viernes, 4 de julio de 2008

LA YEGUA DE LAS NOVIAS

LOS TIEMPOS DE LLUVIA


Luego de todas las pachangas de fin de curso han terminado, los estudiantes andan buscando la manera de pasarse estos días “echando la güeva”, y ya comenzada la temporada de lluvias, como que nos entra la melancolía, luego de tapar las goteras nos dan ganas de estar metiditos en casa viendo la lluvia. Ojalá el temporal de este año sea bueno, ni tan tan ni muy muy. Y ya que hablamos de agua, les ofrezco una narración de las que mi hermana Victoria incluye en su libro:

LA YEGUA DE LAS NOVIAS


Mi abuelo era propietario de la yegua de las novias, así que apenas se concertaba la boda, la cual se celebraba por lo general en la Vicaría de Juanchorrey, o en el Curato de Tepetongo, la comitiva y los novios debían trasladarse a lomos de caballo desde las rancherías. También eran válidos los burros y aún hasta a pie, las señoras grandes en guayín o carretela cuando la había, pero la novia por su naturaleza, sus velos y su vestuario debía de ser conducida con el mayor esmero, y nada más propio que este noble animal, de trote suave, anchos y acojinados lomos, mansa para el albardón y dócil a la rienda, acostumbrada sobre todo al nerviosismo e incierta guía de la dama transportada.
Cuando un acontecimiento así se aproximaba, se redoblaban los cuidados para el solicitado ejemplar: cepillado de pelo a conciencia y trenzado de las crines para que se le marcara un ondulado que se adornaría luego con lazos, listones y flores blancas. Se le pulían las pezuñas hasta dejarlas brillantes y estrenaba herraduras. La “noble bruta” se dejaba acicalar, sintiendo quizá que su papel revestía más importancia que el de la novia, ya que ésta era conducida sólo una vez, mientras que ella, la yegua, ya no tenía la cuenta de las veces que hizo el mismo número.
También las niñas estrenábamos, por eso nos gustaban tanto las bodas; además de los vestidos de organza y las coronitas de azahares de cera blanca fabricados en casa, nos hacían zapatos de manta blanqueada, con suelas de cuero curtido y bordados en la punta o adornados con las mismas flores de la corona. Montadas en la grupa de los caballos, atadas con las correas de la silla para que en un descuido no nos fuésemos a caer, y así íbamos tomados de la cintura de los jinetes.
La última vez que monté para una boda, fue también la última para la yegua. Ya de regreso del Templo para la ranchería, el grueso de la comitiva se había adelantado para preparar la llegada de los novios; acomodar a los músicos, calentar el mole, las respectivas sopas y el dulce de leche cocida. La novia y el novio en compañía de dos de los padrinos, sin ninguna prisa, platicando, se quedaron rezagados; con el calor del sol y la fatiga del camino, me quedé adormecida abrazando al padrino por la cintura; ya no escuchábamos a la demás gente, apenas un ronco zumbido muy a lo lejos cuando el trote de un caballo desbocado y los gritos de un muchacho nos pusieron alerta:
-¡Cayó una tromba en la Sierra…! ¡Más pa’rriba del Ahuichote…! ¡Píquenle pa’ pasar antes que llegue la punta…!!!
Tendieron al galope los caballos y la yegua respondió como ninguna, lo que tenía de mansa lo tenía de ligera y lograron pasar el río justo antes de que le muro de agua se les viniera encima. Con la violencia del agua se desgajan las riberas y la infeliz yegua pierde terreno bajo sus cuartos traseros y, dando una voltereta se zambulle en las revueltas aguas con todo y su preciosa carga.
El alarido del novio se sobrepuso al ensordecedor del embravecido río al lanzarse a la turbulenta corriente para tratar de salvar a su amada.
Espoleando los caballos y cortando por los recodos, espumeantes y sudorosos, pencos y amos a fuerza y destreza de lazos y manganas, lograron salvarlo a él y a su caballo, pero de la novia ni rastro.
Cuando me repuse de la fiebre y del terrible colapso que me produjo el que nadie se acordara de mi situación en la montura, clavada con las uñas a la espalda del padrino, ni de las correas que me baldaron las piernas para siempre, me contaron que en ocasiones y a lo lejos se veía a la yegua coceando, piafando y relinchando a la orilla del río con un sucio pedazo de velo en el hocico, buscando con desesperación a la dueña.
Desde entonces en mis pesadillas aparece la yegua corriendo en medio del agua con un muy largo, largo velo de novia.
* * * *


¿RESTOS DE MAMUT?


Acerca de los huesos encontrados al costado sur del santuario, alguien dijo que son “hechos conocidos y que a estas alturas resultan irrelevantes”. Entonces, con esa lógica resulta irrelevante el tratar de escudriñar en nuestro pasado para conocer lo más fielmente posible los acontecimientos ocurridos en nuestro entorno. La investigación histórica es una actividad que nos envuelve, que nos lleva a un entorno muy diferente al que vivimos. Es emocionante el encontrarnos con nuestro pasado. Tratar de escuchar los ecos de las voces de quienes nos antecedieron. Pero bueno, para algunos resulta irrelevante.
Y para que vean: encontré restos de mamut, y como constancia está la foto que adjunto… para que luego digan que no es cierto….
BLOG. Estoy subiendo a Internet todas las columnas publicadas, así que quien quiera volver a leerlas y no encuentra su “Alacrán” porque ya lo usó para ponérsela a la jaula de los pericos o de plano para limpiarse la coliflor, vea http://miguelberumen.blogspot.com/ Y ahí están mis escritos.