jueves, 23 de abril de 2009

LA PIEDRA AGUILERA


Muchos de mis lectores se han dirigido a mí, para decirme que soy bien mentiroso, que los botes de cuatro hojas de la narración anterior, estaban llenos de QUESOS DE TUNA, no de hierba sin raíz. Bueno, en todo caso, poco les faltaba para que fueran quesos de tuna, más si los cristianos habían comido sus tunitas antes. Cabe aclarar que yo soy solo un recopilador, y reescribo lo que me cuentan, tal como me lo cuentan. Así que pa’ no perder la costumbre ahí les va otra de mis narraciones “mentirosas”:

Cuentan que en tiempos de la revolución, muchos campesinos aprovecharon la revoltura para hacerse de riquezas, y formaron bandas de forajidos, más que de revolucionarios, como las de Daniel Vanegas, las de Sabino Salas y otros, que se dedicaban a la rapiña, al asesinato, se robaban a las muchachas más bonitas de los pueblos, y las dejaban abandonadas luego en casitas de agua perdidas en la sierra, para ello usaban la violencia más extrema.
Sabino Salas sobrevivió a la revolución, y todavía en la cristiada le dio mucha lata a la federación y cuentan que en sus escondrijos por la sierra de Los Cardos y de El Venado, guardó muchas riquezas en espera de tiempos mejores.
Un carbonero de La Lechuguilla, platicaba que una ocasión estaba cortando leña para quemarla y sacar de ahí el carbón vegetal luego, cuando vio venir a cuatro personas a caballo y otras a pie jalando unas mulas que se veía venían bien cargadas. Le preguntaron que si sabía dónde estaba la famosa “piedra aguilera” (que pocos saben de su existencia). Y al contestarles afirmativamente, le pidieron que los guiara. El carbonero –presintiendo que se trataba de bandidos- dijo que no podía, porque tenía que preparar e carbón que ya hasta pagado lo tenía. Pero con voz enérgica y violenta le dijeron que con lo que le pagarían tendría para no trabajar en mucho tiempo. No habiendo más remedio, los fue llevando por los vericuetos de la sierra hasta la mentada piedra… Ahí le dijeron: “Arrima pa’ca tu sombrero”, y de uno de los costales que llevaban las mulas, sacaron un puñado de monedas y se las echaron en la mugrosa copa del sombrero. “Tome amigo, por el favor recibido, pero usté no nos vio, no escuchó nada de lo que hablamos, porque si algo dice que nos perjudique, hasta ese día vive, ya váyase, que nosotros vamos a seguir solos”.
El humilde carbonero se regresó hasta donde estaba cortando leña, como ya era muy noche se quedó a dormir ahí en el cerro, para comenzar al otro día tempranito y quemar la leña durante el día. Con los primeros rayos del sol, vio de regreso a los cuatro jinetes, con las mulas ya descargadas… pero los otros acompañantes no. Pasaron de largo sin verlo, ya que se había ocultado, y jamás los volvió a ver.
Años después contó a sus familiares ese episodio, porque la gente que subía a la sierra por ese lugar sentía algo raro, a veces ni los burros o caballos querían pasar. Dicen que de noche se oían quejidos. Los cazadores que por ahí pernoctaban juraban ver una lumbre azulada y sentían mucho miedo, por lo que en lugar de acercarse a ver que originaba ese fenómeno que consideraban cosa del demonio.
Así, comenzó a correr el rumor que ahí había dinero, y que ese dinero era de una gavilla de asaltantes que tenía su cubil en el cerro grande, allá por la Ermita de los Correa, pero que decidieron cambiar su escondrijo hasta las inaccesibles laderas de la sierra de Susticacán, donde está la piedra Aguilera.
Fue por los años 70, unos buscadores de tesoros originarios de Zacatecas y de Durango, cargados de aerofotografías de esas que acababa de sacar el DETENAL (Departamento de Estudios del Territorio Nacional), consiguieron una persona que los guiara hasta donde se suponía debería estar ese tesoro enterrado y ahí durmieron. Sería como a las 4 de la mañana cuando despertaron y luego luego sacaron sus aparatos –cuenta el guía- y chillaban y gruñían, por lo que se pusieron a rascar el suelo, que estaba bien blandito, hasta que encontraron a un metro de profundidad más o menos, una piedra laja, grande, con muchas piedritas alrededor. Y cuando estaban haciendo la lucha por sacarla, oyeron que desde el plan se escuchó un galope de caballo y vieron que venía al galope un jinete en un caballo negro, pero que se quedó como a unos 20 metros de distancia, sin decirles nada… solo viendo.
“Buenos días señor, -le saludaron- ¿le podemos servir en algo?”. Y no les contestaba nada... solo los miraba en la oscuridad de la madrugada. De repente oyen de nuevo el galope del caballo y al buscar al jinete, lo ven subiendo el cerro, pero como si volara, y al llegar arriba nomás se les quedó mirando. Y de repente se comenzaron a formar unos nubarrones negros, dejando caer un aguacero muy fuerte, con granizo. Los buscadores se asustaron y recogieron todo su equipo para refugiarse en un lugar mejor. Ya era entrada la mañana cuando la tormenta terminó, y fueron a donde estaban excavando. No encontraron el hoyo que habían hecho, ni señas de él. “Aquí hay algo sobrenatural, algo extraño y maligno”, dijeron y se regresaron a Jerez, quedando de volver después, cuando no fuera temporada de tormentas.
Dicen que la piedra aguilera ya no existe. Esta piedra era un peñasco grande sentado sobre una diminuta base, de la que hay fotografías todavía.
Buscadores de ese tesoro han acudido con equipo moderno, pero como no saben la ubicación exacta, se pasan rastrillando toda la sierra… sin encontrar nada… o…¿Quién sabe?
EVENTOS DE LA FERIA. No puedo hacer críticas de la feria, aunque me lo soliciten… solo diré que cuando yo sea presidente del patronato, toooooda mi familia podrá disfrutar de los espectáculos gratis, friéguese quien se friegue…

EL HACENDADO PANFILO GARCIA

Con la primavera florecen los escritores, los historiadores, los poetas, y todos los que sienten deseos de hacer remembranzas y dejar plasmadas sus inquietudes, sus inspiraciones y sus descubrimientos. Así que en las revistas de la feria (que ya son tradicionales) encontrará florilegios, poesías muy bien rimadas, poemas a Jerez y a su gente. Bueno, en casi todas, menos en “Mi Tierra”, porque ahí solo ofrecemos leyendas y relatos de tipo histórico. Una que otra semblanza, fotos de jerezanos y jerezanas. Y ya. Acuérdense que los del Club de “Elogios Mutuos” (uno que de escritores jerezanos) no me pelan porque dicen que no soy escritor, y ellos sí aunque ellos hagan libros y libros de poemas copiados de Juan de Dios Peza y otros rimadores del siglo XIX. Al menos, creo tener más producción literaria que cualquiera de ellos, mis libros se venden muy bien (cuando hay) y no necesito esconderme en el anonimato para enviar calaveras perversas como ciertas gentes que presumen de ser cultas y escritoras de polendas.
Este año, la revista va a salir modesta, pues ni siquiera pudimos obtener un pequeño patrocinio de la administración municipal, misma que el año pasado le dio un dineral a un sujeto que le dicen La Taca por un par de planas a color en un folleto que ni siquiera circuló. Tal sujeto es el mismo que debe mucho dinero por un proyecto fallido de bandas (de bandidos sería) y cuya efigie aparece domingo a domingo en este semanario, pues NO PAGA.
Uno de mis lectores, me envió una leyenda, que dice “se parece muchísimo a la de la Marquesita de Altamira” que aparece en mi libro “Leyendas y Relatos de Jerez”, aunque es de otro entorno (de allá del estado de Hidalgo) y son diferentes las situaciones. Pues, ahí les va, para que la disfruten:
EL CRUEL HACENDADO PANFILO GARCIA
Hace muchos años en Tulancingo, Hgo., vivió Don Pánfilo García, un hacendado con mucho poder e inmensa fortuna, "se dice" que tenía pacto con el Demonio.
Él era dueño de 99 haciendas, después de varios intentos por obtener más, se dio cuenta que no le era posible, porque al querer adquirir una más, le pasaría algo a su persona, como cortarse, caerse, etcétera, eso lo orilló a comprarse un rancho, que está en el municipio de Singuilucan, Hgo., ésta nueva propiedad contaba con túneles, pasadizos y cuevas, que solo él conocía y siempre se refugiaba ahí, a tal grado que pasaban semanas sin que se supiera de él, la persona que entraba a buscarlo nunca se le volvía a ver, su propia hija no lo podía encontrar, porque, ni a ella le contaba sus secretos.
Cuentan que Don Pánfilo García era malo y cruel con sus trabajadores, no tenían derecho de faltar a sus labores, ni aún enfermos, porque una falta era motivo de que los echara a los puercos hambrientos que tenía y éstos devoraran a los peones, no escuchaba explicación alguna, y cuando su personal le pedían que les diera una ración más de comida, los encerraba en el cuarto de torturas y los castigaba hasta veinte o más días para que nunca más le volviesen a pedir algo.
Al confesarle su hija que estaba profundamente enamorada de un peón y de su intención de casarse con él, en un arrebato de ira, Don Pánfilo se enfureció tanto que la golpeo y la encerró durante muchos meses, al peón, lo mandó traer para torturarlo hasta destrozarlo y, aunque su hija le rogó que le diera santa sepultura, su padre no le hizo caso y él dio el cuerpo del enamorado de su hija en partes a los puercos para que fuera devorado, su hija al ver tanta crueldad que en su padre existía, se deprimió tanto, que la orilló a suicidarse.
Pánfilo no pudo con tan gran pena, ya que su hija era lo más que amaba en el mundo, poco tiempo después, enfermó, mandaba traer doctores de muchas partes, éstos al conocer su posible fin, preferían huir, pues si no lo curaban, los arrojaban a los ya famosos puercos, cada día que pasaba se enfermaba más y más, todo era de tristeza, hasta que murió dejando una enorme fortuna, de la cual ninguna persona podía tomar ni un centavo ya que los que se atrevieron murieron. Después de escuchar el repicar de las campanas por mucho tiempo, el pueblo al fin se pudo reunir para sepultarlo, y al momento de salir de la Iglesia cayó una tremenda tormenta, por lo cual se tuvo que esperar por varias horas para seguir el cortejo.
Cuando iban llegando al cementerio la caja empezó a rechinar con mucha fuerza, los asistentes al sepelio, aunque estaban muy asustados, no se retiraban hasta que lo terminasen de sepultar, y se han llevado tremenda sorpresa, pues cuando lo enterraban, era inmediatamente expulsado el féretro a la superficie, después de varios intentos de enterrarlo, sin tener éxito aún, acordaron entre todo el pueblo, que los peones que le fueron más fieles, lo llevaran a las montañas más lejanas que pudieran, cargando todo su oro, joyas y dinero y así, cargaron varios burros y a don Pánfilo García lo llevaron en una carreta, después de dejarlo en esos lares, los peones regresarían en los burros, ya que se pretendía enterrarlo con toda su fortuna, dicen, cuando iban en camino, los senderos se abrían y los burros empezaron a caer al vacío, y de la caja, se escuchaban lamentos y rechinidos muy fuertes que se podían escuchar a lo lejos, al llegar al lugar que habían acordado para sepultarlo los peones nunca pudieron abandonarlo para poder regresar y la gente que iba a buscarlos la atacaban y decidieron quedarse junto a su amo como "ermitaños", después que murieron ellos, quedaron plasmados en piedra y, con cara de horror de lo que seguramente vivieron, ven el paso del tiempo, la zona se encuentra al oriente de Tulancingo, a un lado del cerro El Yolo.
Dicen que parte de su fortuna está enterrada en el jardín de la hacienda Exquitlán, cuidada por seres malignos que aún moran en ella, la persona que pueda entrar cuando haya luna llena y a las doce de la noche deberá cavar exactamente donde esté la sombra de la cruz de la capilla antes de ser devorado por esos seres fantasmagóricos, será el dueño de la fortuna de Don Pánfilo García.
Cuentan que las imágenes de esa capilla están ofrendadas al demonio, pues lo adoraban, hasta los angelitos tienen en lugar de arpa un trinche y la Virgen está con las manos en el pecho adorando con la mirada hacia abajo.

EL HALLAZGO

Soy de lo más irresponsable que se conozca en el mundo. Me doy de topes porque hasta ahora reconozco el porqué no soy nadie en la vida. Y es que, según lo que dicen los funcionarios del IFE, para justificar sus altisísimos sueldos, el sueldo va de acuerdo a la responsabilidad del sujeto. Ahora me explico por qué yo gano tan poquito, y eso que ando todo el día y parte de la noche en joda. Con razón no salgo de pata de perro. Por irresponsable, según los meros meros del IFE que comen con manteca, ya que ganan más que el mismo Calderón. Con perdón de mis lectores: ¡Son chingaderas!, es una clara muestra del valemadrismo y de la corrupción que campea en las instituciones gubernamentales y afines. Mientras, acá, los de gayola nos la limamos comiendo tortilla con chile… y a veces ni pa’ tortilla alcanzamos.
Y ya que descargué mi coraje, para quitarnos el mal sabor de boca, les ofrezco un bonito relato del libro “Retazos de mi mantel”, acerca de otro tipo de hallazgos, que lo disfruten:

EL HALLAZGO
“Cuando Gracia Cabrera en una ocasión en la que se fue para Estados Unidos le encargó a mi mamá Altagracia Félix, sus alhajas y cosas de valor y entre estas una preciosa imagen de bulto de la Inmaculada Concepción como de setenta y cinco centímetros de altura, juzgando que en mejores manos no podía quedar”.
“En una de las tantas visitas de las que nos hacía “El Pizarrín”, comerciante de antigüedades y objetos de arte, le propuso a mi mamá el comprársela a lo que ella respondió:
“No es nuestra, y si lo fuese, tampoco la venderíamos”.
A su regreso, enterada la propietaria de la propuesta del comerciante les dijo que si ellas la querían les costaría diez mil pesos.
¡Diez mil pesos! En aquella época, tal cantidad era un dineral por lo que la señora Altagracia respondió que no los tenían, y Don Luis de la Torre, su esposo, que no era un hombre tacaño sino práctico, no se los daría en ese momento aunque se lo pidieran.
La imagen, con gran pesar de ellas, se vendió a un anticuario de la capital, mismo que debe de haberla vendido por el doble de los diez mil que entonces no pudieron pagar.
Un doce de septiembre, cumpleaños de su hijo Lupe, la buena señora le pidió a su hija María Luisa que fuera al corral a coger unos pollos para el mole.
(En dicha casa estuvo en sus inicios el Instituto Zacatecano de Ciencias, situada en la calle del Espejo).
Al entrar María Luisa al corral le llamó la atención un destello que brotó de entre el fango que hozaban los cochinos; ahuyentados los cerdos y ver la carita que emergía de entre el lodo fue todo uno. Removiendo la tierra con cuidado extrajo una un poco maltratada imagen de la Inmaculada Concepción de cuarenta y cinco centímetros de altura con todo y peana, ésta en forma de un mundo y rodeada de ángeles.
Embargada por la emoción del hallazgo se olvidó de los pollos, del mole y hasta del cumpleaños de su hermano, para de rodillas exclamar:
“Bendita seas, Madre mía que no nos quisiste dejar, que te quisiste quedar con nosotros”.
La imagencita se mandó a restaurar con el prestigiado artista don Miguel Juárez a Guadalupe, Zac., quien con singular maestría le devolvió la belleza a esa carita angelical de niña pícara y traviesa que hasta la fecha ostenta.
Como por un milagro, los diez mil pesos que no tuvieron para comprar la otra imagen, si los tuvieron para pagar los diez mil que les costó la restauración de ésta.
Con las arracadas de oro que quedaban impares, le mandaron hacer un resplandor, una corona, sus aretes y el anillo con que se adorna.
La bella imagen se encuentra actualmente presidiendo la sala de la casa de la Familia de la Torre, aunque ya sin capelo, porque éste sucumbió en una de las tantas labores de limpieza.

TODAVIA ESTA SEMANA recibo fotografías para la revista “Mi Tierra”, así que si desea que salgan publicadas las fotos de sus hijos, hijas, novia, novio, familia, etc., o tiene alguna foto antigua que desee compartir, o algún escrito, por favor, enviénmelos a mi e-mail miguel.berumen@gmail.com ó a mi domicilio Reforma No. 51 Centro. Anticipo que en las páginas de la revista “Mi Tierra”, que hacemos mi familia y mi sagrado compadre Iván, plasmaré relatos y leyendas de esas que tanto les gustan a quienes leen esta columna dominical. Y en la revista “Jerez aquí y allá”, mi sacrosanto compadre Alberto rendirá un merecido homenaje biográfico a quienes se nos adelantaron en el camino este año. Si acaso desea leer artículos de superación, de valores, etc., le recomiendo la revista de mi compadre el profe Gerry, donde además se publicará una hipótesis de Bernardo del Hoyo que causará revuelo por su planteamiento.
Ya me acordé en que gasté la monedita que me regaló don Julián Ureña: un sábado que se me acabó el gas y no tenía dinero ni quien me prestara, fui con los hermanos del cachecho, y vendí mi monedita. Me dieron como trescientos pesos, con los que compré el gas, algo de mandado y de pilón me eché unos vinos.

EL TESORO DE LOS CRISTEROS

Cuando se habla de un tesoro oculto, siempre se liga a él algún suceso inexplicable: el perro negro de ojos rojizos que gruñe de manera atemorizante, la mujer de blanco que de pronto desaparece, el jinete de oscura y piafante cabalgadura, la esquelética aparición que pide por el descanso de su alma, el catrín misterioso, etc. Y depende del lugar donde se supone está el tesoro, los sonidos que dicen se escuchan: cadenas que se arrastran y se arrastran, la fantasmagórica carreta nocturna que cruje al paso, estampidas de caballos que cruzan por el monte, piedras que caen y caen en el interior de casonas viejas, susurros misteriosos, ayes de auxilio.
Todavía, las gentes que dicen son “estudiadas y de razón” dicen que estos relatos son de gentes ignorantes, que solo sirven para pasar el tiempo, para platicar en las tardes en que no hay más que hacer, ya que nada de esto está comprobado científicamente. Yo he conocido de muchas versiones de ocultas riquezas, que he recopilado en mis andanzas por aquí y por allá, con gente que me escribe, me narra o hasta me proporciona mapas de donde se supone podría haber algún “entierrito”.
Hace ya como treinta años me visitaba mucho una persona serrana, que vivía en un ranchito de aguas perdido en la profundidad de la sierra de Los Cardos. Don Julián Ureña –de quien ya he escrito en otra ocasión- venía a mi casa trepado en su burrito para que yo le escribiera a máquina los poemas que él componía, pues quería heredarlos, no supe nunca a quien. Don Julián era un viejecito de edad indeterminada, por lo que supongo que ya tiene mucho tiempo que falleció, y le gustaba platicar conmigo porque yo ponía cara de gente atenta e interesada cuando narraba sus andanzas.
Un día, Don Julián me pidió un jarro grande de agua del pozo, “porque me va a dicir que toy loco, con lo que le voy a contar, así que déjeme contarle”.
Y comenzó narrando que allá por los años 50, “cuando yo estaba más muchachón” se paseaba a sus anchas por toda la sierra, para admirar los hermosos paisajes que entonces había.
“Mire, Miguelito, todavía estaban frescos los recuerdos de la cristiada, tovía había muchos resabios de esa guerra. Y yo andaba caminando allá por el Tepozán, por donde habían huído muchos cristeros en la tan mentada batalla de El Tesorero. Era como mediodía e iba entre el abra de los cerros, ya pa’ irme a su pobre casa, en el Chilaquil, cuando creyí oír el rumor de gritos, toques de corneta, galopes de caballos y muchos balazos. Po’s me asusté, y me escondí pa’ ver de dónde se oía todo eso. Y mire, era de un bajío allá por el arroyo blanco era donde se veía todo eso, la polvadera, los ruidos. Me dio mucho miedo cuando vi que pasaban por donde yo estaba muchos jinetes, el tropel de los caballos hacía retemblar las piedras. Yo más me oculté porque me llené de miedo. Podía oír lo que gritaban: ¡Viva Cristo Rey, hijos de su madre!, ¡no corran robavacas, aquí está su padre! ¡Viva el coronel Martínez!. Y cosas así”.
Don Julián platicaba luego que todo parecía ser un verdadero encuentro, una batalla en forma, y que su miedo se convirtió en pánico cuando mero enfrente de donde él estaba escondido se detuvieron dos jinetes vestidos con calzones de manta y en su pecho llevaban dos carrilleras atravesadas. Uno de ellos, que traía un sombrero tipo texano, le pidió a su compañero le ayudara a descargar una pesada bolsa de cuero que cargaba amarrada de la cabeza de la silla, y que la escondiera debajo de unas piedras. El otro descargó trabajosamente la bolsa y rápidamente la colocó donde se le indicara, sin darse cuenta que el del sombrero texano le apuntaba con una carabina, para matarlo en cuanto guardara la bolsa.
Sigue contando don Julián que el estruendo de la carabina le llegó muy adentro, pero que el otro, alcanzó a voltear y balaceó al que le disparó… y ahí quedaron muertos entre los matorrales. Luego él, por el miedo, por todo lo visto, quedó como desmayado, pero en su semi inconsciencia siguió escuchando los ruidos del combate.
Cuando despertó, ya era tarde, nada se escuchaba, solo los ruidos naturales del campo. No había señas de los dos cristeros que se mataron frente a él. Y como pudo, don Julián, emprendió veloz carrera hasta su casa.
“Muchos días estuve muy malo, mi viejita –que entonces vivía ahí conmigo- me daba tecitos y me ponía chiquiadores, porque creía que me había ansoleado. Pero yo taba bien seguro que lo que vide era cierto. Mire, por mucho tiempo me daba tintación ir ahí donde había pasao todo, pero me ganaba el miedo, y ni siquiera volví a pasar por ahí en mucho tiempo”.
“Cuando venía a Jerez preguntaba a todo mundo si había habido alguna batalla por ahí donde yo la vide, pero no, todo mundo decía que la última fue la de la cristiada allá por el 28, más de veinte años atrás. Así que un buen día, acompañado de un sobrino nos fuimos al paraje donde yo había visto todo aquello. Ahí estaban las piedras en las que el soldado había guardado el saquito de cuero. Nomás las vimos, Y así, muchas veces, hasta que un día nos decidimos. Movimos las piedras, y ahí estaba, la bolsa bien podrida, y se veían las monedas de oro…”.
“Pos nos llevamos las que pudimos en un morral, porque eran muchas… y luego regresamos, pero mire… ya no encontramos nada de nada, ni los pedazos del costalito, ni las demás monedas. Oiga, desaparecieron de pronto, como si alguien nos tuviera inspiando, pero pos’ no ¿Quién podría andar en lo más trabajoso de la sierra?”.
“Mire, esas monedas, como que estaban malditas, porque a los poquitos días, mi sobrino se las llevó casi todas, y jamás volví a saber de él. Dicen que lo vieron en Guadalajara, que tenía una tienda muy grande. Po’s las que quedaron ahí, me las he ido gastando de a poquito”.
Viendo mi cara de incredulidad, don Julián sacó de un paliacate rojo, una monedita de oro, que me regaló, y que no me acuerdo cuando la gasté…
FOTOS Y MAS FOTOS
Agradezco su confianza, y sigo recibiendo fotos para la revista “Mi Tierra”, en Reforma No. 51, centro ó enviadas a mi e-mail miguel.berumen@gmail.com

EL OTRO PANTEON

El martes anterior, aproveché la visita del mero mero petatero de Turismo Federal, que vino a dar su vuelta súper veloz por estas agujereadas y parchadísimas calles de Jerez. Digo, aproveché porque había una muestra gastronómica en el jardín principal, que gorditas de unas, que buñuelos, que mezcal, que pan casero, que tamales, que taquitos de birria, que asado de boda… y yo iba dando la vuelta y agarrando a lo disimulado cuanto bocadillo veía que me hablaba “Ven Miguel, cómeme, aquí toy” me decían los antojitos de Jerez, de Sombrerete, del Teúl y de Pinos. De por sí, dicen que estoy panzón… y con esas ayudas.
Un descubrimiento en los archivos de no sé donde es el que hizo Leonardo de la Torre Berumen, que ayuda mucho a esclarecer parte de la historia jerezana. Yo siempre he dicho que “la investigación histórica, es una investigación siempre en marcha”. Y me entusiasma mucho el encontrar el eslabón que une a diversos acontecimientos. Me llena de agradecimiento cuando me prestan documentos o fotografías antiguas y me permiten copiarlas. Así, Leonardo encontró documentos con los que la historia del Panteón de Dolores se modifica, pues según esos papeles el primer panteón (luego de los atrios de la Parroquia y del Templo de San Miguel), estuvo situado donde después se levantaría el templo de Guadalupe (en los baños Lourdes y la casa de Manfred, entre las calles de la Parroquia y del Espejo). No he visto esos papeles, pero seguro han de estar interesantes. Entonces, el panteón de Dolores se creó en 1842 más o menos, y no fue Juan Juárez –alias Melcochilla- el que tuviera el nada agradable honor de ser el primero sepultado ahí, sino en el otro panteón, en el primero, del que ignoro cómo se llamó. Y ya que andamos por los panteones, les relato dos historias que me contaron:
LAS MONEDAS DE LA MUERTE
“Don Ramoncito, era un arpista ciego que acostumbraba tocar su pesado instrumento en la cantina 30-30, en la esquina del callejón de la Parroquia y calle Dolores. El inventaba corridos, cantaba canciones de época y tocaba valses muy sentidos.
Los domingos a medio día cargaba con su instrumento y se sentaba en los escalones del atrio de la Parroquia, donde interpretaba muchas piezas, esperando la caridad de la gente que salía de misa de once. En una de esas ocasiones, un tipo al que le gustaba el juego y la mala vida, se acercó y le sustrajo las monedas que Ramoncito había recolectado en su sombrero que estaba sobre el piso. Ramoncito, aunque ciego, advirtió que lo estaban robando, y tentaleando tomó su sombrero y notó que no tenía ninguna moneda de las que había oído que caían. “¡No seas tan desgraciado, deja mi limosna, esas monedas representan para mí la vida, y para ti son la muerte! ¡No me robes, no me quites lo que no me das! ¡No seas méndigo ni tan hijo de tu…!”.
Pero el ladrón se fue riéndose de la indefensión del ciego músico. Y así, en muchas ocasiones le robó al arpista sus monedas. Sucedió que el ratero acudió un día a un sepelio, y mientras enterraban al difunto, él se entretuvo con varios tipos de su calaña jugando cartas arriba de una lápida, tan entretenidos estaban que se les hizo noche. Y por el frío y la oscuridad se fueron retirando uno a uno. Hasta que solo quedó el tipo que le robaba las monedas al arpista.
Se dispuso a guardar el dinero que había ganado jugando, cuando una de las monedas se cayó y brincó quedando en un resquicio de un mausoleo. Una moneda es una moneda, por lo que metió la mano al agujero donde oyó que cayó. De pronto su brazo quedó aprisionado fuertemente. Sus ayes de dolor, sus gritos de auxilio nadie los escuchó.
Al otro día, los encargados del panteón, lo encontraron muerto, su cuerpo rígido, con una mueca de terror, y al liberar su brazo notaron que tenía el puño fuertemente cerrado aprisionando una moneda. Nadie se imaginó la noche de terror que habría pasado antes de morir.
Efectivamente, como dijera el ciego: Las monedas serían su muerte. Los vecinos del lugar contaban que en las noches más frías y oscuras, se escucha como si rodara una moneda, y luego se ve una sombra siguiendo la moneda por entre las lápidas del lado norte del panteón de Dolores.
LA CABELLERA DE ORO
El era joven e impulsivo, así que cuando comenzó a trabajar en el panteón cavando fosas, el día se le iba en tararear canciones, hacer bromas a sus compañeros, así la jornada de trabajo no le era tan pesada.
En una ocasión, rehaciendo una fosa, encontró una calavera que aún tenía una cabellera muy grande, sacándola del lugar, la vio y dijo en zona de broma: “Mira qué bonito pelo tienes, todo dorado. ¡Haz de haber sido bien bonita cuando estabas viva! Es más, te invito a mi casa para presumirle a mis papás que te encontré. Les diré que eres mi novia de pelos de elote”. Y luego de dicho esto, ante las risas de sus compañeros, hizo la calavera a un lado y siguió cavando, sin acordarse luego de lo que había pasado.
Al término de su jornada se dirigió a su casa que estaba cerca del panteón, por la calle del Reposo, donde ya sus padres lo esperaban para tomar sus alimentos. Cuando estaban todos sentados a la mesa, tocaron la puerta, y el joven se dispuso a abrir, encontrando a una mujer muy blanca, de larga y abundante cabellera dorada, toda vestida de negro.
Y al preguntarle qué deseaba, ella con voz fría dijo: “Diles a tus padres que soy tu novia pelos de elote. Tú me invitaste a venir”.
Este se quedó frío, y no supo qué hacer ni qué decir, mientras la mujer entraba hasta la cocina y les decía a los papás del muchacho: “Soy la novia pelos de elote de su hijo. El me invitó a venir. Ahora yo lo invito a que vaya conmigo. Lo espero en la noche, él ya sabe dónde”.
Y así como llegó, se fue… mientras en la casa del muchacho reinaba la confusión, la incertidumbre… y el miedo.
El joven contó a sus padres lo que había pasado, lo que había dicho cuando cavaba la fosa. ¿Y ahora qué hacemos? Preguntaban asustados todos… Pues a pedirle consejo al Padre Ignacio Báez, encargado de la capilla de Dolores.
Acudieron con el sacerdote, y le contaron todo lo ocurrido. El anciano capellán aconsejó que actuaran con prudencia, pues era algo completamente fuera de lo normal. Que rezaran mucho por el alma de aquella mujer. El por su parte, roció con mucha agua bendita la fosa cavada. Y les aconsejó que si era un mandato de ultratumba, el joven acudiera a la cita, pero que cargara a un niño recién bautizado y que llorara, para que con su inocencia y sus lágrimas diluyera cualquier intento maligno que pudiera haber.
Por la noche, atravesando lápidas, y tiritando de miedo, el joven llevaba en sus brazos a un niño que dormía plácidamente y que no despertaba a pesar de los bruscos y nerviosos movimientos de su cargador.
De pronto, de la fosa que habían cavado en el día, salió la mujer de la larga cabellera, extendiendo sus brazos y pidiendo con voz sobrenatural “¡Ven, vena mí!, ven”. El muchacho, como si estuviera en trance caminaba y se dirigía al lugar donde era llamado. “¡Ven, ven conmigo, soy tu novia!”.
Cuando ya estaba la aparición a punto de abrazarlo, el joven se estremeció bruscamente con tan buena suerte, que el niño despertó y rompió a llorar. Un llanto estremecedor y puro, que hizo que repentinamente todo acabara. Un relámpago cruzó la oscuridad y una ráfaga de aire helado se sintió por todo el lugar.
Los parientes y curiosos, que en la lejanía miraban todo, corrieron hasta donde estaba el muchacho y el niño.
Cuentan que el joven, a pesar de todo, siguió trabajando cavando fosas, pero su actuar ya no era el mismo.
Y dicen, que a veces, los que son sorprendidos en la oscuridad de la noche, ven una mujer de dorada cabellera que les extiende los brazos… y los llama dulcemente…

LA GUERRA DEL TESORERO

“Pa’que me entienda mejor, déjeme platicarle desde el principio. Fue allá por el año del 26, cuando cerraron los templos. Tons’ yo estaba chiquillo. Ora verá, tenía como once años, pero ya nos tráiban en joda trabajando. Vivía con mi mamá y un tío allá en Mezquitic. ¿Usté sabe dónde está ese pueblito? P’os entonces no había carreteras ni comunicaciones, ni nada. Nomás una brecha que servía pa’que los arrieros llegaran por el rumbo de Huejuquilla.
“Po’s en el pueblo había un cura, no me acuerdo su nombre, pero ese cura andaba a chingue y chingue con mi mamá… que debía mandarnos con los cristeros, que debíamos defender la religión, que debíamos luchar contra los ateos. Total, el curita le lavó el coco muy bien a mi mamá, y ándele que ahí vamos, mi tío y yo, con un morral de gordas, un caballo viejo, un rifle viejo e inservible, una cobija búlica y un chingo de bendiciones a unirnos con las gentes de un tal Pedro Quintanar, que era el que comandaba el movimiento por esos rumbos. Mire, yo tenía once años, y aunque sabía trabajar en el campo, nunca aprendí a manejar un rifle, así que nomás andaba de caballerango, cuidándole el caballo a mi tío.
“Si viera la de hambreadas que pasamos, parecíamos fantasmas de tan flacos que estábamos. A veces, que veíamos una vaquita por ahí, desperdigada, po’s sobre de ella y aprovechábamos y nomas dejábamos el puro calcañar. Por eso nos decían “los robavacas”. Cuando había enfrentamientos con los pelones, yo me quedaba con los caballos y a puro chillar y chillar. Si viera lo feo que se siente cuando se van matando las gentes nomás porque sí. Y yo me preguntaba ¿Po’s si el cura quiere defender tanto a Diosito, por qué no está aquí con nosotros echándoles harta bala a los callistas infieles?
“Y mire, los méndigos callistas eran más piores que nosotros. Eramos varios chamacos los que andábamos con los cristeros. Pero nos encargábamos de los caballos, que no corrieran cuando había combate, ni que se los robaran. Había uno como de mi edad, se llamaba Jerónimo de Santiago, de por ahí del rumbo de Susticacán. Po’s ahí tiene usté que en una de esas balaceras nos lo quitaron. Se lo llevaron los soldados pa’l cuartel que tenían en la hacienda de Ciénega. Y los agraristas lo ahorcaron porque no quiso gritar “Muera Cristo Rey”. Pero cuando lo ahorcaron, estaba el pogrecito ya muy golpeado, a puros sablazos, no podía gritar aunque quisiera. Ora verá, eso pasó en Junio de 1928. Eran bien hombres, pero con los niños indefensos.
“A veces andábamos por acá con las gentes de Sabino Salas, del Chiquihuite, que se paseaba como si nada por toda la sierra de los Cardos. Ese Sabino Salas era muy ladino, y nomás no le ganaron una. Cuando los agraristas lo buscaban, este ya se les había pelado y de pilón les mataba dos o tres defensas. En Marzo del 29, se juntaron gentes cristeras, pa’ pensar en atacar Jerez, donde estaba el mero cuartel del general Anacleto López, un pelao mucho muy gacho y que ya lo traíamos entre ojos. Po’s fue a principios de Abril cuando hubo un enfrentamiento por el lado sur de Jerez con los agraristas. Fíjese: los soldados no eran nada pendejos, y cuando la sentían dura, echaban por delante a los agraristas que aunque bravos, no sabían usar las armas y desperdiciaban su parque tirándole a todo lo que se movía. Así que muy cerquitas de Santa Fé, los derrotaron los cristeros, y los hicieron correr como gallinas hasta la protección de Jerez.
“Ya envalentonados, varios jefes cristeros decidieron atacar Jerez a lo grande, para eso se concentraron en las inmediaciones de la Hacienda de El Tesorero, hartas tropas como no había visto yo antes. Entonces sí, era una guerra en forma. Mucha caballada, muchos soldados y agraristas, mucha gritería. Los agraristas salían a matacaballo a “torear” a los nuestros pa’garrarlos a dos fuegos. Pero los cristeros ya bien mañosos, nomás los veían que salían en chinga, y apuntaban despacito con sus rifles y los mataban como patitos. Toda la mañana de ese 10 de Abril, se oyeron gritos, maldiciones, súplicas, oraciones. Necesitaría estar ahí pa’que viera lo horroroso que es todo eso. Mucha mortandad. Si le digo que tenía miedo, le echaría mentiras, no, tenía pánico, pavor. Me solté del estógamo bien gacho. Por miles se podrían contar los muertos. Los heridos que quedaban en zanjas y arroyos se quejaban y desangraban sin que nadie les hiciera caso. Los agraristas y soldados retrocedieron pa’ Jerez pero ya su tropa iba muy jodida, ni siquiera la mitad estaba viva ya. Yo me perdí. Entre la bola no supe donde quedaban las gentes con que andaba. Entonces, solo se me vino a la mente volver con mi mamá, a mi pueblito. Y les preguntaba a varios que pa’onde quedaba Mezquitic. Me dijeron que me fuera pa’onde se pusiera el sol.
“Y ahí voy a camine y camine, rumbo del poniente. A veces aguantando la sed, a veces en algún ranchito me daban una tortilla o una gordita, y ahí iba. Pasando Los Cardos, ya con rumbo de la Cueva Blanca, me encontré con tropa de Sabino Salas. Ellos me conocían, y me trataron bien. Estuve varios días con ellos. Y fui testigo de cómo guardaron muchas armas y dinero en unas cuevas grandes que están en un reliz por el rumbo de un cerro muy alto y escabroso, desde donde se podía ver en la lejanía a Jerez. Creo es el cerro del Orégano, donde está ahora la torre esa del guardabosque.
“Recuerdo que el jefe, o sea Sabino Salas, decía que habían ganado la guerra de El Tesorero, pero que los otros pendejos no habían querido tomar Jerez de una vez, por lo que él créiba que ya no tenía razón de ser la lucha, y lo mejor sería guardar las armas y todo el dinero pa’ irla pasando. En esas cuevas, había aparte de los rifles y de cueras llenas de monedas de oro, muebles que se habían robado de Jerez en la revolución. No me lo va a creer, pero hasta una mecedora muy labrada había ahí. Y po’s ¿pa qué querían una silla mecedora en la punta de la sierra?. Había jarrones de porcelana, pedazos de cama de latón, mesitas muy labradas.
“Po’s el Sabino Salas tenía razón, y a los dos meses más o menos, nos llegó un propio diciendo que ya se había acabado la guerra, que ya habían abierto la Parroquia de Jerez. A todos nos dio harto gusto. Luego, empezó a buscarnos un tal Emilio Barrios, quesque comisionado por el gobierno para que nos rindiéramos, y convenció a Salas. Y ahí tiene que el 25 de agosto de ese año, del 29, sus gentes entregaron armas y parque al Emilio Barrios rindiéndose. Pero no se crea que entregaron todas las armas y el parque, no, solo se presentaron con las escopetas y rifles más viejos y descompuestos, y una o dos cananas cada quien con unos pocos cartuchos, las pistolas reventadas y viejas. Sabino Salas sí tenía muchas armas, pero las supo guardar antes en las cuevas de Los Cardos pa’ lo que se ofreciera más delante. Pero, pos’ luego supe que no se le ofreció, porque murió a los tres o cuatro años. Quien sabe si sus ayudantes y familiares sacarían armas, dinero o cosas de los escondites.
“Yo me fui cuando la rendición pa’ Mezquitic, en un caballo alazán que me “regaló” el mismo Salas. Digo, me lo regaló, porque me dijo que me lo emprestaba pa’ que pudiera llegar a mi pueblo, y cuando tuviera oportunidá, pos’ que se lo degolviera, y po’s el caballo se murió de viejo en el corral de mi casa.
“En Mezquitic ya no estaba el cura ese que nos hizo ir a la guerra. Mi mamá se había muerto de hambre y de tristeza. Y mi tío nunca lo volví a ver. Sabrá Dios si murió en la guerra del Tesorero. Yo le hice la lucha de trabajar en el campo, en el terrenito que teníamos, y ahí la fui sacando al pasito. Ya después me vine pa’ Jerez y aquí me casé. Y ya vé, toda mi familia es de aquí ya…”.

ROSARIOS

El invierno parece que ya pasó, porque los días son frescos, lo que hace que añoremos la primavera, y recordemos la Feria, que ya viene. Seguimos con la elaboración de la Revista que desde hace ya casi veinte años ofrecemos a los jerezanos.
Me encontré unos apuntes que hablan de la fiesta de los toros, y ahí les va un fragmento:
“En los toros el “convite” era de lo más fastuoso, delante iba el payaso con un séquito de muchachos diciendo el consabido dicho ¡a los toros, a los toros, a reír a gozar aunque se vayan sin comer que de allá vendrán lo mismo ¡es verdad muchachos? siiii. A eso de la 1 o 2 de la tarde cada familia enviaba sus mozos con una alfombra para apartar el lugar de la familia fulana. Todas muy curras y a cual más elegantes que ya cuando estaba por dar principio la corrida parecía aquello un jardín de hermosas flores. Había toreros y picadores jerezanos, un Peralta, un José Ma. Díaz (a) El Ranchero, siempre andaba de charro, un Berriozábal hombre muy corpulento que cuando le mataba el toro su caballo le salía al toro a pie. Cuentan de este señor que fue con una cuadrilla a España y en el banquete le recibieron hizo a un lado los cubiertos y como le llamara la atención alguien, él contestó A PATA ES MAS SEGURO Y COMODO. Y ya en la corrida al ir a brindar la suerte al rey (que entonces era Don Alfonso XIII) se quitó el sombrero charro y le dijo A TU SALUD PELAO. Estaba en esta una compañía de comedias y se hospedaban en la casa #41 de la calle del Santuario, hoy Bizarra Capital donde los asistía la mamá de este señor Berriozábal y como ya tenían algunos días dando función y no le habían liquidado a la señora, esta temerosa que se fueran así como el mayate, le dijo a su hijo cómo le harían para que le pagaran. Una noche que fueron a cenar y ya para empezar la función Berriozabal cerró el zaguán con llave y se la guardó, y en eso salieron los cómicos desesperados, que ya era hora de empezar y ellos encerrados y entonces él muy pausadamente les dijo “SI NO LE PAGAN A MI MADRE NO HAY COLOQUIO” protestaron y a querer o no tuvieron que pagar…”.
Y como no tengo ganas de escribir esta semana, ahí les va otro relato del libro “Retazos de mi mantel”:

ROSARIOS

(Se pidió guardar el anonimato en la presente historia por tratarse de personas ampliamente conocidas, pero se relata por singular).

Después de amortajar a su madre y colocarla con cuidado en el féretro, ella con voz llorosa y desfallecida, en un arranque de ira e impotencia, declaró: “Me quedé vacía de oraciones… tanto he rezado. Creo que ya cumplí mi cuota de rosarios, así que no rezaré ni uno más…”
Y tomando las manos de la muerta las ató con aquel precioso rosario de cuentas de granate y coronas de plata, desgastado de tanto repasarlo entre los dedos durante la larga, desesperante y dolorosa enfermedad de la finada. Aquel ronco estertor que le brotaba del pecho, el ansia por respirar y la inutilidad de los remedios; se probó de todo: emplastos de sebo caliente, aceites de laurel y eucalipto, sahumerios de menta y tomillo, curas milagrosas, pócimas calientes, y sobre todo, novenas y novenas rogando por su salud, quizá fue lo que descontroló a esta santa mujer.
Se encerró en su habitación hasta pasada la novena y las misas gregorianas que en memoria de la difunta, y durante ese tiempo a la única persona que soportó en su compañía fue a su sirvienta Zoia, tal vez por el hecho de que por ser muda no la escucharía rezar.
Cuando por fin salió, enfundada en un riguroso y eterno luto, a hacerle frente a una vida que la aterraba por tener que hacerlo sola, parecía recuperada de una larga vigilia.
Adquirió sin necesitarlo, la costumbre de usar bastón. Un hermoso bastón finamente trabajado con el que marcaba a las gentes la mínima distancia a la que podían acercársele;
con el mismo mantenía a raya a los criados, marcaba con ligeros golpeteos la medida de su impaciencia y, asentándolo firmemente ponía el punto final a cualquier discusión sin esperanza de apelación.
Con el bastón hizo frente a la revolución: al ver la negra figura, alta, seca, semivelada, esgrimiendo con furia aquel estilete, los asaltantes se fueron sin tocar sus propiedades y mucho menos a sus sobrinas.
El incidente del funeral pareció olvidado y sus sobrinos y amistades al observar que la tía no poseía ninguno, le empezaron a regalar rosarios: por su cumpleaños, por navidad, cuaresma, o recuerdos de viajes, y así comenzó aquella gran colección de rosarios, desde los humildes de cuentas de madera, pasando por el cristal cortado, ágatas, perlas, ónices, y algunos engarzados en oro, rosarios traídos de Roma, Fátima, Lourdes y otros lugares de peregrinación de dentro y fuera del país.
Todos eran recibidos con la amabilidad y ponderación con que se acepta un regalo, daba las gracias, lo sopesaba entre las manos y luego a solas lo guardaba en un alhajero que destinó para ese único fin.
Cumplía con diligencia con sus obligaciones religiosas, asidua asistente a las ceremonias litúrgicas, colaboradora de obras pías, caritativa en la medida de su tiempo y haber, pero por increíble que parezca, no se le vió o escuchó rezar el rosario nunca más.
Al paso de los años, con la vida muy a su modo vivida, sintió llegar el fin de su existencia, y reuniendo a sus parientes y amistades más allegadas les suplicó muy encarecidamente le pusieran dentro de la caja, junto con su cadáver, todos sus rosarios.
Cuando la colocaron en la cripta, el mayor peso lo constituían aquella cantidad de rosarios nunca rezados; luego de algún tiempo dos de los sobrinos de los más calaveras decidieron que aquellos rosarios formaban un tesoro en efectivo que no debían dejarlo perder, y puestos de acuerdo fueron a profanar la tumba de la tía.
Grande fue su desencanto al no encontrar, además del cadáver, ni una sola cuenta, ni una cadenita, nada que indicara el paradero de lo que habían ido a buscar. Tal vez se les adelantaron en la idea o quizás la buena mujer se llevó sus rosarios para rezar en la otra vida lo que no quiso rezar en ésta.

LA ESCAMOCHA

Agradezco las aportaciones que quienes leen esta columna han hecho, para recuperar la historia de lo que ha sido el Carnaval Jerezano. Los relatos, documentos y las fotos que me han facilitado mucho servirán para lograr que no se olvide este evento. En próximos días seguiré molestando gente, así que si algún día tocan a su puerta, no se asuste, no es el cobrador de Elektra o el vendedor de nopalitos o el cieguito que pide limosna, soy yo que ando buscando fotos y papeles viejos.
Ahora les ofrezco un relato familiar, de cómo fue que se casaron mis tíos Pedro Berumen y Ramoncita Félix... y lo que es la “escamocha” con la que alivió su hambre don Pedro cuando anduvo en la aventura allá por el De eFe.

LA ESCAMOCHA
La de Ramoncita Félix y Pedro Berumen fue una boda no planeada y que se dio gracias a una singular circunstancia:
Resulta que Pedro pretendía desde hace tiempo a “Moncita”, como cariñosamente le decían, y ésta no se decidía a aceptarlo por el manifiesto rechazo que doña Tules, madre de Pedro, le demostraba, y en cuanto a los padres de ella, Don Rodolfo y Doña Francisca, tampoco les caía el yerno muy bien que digamos.
Salía ella del Templo de Nuestra Señora del Refugio acompañada de las niñas a las cuales les impartía el catecismo, primas todas entre sí y entre ellas sus propias hermanitas. Se disponía a llevar en peso hasta su casa a una de ellas impedida para caminar cuando se acercó Pedro muy solícito con la intención de ayudar.
Y aunque la tocó muy levemente en el hombro para dirigirle la palabra, ella se asustó y le gritó que la soltara. Las niñas que no entendían lo que pasaba se soltaron a llorar abrazándola por las piernas; Chita, con la imprudencia de sus pocos años corrió a la casa gritando: ¡Pedro agarró a Ramoncita!, ¡ya la agarró!
Mi mamá, que era de más acción, se prendió con los dientes de una de las posaderas del supuesto agresor obligándolo a emprender una confusa retirada.
¡Y se armó la escandalera por todo el rancho!
Esa misma tarde se llegaron los “propios” hasta la casa de la “ofendida” para en nombre de Pedro pedir disculpas y hacer saber que estaba dispuesto para “cumplirle”.
El serio señor que los recibió mandó llamar a su hija para que diera su consentimiento; ésta compareció toda llorosa y adolorida a causa del castigo físico y verbal (su regañada y su tanda de huarachazos) ganado por su coquetería y liviandad.
En la boda, a la que no asistieron ninguna de las hermanas y ni los papás de ella, se bailó el “Charleston” que estaba muy de moda y con música de una “radiola” traída por los braceros de los E.U.A.
Se comentó que los novios … “ay lo bailaron taaan bonito…” a lo que la nana toda enfurruñada solo comentó: “Ojalá y se les haigan rompido las patas…”
El perdón les llegó con los hijos y con la casa que Don Rodolfo compró para su hija en doscientos pesos “fuertes”, solo que la puso a nombre del yerno; circunstancia que con el correr del tiempo y el pasar de la vida dio como resultado que el menor de los hijos, Francisco Javier, la donara para que allí se hiciera el jardín de la iglesia, ya que los vecinos, al ver la finca sola (la familia completa había emigrado a Tijuana) se la repartieran equitativamente: quien necesitaba unos morillos, pues iba y los tomaba, que unas lozas, lo mismo; que las pilas de cantera, los adobes, y así toda aquella bella casona, hasta el último escalón incluyendo el “guardado” (monedas de oro) que encontraron hizo la felicidad de muchas gentes, menos la de sus dueños.
Ya encompadrados mi mamá y el tío Pedro, éste le reclamaba: “Ay Quica, aún tengo la cicatriz y la nalga todavía me duele…”; y entre esta y otras pláticas, ya que fue muy andariego y antes de irse definitivamente para los Estados Unidos trabajó en cuantas presas se hicieron por ese entonces en la región de Sinaloa, Durango y Zacatecas, incluyendo la del Ahuichote, platicó que su peor experiencia en la búsqueda de trabajo le pasó cuando fue a dar a la Ciudad de México. Pobre y sin trabajo conoció lo que era la “escamocha”, la cual describió así:
“Una mezcla de sobras de todos los platillos de los restaurantes: una revoltura de los sólidos con los líquidos, de las carnes con las sopas, de los frijoles con el caldo, de apariencia repugnante y se comercializaba principalmente en los alrededores de la Plaza de Garibaldi en unos bancos rudimentarios de largas tablas y frente a la mesa para la escamocha en donde estaban los platos, pero ¡clavados!. La “mesera” o escamochera llegaba y con un trapo sucio limpiaba el plato y preguntaba lo que se quería; y es que el precio de la porquería aquella se tasaba según lo que sacara el cucharón: si salía un pedazo de carne valía más, que si una papa, menos. Cabe decir que el sabor era espantoso –la revoltura de grasas frías con caldos, por ejemplo-, pero los pobres hambrientos teníamos que comer aquello para pasar el día. La buena “escamochera” nos consolaba diciéndonos que “… al fin y al cabo, en el estómago se revuelve todo” y que no le hiciéramos el asco a la comida porque era una dádiva de “Diosito Santo”.
QUE NO ME RIA... Me dicen que está bien que presente mis documentos históricos cómo a mí me de mi refregada gana, pero que no me burle, porque eso es lo que más calienta... p’os bueno, con este frío algo ha de hacer falta. Ya estamos trabajando (mi esposa Genny, mi hijo Tato, mi sagrado compadre Iván, mi sacrosanto compadre Alberto y yo) para elaborar las revistas de la Feria, (“MI TIERRA” y “JEREZ AQUI Y ALLA”) en las que como es costumbre, ofreceremos lo mejor de nuestros relatos. Aunque sabemos que esta Feria va a estar muy triste por la crítica situación que atraviesa Jerez, le vamos a echar muchas ganas, como siempre. Gracias a quienes con su patrocinio logran que nuestro trabajo llegue a muchos hogares jerezanos y del otro lado...

LOS ARCHIVOS FAMILIARES

Los historiadores generalmente andan como zopilotes tras los archivos oficiales pretendiendo encontrar en ellos el documento mágico que les ayude a cubrir determinada época, menospreciando la riqueza documental que hay en los archivos familiares. En tales archivos conservados celosamente en antiguas petaquillas, baúles o cajones de madera encontramos fotografías, periódicos, contratos, testamentos, mapas, recibos, narraciones familiares, etc. Yo en lo particular tengo la fortuna que muchas personas me han confiado para que sea el depositario de ese tipo de documentos que también son fundamentales para el conocimiento de lo que fue nuestro pasado.
En esta ocasión transcribo parte de una carta que un padre de familia envía a uno de sus hijos en la que le da a conocer algo de la triste situación que se vivía en Jerez en los años en que el enfrentamiento cristero estaba en su apogeo. Aclaro que he cambiado los nombres de los personajes, por ser gente ampliamente conocida en la región, la ortografía la he respetado, pues la carta está escrita a lápiz por un sencillo hombre de campo que me imagino poco pudo ir a la escuela:

“Jerez, Noviembre 4 de 1928
“Resebi una tulla fecha 7 de octubre y antes de resebirla resebi un jiro de diez dollar que me dieron 21 pesos 60 centavos y luego me informe de la carta y me dises que te castigo mui duro, pues hijo tu tienes la culpa llo no estoi aquí contigo para andate mirando a ber lo que ases pero tu me lo dises que te ases de los 20 hó 30 dollar y que das por tomarte una cerbesa y que no sabes ni que se te ase el dinero y mas me dices que te ysistes de doscientos dollar y que te salistes para Mexicali con el fin de mandarme algo pero que te pusistes a tomarte una cerbesa y fue cervesa que acabaste con el dinero y lla mero se te arrancaba con cársel lo cual es que llo no tengo la culpa cuando tu mismo me dises lo que ases aora si te parese que te castigo pues no creas que te castigo es un dever de padre y como eres mi hijo me conbiene reprenderte lo mal echo no es porque no me abias mandado pos si me conformo que estes con salud y que no te pase nada malo pero si te digo que cuando dios te socorra no te olvides de tu hermanita y de tu hermanito los chiquillos que povresitos que luego que ay carta de ti les da un gusto que no allan ni que aser.
“Si bieras como me sirbieron esos diez dollar que me mandastes, conpre una fanega de mays en dies pesos y les compre dos rebosos a las mujeres en seis pesos le pague tres pesos a Simon Sanches que se los devia de carne y con lo demas conpre guaraches y la sal y el jaboncito lo cual que llo me di mui buena abilitada porque no allava ni que acer sin mays las mujeres sin revosos de andar y con las droguitas y descalsos, nomas fijate lo que me sirvieron esos 10 dollar.
“Pues no es que seamos tan ynutiles para buscar pero si tu bieras lo critico que esta aqui la cituacion aquí en nuestra tierra no ay mas lucha que el rrifle y la matansa de jente pacificos unos con otros, no deja de aber una o dos muertes cada ocho días los domingos en Jeres el domingo 7 de octubre mataron a don Juan Enrriques lo mato Antonio de la Torre, uno de los Tetillas lo mato felonicamente en la tienda de la colonia brindándole una copa y metiéndole una puñalada que le yso dos pedasos el corason.
“Y ese mismo dia uvo otros dos matados por el barrio de San Pedro y te boy a platicar los que se an matado de los conosidos pero esto es de cada 8 dias los domingos. El domingo que no ay un matado se puede crer como admiracion comensando con Andres Ortis aquel que estuvo de administrador en la Hacienda de la Lavor y luego Santiago Pichardo fue el que lo mato a poquitos días mataron en una rreunion de amigos en el Salon Berde a Antonio Sisneros y a pocos días mataron en un gallo que trallian con la música por las calles se mataron Manuel Rodarte y un capitán federal se murieron los dos, y a pocos días en un rodeo en Tepetongo mataron a Santiago Pichardo y a dos del Molino y luego otro dia en el entierro uvo borrachera y mataron a un Sostenes que era comandante de policía.
“En fin te digo que no ay tiempo para platicarte en las condiciones tan lamentables en las que nos incontramos no ay absolutamente lucha ninguna, los biajes a Tequila lla se acavaron porque los rebeldes lla evitaron la pasada del rio, asta an colgado algunos porque an tratado de pasar escondidos.
“Los biajes a los platanos en la barranca están mui caros y en Jerez o en los comersios mui baratos, tunas no hay se helaron este año, las carguitas de leña se sacrifica uno mucho para darlas a cuarenta sentavos.
“Saves, orita están en opulencia es las drogas que los povres que debemos estamos que no allamos nuestro canpo, por eso te digo que no seas tonto que cuides tu trabajo aber si te ases de algo para que te bengas, yo le ruego a Dios que te socorra aber si para de aquí a enero me podias alludar con unos 25 dollar para salir de las drogas, llo creo con eso que me alludaras salía de mis drogas, en fin lla no te digo mas porque lla es tarde oy domingo y sierran el correo temprano
“Lla estamos comiendo maisito y frijol nuebo pero lo comimos asta 15 pesos fanega, Pedro se fue a traer un viaje de platanos aber si algo le queda, lla le separe su lavor a el y a Francisco, llo me quede aciendole su quiaser a Pedro, llo mi llunta se la di a medias a mi compadre Fortunato; el mays lla esta a nueve pesos, en fin ay en otra platicaremos mas nuestros deseos son que te alles con salud y felecidad nosotros estamos bendito sea Dios sin ninguna nobedad y recibe recuerdos de toda esta tu casa en general.
“Sin mas tu padre que te desea felecidades”.

Me tomé la libertad de copiar esta misiva, por lo expresiva que es, por la forma en que en pocas líneas un campesino jerezano relata a su hijo la tristeza que hay, el temor ante la inestabilidad política que se vivió en aquellos años, la inseguridad reinante, la pobreza y la lucha por sobrevivir.

Empecé el año encabronao, y es que me llega un estado de cuenta de mi Fondo de Ahorro para el Retiro, en el que ahora me dicen que tengo ¡la mitad de lo que tenía antes!. Que porque mi dinero “cotizaba en la Bolsa de Valores”. ¿Y a mí cuando me preguntaron o me pidieron autorización?. Pero qué jijos de su irreconocible madre. A ese paso, cuando me jubile no voy a tener nada, y voy a quedarle a deber al Banco de pilón. Mi lana y la de todos los trabajadores mexicanos se la han metido en el yoyo el gordo Cartens y el enano Calderón. Y sabrá Dios que nos espera este año. Ya en 1992 el orejón de Agualeguas me fregó con mis aportaciones al INFONAVIT. Entonces no me dieron ni crédito, ni casa, ni nada porque de la noche a la mañana desapareció ese fondo. Aunque, los que han recibido casa del INFONAVIT viven una eterna y muy laaaaaaaarga pesadilla. Hay quienes afanosamente están pagando mes con mes su crédito, y siguen debiendo lo mismo o mucho más. Y si se atrasan uno o dos meses, pronto llegan unos changos o changas disfrazados de licenciados con injuriantes órdenes de embargo en mano. Con el respeto de todos mis lectores: ¡Esas sí son chingaderas!.

Dice don Chuy Acuña que ya se me secó el coco, que ya nomás escribo puras pendejadas, y eso me ha amuinado gacho, porque él se divertía mucho con mi columna…. Recibo críticas, consejos, saludos y hasta extorsiones en mi teléfono 945 88 74 ó en mi correo miguel.berumen@gmail.com

EL SANTO SANTIAGO DE LOS CINTARAZOS

Ni me acordaba de escribir mi columna, con todas las fiestas navideñas, pachangas, tamalizas a que fui invitado, pero aquí estoy, un poco más gordito y listo para recibir el 2009...
Les contaré ahora la historia del Santo Santiago que se apareció allá por el rumbo de Los Félix... una historia algo ingenua, pero que habla del candor de quienes nos antecedieron:
Las morismas de Los Haro siempre han sido un motivo para que los habitantes de la comunidad luzcan lo mejor de sus galas representando a los diferentes personajes que se heredan de generación en generación. Y platican que un joven impetuoso que por primera vez le tocaba representar a un soldado cristiano, deseoso de que su participación fuera lo mejor posible, trajo a Jerez el peto y el yelmo de hojalata que había recibido de su padre. Debido a los enfrentamientos entre moros y cristianos, la armadura ya estaba toda aboyada además de que estaba opaca y sucia por la pátina del tiempo, por lo que se dirigió con el mejor orfebre, armero, y herrero de ese tiempo: don Pascual Torres.
Don Pascual, vio los objetos y aconsejó tirarlos a la basura porque ya estaban muy maltratados, pero ante la insistencia del muchacho porque se los arreglara, los examinó con detenimiento prometiendo tenerlos días antes de que comenzaran las morismas en honor del Arcángel San Rafael.
Pero... se pasaban los días y don Pascual no daba trazas de arreglar la armadura... hasta el día que comenzaron las festividades, muy temprano el muchacho y sus amigos le estaban tocando la puerta de su casa para que les entregara el peto y casco así como estuvieran. Malhumorado don Pascual se puso a pulirlas para que quedaran impecables.
-“¿Y cómo se las van a llevar? ¿A poco colgando en el caballo?. No, pos así las van a volver a maltratar”. Renegó don Pascual.
-Usté no se apure… me los llevo puestos- dijo el muchacho colocándose inmediatamente el peto y el reluciente y bien lustrado yelmo que en la parte superior mostraba un rojo penacho muy bien arreglado y cortado. Y así, montando en un caballo blanco que le había prestado su papá cabalgó por las calles de Jerez causando el azoro y la risa de la chiquillería que lo seguía alborozada. Sus amigos lo seguían también un poco mosqueados.
Ya cuando atravesaron el portón de la calle Tres Cruces, donde comenzaba el camino al Ranchito de los Suárez del Real o Ranchito de Guadalupe, emprendieron la carrera para llegar a Los Haro a buena hora.
“¡Pinchi viejo méndigo!, nomás por hacernos batallar, dende cuando me podría haber entregado mi casco y mi armadura, pero nomás nos tanteaba”- iba enojado contandole a sus compañeros, cuando por el rumbo de Los Félix, que oyen en la lejanía gritos pidiendo auxilio.
“¡Auxilio!, ¡ya no! ¡ya no me pegues! ¡por caridá ya no me pegues!” escuchaban los gritos de mujer acompañados de paralizantes alaridos.
-“¡Que joda le han de estar pegando a esa probe mujer!. Pérenme tantito, orita regreso!”
-“No, mejor ámonos, no te metas en lo que no te importa, ámonos pa’l rancho, que ya la morisma debe estar en su mero jugo”.
-“Déjen ir a ver a quien tan golpiando que se oye rete feo”. Y sin hacerle caso a sus amigo, espoleando su blanco caballo se dirigió a donde se escuchaban los gritos.
El cuadro que presenció era de un machismo muy común en ese entonces. Un encolerizado sujeto le estaba dando de cintarazos a una indefensa mujer tirada en el suelo, sin hacer caso a sus súplicas y ruegos. Pa’ pronto el del casco y armadura frenó su caballo haciéndolo relinchar y pararse en dos patas, apeándose de manera ágil.
-“¡Oiga amigo, no sea tan cobarde!. ¡No sea tan aprovechao! ¡Póngase con un hombre a ver si deveras las puede!”. Y quitándole el cinto al agresor, le dio de cintarazos en toda la espalda y trasero, hasta que este se revolcaba de dolor profiriendo también salvajes aullidos, mientras la mujer veía la escena con ojos desorbitados y sin atinar a decir palabra alguna. “¡Y si sé que vuelve a ponerle una mano encima a esta mujer, vengo y le doy otros cintarazos, viejo aprovechao!”.
Y así, luego de su quijotesca intervención se unió a sus amigos para seguir su camino a la morisma de Los Haro.
En Los Haro fue muy notoria su intervención, por el peto y el yelmo relucientes y que recién le arreglara don Pascual Torres.
Ya cuando se acabaron los festejos, el día 25 de octubre, se acordaron que con las prisas y los enojos no le habían pagado al herrero jerezano, y como presumían de ser muy honrados, se acompañaron a Jerez, pero ya sin llevar el caballo blanco, ni el yelmo ni nada.
“¿Vamos llegando con esa pobre mujer a ver qué pasó?” Les dijo a sus amigos, y todos sonriendo dijeron que sí… a ver qué cara les ponía el marido golpeado.
Llegaron a la casucha de la mujer pidiendo agua…
Una mujer sonriente los recibió y les comenzó a platicar:
“¡Toy bien contenta porque se me apareció el Santo Santiago cuando mi viejo me taba pegando!. Si vieran. Venía montado en un caballo blanco, celestial, como en la tierra no hay”.
-“¿Y como era él? ¿No se acuerda?” –Preguntaron los viajeros.
-“¡Era muy bonito, como un ángel, con su casco todo de oro y su armadura también de oro. Y me defendió quitándole a mi viejo el cinturón con que me pegaba, y a él le estuvo pegando, además le dijo que si volvía a golpearme volvería a castigarlo y lo echaría a los infiernos.
-“¿Verdá viejo que eso te dijo el Santo Santiago?”. Dijo, dirigiéndose al marido que trabajosamente caminaba trayendo un jarro con el agua solicitada, mientras se sobaba las nachas…
-“Y este domingo vamos a ir a Jerez a comprar una estampita grande del Santo Santiago pa’ ponerle su altarcito con muchas flores pa’ recordar que se apareció cuando yo lo necesitaba”.
Cuentan que por muchos años, en el hogar de esa mujer estuvo en la salita un altar con una imagen en cartulina del Santo Santiago, con su reluciente armadura y su yelmo de oro…

Don Manuel Guerrero es un amigo carpintero, a quien le gustan mis relatos, y que desde hace como veinte años me ha dado el privilegio de su amistad. Hace pocos días me pedía le diera información sobre el libro “México acribillado” de Francisco Martín Moreno, que es una novela histórica donde se relatan las causas reales de los asesinatos de los Presidentes de México. No he podido conseguir el libro, porque en las librerías de Zacatecas no lo hay. Si alguien sabe donde lo puedo encontrar que me diga… aprovecho para enviar un afectuoso saludo a don Manuel. Gracias por su amistad.

FELIZ NAVIDAD

Yo no tengo alma de pingüino para aguantar las ondas polares, así que en estos días voy a aprovechar que estoy de vacaciones, y por fin ¡por fin! podré acabar mi libro… hay gente que cree que soy un sabihondo de esos de primera, pero no, soy un pela’o como todos, con algunas aptitudes y muchos defectos… en días pasados me apostaban que si era “muy chucho” que les dijera que significaba “robarse una techalota”, de principio me agarraron en curva, pero luego buscando, en el archivo me encontré esto que hace muchos años escribió mi hermana Victoria:
ROBARSE UNA TECHALOTA
En los meses de octubre y noviembre, ya con la cosecha levantada y libres de las labores agrícolas, es cuando tradicionalmente se celebran los rodeos; eso cuando se sembraba maíz, ahora creo que es de importación porque en muchos ranchos ya no se siembra nada, están solos, pero antes cuando era tiempo de pizcar el maíz, los chicos nos "robábamos una techalota" para nuestros "antojos".
"Robarse una techalota" consiste en destazolar unas cuantas mazorcas de maíz, desgranarlas con una "olotera" y hacer un "quimil" en el rebozo, el delantal o el sombrero para llevarlo luego al único tendajón de la ranchería y cambiar el total de aquellos granos por pan de semita y dulce de piloncillo. Las techalotas no se cambiaban por dinero, únicamente por productos, cosa que era muy bien aprovechada por el acaparador del maíz, en este caso el dueño del tendajón; de igual manera se procedía con los "blanquillos": uno para jabón, dos para el azúcar, etc., etc.
La única ocasión en que la techalota y los blanquillos se trocaban por dinero era cuando arribaba a la ranchería el ambulante Cine Colonial. En un desvencijado camión cerrado con las carteleras de las películas colgando por sus costados, hacía su aparición, rentaba un corralón, se hacía publicidad en ranchos aledaños y esperaba la afluencia de los ansiosos espectadores.
Se alborotaba la muchachada y dondequiera se oía la pizcadera. Los empresarios hacían un arreglo con el comerciante para que proporcionara el medio monetario para el boleto de admisión el cual no ponían ningún reparo en recibir además del maíz y los huevos, gallinas, pollos y hasta puerquitos.
A la hora de la función, después del rosario, no antes, (a veces se adelantaba el rosario para que también los devotos pudieran disfrutar del espectáculo) y allá íbamos cada cual con su silla en la mano a presenciar en cuatro hilvanadas sábanas blancas cuyos bordados hacían cacarizas en las estrellas del cinema, la proyección de viejas películas como las de "El Aguila Negra", "Viruta y Capulina", cortos mudos del "Gordo y el Flaco", las de Miguel Aceves Mejía y Rosita Quintana, y las grandes favoritas: las del inolvidable charro cantor Jorge Negrete, mientras consumíamos kilos de semillas tostadas, esquite y ponteduro preparados especialmente para la ocasión y de cuando en cuando espantábamos los puercos que se nos metían entre los pies y callábamos a las vacas que les daba por mugir a cada gorgorito de los que soltaba el inigualable Pedro Infante.
Tales eran los placeres que proporcionaba a los niños de rancho el "robarse una techalota". Hoy los niños silvestres de las ciudades juntan latas vacías, botellas, roban carteras mal cuidadas, estéreos y todo tipo de cosas que se puedan "cambalachear" por dinero y no precisamente para comprar pan y dulces, y muchísimo menos para ir al cine, sino para su triste y pesado placer de drogarse en cualquier mes del año.
VUELVE LA CULTURA A JEREZ
Parece que ya se está comprendiendo que la cultura no es privativa de un grupo selecto y elitista, pues en el Instituto de Cultura se están dando cambios con los que se nota hay apertura, propósitos de volver a darle rumbo a la nave que estuvo a punto de zozobrar, solo quedan dos o tres rémoras que andan muy calladitos pa’ salvar el pellejo, pero esperemos que reine la cordura, la armonía y ganas de hacer las cosas bien para que regresen las actividades lúdicas y culturales a brillar como brillaban en años anteriores (como cuando estaba el profe Nicolás Esquivel). No hay de otra doctora Esther, a écharle ganas a esa rifa del tigre que le tocó. Bueno, a la doctora la conozco desde que era bien chirris y no era doctora, y sé que es una persona muy inteligente, muy metida con la gente de Jerez y que acepta retos, y los saca adelante… Gran compromiso, y más que ya se debe tomar en cuenta que Jerez tiene un nombramiento al que debe hacerle honor… si necesita escoba y jabón pa’ barrer y limpiar todo lo malo que por ahí había, pues a echar escobazos… o unas ramas de pirúl, pues a hacer la “limpia”… o de plano un látigo, yo vi por ahí en la Casa del Campesino con Chon de la Torre unos muy buenos…
Y bueno, no me queda en esta ocasión más que agradecer a todas las personas que se tomaron su tiempo para leer mi columna, una columna en la que platiqué de lo que se me ocurría… que en estos días se reencuentren con sus familiares, que gocen de la alegría navideña… y que si pueden se echen unos buenos chupirules en navidad… ¡Feliz Navidad a todos!

MAS DE ANDRES LAMAS

Aparte de todas las actividades que realizaba Andrés Lamas, me faltó contar que también anduvo metido en el teatro. “El pelucas” o “Neche”, como le decíamos también, se acoplaba perfectamente con nosotros, los que formábamos el grupo de teatro de Castaño. Así, participó en muchas representaciones, y como era sastre, se confeccionaba su vestimenta y nos echaba la mano a los que no podíamos ni siquiera enhebrar una aguja. Recuerdo que en una presentación cómica, su papel era de un vampiro, perfectamente ataviado, y hasta con su capa dragona en negro y rojo, el interior del teatro –como siempre que ofrecíamos algo- estaba lleno. Los efectos de iluminación estaban a cargo de Juan López (La Furris) y se había escupido la mano para crear el ambiente adecuado. Pues Andrés chupa la sangre de una de sus víctimas en la penumbra del teatro, y la quiso cargar para llevársela, pero como no la pudo, la sacó del foro arrastrando, lo que causó la hilaridad del público, pero tras bambalinas una zapatiza a Andrés porque le echó a perder las medias nuevas con la arrastrada a la víctima. Tanto en sainetes como en obras ahí estaba, al pie del cañón. “Torbellino”, “La Leyenda de la Virgen de la Soledad” y otras más, ahí anduvimos.
También hicimos “La Banda Borracha”, copiada de “El Agüite” que años atrás creara Nico Macías y sus cuates. En la Banda Borracha, Andrés se agenció un bote de cartón grande, al que le hizo un agujerito para pasar un mecate, el que tensaba con un palo de escoba, y lograba sacarle tonos de un buen bajo. Yo me conseguí un lavadero de lámina y ese era mi “Güiro”, mi compadre “La Salchicha” (Jesús López) usaba un par de tapas de olla. Pero, el que llevaba todo el ritmo, la melodía y la instrumentación seria era Joel Flores, quien tocaba la guitarra, las maracas, una armónica y de pilón hasta un tamborcillo.. todo al mismo tiempo. Con la Banda Borracha llegamos a llevar serenatas, participamos en el Novenario de la Virgen de la Soledad, y hasta amenizábamos posadas y fiestas...
Y bueno, gratos recuerdos guardaré de esta persona que desde que yo tenía 15 años me ofreció su amistad, ahora les ofrezco, un relato del Sr. J. Sotelo M.
EL ABONERO
-Pos, si, ya le digo, yo trabajé de abonero, y entodavía a veces le hago la lucha; cierto que es un trabajo cansado porque anda uno de casa en casa, y a veces como que ni sale eso de andar ofreciendo cositas.
-Endenantes era más cansado porque cargaba uno con la mercancía todo el santo día, ahora se ayuda uno mucho con el triciclo: cuando se cansa de pedalear, pos se baja uno y le empuja.
-No dejan de pasarle a uno detallitos en eso de andar por las calles, de puerta en puerta y tratar con la gente, pero lo que más se me ha grabado es un detalle que me pasó allá en el Rancho de San Juan del Centro.
-Fue allá por el setentaitrés, en febrero, una temporada muy malita en la que salía uno y no hacía nada y aprovechando un “raite”me fuí a ese rancho a la esperanza de colocar algo.
-Pos nada, había acabado de pasar la fiesta de La Candelaria y nadie dejaba nada. Pos ya desesperado de darle vueltas al rancho, me senté hambreado y triste en las raíces de un mezquite que ‘taba como a dos cuadras del templo, en la esquinita ya bajando p’al arroyo, y a’i ‘taba yo cavilando y tristeando cuando se me acerca una viejita y me pregunta que qué ‘staba yo haciendo allí.
-Ya luego que le platiqué que vendía cosas las quiso ver y se quedó con una vajilla completa, de la de monitos, de esa que le dicen “Versalles”. Como no la traiba completa, nomás las muestras, quedé de llevársela al día siguiente. Me fue bien porque me anotó un abono y me convidó unos taquitos.
-Cuando le llevé la vajilla, me platicó que la quería porque iban a llegar sus gentes que andaban “en el otro lado” y no tenía platos en qué servirles.
-Cada ocho días me aventaba en bicicleta la travesía para ir a cobrarle allá al rancho en la casita del mezquite en la puerta; nunca me falló con un abono, y echábamos la platicadita: que si los becerros, que si las aguas, que si las “funciones” (fiestas) en Jerez, que si los hijos, que si…
-En mientras aproveché y me aclienté vendiéndoles algunas cosas a otros vecinos de ese mismo lugar; ya me conocían y ya hasta se me había hecho costumbre la vuelta.
-Faltando el último abono, que me monté en la “chirris” y me fui a cobrarle, pero por más que tocaba la viejita nada que salía. En esas estaba y ya pensando que l’ ihubiera pasado algo por sola, cuando que se para un mueble “gabacho” y que se empiezan a bajar gentes y chiquillos, y que se me arrima un pelao grandote, prieto y medio tuerto que me empieza a preguntar que a quién o con quién quería yo hablar.
-Les dije a lo que iba y me contestaron que sería en otra casa, porque esa casa ya iba pal año que la dejaron cerrada y que apenas iban llegando.
- ¡No!, -les aseguré- yo he cobrado los abonos de una vajilla que yo mismo dejé delante de la señora Paulita Peñalver, mire, si hay ta’ su firma con su nombre y todas las anotaciones y las fechas en que vine.
-Se empezó a juntar la gente, unos a la bienvenida y otros a la curiosidad y todos atestiguaron que en verdad yo era un abonero pero nadien aseguró que yo haya vendido nada en esa casa; que cuando me vían apiarme por a’i pensaban que era para orinar por lo solo que estaba el lugar pero que no me habían visto hablar con naiden.
-Ya me estaba dando miedo y empecé a sudar. ¿Pos que tanteada o trampa me quedrán tender?, cuando en eso que abren la casa con la llave que traiban y allí en el primer cuarto, sobre la mesa en que la dejé ‘taba la vajilla muy acomodadita, pero llena de polvo y telarañas.
-Las gentes al ver aquello en su casa pensaron que alguna conocida les quiso hacer una sorpresa porque la señora con la que yo ‘bia hablao ya tenía muchos años de muerta, además de que no sabía ler ni escribir, menos firmar.
-Del susto ya ni quise cobrar ese último abono, pero lo cierto es que desde que hice aquella venta no me quejo, de hay en delante me ha ido mas o menos bien.

ANDRES LAMAS RODRIGUEZ

El miércoles en la mañana me desperté con una noticia inesperada que me causó tristeza y desazón... mi gran amigo, mi maestro, mi compañero, Andrés Lamas Rodríguez perdió la lucha contra la muerte. Se nos adelantó en el camino...
Conocí a Andrés cuando allá por 1972 ingresé en la Imprenta Lu-Ga-Lo de don Jesús Borrego y que estaba comandada por “Verio” (don Daniel Alvarado). Desde niño sentía una atracción grande por el mundo de la impresión, por eso cuando hubo la oportunidad de entrar a la imprenta, como aprendiz, la aproveché y me dispuse a aprender todo lo que pudiera. El primer día, Andrés me estuvo enseñando como se “enrramaban” las formas, los accesorios que se usaban para ello, las herramientas, etc. El operaba una máquina automática “Mihele Vertical” y como la máquina la tenía “al centavo”, los tiempos muertos se entretenía haciendo “embocadura” con la boquilla de una corneta. Aunque Verio dispuso que yo por mi corta edad estuviera en el departamento de tipografía (lo que es hoy diseño gráfico), no perdía la oportunidad de arrimarme a las prensas Kluge, Heidelberg y Mihele que tanta admiración me causaban porque solitas imprimían a gran velocidad. Claro está que para ello había que hacer los ajustes correspondientes, y para eso Andrés se las pintaba solito. Desde ese 25 de septiembre de 1972 nació con él una relación de amistad duradera. Era una persona perfeccionista: lo mismo dibujaba, que hacía grabados en suela de zapato. Desarmaba las máquinas cuando se descomponían, las veía pacientemente y luego las arreglaba. Cortaba papel, encuadernaba y a veces, también formaba. Era muy versátil.
Aprendí mucho de él, aunque no soy prensista todavía. Tampoco me enseñé nunca a “abanicar” papel a pesar de que pacientemente me enseñaba a hacerlo una y otra vez con las etiquetas del chocolate de don Sabás que se imprimían por miles y se burlaba porque no podía mover las manos y los dedos con la precisión necesaria para hacer esa operación que garantizaba la correcta alimentación del papel en las prensas.
Andrés, ingresó al ambiente de las artes gráficas por “accidente”, por casualidad. Su oficio era el de sastre cortador y en ocasiones se iba a platicar con su compadre “La Estrella” (Aurelio Pérez) al taller donde se imprimía “El Alacrán”. A veces les ayudaba a doblar el periódico, y de repente ya estaba imprimiendo. De ahí pasó a la imprenta LuGaLo, cuando recién fue creada y duró muchos años laborando en la esquina de la calle Candelario Huízar y López Velarde. En esos tiempos la LuGaLo era considerada como una de las mejores imprentas de la entidad, por la modernidad de su equipo y demás está decir que había muchísimo trabajo.
A Andrés Lamas le tocó también ser pionero en Ediciones Gonber, donde duró buen tiempo laborando, para después continuar en la Impresora del Centro, con Lalo Reveles hasta su jubilación por el Seguro.
Ultimamente se entretenía en el taller que en su casa por la calle Puebla puso toda su familia. Siempre estuvo relacionado con el mundo del periodismo, porque él era el responsable de que los periódicos fueran impresos. En muchas de las revistas de la feria está su marca, y se puede decir que en la mayoría intervino como impresor.
En abril de 1979 se imprimió la revista “Ecos de Primavera”, que fue prácticamente el inicio de la reproducción en “offset” completamente desconocida en la región. Y la portada de color, (que en aquel entonces nos pareció maravillosa) fue impresa por Andrés y fue la primera hecha en Jerez. La técnica ha ido perfeccionándose bastante, y hoy hasta nos avergonzaríamos de aquellas impresiones que marcaron el inicio del diseño gráfico moderno.
Para imprimir a color, la imagen se separa en cuatro colores: cyan, magenta, amarillo y negro. Luego se van imprimiendo color por color, lámina por lámina. Lo curioso es que Andrés era daltónico y a pesar de no reconocer los colores, les sabía dar el tono, la intensidad, la saturación y el registro adecuados. Como para Ripley... un daltónico imprimiendo selección de color.
Aparte de su labor como impresor, Andrés Lamas era muy buscado por los profesores de las escuelas de Jerez para que les diera instrucción a sus Bandas de Guerra. Recuerdo que fue en 1981 cuando él comenzó a mascullar la idea de crear una Banda de Guerra independiente de cualquier institución, que estuviera al servicio del pueblo.
Mentiría si dijera como estuvo el inicio de la Banda de Guerra “Cadetes de Jerez”, pero lo que recuerdo es que originalmente se llamaba “Halcones de Jerez”, y que para allegarse fondos rifaron una bicicleta y un refrigerador. Además los de la ACJM colaboraron activamente con lo que reunieron casi los treinta mil pesos que se requerían para la adquisición de los instrumentos, mismos que se compraron en Puebla.
Algunos de los que recuerdo como fundadores de la Banda, son: Andrés Lamas, Zenón García, Armando de Santiago, Pablito de la Cruz, Bartolo Galván, Juan López (el papá de Lalo López), Leobardo Román Mejía, el Jejé González Ruelas, Alberto Macías, Manuel López, Arturo Hernández, Elías Martínez, Benito Bernal, José Luis Flores, Castaño y muchos otros.
El miércoles por la noche, acudí a darle el adios a Andrés. En su último viaje se llevó el uniforme blanco de Los Cadetes de Jerez. El jueves fue despedido por sus compañeros de la Banda de Guerra y todas sus amistades. Mis mejores deseos para su familia. Alguien dijo que “la ausencia es presencia en el recuerdo”, y así, que su recuerdo sea perenne entre sus familiares y quienes lo conocimos.