viernes, 6 de noviembre de 2009

EL TESORO MALDITO DE DAÑEL VANEGAS

“Ora verá, es que ya casi no me acuerdo bien de fechas, pero déjeme hacerle la lucha, a ver si mientras le cuento, voy recordando.
Allá por 1915, cuando andaban los refolufios por Jerez, nos traían bien azorrillados unos que se decían villistas, como Dañel Vanegas, un muchacho de allá del rumbo de La Tinaja, hijo de don Cuco Vanegas y Geno Campos. Como allá estaban muy jodidos, se vinieron a acasillar a la haciendita del Ojo de agua de los Salinas. Ahí fue cuando conocí al Dañel, era más o menos de mi misma edad, pero desde chiquillo era muy maldito, muy maldito el pela’o.
Po´s se metió de revolucionario cuando vinieron las tropas de Pánfilo Natera, y a los pocos días andaba presumiendo que era general o algo así. Pero, los que andaban con él, era pura gente mala, acostumbrados a la malditura, se robaban las muchachas de los ranchos y nomás les hacían la maldá y las dejaban a su suerte. Aparte, le traiban munchas ganas a la hacienda del Ojo de Agua, acá por el Huejote. En Jerez robaron munchas casas y lo que robaban se lo traían pa su rancho.
Po’s, yo dende que ya estaba añejillo le ayudaba a mi papá, él era albañil, y yo seguí con el oficio. Vivía en esos entonces por la Ermita de Guadalupe, con mi esposa y mi hijo, que estaba como de cinco años.
Me acuerdo que era muy de madrugada, en una noche muy calurosa de ese año que le digo, 1915, cuando golpearon mi puerta y me gritaban ¡José, sal pronto!. Po’s yo conocí aluego quien me recordaba, y mi esposa me decía ¡No salgas! ¡A de ser uno de esos de malentraña! ¡No salgas por Diosito!. Yo la tranquilicé como pude, pensando en que si no salía, el que me llamaba tumbaría la puerta y entraría a mi casita con to’y caballo.
-¿Qué se ofrece tan de madrugada? Le dije al que me hablaba. Era Pablito Dorado, uno que le dicían “El Talache”, de los compinches del Dañel, y ya me entró mala espina y más miedo me dio cuando me gritó que fuera por mis herramientas, porque tenía un trabajo bien urgente. Me metí por mi pico, mi pala y abracé a mi mujer que estaba ya toda llorosa. “No te priocupes, al rato regreso”.
Y ahí voy siguiendo al Pablito. El iba montado en un caballo, en la cabeza de silla llevaba un costalito de baqueta, más o menos de buen tamaño. Y llevaba apersogada una mula prieta que cargaba dos costales también de baqueta, tapados con una cobija. Yo creo que estaban pesados, porque la mula iba tiritando y bufando, al límite de sus fuerzas.
El Pablito, andaba bien crudo, tomando de una botella de aguardiente que llevaba. Por hacer plática, le decía “Oye Pablito, deja que la mula descanse, o se va a caer muerta”. Y nomás me veía y me decía que le siguiera.
Ya estábamos bien metidos en la sierra, cuando al pie de unos peñascos, muy cerquita de unos barrancos medio feos me ordenó que hiciera un hoyo grande. Si viera el miedo que me entró entonces, porque ya sabía cual sería mi fin. Seguramente en los costales llevaba todo el dinero que se habían robado en sus andanzas el Dañel, él y otro de sus secuaces, uno que le decían “La zorra prieta”, creo se llamaba Pancho Vázquez.
Cuando descargamos trabajosamente la mula, comprobé que sí era oro, porque los costales estaban bien pesados. Con razón la mula venía protestando y a tiemble y tiemble.
Y ahí me tiene, a escarbe y escarbe. Sentía la muerte chiquita cuando el hoyo estaba ya como de metro y medio. “Oye Pablito, pásame un trago de tu botella, que tengo la boca bien seca, házme esa caridá”. Y el Pablo, sin dejarme de apuntar con su 30-30 me pasó la botella que casi ya se había acabado.
Nomás viera, ese trago de aguardiente me llegó hasta el alma. Pensé que sería el último. Cuando en eso el caballo empezó a relinchar. Y otros caballos en la cercanía también. Pa’ pronto se sube el Pablito a las peñas, advirtiéndome: “No te vayas a mover para nada, porque te voy a estar apuntando”.
Ya muy cerca se oía que le gritaban “¡Pablín, Pablito! ¿onde andas?”. Este, yo crio que conoció a los que venían y les contestó: “¿Qué quieren? ¿Me andan zorriando? ¿qué buscan?” –No Pablín, nomás que te vimos pasar, y te venimos a avisar que te andan buscando. -¿Quién chingaos me busca? ¿pa´ qué me queren?. –Poos, oímos decir que ayer hicieron muchas cosas por Jerez, y los jefes ordenaron matarlos a como diera lugar. A Daniel y a Pancho ya los llevan muertos pa’ Jerez.
Pablito, como si no creyera lo que le dicían, les replicó: “pos ya me avisaron, ya cuélenle”. –“Fíjate Pablín que no, tenemos curiosidá por ver lo que tráibas en la mula. ¿No sería lo que le robaron a don Cuco Peña o a los Nachos esos que mataron?”.
“¡Pos les di chanza, y no se largaron, aquí se quedan!”- oí que les gritó al tiempo que se escuchaba el estrépito del 30-30. En cuanto ví que los mataba, me agarré a corre y corre. No, po’s a esos años yo era bien ágil, y brincando entre peñas y barrancos me alejé del lugar lo más rápido que pude. Pensé que el Pablo estaría más entretenido en guardar los costales en el hoyo y echar ahí a los difuntitos que se acababa de echar. Pero sabía que si me hallaba me mataría, así que llegué hasta mi casita y le dije a mi vieja que nos juéramos inmediatamente pa’ Jerez. Cargué a mi chiquillo y sin más ropa que la que traíamos puesta, nos venimos por entre las milpas.
Llegamos ya anocheciendo, con un hambre de la fregada, bien cansados y sin haber tomado ni siquiera agua. Ahí, por la calle del Espejo, casi junto a la Parroquia vivían las señoritas Mier, y yo conocía a Dimas el cocinero, jotito pero muy buena gente. Sabía que en esa casa nos ayudarían y nos darían de comer. Así que tocamos, salió Dimas y nos dio de comer. Nos estuvo platicando de todas las atrocidades que habían ocurrido en Jerez. Que el Vanegas había quemado a un padrecito y a su mamá en un horno, que había matado a varias gentes por la calle del Santuario y que ya lo habían matado a él y lo habían quemado enfrente del jardín. Nos dio mucho miedo. Una de las señoritas, no me acuerdo cual, me dio unas monedas y me dijo que me iba a conseguir un salvoconducto para que al siguiente día nos fuéramos a Zacatecas, lejos, lejos.
Po’s dormimos ahí en la calle, alcabo hacía remucho calor, y al otro día, luego que Dimas nos dio de almorzar y nos preparó un buen itacate pa’l camino, la señorita Mier nos dio un salvoconducto que había conseguido con uno de los jefes villistas que vivían en la casa del portal al norte del jardín. Esa casa parecía chiquero, si viera sus salas llenas de caballos, toda cochina.
Po’s ya con el salvoconducto, pudimos llegar a Zacatecas, a pie, sí nos la aventamos caminando, pos animales ¿de onde?. Hicimos travesía, porque yo tenía miedo de todos modos que el Pablito me anduviera buscando, así que nomás oíamos un caballo nos escondíamos entre los matorrales.
Luego de Zacatecas, también caminando nos fuimos hasta Aguascalientes, con unas gentes que eran familiares de mi esposa. Ahí vivimos muchos años. Luego supe que el Pablito se escondió en Susticacán un buen tiempo, en la casa de don Pancho Carlos, que era su suegro. Después que se fue con el rumbo de Tequila, allá por Jalisco, donde dicen que murió mal de su cabeza, loco pues.
Cuando regresamos a Jerez, como veinte años después, un día me fui con mi muchacho a la sierra, y le enseñé el lugar donde estaba el agujero que había hecho, muy bien tapado de piedras y hasta con nopales encima. Le conté toda la historia, y lo que creía que ahí estaba el oro de Dañel Vanegas. Y mire, el muchacho no quiso que escarbáramos, me dijo “Mire apá, si Dios quiso que ese día que hizo el hoyo no muriera, a lo mejor en esta vez sí muere, porque yo crioque ese dinero está maldito, porque es producto de asesinatos, de robos, de muncha violencia, mejor que se quede ahí, y que lo sigan cuidando los dos infelices que mató el mentao Pablito”.

Este relato me lo hizo en 1972 don José Landeros, nacido en la Ermita de Guadalupe y que muriera en Aguascalientes pocos años después.

LA VERDADERA REVOLUCION

JURAMENTO DE HIPÓCRITAS.
En las graduaciones médicas, se hace el juramento de “Hipócrates” como una mera tradición y trámite. Este juramento que hacían los discípulos de Hipócrates hace ya más de 2 mil 400 años era un cánon de vida y servicio y decía entre otras cosas: “... Fijaré el régimen de los enfermos del modo que le sea más conveniente, según mis facultades y mi conocimiento, evitando todo mal e injusticia… Si observo con fidelidad mi juramento, séame concedido gozar felizmente mi vida y mi profesión, honrado siempre entre los hombres; si lo quebranto y soy perjuro, caiga sobre mí, la suerte adversa". Pues sí, leen en su graduación el juramento de Hipócrates, y en la práctica muchos médicos actúan alegremente como hipócritas. Por desgracia, los acontecimientos nos han dado la razón. En colaboraciones anteriores hablaba sobre la negligencia criminal que existe en el Seguro Social. ¿De qué sirve que venga a Zacatecas el cara de perro triste –José Angel Córdova, el titular de salud- y nos diga que todas (TODAS) las instituciones de salud están preparadas para atender a los zacatecanos ante el menor indicio de esa influenza que inventaron los gringos?. Por desgracia, la negligencia, el valemadrismo, el “no-me-importa-tu-salud” son cosa de todos los días aquí, en la clínica del IMSS que con nuestros impuestos y lo que nos descuentan de nuestro sueldo pagamos. Por desgracia, también es cierto lo que dice un refrán “Los médicos no tienen errores, pues estos siempre los entierran”. ¿No habrá alguien con la suficiente autoridad que les haga entender que el paracetamol no es la panacea universal? Lo que ha ocurrido en Jerez lleva un común denominador: Falta de atención oportuna. Y lo que dije antes lo reitero: el director está ahí nomás de adorno, es el último que se entera de las cosas, para él todo está bien. ¿Sanciones? No habrá, eso se lo aseguro. El Seguro seguirá trabajando con ese lastre pesado y corrupto de burocracia. El dolor, la tristeza, el pesar, la desilusión que sienten los familiares de quienes han fallecido por esa negligencia criminal (lo repito) para las autoridades del seguro solo se convierte en una estadística más y bien minimizada.
LA VERDADERA REVOLUCION
La historia oficial, la de los libros de texto, la que nos enseñan en las escuelas solo nos habla de acontecimientos debidamente manejados que convengan a los intereses del gobierno. Muchos hechos se desvirtúan, se olvidan, se callan o se satanizan. Así, en los libros de texto tenemos solo héroes y antihéroes. Nos dicen que los revolucionarios fueron “paladines” y héroes que lucharon contra el sistema dictatorial de gobierno de Porfirio Díaz. Bueno, si atendemos este hecho, el levantamiento armado comenzó de manera oficial el 20 de noviembre de 1910, y Porfirio Díaz renunció el 25 de mayo de 1911. Pero fue a partir de esa renuncia que las luchas se intensificaron acabando con la riqueza de un país que no merecía eso. Todos contra todos. Y así era, los que un día juraban fidelidad eterna a algún caudillo, al siguiente ya le estaban apuñaleando. Por todos los rincones del país surgían líderes que –la verdad sea dicha- les gustaba más la rapiña, la sensación de ser temidos, se enfermaban (igual que ahora) con las mieles del poder. Que luchaban por la justa repartición de las riquezas. Eso no es cierto, pues hubo (y no pocos, la mayoría diría yo) jefes o caudillos que arrasaban pueblos completos, mataban por igual a ricos y pobres, quemaban ciudades enteras, violaban mujeres pobres o ricas, destruyeron archivos.
EL CARNICERO MARTIN FIERRO
Pancho Villa, por ejemplo, tuvo a su servicio a Rodolfo Fierro, quizá uno de los más sanguinarios tipos que se recuerden de esos tiempos.
Rodolfo Fierro antes de la revolución era un tranquilo ferrocarrilero, hasta que en 1912 tomó las armas para combatir la rebelión encabezada por Pascual Orozco. Y como le gustó la sangre al siguiente año se sublevó contra Victoriano Huerta uniéndose a Pancho Villa, quien pa’ pronto le encargó dinamitar las vías y luego repararlas para uso de los villistas.
Su momento de gloria fue cuando los “pelones” para escapar de las tropas villistas se subieron a un tren y lo lanzaron a toda máquina para escapar de Tierra Blanca, Chih. Fierro persiguió el convoy montado en su cuaco, valiéndole que las balas le zumbaran y zumbaran. Sin desmontar de su caballo, alcanzó un vagón que tenía la palanca del freno de aire y la accionó. El tren se detuvo de trancazo, y la caballería de Villa le dio alcance acabando con los enemigos en fuga. Fierro se convirtió en el héroe, en el segundo de Villa y encargado de ajusticiar a los prisioneros, cosa que hizo con muchísimo gusto.
Ejemplo de su crueldad es la siguiente anécdota: Una noche de junio de 1914, tras la toma de Torreón por los villistas, el general Rodolfo Fierro cenaba en el restaurante del hotel París, el mejor de la localidad, acompañado de una prostituta llamada Guadalupe. Ella tuvo la ocurrencia de alabar repetidas veces los ojos del mesero que los atendía. Fierro ni se inmutó y se retiró con la joven a la habitación más lujosa del hotel. Al día siguiente, antes de partir al cuartel, el militar instruyó a sus subordinados. Un par de horas más tarde, un botones llevó al cuarto donde aún dormía la meretriz una charola cubierta y un mensaje del general. Tras leerlo ("Aquí le mando lo que tanto le ha gustado", decía), la mujer levantó la tapa de la charola para encontrarse con los ojos del camarero, con venas y nervios aún colgantes. Años después, el mesero ciego merodeaba por las cantinas de Torreón, donde tocaba el arpa, cantaba corridos de la revolución y narraba su historia a quien quisiera escucharla.
En Paredón, Coah., intentó ajusticiar a más de 2 mil soldados federales prisioneros, cosa que no pudo hacer por la intervención de Felipe Angeles. Pero en Chihuahua si dio rienda suelta a sus apetitos: 300 prisioneros fueron concentrados en un corral con muros de piedra de más de dos metros de alto; luego les anunció que serían soltados en partidas de 10. Los que lograran saltar las paredes quedarían libres. Martín Luis Guzmán consigna en su novela que Fierro se colocó al centro del corral, para cazarlos a tiros cuando intentaran huir. A un lado del general, un asistente se ocupaba de recargar las armas de su jefe, quien disparó hasta que las manos se le acalambraron. Ninguno de los infelices logró escapar.
De muchos asesinatos atroces más fue responsable, hasta que el 13 de octubre de 1915, decidió cruzar una engañosa laguna, montado en su caballo, y las alforjas del animal bien llenas de monedas de oro. Jinete y animal se fueron hundiendo en las fangosas aguas hasta quedar atrapados. El general por más que les pedía ayuda a sus subordinados, estos no se atrevieron a atascarse, dejando morir ahogado a su jefe.
INES CHAVES, EL ATILA DEL BAJIO
Otro personaje de triste memoria, es J. Inés Chávez García, conocido en los estados de Michoacán, Jalisco, Colima y Guanajuato como “el Atila del Bajío”, “el ave negra de la revolución”, “la fiera de Godino”, por las atrocidades que hizo durante sus correrías. Nacido en 1889 en Godino, un ranchito de Puruándiro, era quien guiaba el viacrucis los viernes de Cuaresma, y como no había sacerdote, guiaba el rezo del Rosario, era además celador del Apostolado de la Oración, portaba el estandarte del Sagrado Corazón y llevaba mucha gente a hacer los viernes primero.
Su meteórica carrera en las armas, comenzó cuando se dio de alta en el ejército maderista en mayo de 1911. Luego de andar un tiempo como salteador de caminos, reaparece en 1913 ya como capitán experto en incendiar puentes del ferrocarril, distinguiéndose luego por su barbarie, cuando él y la turba de depravados que lo acompañaban, quemaban ciudades enteras, imponían altísimos préstamos impagables, violaban todo tipo de mujeres, asesinaban a pobres y ricos. Uno de los corridos que le compusieron decía: “Se hizo de fama perversa / y toda la gente vaga / se le unió con alegría, / aun cuando fuera sin paga. / Buscaban donde no hubiera / sino corta guarnición / cayendo cual lobo hambriento / sobre cualquier población… Con las más lindas doncellas / aumentaba su serrallo / y saqueaban y robaban, / desde un peso hasta un caballo.
Y en verso relatan también su muerte: Castigo a tanta vileza / por fin Dios le vino a dar / y de influenza española / purépero lo vio enfermar. / Sin médico y sin amigos, / sin medicinas ni nada, / se agravó su enfermedad / y su fuerza vio acabada. / Mandó llamar a la madre, / y entre sus brazos murió /dejando horrible memoria / por los daños que causó…
Sus asesinatos se dieron por todo el bajío, de manera bestial y cruel. Lo mismo colgaba que fusilaba, arrastraba a cabeza de silla o apuñaleaba a sus víctimas. Pero el método preferido era este: Uno de sus lugartenientes era “el marrero” quien traía siempre un pesado marro. A los que tenían la desgracia de caer bajo sus garras, los ataban de manos por la espalda, los acostaban boca arriba en fila. Y el marrero propinaba un fuerte marrazo en el corazón de cada uno de ellos. “Las balas cuestan caras pa’ matar tanto cristiano”, dicen que se justificaba así.
Otro de sus compinches era Luis Gutiérrez “el chivo encantado”, asesino sin entrañas quien apresaba a sus víctimas y hasta les preguntaba cariñosamente “A ver hijito, ¿Dónde tienes el corazón?”, mientras les apuñaleaba repetidamente. Gutiérrez era un individuo que usaba larga melena. Los piojos residían en su cabeza en cantidades industriales. “El Chivo” les tenía gran aprecio, pues decía que le eran muy útiles, porque con sus contínuos piquetes le impedían dormir y ser sorprendido por sus perseguidores. El 30 de agosto de 1916 las autoridades de Colima presentaron su cabeza. Fue muerto por un grupo de vaqueros que lo persiguieron tenazmente por todo el suroeste de Michoacán.
De todos los seguidores de Chávez se cuentan consejas acerca de tesoros enterrados, producto de sus múltiples fechorías por los estados de Michoacán, Jalisco, Colima y Guanajuato. “Dicen que dejó un tesoro / en la sierra de Quiroga, / son dos millones de pesos / y el que lo halle se lo abroga… pero como anda penando / José Inés Chávez García, / yo por nada de este mundo / el tesoro buscaría…”
En Jerez también se dieron como en maceta sujetos como los retratados en esta ocasión, de ellos me ocuparé en alguna narración posterior.
Envío el mejor de mis saludos y un fraternal abrazo a don ALBERTO MARQUEZ PEREZ, quien ha estado muy entretenido elaborando las coronas que llevará este dos de noviembre a sus seres queridos. Mucho ánimo don Alberto y échele ganas a sus proyectos.

DON FERRUCO EL DE GUADALAJARA


Dicen los lectores que están en contra de la publicación de esta columna, que soy un ardido, que no valgo nada, que los del seguro son nobles y puros, que nunca llegaré a ser regidor porque los regidores son políticos y muy cultos. Y además, que ya estoy peor que don Ferruco.
Pues sí, les doy la razón, los regidores son bien políticos y muy cul..tos. Yo por ejemplo, en mi afán de conocer la historia de Jerez, ando en joda visitando los monumentos representativos de la arquitectura civil y religiosa, viendo con tristeza como se van destruyendo. Voy al panteón a revisar las lápidas de los monumentos funerarios para reconstruir diversos episodios históricos. No como un regidor de triste memoria y de grandes bigotes, que utilizaba el panteón para ir a miarse. (En el mejor de los casos). Ni modo, mis acreedores tendrán que comer sin manteca otra temporada, porque todavía no tengo lana para pagarles. (Los que más friegan son los del banco, que todo el día se la pasan hablándome por teléfono y amenazándome con veintitrés maldiciones gitanas si no les pago).
Y que estoy peor que don Ferruco… me dejaron pensando, porque ni idea de quien fue este personaje, así que me di a la tarea de buscar, y encontré que en las tablas de la lotería, cuando se mencionaba a “El Catrin”, se gritaba: “Don Ferruco es un catrín / que viste de sobretodo/ y al dar la vuelta en la esquina/ se fue de hocico en el lodo”. Pero como yo no soy catrín, seguí buscando y me encontré esta narración de tierras tapatías:
DON FERRUCO EL DE GUADALAJARA
Un personaje muy original y popular que diariamente caminaba las calles de la entonces bella Guadalajara era don Ferruco, a quien casi nadie conoció por su nombre, pero todos lo llamaban con este apodo que le endilgaron desde su llegada a la perla tapatía. Algunos aseguran que un grupo de muchachos del lejano barrio del Jicamal le dieron el apodo, y otros que fue su suegra, que nunca lo quiso bien… Cuando comenzó a usar bastón, dicen que las autoridades de Guanatos le entregaron un pergamino con el título de “Don”.
Los etimólogos han escrito verdaderos galimatías sobre el origen de este vocablo. “Ferruco” es para unos, diminutivo de Francisco, para otros es corrupción de Fernando; sin embargo otros dicen que es un nombre arbitrario, como “tortonbiocho”, “ancheta” “gurguñate” que pueden significar muchas cosas. Pero algunos viejos tapatíos aseguran que se llamaba “Rosalío”.
En los periódicos y hojas sueltas de caricaturas que se publicaban con motivo del día de muerto, nunca podía faltar don ferruco y en la lotería que editó la casa “Loreto y Ancira” se presentaba una imagen de don Ferruco.
Dicen que era sordomudo de nacimiento y que procedía de una numerosa familia de sordomudos, de apellido Jaso, originarios de las barrancas de Atenquique. Ferruco se crió en Tonnia, Jalisco, vivió sucesivamente en las ciudades de Zapotlán el Grande, Sayula y en las haciendas de Huexcalapa y Santa Cruz del Cortijo, donde era muy querido por los empleados por ser hombre de muy buen corazón, de una conducta intachable y porque a todos se mostraba de buen humor y dispuesto a sufrir con paciencia las travesuras de los demás.
La suerte se mostró a “Ferruco” demasiado propicia: protegido por una acaudalada familia de Guadalajara, no tuvo que preocuparse por su propia subsistencia: ni alimentos, ni vestido, ni habitación llegaron a faltarle desde entonces.
Con singular confianza entraba en los establecimientos mercantiles de mayor importancia, a conversar a señas con los dependientes y pedirles alguna prenda de ropa que él siempre sabía utilizar, aunque fuera una cosa enteramente pasada de moda o impropia de su edad y condición. A veces se le daban en calidad de anuncio, algunas cosas nuevas y en buen estado.
Rara vez faltaba los domingos al paseo de los portales y casi todos los días se presentaba en la Plaza de Armas, a “flechar” a cuantas muchachas bonitas concurrían al expresado jardín, se divertía en los cines sin necesidad de boleto, ocupaba siempre uno de los mejores lugares en catedral, en puestos de agua fresca le regalaban vasos de “tepache” (dándose por bien pagadas a las vendedoras con el rato de diversión que el buen sordomudo les proporcionaba), los peluqueros generalmente lo afeitaban gratis y lo mismo sucedía en los tranvías sin que los conductores le obligaran a bajar.
Pasó sus últimos días en el hospital de San Camilo, pensionado por la familia Fernández del Valle.

EL SANGUINARIO BANDIDO EPITACIO BAÑUELOS

NEGLIGENCIA CRIMINAL
No se me ocurre otro adjetivo para calificar la indiferencia y falta de atención en la clínica local del Seguro Social, misma que culminara en el fallecimiento en días pasados de una persona joven, productiva, con hijos pequeños y una joven esposa que llora su fatal pérdida. Ya en todos los medios de comunicación se ha hablado de este lamentable hecho, por lo que no abundaré en el hecho. El Director de la clínica está ahí “nomás” y a lo que se ve, es el último de enterarse de lo que en su entorno ocurre. Los voceros del IMSS podrán asegurar que todo está bien, que se actuó como se debía, pero los jerezanos que somos derechohabientes sabemos que no es así. Es más, cuando estamos en la clínica, para hacer más llevaderas las interminables horas de espera, hasta apuestas cruzamos para determinar cuál de las recepcionistas es la más gritona, o la más irascible o la más déspota. Eso es una muestra del peor burocratismo, del “valemadrismo” puro. Y no se diga a la hora de almorzar o comer. No importa que llegue alguien con un cuchillo atravesado de pecho a espalda y escurriendo sangre. No lo pelan, ni siquiera lo ven para que no les eche a perder su apetitoso almuerzo. La ambulancia no sirve para trasladar enfermos, la usan para transporte de triques, pero pacientes, no. Yo ya tengo como 30 años manteniendo con mis cuotas a estos zánganos (porque de esa forma se portan) y siempre que me toca acudir a llevar a algún familiar me da tristeza, impotencia y rabia el trato que se nos da, peor que si fuéramos a pedir limosna.
Aclaro, hay médicos y enfermeras, tanto aquí como en Zacatecas, que procuran hacer su trabajo lo mejor que pueden, y creo justo reconocerlo. Cuando Tato (mi hijo) se quebró su pata y necesitó operación, la atención de los médicos fue inmejorable, la tramitología burocrática fue salvada gracias al conocimiento de mi sacrosanto compadre (Alberto Esquivel) y de Genny (mi esposa). Yo nomás fui a pelearme con el de la ambulancia, con un pendejo y entrometido afanador y con un guardia de seguridad que se arrimó por si algo se les ofrecía a sus compas. Pero es que soy de pocas pulgas, malhablado y las injusticias me encabronan…
EL SANGUINARIO BANDIDO EPITACIO BAÑUELOS
Y ya que saqué todo el rencor, a lo mío: Me platicaron hace tiempo una leyenda, que no tiene muchos visos históricos, sobre el cerro del Tajo, tantas veces explorado por mí, y “como me la contaron, se las cuento”:
Epitacio Bañuelos era un bandido de esos gachos, sin alma (como los del IMSS seguramente). Sembró el pánico y la muerte en la región comprendida entre Villanueva, Susticacán, Tepetongo y otras rancherías cercanas a Jerez. Capitaneaba una numerosa banda, y tenía su centro de operaciones en el cerro de El Tajo, muy cerquita de La Gavia. El era nacido en el rancho de Los Muertos, y acostumbraba vestir de gamuza, con pantalones chinacos, chaquetilla y sombrero de fieltro de copa “apiloncillada”.
Entre las maldades de este angelito y sus compinches se dice que asaltaron la hacienda de Buenavista en 1870, matando al caporal y robándose –entre otras cosas- cuatro caballos muy finos, que fueron a vender hasta la feria de Aguascalientes. Secuestraron a don Arcadio Gamboa, vecino de Jerez, pidiendo a sus familiares mil pesos en oro a cambio de su vida. Dicen que los mil pesos sí se los dieron, pero de don Arcadio jamás se volvió a saber. Hasta a unos arrieros que venían por el camino real de Guadalajara les quitó quince cargas de maíz y tres de frijol. Asesinándolos porque él creía que la carga que llevaban era de cosas más valiosas. El 24 de marzo de 1872, se le hizo fácil asaltar a una conducta de 100 arrieros, cerca de Machines, en las goteras de la hacienda de Malpaso. Pero los arrieros se defendieron a pedradas, resultando de todos modos 4 arrieros muertos y 14 heridos graves. La gavilla de Bañuelos desde entonces vino a menos, pues doce de ellos murieron apedreados.
Cuando lo perseguían, siempre se pelaba por los rumbos de El Tajo. Y en muchas ocasiones se iba por la sierra de Susticacán, por el rumbo de Talticualoya, donde conocía a la perfección todos los vericuetos serranos. En uno de estos existe una cueva, dicen que es amplia y que cuando el bandido fue muerto, se conoce como “La cueva del todo o nada” porque antes de morir y para que nadie se llevara su tesoro, practicó una serie de encantamientos, de tal forma que quien por casualidad diera con él, no pudiera llevarse ni una moneda, y hasta corría el peligro de quedarse encerrado. Refieren que hay una serpiente gigantesca que no permite que nadie se arrime al lugar. Que en las cercanías de la madriguera enterraba vivos a los plagiados que no eran rescatados. Dentro, escondía alimentos, armas y dinero.
En lo más alto del cerro de El Tajo existían unas rocas en las que una persona podía vigilar tranquilamente dos puntos: el camino real de Zacatecas y el camino que conducía a Villanueva (todavía existen esas rocas). Otro vigía puesto en el lado poniente, vigilaba el camino de Guadalajara a Jerez. Así, rápidamente bajaban y asaltaban a las diligencias y conductas que transitaban por mala suerte por esos lugares. Uno de sus últimos asaltos fue cuando asesinó a unos viajeros que venían de Guadalajara. El jefe político de Jerez, Pedro Cabrera, pidió fuerzas especiales de “la acordada” y gendarmes del estado. Luego de varias escaramuzas y búsquedas infructuosas, al fin fue aprehendido el criminal, y de acuerdo a las leyes contra ladrones y plagiarios, el 15 de agosto de 1873, sin juicio alguno fue fusilado frente a la casa donde dormía plácidamente en el rancho de Los Muertos, y de ahí su cuerpo se llevó al lugar más conocido de sus fechorías: el cruce del camino real a Zacatecas con el rancho de Las Escobas. Allí lo colgaron de una de las ramas más altas de un pirúl, al lado del camino. Le pusieron un cartel con la siguiente leyenda “Epitacio Bañuelos, asesino y plagiario. Se castigará con cárcel al que lo descuelgue”
Por mucho tiempo, causaba pánico pasar por el camino, y quienes lo hacían tenían que mirar a otro lado. Por supuesto que de noche nadie pasaba, ni aunque le fuera muy urgente, ya que el macabro espectáculo como escarmiento a ladrones y asesinos era en verdad, macabro. Cuentan que por las noches por las cercanías se veía un hombre vestido de chinaco, montando un caballo negro que se perdía en la oscuridad lanzando un pavoroso alarido.
Dos arrieros que tenían que pasar varias veces a la semana por aquel sitio, cansados de tener que ver ese tétrico y semidescarnado cuerpo se prometieron descolgarlo por la noche. Se pusieron de acuerdo, y luego de echarse sus chupes para darse valor se encarreraron a donde estaba el macabro despojo y de un brinco se colgaron de las botas, y las botas al caer al suelo, dejaron escapar brillantes monedas de oro que, luego de la sorpresa, fueron ávidamente capturadas por los arrieros, que las guardaron en sus paliacates y olvidándose de los despojos corrieron y corrieron. Nadie los volvió a ver.
El recuerdo de Epitacio Bañuelos y sus correrías se fue perdiendo, pero todavía hace varios años, aseguraban los viandantes que se veía colgando del pirúl un fantasmagórico esqueleto que se mece con el aire, y de pronto, se oye como si tintineara un puñado de monedas al caer en el suelo.

ESTAMPAS DE JEREZ

ACLARACION. Uno de los lectores que se entretienen en esta columna advierte que eran y son comunidades diferentes “La Tetarrona” y “El ranchito del Señor de Roma”. Y sí tiene razón, pero en los documentos que tengo a la vista, no se mencionan como diferentes, indistintamente los nombran como uno solo (quizá por la cercanía).
OTRA ACLARACION. No se donde leí que alguien decía que los propietarios de las casas de los portales del centro de Jerez los construyeron en lo que corresponde a las banquetas, y al ser públicos no hubo necesidad de ampliar escrituras. A lo que yo sé, sí hay escrituras. Y así de pronto, me topo con un documento que dice “Escritura otorgada por el Síndico procurador de la Asamblea Municipal de esta Ciudad en nombre de la misma, y a favor del C. Hilario Llamas, por treinta y siete una sesma varas de tierra a lo largo y cinco de fondo para construir un portal. Agosto de 1861”. Y ya en el cuerpo de la escritura se habla de que don Higino debe pagar 3 pesos por cada una de las varas del terreno que comprende al frente de su casa… en el concepto que no debe impedir que se destine al objeto público que se crean conveniente; que no deberá cerrar por el frente ni costados…” Esta escritura se refiere al portal de las palomas, cuya historia es bastante interesante y que pronto daré a conocer. Así, hay escrituras similares del portal Inguanzo, del de los Escobedo y de los Berumen.
Ahora, les presento una narración de principios del siglo XX, de los apuntes de mi papá:
ESTAMPAS DE JEREZ
Hacia principios del siglo XX, Jerez vivía una vida encantadora. Una paz singular reinaba en el ambiente, todo era armonía y sus gentes se desvivían por trabajar con ahínco porque su terruño continuara su ritmo de progreso.
Sus habitantes tenían, como perdura hasta la fecha, un gran espíritu hospitalario, ese don de servir que lo ha hecho famoso en toda la región. También tenía fama de alegre. Era como un eterno día de fiesta dentro de su modo habitual de vivir, porque no había casa, por humilde que fuera, donde cuando menos sí había un piano, una guitarra, un violín, un arpa, etc. Se podía escuchar a diversas horas del día y de la noche una dulce voz femenina que cantaba una bella romanza o una danza popular, o la voz varonil que hacia oírse a varias cuadras a la redonda entonando "Olas que el viento arrastra”, "Alejandra" u otra canción melancólica como "La Negra Noche” o "Marchita el Alma".
Los Domingos había serenatas en el jardín Brilanti y en el jardín grande que tenía y tiene (a pesar de los intentos fatídicos del “mocharboles” y cóngeneres) perfume de rosas de castilla, huele de noche y azucenas. El kiosco que se había inaugurado en esos años era ocupado en estos días por la banda municipal.
Mientras la banda ejecutaba valses, shotis, mazurcas, marchas, etc., las muchachas de todas las clases sociales y los muchachos, daban vueltas a la plaza ellas al lado derecho y ellos al izquierdo; era en estas ocasiones cuando los novios tenían oportunidad de verse, de decirse unas cuantas palabras y de cruzarse las cartas, misivas perfumadas con agua de lavanda o de algún perfume de a peseta, depende de la pareja...
Y si allí no había oportunidad de hablar, pues… entonces hasta la próxima serenata o en los bailes, tertulias y tardeadas que contínuamente se hacían en las huertas de Jerez o en las alamedas cercanas.
Los domingos se organizaban días de campo en Ciénega o en El Ranchito, o a veces hasta Santa Fe. Un grupo de familias, dos o más hacían el viaje en carros rabones (carretones) tirado por una mula o dos sufridos pollinos; allí iban las madrecitas adorables, las chiquitinas y los niños, porque era costumbre que los señores y los jóvenes hicieran el viaje a caballo, en mula, en un macho, en un burrito o a pie, para ir tirándole a los conejos o a todo lo que se moviera.
No faltaba la botella de buen vino, ni las tortas de chorizo con huevo y chile asado, ni los tacos de frijoles con queso y chorizo, ni los chicharrones de puerco.
Ah.... y lo principal: la guitarra, la eterna compañera de los jerezanos para estos y otros paseos. Además de tantas chicas guapas que sabían cantar y jóvenes que lo hacían bien.
Se pasaba el día dentro de una perfecta cordialidad. Todo era armonía y familiaridad. Muy raro que hubiera un incidente desagradable, pues el respeto a las familias y a los señores de edad, era tal, que no se atrevían los jóvenes a decir alguna broma por ingenua que fuera, delante de ellos.
Por la tarde, cuando la serranía de Los Cardos semejaba un incendio y se iban sucediendo tonalidades iridiscentes al ocultarse el sol, se hacía el regreso en medio de aquel bullicio tan simpático, tan repleto de alegría.
Entre semana a primera hora, (las cinco de la mañana) comenzaba el despertar de mi tierra: se escuchaban los ¡Buenos días!, ¿Como amanecieron, compadre?; ¿como pasaron la noche?, ¡Buenos días les dé Dios!, y principiaba el movimiento lento de los carros de cuatro ruedas (guayines), de los carretones que iban a la leña; de las carretas que iban o venían de los ranchos y haciendas: de El Tesorero, Los Haro, El Durazno, Santa Rita, El Huejote, La Labor, la Ermita, etc., algunos para dejar en Jerez o continuar hasta Zacatecas con sus cargamentos de maíz, frijol, calabazas, avena, depende del tiempo que fuera; y el trotar de los caballos y burros montados por los campesinos que se dirigían a sus labores. Porque entonces los hombres ricos o pobres estaban listos a primera hora para iniciar las faenas del día.
En las "matanzas" (carnicerías) se discutían los asuntos del momento mientras se saboreaban sabrosos taquitos de barbacoa o uno que otro chicharroncito de puerco, calientitos, con traguitos de sotol o de mezcal que alguien llevaba.
De allí salían todos y cada uno con el medio o real de carne, amarrado de una pita de palma silvestre y otros la llevaban en el morral al hombro y... ¡A trabajar todo mundo!
Cuando había luna, en los meses de septiembre y octubre ¡Ah... qué felicidad para los jóvenes en estado de merecer! A bordo de "expresitos" y "carretones", iban en caravana por las calles canta... y canta… hasta las diez de la noche que era la hora límite para que todos estuvieran acostaditos y soñando.
Así vivía Jerez en 1900. Así eran nuestros abuelos, trabajadores, honrados a carta cabal, dignos e íntegros por los cuatro costados.
Nuestras madres y abuelas nobles y abnegadas, laboriosas, hacendosas en extremo y con un concepto de la felicidad tan alto como el mismo cielo.

MAS DE LINO RODARTE

Una persona me llevó varias cuartetas que al parecer son originales de las “Mañanitas de Lino Rodarte”, para que enriqueciera mi historia, pero no supo decirme su procedencia. Que estaban entre unos papeles viejos. Investigaré más al respecto para darle la veracidad necesaria, ya que esos versos eran para mí completamente desconocidos.
Y del mismo tema, me insisten que hay poco soporte documental sobre Lino Rodarte. Y eso no es cierto, hay muchísimo, la cosa es investigar, buscar en los archivos para poder desligar la veracidad de la historia del romanticismo de la leyenda o de las inexactitudes de la novela.
Así, hemos ido encontrando personajes que vivieron en su entorno y que tuvieron mucho que ver con él. Los iré presentando en diferentes narraciones:
Tenemos por ejemplo al compadre Benito Mejía, dueño de la casa de la calle Tres Cruces donde Lino vino a Jerez a esconder el famoso caballo cuatralbo. Benito Margarito Mejía Gutiérrez nació el año de 1812 en el ranchito del Señor de Roma. Hijo de don Olayo Mejía quien naciera el 10 de febrero de 1776 en San Juan de Buenavista (arribita de El Tesorero) y de Lucrecia María Gutiérrez. Todos los antecesores de don Benito Mejía están registrados como “españoles” y formaban una sólida familia en esa región.
Este señor (don Benito) se casó el 30 de Mayo de 1838 con María Brígida Torres, quien le dio dos hijos, Juliana y José de la Cruz. María Brígida murió en 1841.
Entonces don Benito contrajo segundas nupcias con María Bernabé Correa, nacida en 1827, con quien tuvo 8 hijos: Ambrocio, Urbana, María Atilana, Felipe, Manuela, Margarita, José Claro y Cesaria.
Benito Mejía era primo de doña Paula Mejía, madre de Lino Rodarte.
UNA HIJA DE LINO
De los hijos de don Benito, destacamos a Urbana, nacida en 1850 en el ranchito del Señor de Roma o la Tetarrona (como se le llamaba indistintamente). Ella se casó por lo civil el 14 de septiembre de 1872 en Jerez con Esteban Zepeda Moraza, y en la madrugada del 13 de noviembre de ese mismo año, en la Parroquia de la Inmaculada el sacerdote les daba la bendición nupcial. Cuando se casó, ella tenía 22 años y su marido 28. En marzo de 1874 tienen una hija, Gabriela, pero Esteban Zepeda muere poco tiempo después.
Luego que Urbana quedara viuda, a temprana edad, Lino Rodarte la cortejaba a escondidas de don Benito, sucediendo lo inevitable: El lunes 5 de enero de 1880 a las 9 de la noche, Urbana tuvo una hija de Rodarte. Cuando don Benito la fue a registrar a Jerez, dijo que su hija Urbana de 30 años, viuda, dio a luz una niña a quien pone por nombre SIMONA. Manifestó que era de padre desconocido, (en esos años Lino ya andaba en broncas con la justicia), atestiguando el acta Benito Martínez y Félix Tovar, del mismo rancho.
Pero luego, Lino Rodarte la reconoce como su hija natural. Cuando la bautizan, el padrino es don Benito, así que Benito Mejía de algún modo era suegro y compadre de Lino.
Y así queda escrito en el acta de matrimonio de Simona. Ella escribe de su puño y letra “Simona RODARTE” en el acta cuando contrae matrimonio con Bárbaro Castañón Correa.
A medio día del martes 11 de febrero de 1902, ante don Alberto Iturralde, juez del estado civil, se presentaron Simona y Bárbaro, quedando asentado en los papeles que ella es “hija natural de Lino Rodarte, fallecido, y Urbana Mejía”. Y como sucede en esos casos, cuando se casaron por lo religioso, se les otorgó la dispensa por parentesco en segundo con tercer grado, cosa muy común en los enlaces de la época.
La familia Castañón Rodarte tuvo 6 hijos, 4 mujeres y dos hombres de los que aún no tengo sus datos, pero esta es una investigación en marcha…
Todo lo anteriormente anotado, está perfectamente documentado en diversos archivos religiosos y civiles, para que no anden luego los alucinados diciendo que son inventos míos.
MAS DEL ORATORIO
Don Juan N. Carlos escribe en su libro: A gestiones de Ignacio Herrera y Josefa Varela, se construyó el Oratorio dedicado a la Santísima Trinidad. Se terminó la construcción el 20 de mayo de 1892, y el dos de junio siguiente, para la bendición, oficiaron los presbíteros: Sr. Cura José Ma. Olmos, Ignacio Báez y Jesús Medina. Fueron padrinos los distinguidos ciudadanos Julián Romero e Higinio Escobedo.
EL COLEGIO MORELOS
Por ese mismo rumbo, por la calle del Hospicio dicen que estuvo el Colegio Morelos que fundara el licenciado José Guadalupe López Velarde y de Jalisco en 1893 se trajo a los hermanos Alatorre, que decían eran muy buenos maestros. Ellos se encariñaron con el Jerez de fines de siglo XIX y se avecindaron, casándose con jerezanas de las mejores familias, aunque luego emigraran, uno a Torreón y el otro a Guadalajara. Ernesto se casó con Refugio Soledad Escobedo Zulueta, hija de don Higinio Escobedo, uno de los más influyentes jerezanos de la época. Vivían en la casa número 3 de la calle del Hospicio, en el mero centro de la pequeña ciudad.
El Profr. Ernesto Alatorre Contreras cuentan que fue un extraordinario poeta. Sabemos que escribió un extenso poema en siete cuartillas manuscritas, dedicado a la juventud. Es probable que el vate López Velarde allí recibiera sus primeras inspiraciones para su futura vida poética. En seguida insertamos la primera y la última estrofas, que tienen fecha y firma del autor. Veamos:
Juventud:
A ti que buscas del saber la fuente,
y sólo en el saber cifras tu anhelo,
cuando es tu vida misterioso ambiente
que desciende purísima del cielo.
Así por el sendero van dichosos
camino de la gloria verdadera;
así también la vida se aligera
al sentirse cansados, fatigosos,
en la ruda avidez de aquel camino
que va más lejos cuanto más se anhela.
Mas, si entonces, al peso del destino
su paso queda inerte,
un ángel los anima y los consuela,
los salva del abismo de la muerte,
y abriéndoles el libro de la historia
los conduce inmortales a la gloria!...
(Jerez, octubre 27 de 1895)
Ernesto Alatorre

martes, 15 de septiembre de 2009

LA CORONA DE LATON


Este jueves, Sandra de la Torre publicó en la sección Jerez de “El Sol de Zacatecas” una nota que causó sensación y extrañeza entre algunos jerezanos, pero entre otros no, porque es algo que se conocía desde hace tiempo. La nota precisa que “la corona que porta la patrona de los jerezanos, no es de oro puro, sino que su confección está hecha a base de una aleación de cobre y latón”.
Precisa Sandra, que en años pasados se envió la corona a limpiarla con unos joyeros jerezanos, y al hacer la prueba con ácido nítrico, se notó que no era de oro, sino de otro metal. Luego la corona fue llevada a Guadalajara con joyeros de gran trascendencia, como Antonio Pizano, quien reafirmó lo dicho por los jerezanos. Por lo que se ordenó que se le diera un baño de oro para que conservara el brillo.
Sabemos que la corona  fue originalmente de oro como consta en varias publicaciones de la época y por testimonios de personas que la tuvieron en sus manos. Cuando el presbítero Carlos Uriel Argüelles entusiasmó a toda la población para la coronación de la imagen de la Virgen de la Soledad allá por 1959 a partir de que se recibiera el breve de la autorización del Papa Juan XXIII, para la confección de la joya, se nombró al reconocido artesano y orfebre don Pascual Torres Báez, quien presentó varios bocetos sobre lo que podría ser la prenda que se le impusiera a la imagen de la Soledad. Y para su manufactura se utilizaron antiguas joyas pertenecientes a la imagen, y que en épocas pasadas habían sido donadas por ricos jerezanos. También se recurrió a la colecta popular, lográndose una importante cantidad de oro y piedras preciosas.
Don Pascual trabajó por casi un año, afinando sus plantillas, probando aleaciones y se dice que cuando la corona quedó terminada, muchos jerezanos tuvieron oportunidad de apreciarla, pues por un tiempo fue exhibida en los aparadores de "Al Ferrocarril" causando la admiración de quienes la veían. Fue en la tarde del 12 de enero de 1961 cuando el Sr. Cura Carlos Uriel Argüelles quitara a la imagen la diadema, y el obispo de Zacatecas Sr. Antonio López Aviña la coronara en medio del entusiasmo de todos los presentes. La Misa pontifical fue celebrada por el Sr. Cardenal José Garibi Rivera, en la explanada de “El llanito” (junto al panteón).
Aquí caben varias preguntas: ¿Si la corona originalmente era de oro, cuando y quien la cambió? ¿Posteriormente sería copiada y sustituída? Hay personas que aseguran que luego de la coronación, le fueron pedidas las plantillas a don Pascual por gente autorizada y que quizá se hiciera una réplica de la corona. Entonces, ¿Dónde estaría la original, la que fabricó don Pascual?
Desgraciadamente, muchos de los objetos para el culto, son donaciones que se hacen de buena fe, y creo que no se lleva un buen registro de ello. Tengo a la mano varios inventarios de las pertenencias del santuario, y todos entre sí, son diferentes, pero no hay documentos o explicaciones a la falta de muchos objetos.

EL PATRIMONIO RELIGIOSO Y CULTURAL SE PIERDE
Los jerezanos somos pasalones, y no nos damos cuenta de cómo van desapareciendo objetos que forman parte de nuestro patrimonio religioso y cultura. Y si nos damos cuenta, es porque “alguien” accidentalmente se da cuenta del faltante.
En los alegres años 70’s todos andábamos gustosos porque se remozarían varios de los edificios más representativos de Jerez, el teatro Hinojosa, la Escuela de la Torre y la casa Museo, para festejar dignamente el año de Ramón López Velarde. Para encargarse de los trabajos el gobierno del estado envió al arquitecto Roberto Félix. Y todo lo que estaba mal parado desapareció en ese tiempo. El óleo en el que se representaba a don Pantaleón y don Isidro de la Torre y que estaba en el cubo de la escalera del edificio de la Torre, se esfumó. Muchos candiles antiguos, portones de madera y algunas barandillas también se perdieron o fueron a parar a lejanos ranchos o lujosas residencias. No quiero afirmar que el arquitecto se las haya llevado, sino que “coincidentemente” en ese tiempo ya no se volvió a saber de ellas.
También por esos años, el santuario de la Soledad y la capilla de María Auxiliadora sufrieron un remozamiento, digo sufrieron, porque la capilla de María Auxiliadora quedó “pelona”. El altar mayor y el candil desaparecieron, así como el púlpito. A lo mejor fueron llevados a otros templos. En el santuario, de entrada cambió la barandilla de latón y en su lugar se puso la de mármol que actualmente conocemos. La otra ha de haber sido vendida como fierro viejo. En ese mismo lapso desaparecieron muchos exvotos pintados en lámina y que databan desde mediados del siglo XIX. Unos dicen que los tiraron a la basura porque nomás estaban haciendo bulto. Aunque, personalmente pude ver retablos de la virgen de la Soledad jerezana en un bazar en la ciudad de México, allá por la Lagunilla, donde los vendían a precios caros. ¿De dónde los sacarían?.
Cosa curiosa: en los inventarios del Santuario del 14 de agosto de 1929 y del 27 de diciembre de 1933, al referirse a la imagen de la Soledad, no dice nada de alhajas, ni se mencionan las aureólas que tenía, ni las bandas, ni los vestidos. Tal vez sería porque en esos años tan violentos fueran resguardadas en casas de particulares que posiblemente se olvidaran de devolverlas después.
Me preguntaban que donde estaba el Hospital Civil a fines del siglo XIX. Bueno, hay que aclarar que en ese tiempo existían dos hospitales: El Hospital de los Sánchez Castellanos, al costado sur de la Capilla del Diezmo, y donde el doctor Villalobos atendía gratuitamente a los pacientes. Y el civil: Una sólida construcción cuyo costo superó al del Edificio de la Torre, ubicado en la última manzana de la calle del Hospicio (entre Guerrero y Alameda). Con la revolución, se acabó el hospital y en los tiempos nefastos en que Francisco M. Cabral fue presidente, vendió primero los barandales, luego la piedra, después las puertas y al último las vigas. El dinero de esas ventas nunca ingresó a las arcas del municipio.


Así lucía el altar del templo de María Auxiliadora, antes de que fuera "pelado". ¿Donde quedó el púlpito? ¿El Santa Sanctorum? ¿Los objetos e imágenes de culto?.

EL ALACRAN DE LA MUERTE


Alguien me reclamó sobre la historia de Lino Rodarte. Que los datos no son exactos, porque el corrido dice otra fecha. Bueno, yo me basé en documentos, en papeles existentes. Incluso poseo copia facsimilar del acta de defunción de Lino Rodarte, y a quien la quiera, con gusto se la facilito. Hay papeles también sobre las propiedades de los Rodarte y de Cruz Avalos. Y la versión del corrido es la más antigua que he encontrado, dudo que haya otra. Aparte, existen documentos de tipo religioso, testimoniales, etc. Por eso insisto, un investigador histórico no es una persona que esté en los eventos políticos o culturales como relleno en los presídiums, ni un copista cualquiera, ni un hacedor de discursos chafas. Un investigador histórico anda siempre en busca del documento, de la foto, del archivo, de la plática que le permita ir enlazando los hilos tan frágiles de la historia. Por cierto, la historia de la “Rosa de Oro perdida” que apareció en este semanario el 16 de agosto, es de mi autoría, porque ya otros se andan adjudicando ese trabajo y lo han presentado como propio en otros lares. ¡Que pinchis!
Me aventaron un torito, el otro día que andaba de bohemio. Me dijeron que si era tan chingón y si escribía en “El Alacrán” debería saberme la leyenda de la celda del alacrán.
Po’s picadito de la cresta busqué entre mis libros y encontré varias versiones, creo la más completa es la de don Manuel Lozoya Cigarroa, del meritito Durango, que aquí presento sintetizada:
EL ALACRAN DE LA MUERTE
A fines del siglo XIX, existió en la antigua cárcel de Durango la celda que llamaban “De la muerte”, nombrada así, porque al desgraciado que ahí metían, lo sacaban bien frío y con las patitas por delante.
La leyenda habla que en la hacienda de Cacaria vivía un muchacho llamado Juan, al que le apodaban “sin miedo” pues había demostrado su valentía en muchas ocasiones. Era un muchacho afable, bondadoso, dispuesto siempre a ayudar al prójimo. Sucedió que un perro rabioso andaba en friega por toda la hacienda. La gente se encerró en sus casas, pero el maestro de la escuela, desconocedor del asunto, dejó salir a los niños en cuanto pasaba el chucho espumoso.
Juan contemplaba eso desde su casa y mirando el peligro, descolgó su escopeta y disparó al animal. Pero en ese momento se atravesó una señora para proteger a sus niños. Y ¡papas! Le atinó en el mero pecho. Juan salió pero ya la señora se sacudía por las convulsiones de la muerte. De todos modos, Juan alcanzó a matar al perro con un hacha.
Luego luego llegaron el cura y el hacendado y se cargaron a Juan, a quien no le dieron chanza de nada, se lo llevaron a Canatlán, partido al que pertenecía la hacienda. Ahí duró poco, pues lo trasladaron a Durango, porque su delito ameritaba 20 años de prisión. No hubo quien lo defendiera. Aparte Juan no sabía leer ni escribir, así que menos iba a saber que su caso era defendible porque se calificaba como homicidio imprudencial y podía tener su libertad provisional o bajo fianza. Así que el presidiario trató de hacer llevadero el tiempo, cumpliendo de la mejor manera las órdenes que se le daban.
La vida en esa prisión era insoportable. En pequeñas celdas vivían cinco o seis personas. Y junto al área de defecación se comía, se dormía y se tenía que vivir indefinidamente. La única ley respetable era la fuerza bruta. Cuando la persona enfermaba, se curaba sola o se moría. El plato y el tazón donde se comía nunca se lavaban porque no había agua disponible para ello. Los piojos, pulgas, chinches, cucarachas y demás bichos amigos de la inmundicia, tenían magníficas condiciones ecológicas para su desarrollo. Ahí como en todos los momentos del devenir biológico no existían mas que dos alternativas: adaptarse o morir, máxime que a todo aquel que constituía un problema carcelario o de conducta, era llevado a una celda especial que en la cárcel de Durango en aquel tiempo le llamaban la “Celda San Juan” rememorando las celdas de tormento del penal del castillo de San Juan de Ulúa en Veracruz.
Esa celda se encontraba en el rincón más húmedo y oscuro, sus paredes no estaban estucadas o revocadas, los agujeros y hendiduras entre piedra y piedra de la pared era madriguera de arañas, tarántulas, alacranes, ratas, pulgas, piojos, chinches, cucarachas y demás sabandijas propias de la oscuridad y el desaseo. Nunca se hacía el aseo en ese calabozo y la puerta estaba confeccionada y construida a prueba de luz y aire, de tal manera que aquel lugar solamente se iluminaba y se ventilaba cuando se abría la puerta para sacar o meter a algún desgraciado. El calor en ese lugar contaban que era insoportable por la falta de ventilación, la luz totalmente prohibida, el poco aire que contenía el ambiente, era mal oliente y falto de oxigeno. Generalmente a los que castigaban en San Juan después de dos o tres días de estancia allí, los sacaban inconscientes por la falta de oxigeno y por el hambre, ya que, era norma no darles de comer todo el tiempo que permanecían encerrados.
Sucedió que un día de 1884 se encerró en el calabozo a un reo que riñó con un carcelero. En la mañana siguiente lo encontraron muerto. A partir de esa fecha todos los que ahí encerraban morían. Desde entonces le llamaron “El calabozo de la muerte”. Cuando llegaba a la cárcel un preso político, con recomendación especial de eliminarlo, se le encerraba en el calabozo y al día siguiente amanecía murto sin señales de asfixia ni de violencia, lo cual era favorable para las autoridades, que podían decir que murió de preocupación y pena o que ya venía enfermo.
Pronto aquel calabozo adquirió fama fatal, y nadie quería ni siquiera escuchar su nombre. No se sabía de qué morían las víctimas. Corrían rumores de que aquel calabozo estaba poseído por el diablo. Otros más decían que el aire, las paredes y el piso se encontraban impregnados de gases muy venenosos que provocaban la muerte. Y no faltaba algún carcelero que aseguraba haber visto salir o llegar sombras o bultos a la celda maldita a medianoche.
El hacendado de Cacaria solicitó a las autoridades carcelarias que se deshicieran de Juan sin miedo, pues los trabajadores de la hacienda estaban descontentos por su detención, ya que decían que él había actuado de buena fé y la señora se atravesó.
El director de la penitenciaría, propuso a Juan el que aceptara quedarse una noche en la celda maldita. Si al otro día aún vivía, quedaba completamente en libertad. Juan, abrigaba la esperanza de descubrir el misterio que envolvía aquel calabozo, y solo solicitó para quedarse un sarape, un banco de tres patas, una docena de velas de cebo grandes y una caja de cerillos. Al entregarle eso, la puerta de la mazmorra se cerró quedando Juan dentro de ella resuelto a descubrir el misterio. Se sentó en el banco de madera, encendió su primera vela y se dispuso a pasar las horas. Pero las velas eran muy delgadas y se consumían rápidamente, por lo que a las doce, cuando apenas habían pasado seis horas, se llenó de temor porque ya le quedaban solo dos velas. Pensó que cuando se le acabaran, ya sin la defensa de la luz, sería atacado por lo que mataba a los hombres en esa bartolina. Optó por apagar la luz y encenderla al menor ruido. Dejó pasar el tiempo pero el miedo lo venció y prendió la luz, registrando cuidadosamente el piso, las paredes y el techo del calabozo, cuando divisó un alacrán grandote, avinagrado, como de treinta centímetros de largo con la cola parada, ya listo para atacar. El alacrán se escondió porque no conocía la luz, pero Juan se horrorizó pensando que era el diablo en forma de arácnido.
Juan seguía prendiendo y apagando sus velas, y cuando faltaban tres horas para que amaneciera, con mucho temor vio que solo le quedaba la mitad de una vela. Entonces quería gritar, golpear la puerta, pedir auxilio, pero nadie lo escucharía ni nadie se lo daría. Pensó luego que se la iba a jugar, apagaría la vela y dejaría que bajara el alacrán. Lo atormentaba el pánico al pensar que a la mejor encendía la vela ya cuando fuera demasiado tarde. Se acostó sobre el piso esperando por buen rato. Cuando encendió un cerillo para prender el último cabo de la vela, vio que el alacrán estaba en el piso, a menos de un metro de distancia. Antes de que este huyera, se quitó su sombrero de palma de falda ancha y con cuidado de no errar, lo arrojó lentamente sobre el arácnido. Y al sentir que lo había aprisionado, puso el banco de tres patas sobre la copa del sombrero para que hiciera peso y no escapara su venenosa presa. Ya, seguro de lo que había hecho, apagó el cabito que le quemaba los dedos y sentado sobre el banco esperó que llegara la madrugada. Pronto, dos camilleros y un carcelero se oyeron en la puerta. Iban a recoger el cadáver de Juan para enterrarlo.
La celda se iluminó con la luz de la mañana Juan con modestia después de saludarlos les dijo: Ayúdenme a sacar una cosa que tengo aquí. Es un alacrán muy grande que es el que ha matado a todos los presos que han muerto en esta celda. Al animal lo atraparon vivo y poniéndolo en un enorme frasco de vidrio, lo mandaron como ejemplar raro al Museo Nacional de Historia Natural, en México, DF., donde por mucho tiempo se exhibió con esta inscripción al calce: “El Alacrán de la Cárcel de Durango”. El calabozo dejó de ser “La Celda de la Muerte” y se conoció luego como “La Celda de San Juan”. En la actualidad no existe la cárcel que se menciona y a la distancia de un siglo, se perdió el lugar exacto de los acontecimientos, quedando entre los duranguenses, solamente el recuerdo de este relato.
¿¿LES GUSTÓ??

LA HISTORIA DE LINO RODARTE

Charro jerezano de finales del siglo XIX,
aclaro, NO es Lino Rodarte
Me comentan que en mis relatos de la revolución incluya la historia de Lino Rodarte. Debo aclarar que este mítico personaje no vivió en tiempos de la revolución, sino en la segunda mitad del siglo XIX. Los paisanos, principalmente los que viven del otro lado, brincan de gusto cuando escuchan el “corrido de Lino Rodarte”, el cual se ha deformado completamente y ya poco queda de lo que fueron las “mañanitas” originales.
LA HISTORIA DE LINO RODARTE
En la oscuridad de los tiempos se está perdiendo la figura real de Lino Rodarte, pues ni sus mismos descendientes se ponen de acuerdo sobre cuando nació o murió, afortunadamente el rescate documental sobre su existencia está en marcha, y por ello sabemos que don Felipe Rodarte contrajo matrimonio en segundas nupcias con doña Paula Mejía allá por 1854, y el 23 de septiembre de 1855 nació su primer hijo al que bautizaron como el santo del día, “San Lino”.
La familia Rodarte Mejía no era muy acaudalada, pero tenían sus buenas propiedades por el rumbo del ranchito del “Señor de Roma” (llamado así porque se veneraba a un pequeño crucifijo que se decía había sido traído desde la Ciudad Santa). Lino, al crecer, acostumbrado al campo, se acomodó como caballerango en el rancho “El Sotolar”, dependiente de la Hacienda de Nuestra Señora de la Soledad de Abrego. Dicha hacienda tenía fama por la bella crianza de caballos que poseían.
Se dice que don Manuel Buenrostro -que era el propietario en turno- estimaba mucho el trabajo de Lino, y éste aprovechaba su trabajo para ir conociendo todas las rancherías de la comarca, donde al tiempo ya era muy requerido por su habilidad como jinete, y su también habilidad para enamorar a guapas rancheritas.
En la silla Presidencial del país estaba el general Porfirio Díaz, quien trataba de conseguir a toda costa la paz social con el exterminio de las bandas de asaltantes que por doquier abundaban. Estas bandas, formadas por viejos soldados o exmilitares, escoria de las guerrillas que en 1865 le hicieron ver su suerte negra a los invasores franceses. Al terminar la guerra muchos militares y combatientes fueron licenciados, y ante expectativa de no tener otro recurso para ganarse la vida, optaron por robar, violar o matar a los indefensos viajeros que sorprendían. Tanta era su temeridad que en ocasiones arrasaban pueblos enteros, imponiendo “préstamos” forzosos, quemando casas, violentando mujeres, etc. Ante ese panorama Díaz organizó una feroz ofensiva en contra del bandidaje, creando las fuerzas rurales policiacas mejor conocidas como “policías acordadas” o “carnitas”, cuya misión era el lograr el total exterminio de bandidos. La acordada tenía facultades para fusilar sin miramientos ni juicios a todos aquellos que fueran señalados con el estigma de sospechosos. Con esas atribuciones, se rodeó de una fama negrísima, gentes inocentes eran fusiladas, tan solo por oponerse a los desmanes de los “carnitas”.
Don Cruz Avalos Basán no podía ser la excepción y todos los hacendados de la región estaban encantados con su manera de conservar la “paz pública” y el buen orden en la región. Don Cruz era oriundo del valle de Valparaíso donde había contraído matrimonio, del cual tenía dos hijos: Diego y Fabiola.
Fabiola era un digno ejemplar de la mexicana belleza, y como continuamente visitaba a sus familiares en Valparaíso, pronto Lino Rodarte amistó con ella. Pero para entonces la fama de mujeriego era mucha, don Cruz decidió cortar por lo sano, exigiéndole a su hija que no lo volviera a ver y a Lino rogándole encarecidamente que no hiciera desdichada a su hija Fabiola y se alejara de ella.
Pero a pesar de ello, Lino continuaba enamorando a la hija del jefe policiaco, y siempre que venía a Jerez a visitar a su tío Benito Mejía que vivía en una vieja casona de la tercer manzana de la calle de Tres Cruces, se daba sus vueltecitas por una casa propiedad de don Cruz Avalos, frente a la Plaza de toros “La Reforma”, y aprovechando la oscuridad de la noche “toreaba” al padre de la muchacha para estar con ella.
Cansado de las burlas y de que sus peticiones no tuvieran eco, don Cruz tomó otra decisión: inculparía a Rodarte de todos los robos sufridos en las haciendas. Esto lo hacía proscrito de la ley y además lo ponía como candidato a ser fusilado y luego colgado por las fuerzas de la Acordada. Para ello comenzó a tejer una negra historia sobre el que consideraba su enemigo. Nunca faltaban viajeros que aseguraban haber visto a Lino capitaneando una banda de asaltantes que les quitaban hasta los calzones.
Por tal motivo, varias veces estuvo Rodarte a punto de ser detenido por los “carnitas” y siempre, gracias a su conocimiento de los vericuetos serranos había logrado huir, por lo que los jefes políticos habían ya perdido el interés en su aprehensión.
La hacienda de Ameca, propiedad de los hermanos Landa poseía fama de tener muy buena cría de caballos, fama que hacía que contínuamente compitieran con los de Abrego suponiendo cada quien que tenían los mejores equinos de la región.
Don Manuel Buenrostro ofreció dirimir la eterna discusión con una carrera, utilizando los más veloces ejemplares de cada hacienda. Fuertes cantidades de dinero fueron apostadas, pero el orgullo de los hacendados era mucho, por lo que convinieron en matar el caballo perdedor y entregar la zalea de éste al dueño del ganador.
Un hermoso caballo “cuatralbo” (con las cuatro patas blancas) representaba a la hacienda de Abrego, mientras que los hermanos Landa presentaban un imponente azabache.
Con todo el nerviosismo, gritos y cosas que se estilaban, se realizó la carrera. Posiblemente haya sido mejor caballo el de la hacienda de Ameca, pues logró el triunfo, aunque su buen trabajo le costó.
Don Manuel Buenrostro se resistía a matar su caballo y entregar la zalea, por lo que pidió a Lino Rodarte “se llevara el caballo unos días y lo escondiera en Jerez”.
Lino cumplió con lo encargado y poco después, luego de atravesar la sierra, llegaba a Jerez, entrando a la ciudad por la calle de Tres Cruces, dirigiéndose a casa de su tío Benito, a quien le recomendó le guardara el caballo en uno de los corrales de su casa y se lo cuidara, mientras él iba al rancho de sus padres.
Entre tanto, al ser requerido del pago de la carrera, don Manuel cubrió religiosamente todas las apuestas, pero al serle pedido “el cuero” del caballo, indicó que no lo podía entregar porque se lo había robado un caballerango llamado Lino Rodarte, y que él pensaba andaría por la sierra.
Ni tardos ni perezosos, los hacendados de Ameca se dirigieron con don Juan Francisco Amozurrutia, Jefe Político de Jerez, pidiéndole la inmediata aprehensión del “cuatrero” Lino Rodarte, para lo que ellos ofrecían mil pesos en oro como recompensa.
Enorme gusto le dio a don Cruz Avalos esa noticia y se prometió utilizar todos los recursos disponibles para echarle el guante encima a quien él consideraba un peligroso asaltante y cuatrero, además de “enemigo personal”.
Hay quien afirma que las mujeres despechadas son peligrosas y no perdonan alguna traición, y fue precisamente de una antigua amiga de Lino de quien se valió don Cruz para tenderle una trampa a su odiado rival.
Don Cruz Avalos prometió utilizar todos los recursos disponibles para echarle el guante encima a quien él consideraba un peligroso asaltante, además de “enemigo personal”. Hay quien afirma que las mujeres despechadas son peligrosas y no perdonan alguna traición. Y fue precisamente de una antigua amiga de Lino de quien se valió don Cruz para tenderle una trampa a su odiado rival. Avalos prometió una casa en Jerez y quinientos pesos en oro a esta mujer si les daba datos precisos para localizar a Lino y ayudarles a capturarlo. Así, quedaron de acuerdo en que ella haría lo posible de asistir a una boda que se celebraría en unos cuantos días en Las Bocas del Cargadero y al bailar con Lino ella les señalaría quien era a los agentes que convenientemente disfrazados estarían al acecho.

Año de mil ochocientos,
ochenta y seis al contado,
ya Murio Lino Rodarte,
que Dios lo haya perdonado.

Ya salieron las “cordadas”
ya salieron otra vez,
ya tomaron preso a Lino
en un rancho de Jerez.

En el rancho El Cargadero,
en una boda afamada,
andaba Lino bailando
cuando llegó la “Acordada”.

Llegó la “Acordada” al baile
más de noche que de día,
toditos bien disfrazados
que “naiden” los conocía.

Lo agarraron las “cordadas”
le cayeron de sorpresa,
tres culatazos le dieron
con el rifle en la cabeza.

Indagaba el comandante
a ver quien lo conocía,
-Yo no soy Lino Rodarte
yo me llamo Juan Mejía.

Ay –le dice la Acordada-
pues su nombre no se quite.
Usted es Lino Rodarte
y su padre don Felipe.

Luego dice el comandante:
-Dame, Lino, tu pistola.
Más la saca preparada
soltando un tiro a la bola.

Lo sacaron del fandango,
lo sacaron entre seis,
le decía el juez de “acordada”:
-Camínale pa’ Jerez.

Lo pasearon por el rancho
donde estaba su querida,
-Vírgen de la Soledad,
quítale mejor la vida.

Ora sí que se lo llevan,
lo llevan por el camino,
toda la gente decía:
-Ya van a matar a Lino.

Vuela, vuela palomita,
vuela y prosigue volando
-Pobrecitos de sus padres
¿Donde lo andarán buscando?

-Ay rancho del Cargadero,
ay qué rancho tan lucido,
que si no lo han entregado
pue’que se les fuera “juido”.

Lo pasearon por San Juan
oyendo su despedida,
Virgen de la Soledad,
quítale mejor la vida.

Vuela, vuela palomita,
anda lleva este mandado,
anda a avisarle a sus padres
que Lino será fusilado.

Decía Felipe Rodarte
en su yegua colorada:
-Ya me voy a ver a mi hijo
que lo lleva la “Acordada”.

Ya le dice el comandante:
-Mira Lino, yo te salvo
tan solo por que me digas
¿on’ta el caballo cuatralbo?

Le contestó mal herido,
y muy triste el pobrecito:
-Ese caballo lo tiene
mi compadre don Benito.

Decía Felipe Rodarte,
con pesares muy cabales:
-Si usted me diera a mi hijo
yo se lo pesaría en “riales”.

Don Francisco Amozurrutia
dice como Jefe que era:
-Si en oro me lo pesaras,
puede que no te lo diera.

Le dan otra puñalada,
luego repiten otra vez
-Acompáñale güerita
del Santuario de Jerez.

Decía su padre Felipe,
con las lágrimas rodando:
-Ya mátenlo de una vez,
no lo estén martirizando.

Rancho del Señor de Roma,
rancho donde ahí fue criado,
han fusilado a don Lino
uno de los más afamados.

Ya con esta me despido
a la sombra de un ciprés
han fusilado a don Lino
en el pueblo de Jerez.

Varias son las versiones respecto a la muerte de Lino, pero lo cierto es que el día 11 de marzo de 1886 fue fusilado y ahorcado. Su tío Trinidad Rodarte logró que el día 13 le permitieran sepultar el cuerpo en el Panteón de la Soledad. Pero aún no estaba satisfecha el ansia de sangre del jefe de la Acordada, pues poco después violando la sepultura, sacó los restos, atándolos a cabeza de silla para arrastrarlos por las calles de Jerez ante la mirada temerosa de los vecinos. Luego de saciar su cruel venganza, los pocos despojos restantes los dejó en un cruce de caminos de Puerta de Chula. Un alma caritativa los sepultó junto a un potrero.
El caballo cuatralbo, pretexto de la aprehensión, se murió de hambre en uno de los corrales de la casa de Tres Cruces. La mujer que entregara a Lino recibió solo doscientos pesos en oro y con ellos se fue lejos, donde nadie la encontrara.
Don Francisco Amozurrutia Rodríguez murió el 24 de febrero de 1887 a causa de grave enfermedad, y don Cruz Avalos fue asesinado cuando las tropas revolucionarias tomaron Jerez el 19 de abril de 1913. Desde la parte superior de la jefatura política fue cazado, dicen que por un amigo de Lino. Su hijo Diego le dio sepultura en el Panteón de Dolores, donde se puede ver un pequeño obelisco con su epitafio, en la parte central del ala sur.

Esta es el acta de defunción existente en los archivos del Registro Civil de la Presidencia Municipal, con lo que se confirman las fechas expresadas en la presente narración.

LA ROSA DE ORO PERDIDA



El 19 de junio de 1971 , Víctor Bravo Ahuja, que era Secretario de Educación, estuvo en esta ciudad representando al presidente de la República. Muchos poetas, escritores y barberos lo acompañaron. Poco después de las 6 de la tarde llegó al Teatro Hinojosa en donde se realizó la premiación de los XXV Juegos Florales “Ramón López Velarde”, que desde 1946 se efectuaran siendo uno de sus más entusiastas promotores Juan José Arreola. El Teatro Hinojosa estaba recién remodelado por el arquitecto Roberto Félix, quien aprovechó grandemente la ocasión e hizo perdedizos muchos objetos jerezanos, como un antiquísimo óleo que ví por última vez en la escalinata del Edificio “De la Torre” en que se apreciaba a don Pantaleón y Don Isidro de la Torre adorando al Santísimo.
En esa ocasión, por celebrarse el 50 aniversario del deceso de Ramón López Velarde, se decidió que la premiación sería aquí en Jerez. Acompañando a Bravo Ahuja, venía el gobernador que era don Pedro Ruiz González, el Lic. Magdaleno Varela Luján, rector de la Universidad Autónoma de Zacatecas, y el Licenciado Ignacio Herrera Mendoza, presidente de Jerez.
En esos juegos florales se esperaba la participación de los más chipocludos escritores y poetas de México y por eso el jurado lo integraron Roberto Cabral del Hoyo, Alí Chumacero, Efraín Huerta, Juan Bañuelos y otros de los meros meros.
25 mil pesos recibió Jesús Reyes Ruiz quien escribió un sentido cuento para la ocasión, cuento que nadie se acuerda de él. Pero, el certamen de poesía se declaró desierto, porque ninguno de los trabajos presentados reunía la calidad, eran chafas, pues.
Para premiar estos Juegos Florales se le hizo el encargo a don Pascual Torres Báez de que confeccionara una “rosa de tamaño natural de oro”, y don Pascual, con todo lo mal hablado y el mal genio que tenía, hizo la joya que quedó en custodia del pueblo jerezano.
La foto de la rosa apareció en los periódicos de la época, y en lo particular me parecía una preciosidad. Después, se dijo que se guardó en una caja fuerte de la tesorería municipal. Las leyendas urbanas decían que un presidente de Jerez la hizo desaparecer. Ahora, se dice que en el atraco sufrido a Tesorería, la Rosa de oro también marchó… ¿Dónde estará esa joya? ¿Tal vez ornando una colección de objetos valiosos? A lo mejor ya la fundieron para malbaratarla…

JEREZ A FINES DEL SIGLO XIX Y PRINCIPIOS DEL XX


La vida de Jerez, sufrió cambios muy importantes con la llegada de la revolución. La pequeña ciudad que albergaba unos 14 mil habitantes, se había distinguido durante los últimos años del siglo XIX y principios del XX por su calidez, hospitalidad y tenía un rasgo que la distinguía: su cultura. Con orgullo los jerezanos oían que en otras latitudes se le conocía como “La Atenas de Zacatecas”, y con justa razón, pues a pesar de lo precario de su economía que se sustentaba en la agricultura, ganadería y comercio, había tiempo para las bellas artes. Muchas familias o amistades se reunían en diferentes casas para leer poesías, relatos, escuchar música, tocar el piano, el arpa, violín y otros instrumentos. Existían en algunos hogares bibliotecas que causarían la envidia nuestra, como la de don León Cabrera, la de la Familia Brilanti que la enriquecía continuamente pues estaba suscrito a un sinfín de publicaciones que semanalmente le llegaban en la diligencia de los Sánchez Castellanos, la biblioteca de la Familia de don Dionisio Félix que vivía en la esquina norponiente del jardín, la de los Escobedo y los Ferniza, y muchas más.
La mayoría de las fincas representativas de la arquitectura civil de las que hoy consideramos patrimonio jerezano, fueron construídas o remodeladas durante estos años. La ciudad en sí, tenía por límites al norte la calle de 3 Cruces y la actual calle Galeana. Por el sur toda la alameda, por el este el río grande, y por el poniente las largas calles de la Fortuna, de las Artes, de las Flores, del Alamo o del Hospital y la calle de la Estrella, en las que se encontraban grandes y productivas huertas regadas por la acequia que venía del canal de los indios y se alimentaba del río grande.
El paseo dominical en la alameda era una costumbre que con agrado habían tomado las familias. En el centro de la alameda había un kiosco de madera en el que la banda de música municipal a cargo del prestigiado maestro don Adalberto Becerra daba el toque musical a este paseo que tenía lugar durante todo el día.
Como todavía no se inventaba el radio, la televisión, el fonógrafo, ni había tocadas, discos, bailongos, arrancones, conciertos de heavy metal, los chavos y chavas se entretenían en otras cosas más productivas, las amas de casa tenían tiempo para las labores del hogar, en la cocina haciendo guisos complicados que hoy son representativos de la cocina jerezana, tejiendo y bordando complicados manteles, servilletas y ropa de cama.
Las lunadas en las huertas y los paseos en las rancherías cercanas eran momentos buscados por los jóvenes jerezanos para acercarse s sus pretendidas, siempre bajo el ojo de águila de los encargados de esos paseos.
Hasta las goteras de la pequeña ciudad se extendían las tierras de las grandes haciendas, como Ciénega, Santa Fé, La Labor, El Tesorero, Juana González, etc. Pero cabe decir que tanto las haciendas como las pequeñas propiedades eran entidades autosustentables. Aunque se vivía bajo el régimen del porfiriato, la vida no era tan dura en las haciendas locales, como en otras muchas del país, donde el peón era explotado o de plano, esclavizado.
En Jerez, hubo gente ilustrada que buscaba el cambio, ante las sempiternas reelecciones de Porfirio Díaz, y se conocía con antelación del movimiento que encabezaría Francisco I. Madero.
Al contrario de lo que dicen algunos seudo historiadores, las guerras fraticidas que iniciaron en 1910 tuvieron efectos devastadores en toda la región. Destrucción, hambre, muerte, dolor, sangre… todos esos elementos se mezclaron en la segunda década del siglo XX. Después seguirían más luchas, por poder económico, por poder religioso, por poder social, mismas que han continuado hasta el presente.
Si queremos conocer nuestro pasado, hay que alejarnos de lo que a fuerza de repetir nos han enseñado en la historia oficial, en la historia de la conveniencia y las mentiras. “Las mejores páginas de la historia las hacen los vencedores”, dicen quienes siguen el modelo americano de recopilar la historia. Pero la microhistoria se nutre de todas las vivencias… de los testimonios de vencedores y derrotados… y eso es lo que buscaremos. A pesar de que el archivo de Jerez sufriera una pérdida total al ser quemado ese fatídico 19 de abril de 1913, hay una riqueza documental muy amplia, que apenas se está rescatando, gracias a los investigadores históricos locales, que de su peculio gastan en documentos, en copias, en investigaciones, en exploraciones, sin nada de apoyo de quien debería hacerlo.
Hay muchos relatos, incontables vivencias de esos años… innumerables historias no hechas públicas todavía, que esperan para ser contadas. A partir del próximo número en este espacio, insertaré historias, narraciones, leyendas, tradiciones y todo lo que tenga que ver con el Jerez de la última década del siglo XIX y primeras del siglo XX.
Invito a todas las personas que domingo a domingo siguen esta sección para que compartan sus testimonios, fotografías y relatos del Jerez de hace 100 años. Quien desee compartir algo, lo puede hacer llevándolo a mi domicilio Reforma No. 51, o escribiéndome a miguel.berumen@gmail.com.
No por ello dejaré de incluir leyendas e historias de tesoros, que se a más de cuatro les agrada leer aquí.

QUE YA ESTÁ TODO LISTO LO DEL BICENTENARIO

Bueno, pues resulta que ya tienen todo estructurado para los festejos del bicentenario, me desmienten, y hasta aseguran que se harán “a todo lo grande”. Como no quiero ser negativo, les deseo mucho éxito. Y que con su pan se lo coman. Pero, soy muuuuuuuy incrédulo, así que estaré (como muchos Jerezanos) atento a que hagan eventos que sean de calidad, como se lo merece Jerez, un pueblo que se supone es culto. A propósito, también me desmienten, porque dicen que SI hay cultura, ya que muchos jerezanos acudieron a ver el ballet de Rusia que NO era de Rusia. Yo entiendo por cultura, todas las manifestaciones que componen lo que somos y sentimos, no únicamente “ir a ver”. Así que no se equivoquen. La cultura no es solo ver y aplaudir. Recuerdo en una ocasión que se presentó en el Teatro Hinojosa una opereta. En los silencios todo mundo aplaudía a rabiar indicando con sus aplausos que nunca habían visto una opereta ni se habían preocupado por enterarse antes de acudir de qué se trataba el evento.
Así pues, a mi modo de entender, cultura viene de “cultus” que se refiere al cultivo del espíritu, de las facultades sensibles e intelectuales de la persona. Una persona “culta” es aquella que posee grandes conocimientos, y no solamente los posee, sino que los comparte, los engrandece con las experiencias de quienes le rodean y lo hace con agrado, no por compromiso o porque le paguen quincenalmente por ello.
Y ya que andamos en estos bretes, agradezco mucho el obsequio que me hiciera don Raúl Carrillo Huízar, una persona que le interesa dejar su legado cultural, por medio de la música. Es el avance de una producción musical, que a mi parecer está muy bien realizada. Temas como “Sueño de Amor”, “Con Devoción”, “Con una sonrisita”, “He vivido sin ti”, “Inalcanzable”, y otras hasta sumar 15. La instrumentación es de primera. Para mi gusto “Sueño de amor” se lleva las palmas. Me imagino que don Raúl ha tocado puertas y puertas, gastado su buena lana, para poder dejar constancia de lo que es su inspiración, que es muy fluída. Tiene ese don especial que por desgracia no ha sido tomado en cuenta por los que pueden ayudarle. Esas canciones que presentará en esta nueva producción, se oyen muy bien. Y se escucharían también muy bien en voces reconocidas, como la hermosa voz de la jerezana URI Ceballos (tampoco reconocida en su tierra). Mis felicitaciones a don Raúl Carrillo, mis deseos que tenga éxito, pues se lo merece, y luego sigo comentando de esto.
LOS TUNELES
Ya tengo mucho que no escribo de túneles, porque me dicen que no existen, que son inventos míos, que son pozos ciegos, que son drenajes gigantes, etc. Yo entendía que los túneles se hacían para salvaguardar la vida cuando había temor por los constantes ataques de insurrectos, inconformes, bandidos, soldados, etc., y recorrían algunas de las más sólidas construcciones que componían la villa o hacienda. En un e-mail me dicen de los túneles en otra ciudad:
“Sr. Berumen. He leído su blog (http://miguelberumen.blogspot.com) y me ha parecido interesante por las narraciones que ahí plasma. Acerca de los túneles, le quiero comentar lo que sé de los que hay aquí, en León, Gto.
Muchas historias antiguas hablan de la existencia de estos, por ejemplo se sabe que de la Casa de las Monas, hay un túnel que va hacia la Catedral, al Santuario de Guadalupe (localizado en un cerro), pasa por el templo expiatorio y hasta el Templo del Calvario (en otro cerro). El Templo Expiatorio es una reliquia arquitectónica, porque tiene catacumbas, las que antes estaban a flor de tierra. En una ocasión, un hermano y yo andábamos por ese lugar y dimos con unas puertas muy raras, que comunicaban a unos pasillos muy oscuros, pero que tenían como dos metros de alto, todos ellos de piedra, de mampostería. Había en algunas paredes, aberturas, como mirillas. En fecha próxima le enviaré copias escaneadas de unos papeles muy antiguos que nos encontramos en una sala subterránea para que enriquezca sus conocimientos sobre lo que se consideran son leyendas urbanas”.
LOS MAPAS FALSOS
Son muy comúnes las historias de asaltantes, que en los últimos momentos de su vida reciben la confesión de algún sacerdote y le confían el mapa del lugar donde tenían guardado el producto de sus trabajos (entonces no había Bancos). El confesor convencía al sentenciado para que le diera santo y seña de las cosas que había hecho, para que San Pedro le hiciera un campito allá arriba. Pero, los curas, al fin humanos, no se quedaban con el secreto confiado, e iban y sacaban el producto de los robos, y mucho de esos botines iba a parar a los templos o en lugares que los propios curas consideraban seguros. Aunque también se dice, que muchos de los sentenciados, cuando se confesaban y daban los datos de donde habían escondido el producto de sus correrías, mencionaban derroteros falsos, utilizando simbología solo conocida por ellos y agregando algún efecto de tipo sobrenatural, una maldición a quien intentara sacar su dinero. Como el mapa de El Tajo, que estaba originalmente entre unos papeles de la Notaría Parroquial, allá por los años 20, y que otra parte tenía en su poder un sacerdote nacido en una comunidad al poniente de ese cerro. Muchos han buscado ese tesoro sin resultados positivos.

miércoles, 29 de julio de 2009

LOS DURITOS DEL PORKY


No tengo a la mano la Ley o Reglamento de Imagen Urbana, pero hay muchos cambios y ordenamientos que atentan contra lo que es parte de la identidad jerezana, todo en aras de un Programa que la verdad no ha traído grandes beneficios a nuestro municipio. Siempre dicen que bien vale el sacrificio de orita porque los beneficios se verán a futuro. Ya quisiera yo que hubiera alguien que me garantizara la vida pa’ mañana. Se cuenta que se va a regular la venta de duritos y tostadas. Y es curioso, los jerezanos identificamos a quienes se dedican a esta actividad, como íconos de la ciudad. La esquina de Pino Suárez y García Salinas no sería igual sin El Durazo, lo mismo la Reforma y Guanajuato sin El Foxy y Raúl, o la Plazuela sin El Porky.
En Zacatecas y Fresnillo, aprovechan la mercadotecnia y lanzan ganchos para atraer clientela, así han florecido los locales y expendios donde se pregona “Aquí las auténticas y originales tostadas y duritos jerezanos de El Porky”. Y, como conozco al Porky -Carlos García-, porque vivo frente a donde a diario vende su producto, se me ocurrió preguntar: ¿Oiga, y en Jerez donde se pone el Porky? –Orale patrón ahí le hablan-, dijo uno de los empleados. Y se me acercó un sujeto moreno, gordo preguntándome que qué deseaba. –Pura curiosidad, quería saber donde se instala el Porky en Jerez. -¡Ah, mire! Ahí en el mero centro, en la esquina de una calle que va para la iglesia. Por cierto, orita le voy a hablar pa’ que me mande más mercancía, porque… ¡viera cómo se venden sus tostadas!-. Ya no dije nada y me fui riéndome para mis adentros, pues las tostadas y las salsas no se parecen en nada a las que disfrutamos con alguno de los hermanos García y dudo mucho que el gordo moreno conociera a cualquier durero jerezano.
La gente de Zacatecas, Fresnillo y otros lugares, vienen a Jerez, preferentemente los fines de semana, a comer tostadas y duritos, comprar carne y dar una vuelta por el mercado. Disfrutar de una buena tostada o un crujiente durito, puede resultar muy peligroso por la facilidad con que ocurren las salpicaduras de líquido colorado, especialmente donde no hay ni mesas ni sillas para los antojados. Cuando las tostadas están bañadas en salsa se pueden convertir en manchadoras esquirlas que caen en los platos y salpican la ropa. El riesgo es mayor cuando no hay un lugar donde apoyar el plato y se tienen que hacer maniobras en el aire para sostener el plato con tostadas o enrroscados duritos, el refresco y la servilleta. Una salpicadura de chile en la camisa del licenciado, en el uniforme del repartidor de bimbo o del chofer de la camioneta blindada, en el blanco atuendo de la enfermera, en el traje sastre de la secretaria o en la camisola del estudiante son muestra de la impericia para maniobrar tan exquisito antojo. Los jerezanos han desarrollado toda una técnica para comer duritos y algunos son verdaderos expertos que son capaces de despacharse un buen número de enchilosas tostadas ataviados con elegantes trajes sin que quede el más mínimo registro de salpicadura colorada.
Lo básico es asegurar un buen lugar, una bardita cercana, un tronco de árbol o el cofre de un auto que pueda servir de centro de operaciones. Hay que proveerse de servilletas. Suficientes para limpiar manos y bocas las veces que sea necesario, y también para capturar y disimular las lágrimas y mocos que afloran con lo picante del chile. También hay que pedir con anticipación un buen refresco que apague el fuego en la lengua en caso de urgencia y ayude a que el alimento baje adecuadamente a la panza, que no se atore en el camino pues.
Sudar, resoplar o moquear en estos lugares no son manifestaciones de sufrimiento, al contrario, son muestra del gusto por lo que se está comiendo. Creo que esto, es parte de nuestras tradiciones, aunque a los regidores “cultos” (como el que me reclamó hace días) se les haga chocante que Jerez sea más conocido en otras latitudes por sus tostadas y duritos enchilosos, y no por la verborrea de insípidos poetastros y grises escritores que hablan y aprovechan la figura de López Velarde, sin siquiera adentrarse en lo que es realmente su obra. Por cierto, cuando el poeta jerezano estuvo en Venado, aprovechó mucho de sus “tiempos muertos” en escribir unas “Crónicas de Provincia”. ¿Podría alguien de los que presumen conocer todo lo referente a él decirme donde están tales Crónicas?.

POZOLE A LA JERAZANA

QUEBRÓ EL NEGOCIO. Como tengo mi tallercito de diseño gráfico y publicidad, hace poco más de dos meses me fue solicitada la impresión de dos libros con un tiraje de mil ejemplares cada uno, con carácter de “super recontra urgentes” porque el tiempo se les había echado encima, y no había ya ninguna imprenta que se echara el paquete de terminarlos en la fecha que se requería su entrega y presentación. Po’s ahí ando de buena gente atendiendo las súplicas y ruegos; pero hice la aclaración que yo no contaba (ni cuento) con capital para la compra de insumos ni material necesario, por lo que el trato era que “dando y dando”. Me apoyé en amigos y familiares, trabajando duro hasta altas horas de la madrugada y así, un lunes empleados de la institución solicitante recogieron el trabajo, que estuvo terminado en el tiempo indicado. Por la tarde de ese lunes se presentaron dichos ejemplares ante la flor y nata de la gente culta jerezana, con gran pompa, todos se echaron flores, pero se les olvidó pagarme. De pronto les llegó una gran amnesia. Realicé gestiones ante los administradores de tal institución, y nomás vieran qué buenos pa’ la mentira. Hasta la fecha no me han querido pagar (ya a más de un mes de la entrega del trabajo). Todos se echan la pelotita, pero de dinero nada. Y mientras, me cortaron la luz por falta de pago, tuve que pagar reconexión, el teléfono igual, la tarjeta ni se diga, mis proveedores me quitaron los descuentos que me daban por pronto pago, y otros de plano me retiraron el crédito. No les he liquidado a quienes me auxiliaron. Y como todo esto es una cadena, no he podido seguir trabajando por falta de material. Todo por creerme de las promesas de los representantes de esa institución que no han sabido administrar y que ahora sufren ataques de repentina amnesia y que seguramente se encuentran en la más fulminante inopia.
LA COMIDA JEREZANA. Desgraciadamente –como ya lo dije en otras ocasiones- las tradiciones jerezanas se están perdiendo o se nos están metiendo con cuña otras que nada qué ver con la región. Hay restaurantes de Zacatecas que se jactan de ser “la cuna del original asado de boda jerezano”. Así que ante la perdida de identidad, no hay que extrañarnos si los mismos que nos impusieron los pisos de esas espantosas calles –otrora provincianas, tranquilas y pintorescas de la provincia jerezana-, nos impongan platillos raros y estrambóticos como los propios de “este pueblo mágico”.
Hay que recordar que la comida va junto con los afectos, con el encuentro con los demás. Aquí en Jerez mantenemos el gusto por lo prehispánico, el chile, el maíz, las frutas y verduras de origen americano, pero no descartamos el gusto por la carne y los lácteos, sabores arraigados desde la fundación de nuestra pequeña ciudad. El chile en muchas de sus variedades está presente en los platillos jerezanos. Luego está el maíz, el arroz y el trigo. Después los lácteos y la carne de cerdo, las aves y carne de res. Nuestra comida popular también es de barrio, es callejera y se diversifica por todos los rincones de Jerez donde casi en cualquier esquina hay carritos, mesas y sillas para disfrutar de una rica cena de antojitos a la jerezana, tacos o gorditas. El ambiente es familiar y nos arraigamos al puesto de tacos nocturnos, llegamos saludando y nos despedimos deseando “buen provecho” al marcharnos. Cuando disfrutamos de un rico menudo en el mercado o con Polo (López Velarde y Reposo) estamos atentos a pasar las servilletas, la cebolla picada, orégano, limones o la sal.
El Pozole se prepara cuando hay algo qué celebrar o nomás de puro antojo. Se elabora en una olla grande, de modo que quede siempre para el recalentado, que suele ser más sabroso. Regularmente se ofrece como comida o cena, y si en el hogar no lo hay, es fácil encontrarlo en cenadurías callejeras y el mercado.
Dicen que su origen es ancestral, y proviene de Jalisco. Al respecto hay una leyenda: La reina de Tonalá, Itzoapilli Tzapontzintli recibió en marzo de 1530 al conquistador Nuño Beltrán de Guzmán con danzas y un suculento pozole. Pues estaba Nuño y sus conquistadores elogiando las cualidades del platillo, cuando se acercaron a la olla pozolera por más y vieron que entre el maíz había restos humanos inconfundibles. Muy enojados quebraron la olla, conminando a la reina y a los tonaltecas a ya no comer carne humana. Esto no pasa de ser una leyenda, pues los historiadores explican que no hay evidencias de que existiera la antropofagia por estos lugares. Del pozole se dice que es un platillo mestizo, pues se conjuga la nixtamalización del maíz con la suculencia de la carne de cerdo que trajeron los españoles.
Aquí en Jerez, el pozole se elabora todavía de manera artesanal, pues no es aceptado todavía el maíz pozolero que ya viene preparado en botes cerrados. Desde un día anterior o muy temprano por la mañana, se pone a cocer un kilo de maíz con dos cucharadas (de las cucharas grandes, soperas) de cal. Luego que ya está cocido, se lava el maíz para quitarle la cáscara, se refriega como si estuviera tallando ropa en el lavadero. Hay viejitas que se ponen con toda la calma del mundo a quitarle la punta al grano, dicen que así revienta más bonito el maíz.
En unos tres litros de agua se pone a cocer carne de cerdo (generalmente es de cabeza –pozole gordo-, pero mi mamá lo hacía de lomo o pierna y quedaba mucho más delicioso). Aparte se le echan huesos del espinazo de cerdo, que le darán un sabor muy agradable al caldito. El pozole tradicional lleva su buena dotación de chile colorado, que le da un toque muy especial.
En Jalisco hay varios tipos de pozole: blanco, natural y rojo. El rojo solo se tiñe con salsa de chile ancho remojado y molido o con salsa “Valentina”. Se usa también un “pozolillo” que se prepara con maíz tierno, pollo y tomates.
El pozole se srive calientito, en platos hondos de barro, acompañado de repollo, orégano y salsa picante o chiles de árbol. La tradición manda que se acompañe con tostadas, y si son de con las hermanas Galván o “Del Indio” mejor.
En una ocasión me invitaron a disfrutar este platillo en Acapulco. Y ¡oh sorpresa!. Un pozole muy diferente, blanco, insípido. “¡Cuñao, échele la botana a su pozole!” –me dijeron- mientras que me arrimaban rábanos picados, rebanadas de aguacate, rebanadas de naranja y una salsera de chile verde. No me gustó nadita.