó del foro arrastrando, lo que causó la hilaridad del público, pero tras bambalinas una zapatiza a Andrés porque le echó a perder las medias nuevas con la arrastrada a la víctima. Tanto en sainetes como en obras ahí estaba, al pie del cañón. “Torbellino”, “La Leyenda de la Virgen de la Soledad” y otras más, ahí anduvimos.
También hicimos “La Banda Borracha”, copiada de “El Agüite” que años atrás creara Nico Macías y sus cuates. En la Banda Borracha, Andrés se agenció un bote de cartón grande, al que le hizo un agujerito para pasar un mecate, el que tensaba con un palo de escoba, y lograba sacarle tonos de un buen bajo. Yo me conseguí un lavadero de lámina y ese era mi “Güiro”, mi compadre “La Salchicha” (Jesús López) usaba un par de tapas de olla. Pero, el que llevaba todo el ritmo, la melodía y la instrumentación seria era Joel Flores, quien tocaba la guitarra, las maracas, una armónica y de pilón hasta un tamborcillo.. todo al mismo tiempo. Con la Banda Borracha llegamos a llevar serenatas, participamos en el Novenario de la Virgen de la Soledad, y hasta amenizábamos posadas y fiestas...
Y bueno, gratos recuerdos guardaré de esta persona que desde que yo tenía 15 años me ofreció su amistad, ahora les ofrezco, un relato del Sr. J. Sotelo M.
EL ABONERO
-Pos, si, ya le digo, yo trabajé de abonero, y entodavía a veces le hago la lucha; cierto que es un trabajo cansado porque anda uno de casa en casa, y a veces como que ni sale eso de andar ofreciendo cositas.
-Endenantes era más cansado porque cargaba uno con la mercancía todo el santo día, ahora se ayuda uno mucho con el triciclo: cuando se cansa de pedalear, pos se baja uno y le empuja.
-No dejan de pasarle a uno detallitos en eso de andar por las calles, de puerta en puerta y tratar con la gente, pero lo que más se me ha grabado es un detalle que me pasó allá en el Rancho de San Juan del Centro.
-Fue allá por el setentaitrés, en febrero, una temporada muy malita en la que salía uno y no hacía nada y aprovechando un “raite”me fuí a ese rancho a la esperanza de colocar algo.
-Pos nada, había acabado de pasar la fiesta de La Candelaria y nadie dejaba nada. Pos ya desesperado de darle vueltas al rancho, me senté hambreado y triste en las raíces de un mezquite que ‘taba como a dos cuadras del templo, en la esquinita ya bajando p’al arroyo, y a’i ‘taba yo cavilando y tristeando cuando se me acerca una viejita y me pregunta que qué ‘staba yo haciendo allí.
-Ya luego que le platiqué que vendía cosas las quiso ver y se quedó con una vajilla completa, de la de monitos, de esa que le dicen “Versalles”. Como no la traiba completa, nomás las muestras, quedé de llevársela al día siguiente. Me fue bien porque me anotó un abono y me convidó unos taquitos.
-Cuando le llevé la vajilla, me platicó que la quería porque iban a llegar sus gentes que andaban “en el otro lado” y no tenía platos en qué servirles.
-Cada ocho días me aventaba en bicicleta la travesía para ir a cobrarle allá al rancho en la casita del mezquite en la puerta; nunca me falló con un abono, y echábamos la platicadita: que si los becerros, que si las aguas, que si las “funciones” (fiestas) en Jerez, que si los hijos, que si…
-En mientras aproveché y me aclienté vendiéndoles algunas cosas a otros vecinos de ese mismo lugar; ya me conocían y ya hasta se me había hecho costumbre la vuelta.
-Faltando el último abono, que me monté en la “chirris” y me fui a cobrarle, pero por más que tocaba la viejita nada que salía. En esas estaba y ya pensando que l’ ihubiera pasado algo por sola, cuando que se para un mueble “gabacho” y que se empiezan a bajar gentes y chiquillos, y que se me arrima un pelao grandote, prieto y medio tuerto que me empieza a preguntar que a quién o con quién quería yo hablar.
-Les dije a lo que iba y me contestaron que sería en otra casa, porque esa casa ya iba pal año que la dejaron cerrada y que apenas iban llegando.
- ¡No!, -les aseguré- yo he cobrado los abonos de una vajilla que yo mismo dejé delante de la señora Paulita Peñalver, mire, si hay ta’ su firma con su nombre y todas las anotaciones y las fechas en que vine.
-Se empezó a juntar la gente, unos a la bienvenida y otros a la curiosidad y todos atestiguaron que en verdad yo era un abonero pero nadien aseguró que yo haya vendido nada en esa casa; que cuando me vían apiarme por a’i pensaban que era para orinar por lo solo que estaba el lugar pero que no me habían visto hablar con naiden.
-Ya me estaba dando miedo y empecé a sudar. ¿Pos que tanteada o trampa me quedrán tender?, cuando en eso que abren la casa con la llave que traiban y allí en el primer cuarto, sobre la mesa en que la dejé ‘taba la vajilla muy acomodadita, pero llena de polvo y telarañas.
-Las gentes al ver aquello en su casa pensaron que alguna conocida les quiso hacer una sorpresa porque la señora con la que yo ‘bia hablao ya tenía muchos años de muerta, además de que no sabía ler ni escribir, menos firmar.
-Del susto ya ni quise cobrar ese último abono, pero lo cierto es que desde que hice aquella venta no me quejo, de hay en delante me ha ido mas o menos bien.
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