Durante los reacomodos postrevolucionarios, en Zacatecas se
sufrió por hambre, por miseria, por inseguridad, por desintegración de
familias. La otrora capital de la plata quedaba completamente en ruinas luego
de la toma “a sangre” que hicieran los villistas el 23 de junio de 1914, con su
posterior saqueo y serie de infames asesinatos ordenados por el mismo centauro
del norte.
Jerez, de haber sido una provincia bella, cultural, amigable,
conocida como “la Atenas de Zacatecas”, en la que florecía la agricultura, la
ganadería, el comercio y las pequeñas industrias, pasó a ser un sórdido pueblo
lleno de ruinas negras y humeantes, que luchaba por sobrevivir. Sus calles ya
no guardaban los ecos de las melodías que de muchos pianos sacaban manos
jerezanas. Ni siquiera se oía el barullo de los niños en las escuelas. Las
casas ya no tenían sus puertas abiertas como antaño en que presumían los
canoros cantos de las aves que se multiplicaban por el zaguán y los patios. Gentes
de torva mirada, de desconocidas costumbres, de ignorancia supina se adueñaron
del pueblo.
La mayoría de los comercios que surtían a todas las
poblaciones del cañón de Tlaltenango, y en los que se encontraba de todo,
habían sido quemados por los villistas, los que se hacían garras entre ellos
mismos para apropiarse de las mejores fincas, de los mejores ranchos, de las
mejores tierras y hasta de las mejores mujeres.
¿Qué podían hacer los habitantes de Jerez sin los medios básicos
de sustento? Poco a poco fueron emigrando. Primero a las grandes ciudades
enlazadas por el ferrocarril. Después, a Ciudad Juárez, y de ahí a todo Estados
Unidos. Hay muchas historias que hablan del desarraigo, de la desintegración
familiar, de las humillaciones y hambres que sufrieron nuestros antecesores que
tuvieron que salir de su tierra.
LA COSTURERA
Las hijas de doña Librada García y don Teódulo González fueron
sacadas oportunamente de la región por un tío que se ofreció a llevarlas hasta
El Paso, y de ahí a la entonces pequeña ciudad de Los Angeles. Las tres
muchachas eran de muy buen ver, por lo que ya les habían echado el ojo varios
capitancejos villistas con muy malas intenciones, las peores del mundo; así que
la decisión de sacarlas del país fue aprobada por doña Librada y su marido, los
que no quisieron salirse de Jerez. -“Aquí
están los huesos de mis padres y de mis abuelos, si quieres vete tú Libradita,
que yo me quedo. Aunque sea comiendo cáscaras de tuna, pero Dios proveerá”.-
Decía don Teódulo. Claro que su mujer no lo dejaría solo, así que el matrimonio
se quedó en Jerez y sobrevivieron varios años, con la ayuda de Dios y con la
constante actividad de la ama de casa, que sabía coser, tejer y bordar muy
bien. Eso también lo sabían sus vecinos y sus amistades por lo que
continuamente le mandaban hacer camisas, calzones, vestidos y lo que se
necesitara, además de delicados manteles, toallas y demás.
Las hijas se acomodaron en un negocio de costura, lo que ahora
se conoce como “maquiladora”. Pero en aquel entonces sí les pagaban muy bien,
lo que hacía que las contínuas cartas que enviaran a sus padres vinieran
siempre acompañadas de varios billetes verdes. –“Benditas hijas que tenemos que no nos han desamparado”. Expresaba
don Teódulo con los ojos llenos de lágrimas cada que su mujer leía las misivas
enviadas desde Los Angeles. Don Teódulo no sabía leer, porque en esos tiempos
pocos eran los que leían y más pocos los que podían escribir con soltura. En
varias cartas, las muchachas le decían a su madre, que le mandaban dinero para
que se comprara una “Singer”, que con ella podría coser en un rato lo que se
tardaba en hacerlo a mano una semana. Pero ¿qué es una “Singer”? El marido se
rascaba la cabeza y salía a cavilar y a preguntarle a sus conocidos si sabían
que era una Singer y dónde las vendían.
Los dólares se los cambiaba un voraz comerciante establecido
en el centro de la pequeña ciudad y como don Teódulo no estaba al tanto del
tipo de cambio (pues nadie sabía de eso), el del comercio le decía: “Tú me das un dólar yo te doy un peso y así
todos contentos”. Pues sí, y además que nadie más cambiaba dólares. Pero de
cualquier forma tenía su guardadito.
-¿Cuándo me compras
la Singer Teo? –inquiría
su mujer- las niñas me están a pregunte y
pregunte en las cartas que si ya me la compraste, ¿qué les digo?. El pobre
señor se salía a la calle rascándose la cabeza y pajueleando el sombrero en los
guardapolvos de las casas. –Mire
compadre, aquí nunca va a encontrar lo que busca –le dijo un amigo-, mejor vaya a Zacatecas y ahí es posible que
sí sepan que es una “Singer”.
Muy temprano doña Libradita le preparó unas gorditas para el
camino, ya que el camioncito (una troquita Ford con redilas arreglada para
llevar pasaje) se tardaba muchas horas en llegar a Zacatecas. Don Teódulo
guardó dentro de su pantalón de pechera un paliacate lleno de pesos, dólares y
monedas que usaría para comprar la “Singer”. Cuando llegó a la capital,
preguntando preguntando llegó a un lugar donde vendían máquinas de coser. –“Oiga, ¿es cierto que aquí venden “Singer”?
–Sí señor, tenemos muchos modelos, muy bonitos, recién importados y muy
baratos. ¿Gusta verlos? Y ante el asombro de don Teo que por primera vez
veía la tan ansiada máquina de coser, le fueron mostrando lo que había en la
sala de exhibición.
-¡Quiero ésta! –exclamó cuando vio una flamante
Singer modelo 201, con su mueble de cinco cajones, su pedal de fierro vaciado,
y toda ella llena de dorados adornos en la lustrosa y negra máquina. Sacó su
paliacate y frente al empleado que lo atendía, empezó a separar pesos y moneda,
dejando aparte los dólares. –Mire, como
veo que trae dólares deme solo 65. Pero si me la paga en pesos son 234, ya ve
que el dólar está a tres sesenta.
Como si le hubieran dando un fuerte trancazo, don Teódulo
respingó. -¡¡A ver, a ver!! ¿Cómo está
eso? ¿Pos que no vale igual el dólar que los pesos? ¿Cómo que a tres sesenta?
¡¡Viejo desgraciado e hijo de la chingada!! ¡¡Con razón hasta le daba gusto
cuando me los cambiaba!! Pero ora verá cuando regrese a Jerez-.
El vendedor le aseguró que ya hacía varios años que el dólar
estaba así y cuando don Teo se calmó le ofreció que en una troquita de la
compañía, por cinco pesos más le podrían llevar su máquina hasta Jerez.
Doña Librada no cabía en sí de alegría cuando llegó su
máquina. La pusieron en medio de la sala, y abrieron los barandales para que
todo mundo la viera. Las mujeres la chuleaban, que qué bonita estaba, que qué
bonitas flores y letras tenía pintadas, que los cajoncitos olían a madera fina…
Don Teódulo se la pasó los siguientes días en la cárcel, porque
en cuanto llegó a Jerez, luego de dejar la “Singer”, fue a buscar al voraz
comerciante que le cambiaba los dólares. –¡No
vengo a pedirte que me regreses el dinero que me robaste al cabo el dinero va y
viene, nomás vengo a ponerte una chinga pa’ que sepas que tu pendejo ya se te
acabó y luego voy a gritar por todo Jerez lo ratero, desgraciado e hijo de la
chingada que eres!- Y como anunció, le puso una chinga muy buena. La
policía intervino y se llevaron a don Teódulo a bote. Pero como todo Jerez se estaba
dando cuenta de lo ocurrido, el comerciante tuvo que abogar porque lo sacaran.
Otra sorpresa esperaba al encarcelado cuando regresó a su
casa. Pues doña Librada, ya repuesta del asombro de su “Singer”, confesó que no
sabía cómo se usaba, ni para qué era. Tuvo que ir otra vez don Teódulo a
Zacatecas y con amenazas llevar al empleado de la casa comercial donde compró
la Singer, para que aleccionara a su mujer sobre el uso de la máquina. Claro
que el empleado le cobró otros diez pesos, además que lo surtió de agujas,
bobinas, aceite, carretes de hilo, tijeras y hasta telas que luego de ser
adiestrada, empleó muy bien su señora, la que en lo sucesivo fue conocida en
Jerez como “doña Librada la de la Singer”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario