viernes, 3 de agosto de 2012

EL TESORO DE LINO RODARTE


Don José de la Cruz Mejía ya no estaba para trotes largos en su burro, por lo que luego de una larga travesía por la sierra, decidió aprovechar la hospitalidad que le dieron en el ranchito de los Suárez del Real, conocido como “Ranchito de Guadalupe”. La dura vida del campo lo había maltratado bastante, pero a pesar de tener ya 60 años, había ido a lo más recóndito de la sierra, a cumplir con un delicado encargo de su anciano padre, don Benito Margarito Mejía.
Muy de madrugada, luego de descansar en el ranchito, tomó el camino para Jerez, camino bordeado por la acequia llena de cantarinas aguas que se daban prisa por mojar las huertas jerezanas. El camino terminaba en un portón grande en la última calle de Jerez, y hasta ahí llegó don Crucito, y cuando traspuso las pesadas puertas para dirigirse a la casa de su padre, por esa misma calle, llamada “De las tres cruces” por unas cruces de cantera asentadas en estratégicos nichos, comenzó su pesadilla.
Agazapados en las sombras de esa madrugada, cuatro rurales de la acordada lo esperaban pacientemente, y en cuanto vieron que salía del portón el  hombre montado en su burro, lo tumbaron del jumento y en el piso lo golpearon con los sables.
El pobre campesino pedía clemencia, suplicaba a gritos que no le hicieran daño, pero los rurales más se enardecían y lo seguían sableando. Pero ya era hora de Misa, y la gente comenzaba a salir de sus casas, cosa que no convenía a los golpeadores.
-“¡Malditos! ¡No se aprovechen con ese pobre anciano! ¡Déjenlo!, ¡cobardes!”. Comenzó a gritar la gente, que desde lejos veía el castigo.  El que parecía ser el jefe de los rurales ordenó a los demás que ya lo dejaran, quitándole un morral que llevaba.  –“Esto es por lo que nos hizo tu cuñado”. Le dijo a don Crucito luego de darle un último sablazo, amenazándolo luego, al tiempo que montaban en sus caballos y sacando chispas del disparejo empedrado de la calle, se perdieron en las brumas de esa madrugada.
Una señora de inmediato se acercó al golpeado para auxiliarlo. –“¡Ay señora!. Por caridá de Dios, háblele a mi apá. Aquí vive enseguidita.
Trabajosamente, don Benito Mejía salió de su casa, luego de los insistentes llamados y acudió donde estaba su hijo. –“¡Mira nomás cómo te han dejado!”. “¡De seguro ha de haber sido ese maldito de Cruz Avalos y su gente, que no nos deja en paz por lo de Lino!”.
Don Crucito, apoyado en algunas gentes y ayudado por su muy anciano padre, se levantó y trabajosamente se dirigieron a su casa. “-Apá, cumplí con su encargo. Ya moví todo como usté me lo indicó. Me quitaron el morral donde estaba la relación dendenantes, pero de nada les va a servir”.
-“¡Hasta cuando nos dejará en paz ese malvado Cruz Avalos!. No conforme con matar a Lino, ahora quiere quedarse con todo lo que me dejó encargado”.
Don Cruz Avalos –jefe de la Acordada-, inspeccionaba una y otra vez el pedazo de cuero de cochino en el que se veían dibujados con tinta de huizache algunos detalles desconocidos para él. Y el texto simplemente no lo entendía. Avalos estaba empecinado en que Lino Rodarte había confiado no solo el caballo cuatralbo a su suegro y compadre, don Benito Mejía. Y es que –pensaba- si don Felipe Rodarte (el padre de Lino) le ofrecía su peso en oro, era que Lino tenía su buen guardadito. Ya en muchas ocasiones habían amenazado a don Benito y a sus muchos hijos sin conseguir nada. Y en esta, en que habían conseguido el mapa quitándoselo a su tocayo, José de la Cruz, nomás no entendían nada.
Ese mapa fue olvidado al no poder descifrar los datos que en él se plasmaron. Muchos años después, alguien lo encontró entre unos papeles y libros viejos y transcribió lo que en él leyó:
“Del puerto de Guadalupe hacia la cruz de las higueras contadas son 54 varas. Del poyo para el norte son 14, pasando por el pozo. A tres codos de hondo está el toro con oro bien cosido. Una parte es de Simona, otra de la Virgen de la Soledad”.
Muchos vieron esa transcripción, e iban a la sierra, a donde decían estaba “la cruz de Lino Rodarte”, pero de ahí no podían encontrar más datos, pues se decía que Crucito Mejía había cambiado el lugar del entierro, en previsión que el jefe de la acordada lo encontrara.
Lo escrito en el mapa, no se refiere en ningún momento a la sierra, sino a la calle de Tres Cruces. “Del puerto de Guadalupe” indica sin duda al portón de acceso al rancho de Guadalupe, que estaba por esa calle; “la cruz de las higueras” precisa el nicho con una cruz de cantera que estaba al término de la calle “de las Higueras” (Mina). Entonces, desde el portón con dirección a la calle Mina, por la banqueta del lado norte se caminan aproximadamente 43 metros. Ahí en el zaguán de una casa, desde el poyo (banca de cemento o piedra) se camina al interior, y como a diez metros, después del pozo del patio, enterrado a poco más de un metro debería estar un cuero de toro (bien cosido) lleno de oro. Una parte sería, como dice, para la Virgen de la Soledad.
La otra para Simona. Si la relación efectivamente fuera de Lino Rodarte, esta Simona sería la hija que Lino tuvo con Urbana Mejía, por lo que don Benito era su compadre y suegro. A la muerte de Lino Rodarte la niña tendría apenas 6 años. ¿Quién sería el afortunado que encontró en su casa ese cuero de res lleno de oro?. Aunque aseguran que era tanta la presión de don Cruz Avalos, que a principios de 1900, Crucito Mejía cargó el oro en dos mulas y se fue para la sierra, escondiéndolo en una de las cuevas que la tradición llama “De Lino Rodarte”.

LA CALLE REAL, DE NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE, DEL SANTUARIO, FRANCISCO I. MADERO, BIZARRA CAPITAL


La historia documentada de Jerez nos dice que fue fundada en Noviembre de 1569 como Villa de Xerez de la Frontera. Las casas de los españoles que la poblaron estuvieron alrededor del pequeño templo parroquial de la Limpia Concepción. Tomando en cuenta nombres de calles actuales, sus límites serían por el sur la calle de la Libertad, por el norte la de San Luis, por el oriente la de Dolores y por el poniente la Bizarra Capital.
Plano de 1772. Con una línea roja marcamos la calle Real.
 A los naturales que cohabitaron con los primeros pobladores españoles se les asignó una especie de huerta al poniente de la traza, que fue conocido como “El Pueblecito” o el “Barrio de San Miguel” donde años después fincarían un pequeño templo dedicado a “San Miguel Arcángel” que quedaba a pocos pasos de la Parroquia, pero separado por una plazuela que los comunicaba solo por un pequeño callejón llamado “De la Aurora”.
Presidencia Municipal en 1928. Foto de J. Rosario González.
La calle que quedaba entre la villa de Xerez y “El Pueblecito” corría hacia el sur y se convertía en el camino real a Guadalajara. (Así se les llamaba a ciertos caminos que se suponía estaban en condiciones de que viajara por ellos el Rey, aunque nunca vino ni viajo por ellos).
Pronto, esa calle se fue convirtiendo en una de las más importantes de la villa, conocida también como “Calle de Nuestra Señora de Guadalupe”. Aunque las fincas más opulentas se levantaron en lo que se conocía como “Barrio del Oro”, en esta calle tuvieron su asiento las residencias de los españoles que tenían propiedades al sur de la región.
Calle del Santuario, desde la rinconada.
A fines del siglo XVIII, el templo de San Miguel Arcángel, que era muy pequeño amenazaba ruina, por lo que se decidió erigir un templo de mayores proporciones, y poner en el adoratorio central a la imagen de Nuestra Señora de la Soledad, que ya para entonces era muy venerada.
Desde que se consagró el Santuario, la calle fue llamada “Del Santuario” o también “Real” como se conocía antes.
Con la edificación de la Escuela de Niñas se abrió la calle que cerraba la plazuela que se conocía como “de la Parroquia”, llamada luego “De Tacuba”. De igual manera se abrieron los espacios que estaban atrás del Santuario conocidos como “Huerta de la Virgen”. Todo esto le dio mucha importancia a la calle del Santuario, y sus fincas compitieron con las de la calle “Cerrada de la Parroquia” o “Del Espejo”.
Luego de la Revolución, por un corto tiempo fue nombrada la calle del Santuario como “Francisco I. Madero”, nombre que no perduró mucho, pues luego se le impuso el del segundo poema más conocido del poeta Ramón López Velarde, “Bizarra Capital”.
Actualmente es conocida indistintamente como calle del Santuario o Bizarra Capital.

Descripción breve de la calle del Santuario en 1910, (del historiador Margarito Acuña)

Al centro. "La Norma" junto al Santuario.
Por la calle del Santuario que divide la ciudad antigua diré que en la acera del poniente del Jardín está la portada y frente de lo que fue la antigua Jefatura Política y anexa a la misma la Penitenciaría en el siglo pasado y primera decena del actual. Es notable por su estilo colonial; de sólida construcción aunque de mal gusto arquitectónico.
Siguen en la misma acera (hoy casas comerciales) la que fue casa de don José María Carasa, donde vivió y murió. Este señor era español que vino a México en un batallón de la Península, el año de 1814 y le tocó militar en esta región contra los insurgentes. Cuando terminó la guerra, él se vino a radicar a la entonces villa de Xerez, Zacatecas, donde se licenció del batallón a que pertenecía.
Como algunos años estuve fuera de Jerez, cuando volví a la ciudad a principios de este siglo, ya no existía el señor don José Ma. Caraza. Parecía un Patriarca con su larga barba blanca que le llegaba hasta el pecho; su extirpe a la fecha parece ya haberse extinguido.
El “Salón Verde” o “Casa del Campesino” ocupa el lugar donde antes existía el Monte de Piedad (Montepío), que se incendió sin saberse el motivo y en cuya catástrofe se perdió mucho dinero en las prendas allí depositadas.
Edificio "De la Torre" que albergó la antigua escuela de niñas.
En la esquina de la misma cuadra está el edificio de dos pisos que por muchos años se llamó “La Norma”, que fue antiguamente una de las mejores tiendas (Cajones se les llamaba entonces a las que expendían ropa) de la Villa. La calle transversal que queda al frente  y que en su principio se llamó del Reloj, después Calle Nueva y por fin Aquiles Serdán, no existía antes y fue abierta para dar salida a la Plaza que está a espaldas de la antigua Parroquia y de la antes dicha, a la calle Real, que algunos años después se conoció por “Calle del Santuario”. La calle Real era muy transitada por las recuas y viandantes que pasaban para el Real del Fresnillo o de este para Bolaños. Por cierto que el Camino Real pasaba por la primitiva hacienda de La Labor, el ranchito de los Ríos y el Niño Jesús, por haberle cambiado por razones  de seguridad pues antes, en la Ermita y Charquillos asaltaban los ladrones a los arrieros.
Frente al Santuario está el hermoso edificio de la Escuela “De la Torre”, cuya fachada es de cantera y está conceptuado como una verdadera obra de arte. Fue construida por el arquitecto don Dámaso Muñetón, nacido en Tepetongo. El interior es reducido y antihigiénico por lo que se le considera inapropiado para el uso a que se destina.
El Santuario con sus dos torres gemelas y sus hermosos pórticos simétricamente ubicados, son notables por su construcción artística y de una belleza incomparable si se miran detenidamente.
Esta y las otras fotos son de 1928, de J. Rosario González.
De la calle del Santuario (Camino Real) solo diré que en ella estaba, en la esquina, frente al costado sur de dicho templo, la Tienda llamada “La Aurora”, que desde el siglo pasado era propiedad de don José Cabrera.
Por la misma calle Real o del Santuario, y frente a donde antes estuvo la Presidencia Municipal (ahora el Correo), se encontraba la casa de don Petronilo Colmenero, un señor alto, delgado, y eterno litigante con los indios del Pueblo (Susticacán).
En la esquina de la calle del Sol y del Santuario estaba la Tienda llamada “El Chin Chun Chan”, donde se vendía el mejor pan de la ciudad.