viernes, 23 de junio de 2017

LA VIRGEN DEL MOLINO

A mediados de 1927, los agraristas comandados por Manuel Rodarte se había apropiado de toda la región. Como integrantes de la defensa social, eran echados por delante en las incursiones que el ejército del general Anacleto López realizaba para acabar con el peligro que representaban los cristeros.
Ya le tenían tirria al antiguo villista Sabino Salas levantado en armas ahora como cristero, pues como perfecto conocedor de la sierra, siempre se les escabullía, los toreaba, les ponía “cuatros”; así que decidieron ir a “echar una corrida” por la sierra, siguiendo los consejos de un espía que les había asegurado que los pardos de Sabino Salas “sesteaban” en un ranchito de aguas por aquel rumbo.
Muy de madrugada, los agraristas salieron de Jerez con la intención de llegar a la sierra apenas clareara el día pensando en sorprender a los guerrilleros de Salas. Recorrieron buena distancia, sin encontrar nada, hasta que en la lejanía vieron una pequeña humareda y se dirigieron al galope pensando que ahí estaban los contrarios. Muy humilde era el ranchito de aguas. Un pequeño jacal, un gallinero, algunos puercos… pero nada de cristeros, solo dos ancianos.

Para pronto los agraristas se apearon de sus caballos y se fueron sobre los cochinos y las gallinas, no se podían ir con las manos vacías. Los viejitos los veían hacer, sin atinar a decirles nada, con mirada temerosa. Gritos, sollozos y maldiciones se dejaron oír de pronto. Uno de los agraristas había encontrado escondida en el gallinero a una niña de unos 14 años, morena, algo regordeta y cuentan que era bonita de cara.
-¡Mira nomás lo que me jallé! ¡Esta me gusta como para casarme con ella!- dijo uno de los agraristas, mientras de manera soez acariciaba el cuerpo de la niña, y amarrándola fuertemente de las manos la subió a su caballo. La niña lloraba aterrada y gritaba pidiéndole auxilio a su abuelito.
-¡Agüelito, no dejes que me lleven! ¡Agüelito, diles que no me lleven!-. Pero los energúmenos sujetos se reían a carcajadas de la adolescente. Esta, brincó del caballo, cayendo aparatosamente, cosa que fue celebrada ruidosamente y con grandes risotadas por los robacochinos y robagallinas. -¡Mira que tu novia no quiere ir a caballo!-. -¡Pos si no quere ir ansina, pos onque sea me la llevo arrastrando hasta Jerez!-.
Luego de cargar las gallinas bien amarradas de las patas, y de echar los cochinos arriba de los caballos, los agraristas emprendieron el regreso, sin hacer caso de los gritos y súplicas del anciano, haciendo oídos sordos a los gritos y lágrimas de la niña, que amarrada de las manos y atada a una cuerda era obligada a seguir al montado a caballo.

La Lechuguilla, parecía un rancho fantasma. Muchos de sus pobladores andaban en la sierra. Solo ancianos y mujeres grandes veían por las puertas entrecerradas la caravana que desde muy lejos se hacía notar por los gritos plañideros de la niña que llevaban casi arrastrando tras de un caballo. Sus gritos se perdían en la lejanía, subían hasta las estribaciones del cerro del Despeñadero donde los ecos multiplicaban las súplicas. -¡Agüelito, agüelito, agüelito!.... ¡No dejes que me lleven!
Valientemente un grupo de viejos del rancho se acercó con los agraristas. -¡Buenos días les de Dios, sus mercedes! Y dirigiéndose al jefe le dijeron: -Mire patrón, no sabemos qué delito haiga cometido esa criaturita que llevan arrastrando. No sabemos qué atrocidá haya hecho para que la traigan así. Pero les pedimos de caridá que no la lastimen más. Miren, nosotros somos gente muy probe, pero les damos lo que queran, pueden entrar a todas nuestras casas, tomen lo que queran de lo poquito que tenemos. Pero, por vida de Dios, ya no maltraten a esa criatura, tengan consideración que es una niña. Es un favor muy grande que les pedimos y muncho les vamos a agradecer.
-¡Ta güeno! –Respondió el líder de los agraristas -vamos viendo qué nos pueden dar-. Y luego luego, se dedicaron a revisar casa por casa, rincón por rincón.
Pronto tenían un mayor botín de gallinas y cochinos. Y uno hasta una negra piedra de molino cargó en una mula.
El mismo que dirigía a los agraristas, le espetó a los rancheros: “Pos no encontramos nada que valiera la pena, como pa' soltar la muchacha, así que con su venia, nos vamos. Y si saben lo que les conviene, mejor no digan nada, porque nosotros semos la autoridá”.
Ahora, los de la defensa rural, siguieron su camino a Jerez, pero “a paso de cochino”, porque venían arreando varios animales que se alcanzaron a “carrancear” en La Lechuguilla… y acompañados con los sollozos y gritos de la niña que seguía pidiéndole a su abuelito que no dejara que se la llevaran.

A pocos pasos del camino real que venía de Tepetongo a Jerez, el cabecilla de los agraristas, quizá ya harto de los gritos de la niña que llevaban sacó la pistola y revirando el caballo disparó varias veces mientras le gritaba que ya se callara, que no había ningún agüelito que la salvara. Nadie supo si disparó nomás para asustarla, la cosa es que una bala pegó sobre el cuerpo de la indefensa víctima.
-¡Ya me dejates sin novia!-. Dijo el que la llevaba amarrada. –Ansina ya no me sirve de nada!. Soltando a la vez la cuerda y dejando caer el cuerpo inanimado de la niña. Tal vez se atemorizaron por lo que habían hecho, que, dejaron parte del botín ahí. -¡Vámonos prontito pa' Jerez!. –Ordenó uno. Y así, el que llevaba la piedra de molino en la mula, la desató y la tiró sobre el cuerpo inanimado de la niña.
Por supuesto que a sus jefes en Jerez, solo les dijeron que no habían encontrado ni rastros de los cristeros. Nada dijeron de los animales robados. Nada de la niña martirizada y muerta. Nada de su proceder arbitrario y cruel.
El anciano, que con sus cansados pasos había caminado tras de la tropa de agraristas, logró llegar por la tarde hasta donde estaba el cuerpo de su nieta, con gruesas lágrimas que surcaban su arrugado rostro manifestaba su dolor.  Estuvo cubriendo los despojos con piedras. Varias gentes de La Lechuguilla le ayudaron en tan dura faena. En la parte de arriba dejaron la piedra de molino que sirvió de base para asentar una tosca cruz hecha con unas ramas de mezquite.
La leyenda cuenta, que quienes pasaban por ahí, rezaban un ave maría por el alma de la niña y colocaban una piedra sobre la tumba. Pronto se dijo que la Virgen del Molino (por la piedra que seguía ahí) era muy milagrosa. Los pastores le rezaban cuando se les perdían sus animales. Las mujeres cuando estaban enfermas. Casi siempre había personas hincadas ante sus restos orando en solicitud de alguna gracia. Y no le causó ninguna gracia al Cura de Jerez, un hombre gordo, feo y de voz de trueno, el señor Cura Amado Macías, quien prohibió terminantemente se rezara ante la ya muy conocida “Virgen del molino”.
Con el tiempo, se reconstruyó ese camino, y la reconstrucción acabó con la tumba, que ya muy pocas personas recuerdan donde estaba.