viernes, 26 de noviembre de 2010

EL GRAN SAQUEO DE LA REVOLUCION

Siento desilusionar a mis lectores, pues no escribiré nada de la exgobernadora ni de la expresidenta, me referiré al saqueo que hicieron los villistas y demás revolucionarios por allá a principios del siglo XX en nuestras tierras.
Jerez sufrió como muchas ciudades pequeñas del país, las tropelías de las gentes armadas que llegaban a ella en diferentes épocas de la revolución. Desde que el sábado (de gloria por cierto) 19 de abril de 1913 las tropas de Pánfilo Natera tomaron la pequeña, bella y laboriosa ciudad de Jerez, los saqueos eran cosa de todos los días. Los principales jefes militares ocupaban las mejores casonas, echando de ellas a sus propietarios, o simplemente matándolos. Muchas familias alcanzaron a huir en la oscuridad de la noche, para establecerse en Zacatecas, Torreón,  Guadalajara o México en busca de protección, pues sus apellidos eran como una señal para asesinarlos. Aunque aparentemente había autoridades, para nada servían, pues cualquier jefecillo imponía su ley y hacía lo que su conciencia le dictaba para su disfrute y enriquecimiento personal.
En ese fatídico año (el de 1913) desfilaron por la presidencia el comerciante Juan Zesati (del 14 de abril al 10 de mayo). Cuando los gobiernistas o huertistas al mando del General José Delgado recuperan la plaza, imponen como presidente a José María Díaz Hinojosa, quien administró del 10 al 24 de mayo, luego seguiría por otro mes Miguel Hinojosa Silva, suplido por el Capitán Isaac Velasco. Pero el 28 de agosto los villistas con lujo de fuerza rodean la ciudad y se adueñan de sus garitas. Justo Avila entra por la salida a San Juan, Félix Bañuelos por el sur, se dice que cada uno de ellos con más de doscientos hombres. Cuando derrotan a los huertistas advierten que en la torre sur del santuario aún hay afortinados y subiendo por la escalera sorprenden al coronel Genaro Sotakímbar, al que lanzan al vacío, quedando su cuerpo atravesado por las lanzas del cancel del atrio. Nadie se atrevió a retirar su cuerpo que por tres días estuvo ahí, hasta que los mismos villistas lo recogieron en medio de burlas y risotadas.
Los villistas asesinaron a jerezanos pacíficos
Casi a fines de septiembre, el Coronel Timoteo Andrade, al mando de una fuerza de 700 hombres desalojó a los villistas, pero la alternancia era de un mes sí y un mes no, así que para el 30 de octubre los villistas toman nuevamente Jerez. Ya reinaba una completa anarquía. Los diferentes militares se estorbaban en el mando civil. Santos Bañuelos, Justo e Isidoro Avila y otros se posesionan de casas y haciendas, con todo lo que en su interior encontraban.
En 1914, se suponía que mandaba Miguel M. González (de marzo al 23 de abril), le siguió el polémico Rafael Félix de Arellano, quien firma los papeles administrativos del 26 de abril al 16 de junio. Y del 17 de junio al 18 de noviembre quedó el Mayor Leocadio Carrillo, terminando el año Jesús Carrillo García.
Leocadio Carrillo siguió al frente de la presidencia hasta el 17 de junio de 1915. Después hubo un completo desconcierto, pues no había autoridades establecidas. Ya el pleito era entre villistas y carrancistas. Ese año de 1915 ocurrieron muchas atrocidades protagonizadas principalmente por el cabecilla Daniel Vanegas quien fue ajusticiado el 21 de julio y sus restos enterrados afuera del panteón de Dolores, donde su padre puso una lápida que por muchos años quedó como testimonio de que no podían quedar enterrados en camposanto las víctimas y su victimario.
EL 25 de julio salieron muy de madrugada los villistas, llevándose en carros de mulas y cuatro carros de motor, mucho de lo que habían robado desde 1913. Dos días después entraba a la ciudad al frente de un regimiento de caballería el general Agustín Albarrán y Figueroa. Comienza a reorganizar la moribunda región, que ya no contaba con fuentes de empleo, ganadería ni agricultura. Impone como autoridad a José L. Trujillo quien solo resiste las broncas hasta el 8 de septiembre. Mariano Arrieta Ponce queda al frente de la administración otro mes, y así en noviembre le toca a Miguel M. González y termina el año Domingo Berumen.
Billetes de circulación forzosa, que un día sí valían y al siguiente quien sabe y al otro no.
En 1916 se reúnen jefes villistas en el Sauz de los García, Dionisio García, Justo Avila, Bonifacio Vázquez y otros. Su intención es atacar por enésima vez a Jerez, cosa que logran hacer el viernes de dolores, 14 de abril. Se apoderan de la ciudad pero solo con la finalidad de sacar todo lo que habían dejado escondido, de llevarse sus tesoros. Por 22 días hay saqueo generalizado.
Por las noches  se veían salir muchas recuas de animales cargadas con voluminosos bultos. Los cuatro carros de motor continuamente echaban viajes llevándose todo lo que podían. Muebles finos, catres de las casas de los ricos, colchones, grandes espejos, bultos de ropa nueva, cobijas, cajones con fina loza de China, carretones llenos de frijol y maíz. En la mañana del 6 de mayo, muchas casas ardían, ya que lo que no se pudieron llevar lo quemaron. Por la calle del Espejo había piras enormes de libros, muebles y otros enseres. Las columnas de humo hacían pensar a los que de lejos veían Jerez que se estaba incendiando por completo. Como a eso de mediodía, los villistas abandonaron Jerez, de manera precipitada, balaceando a los que tuvieron la mala fortuna de atravesarse en su huída. Dicen que se fueron con rumbo de Susticacán y Monte Escobedo. Las tropas carrancistas o constitucionalistas les pisaban los talones. Un mes después regresaría el General Albarrán a Jerez, pero solo para encontrar la muerte un año después contagiado de tifo.
Don Ygnacio Berumen firma esta constancia del encargado del panteón, donde dice enterró muchos cuerpos.
Del 1º. de junio al 4 de diciembre, don Ignacio Berumen Escobedo firma como presidente municipal. Este don Nacho era originario de El Marecito y vivía en la calle de El Espejo No. 21, casado con Altagracia Félix. Del 5 de diciembre de 1916 al 22 de enero de 1917 presidió la asamblea jerezana Samuel Borrego, quien cedió el mando a Francisco Miranda Salazar, quien con muchas suplencias estuvo por todo 1917.
Las fuerzas carrancistas persiguieron a los villistas y mataron a Guillermo Moya y al General Santos Bañuelos. Por desgracia, a consecuencia de tantas barbaridades comenzó una hambruna en abril de 1916 que llevaría a la tumba a más de cinco mil jerezanos
Pero, los villistas huyeron con todo el botín –se dice- para el sur de la entidad, ocultándose en Monte Escobedo, Susticacán, Tepetongo, y de ahí por la sierra. ¿Dónde habrían quedado todos esos tan lujosos muebles que en carretones y carretas se transportaron por 22 días? ¿Dónde las bolsas de joyas y dinero que se llevaron de las casonas jerezanas? ¿Dónde los finos tibores y grandes espejos que habían servido para reflejar la iluminación en noches oscuras?. En ese entonces la gente estaba más preocupada por sobrevivir que por saber esto. Hay quien dice que en las cercanías de Cueva Grande hay otra cueva no tan grande, con sus entradas convenientemente tapadas y desconocidas para nosotros en que se resguardaron muchos de esos tesoros que vilmente se llevaron los últimos villistas.
SE ACABAN!!! Todavía hay libros de “Leyendas y Relatos de Jerez” Tomo I en la Nevería “El Paraíso”, en “Novedades Gersy”, en Discos y Cassetes “Araceli”, con don Miguel en los portales del mercado, en Publicaciones “Sofía” (junto al puente) y en Reforma 51 (en la plazuela frente al Porky). Y ya en pocos días “Conozco Jerez”… el cacaraqueado libro encantado…

LA CASA DONDE ENTERRARON A LOS REVOLUCIONARIOS

Hace mucho que no les comparto relatos de esos que en los últimos años del siglo pasado coleccionaba y que ahora forman parte de mi extenso acervo de narraciones:
“De esto que le voy a platicar, hace ya como cuarenta años que pasó, ya las  casas y las calles de Jerez están mucho muy cambiadas. Para entonces, vivía con mis hermanos en una casa muy cerca del jardín grande, del lado poniente pues. Esa casa debió haber sido endenantes de gente rica, pues aparte de las habitaciones para la gente, tenía caballerizas, una troje grande, corrales con puerta falsa, pero con el paso de los años como que se abandonó, porque se vendió en partes. El patio estaba pavimentado con lozas negras rectangulares, grandotas y muy bien cortadas, y al fondo había una pila cuadrada de cantera, junto al pozo.
“Por la parte terminal de uno de los corrales pasaba la acequia que llegaba hasta el jardín grande y era un deleite verla cuando corría el agua. La cocina tenía un “poyo” con sus hornillas hechas de ladrillo, parecía bastante antiguo. Un corredor que comunicaba la sala con el zaguán estaba techado y un arco grandote de cantera le daba un aire colonial y de riqueza a esa casa.
“Cuando acababa de llover por las noches pasaba algo que siempre me pareció muy extraño, pues en la mera mitad del patio, se veía una llamarada así como blanca azulosa, pero no una llamaradita chiquita, no, era una llamaradota grandota que duraba casi como un minuto. Todos nos decían que era porque ahí habían enterrado mucha gente en tiempos de la revolución. Que los dueños de esa casa fueron gentes de por allá de la sierra y que cuando tomaron Jerez los revolucionarios de Natera, por la calle del Hospicio como los revolucionarios venían a “matacaballo” po’s entre ellos mismos se estorbaban, si se caían, los mismos caballos los pisoteaban. La calle que le digo no es como orita la conoce, era como de la mitad de ancha, y po’s ¿cuántos caballos podrían caber? Nos contaba un viejito que vivía cerca del mesón de los de Jomulquillo, que la federación les disparaba desde las azoteas de la presidencia, que entonces era “Jetatura Política”, y de las fincas vecinas. Y que era un matadero de revolucionarios que se estorbaban por llegar hasta el jardín. Que viendo como estaba de cuerpos la calle, un jefe revolucionario ordenó a varios de sus hombres que los metieran al corral de la casa que le digo, y crioque se les han de haber olvidado o ahí los enterraron.
“Pienso que así fue, porque en la troje de esa casa espantaban, se oían rumores como si rezaran, se veían luces como las del patio, así que un día nos decidimos y escarbamos. No necesitamos escarbar mucho cuando encontramos huesos de cristiano. Si viera la de miedo que nos dio. Mejor tapamos todo y llevamos a un padrecito a que rociara el lugar con harta agua bendita.
“De noche era un martirio ir al corral a hacer uno sus necesidades, entonces no había baños ni drenajes ni nada de eso. Sentía uno la sensación de que no estaba solo, que había alguien más por ahí, pero en las penumbras no se veía nada. Aunque juera acompañado y con un buen aparato de petróleo, estaba uno al pendiente de cualquier ruidito o sombra sospechosa. Los árboles cuando se movían con el viento parecían lanzar quejidos de ultratumba que nos ponían el cuero chinito chinito.
“Ya no vivíamos a gusto, y decidimos mudarnos, pero antes luego de mucho pensarle, decidimos levantar las lozas negras en el lugar donde se veía la llamarada en las noches de lluvia. Nos decían que donde hay llamaradas así de color blanco hay dinero enterrado. Las lozas estaban muy bien pegaditas y batallamos para levantarlas sin maltratarlas. Debajo de esas piedras, no había piso de tierra como sería lo normal. No, había otro piso de cantera, de una cantera muy dura y blancuzca. Pos escarbándole a los lados quitamos una cantera grandota y cuadrada. Bueno, no la quitamos, se nos jue pa’bajo. Nos asustamos mucho cuando se cayó y se oyó el ¡plaf!, y el hoyo se llenó de polvo y de olores a humedad y pudrición. Nos retiramos de volada y nos tapamos la cara por instinto. Alguien nos dijo que lanzáramos un carbón encendido por si había gases y yo fui quien aventó una tea, pero nada pasó.
“La antorcha no se apagó y nos permitió ver que no era un pozo como pensábamos, era un hoyo como de tres metros. Po’s metimos una escalera y ahí vamos. Yo fui el primero que entró, mis hermanos como que eran más zacatones y no se animaban. Oiga, era como un cuarto, como un sótano, estaba húmedo pero no estaba lleno de lodo ni inundado. El techo era abovedado y de cantera con mucha rajuela. Las paredes de ladrillo, de un ladrillo chiquito y el piso como de piedra irregular de arena muy finita. Ese sótano tenía forma más bien rectangular, tirando al oriente y ahí se veía una puertecilla más chica, como de metro y medio de alto y cuando mucho unos setenta centímetros de ancho. Uno de mis hermanos bajó con una lámpara de carburo y así, ya con luz, fuimos hasta la puerta esa; pasándola había unos escalones que bajamos, como unos diez o doce, después un corredor largo, todo de piedra irregular. Nos animamos y pasamos por ahí. A mis cálculos ese corredor pasaba por debajo de la calle, por eso estaba mucho más profundo, y era más macizo. Esa parte sí estaba algo lodosa. Al final del pasadizo subimos otros escalones, eran menos y entramos a un salón mucho más grande.
“Este salón tenía columnas de cantera con arcos y unas como tumbas de cantera junto a las paredes, como bancos para sentarse o algo así. Del lado oriente se veía un arco chiquito, como una puerta, y también para el sur se alcanzaba a ver un arco parecido. Echando tanteadas de lo que habíamos caminado, hice la cuenta de que estábamos debajo de la casa donde había sido un colegio. Ya no quisimos caminar mas porque nos dio miedo todo ese lugar, subterráneo y tan grande, aparte que la lámpara de carburo no nos ayudaba mucho. De una cosa estoy seguro, de que de algún modo recibía ventilación, porque no estaba enrarecido el aire.
“En un rincón, del lado norte, había sillas y muebles viejos y creo que hasta floreros de esos finos que les llaman “timbores”. En ese rincón vi un envoltorio que me pareció sospechoso. Un bulto de cuero como de gamuza amarrado con ixtles. Uno de mis hermanos me dijo que no lo agarrara “a lo mejor es un muertito”. Pero lo palpé y no, se notaba más pesado, y me lo traje.
“Salimos y ahí en el patio de la casa abrí el paquete, el envoltorio era de cuero color verde, y luego envueltos en telas, que ya estaban medio podridas, encontramos papeles y dos libros con escrituras y sellos de los de endenantes. En un envoltorito saqué muchos billetes que no estaban tan deteriorados. ¡Ya somos ricos! Grité enfrente de mis hermanos, pero uno de ellos vio los billetes y dijo que eran como de juguete. Po’s fijándonos bien, traían al Tata Pachito de un lado y decían que eran del Banco de Zacatecas.
“Esos billetes me los compró una gente que compraba cosas viejas. Creo me dio cien pesos por todos. Me vio la cara de menso, porque aluego supe que en México los compraban como antigüedades de uno por uno. Los papeles por ahí andan todavía. A ver si se los traigo pa’ que los vea, los guardé porque están curiosos. Y los libros los tiramos a la basura, pos ni se les entendía nada.
“Antes de tapar el hoyo, nos volvimos a meter, ya con más lámparas, de eso le contaré la próxima vez que venga y me tenga paciencia pa’ oírme”.