sábado, 7 de enero de 2017

UN REGALO DE AÑO NUEVO

Los años posteriores a los conflictos revolucionarios y cristeros dejaron en la región una acre cauda de muerte y dolor.
Los odios entre los bandos contendientes continuaban latentes y eran frecuentes los enfrentamientos armados entre las defensas sociales agraristas comandadas por Manuel Rodarte, Ursulo Pinedo, Santiago Pichardo y Antonio Cisneros contra los rescoldos de los “pardos” de Sabino Salas.
Al estallar la revolución, Salas se había levantado en armas apoyando a los villistas de don Justo Avila que tenían el dominio de la región jerezana.
Al término de esa lucha, Sabino Salas y su gente enterraron sus armas en sus inexpugnables fortalezas de la sierra de Juanchorrey y Los Cardos, de donde eran amos y señores.
Pero el país aún se convulsionaba ante la inexperiencia de sus gobernantes, que en un ansia desenfrenada de demostrar su poder, tomaban decisiones precipitadas que muchas de las veces no eran adecuadas ante la inmadurez de los mexicanos que fácilmente eran fanatizados; entonces cualquier chispa bastaba para encender la hoguera. Esta chispa surgió cuando el Estado de “golpe y porrazo” pretendió quitarle atribuciones a la Iglesia y se desató el conflicto bélico conocido como “la rebelión cristera”.
Los levantamientos se sucedían en casi todo el país, pero con mayor fuerza en Jalisco, Colima, Michoacán, Guanajuato y Zacatecas donde la lucha fue intensa y fueron muchos los daños en la economía y agricultura.
Al cambiar la presidencia del gobierno de la República se suavizó un poco la situación, pero quedó el resentimiento, el dolor, la desconfianza...
Así, las relaciones entre los “agraristas” no eran nada buenas con los cristeros, ya que los agraristas de Manuel Rodarte tenían la consigna de acabar con todo brote guerillero y especialmente si se trataba del “bandolero” Sabino Salas, Pancho Jacobo, Everardo Sánchez y demás seguidores oriundos de El Chiquihuite.
Bastantes veces habían intentado llegar hasta la guarida de los “pardos” y siempre fracasaban por no conocer los recovecos de las sierras del oeste de Jerez.
Una mañana de diciembre de 1927, Rodarte y algunos de los prominentes jefes agraristas se reunieron en el edificio que albergaba la Jefatura Politica de Jerez. Luego de muchas deliberaciones y propuestas acordaron recompensar muy generosamente a un individuo vecino de una ranchería cercana a Los Cardos para que utilizando toda su astucia y paciencia, se infiltrara entre las taimadas gentes de Sabino Salas y les diera santo y seña de todos los andurriales de los pardos.
Harto difícil le fue al espía convencer luego a los cristeros para que lo admitieran como uno de los suyos, pero después de muchos ruegos y pruebas, este se encontraba ya cabalgando al lado de los pardos, recorriendo intrincadas veredas, explorando casi desconocidas cuevas, vadeando límpidos y lejanos arroyos...
-Con su venia patrón- llegó,diciendo el infiltrado -pos’ sé de muy cierto que pasado mañana estarán varios pardos allá por la Mesa de los Encinos, yo crio’ que los pueden pescar si entran astedes por la Cañada y suben con cuidado por el arroyo de Tierra Prieta hasta las Cieneguitas. Ahí los agarran re’fácil por atrasito, desde el cerro El Carrizal.
Una partida de agraristas junto con tropas federales fue movilizada de inmediato para que tomaran posiciones siguiendo las instrucciones dadas por el espía, mientras que éste se reintegraba con los rebeldes, con la confianza de que su doble juego no sería descubierto.
Al siguiente día, los cristeros que se encontraban en la Mesa de los Encinos en espera de sus compañeros, fueron víctimas de una emboscada cayendo muchos muertos, mientras que los restantes eran perseguidos irónicamente hasta el rancho de Los Muertos.

Solo tres fueron llevados ante la presencia de Rodarte quien engolosinado con el triunfo ordenó los colgaran en el Jardín Principal «para ejemplo y escarmiento de los demás rebeldes».
Un frío domingo de enero de 1928, los que madrugaron notaron que los árboles del jardín lucían tétricos retoños, mismos que duraron colgados todo el día, hasta que el jefe Ursulo Pinedo, ordenó los sepultaran en una fosa común.
Mucha extrañeza causó que el espía no acudiera tal y como habían convenido, pues ese mismo día, los dirigentes agraristas se reunieron en la casa de Rodarte para festejar el ya próximo exterminio de todos los cristeros. Varios aldabonazos alertaron a los ahí reunidos, y Rodarte creyendo que era su informante, personalmente abrió la puerta.
«-Gúenas nochis, siñor, pos’ fíjese que nos encargaron que le trajéramos estos costalitos de carbón de mezquite que manda regalar el jefe de Susticacán. Asté diga donde se los ponemos-». Dijo uno de los carboneros cuando se le dió acceso a la casa. El dueño de ella, visiblemente disgustado por la interrupción les ordenó que descargaran sus burros ahí en la calle y dejaran los costales recargados arriba de la banqueta, lo que hicieron los arrieros con rapidez y gusto. Terminando, nuevamente inquirieron por Rodarte, al que le dieron las «güenas nochis» y le pidieron además “para sus aguas» y al amenazarles éste, prontamente ajaercearon sus burros perdiéndose en las nocturnas tinieblas.
Probablemente el carbón llegaba “como caído del cielo”, porque de rato los festejantes ordenaron a los criados de la casa colocaran varios anafres o “braceros” con carbón en sitios estratégicos para mitigar el fuerte frío.
Casualmente, al abrir el primer costal, los sirvientes horrorizados, encontraron entre el carbón la cabeza del espía que los agraristas enviaron a infiltrarse entre las tropas cristeras. Pánico y alarma causó este hallazgo, y los siguientes, pues en los demás costales, venían los miembros de ese desafortunado ser que había sido descuartizado al descubrir -quizá- su traición.
De inmediato la gente al mando de Rodarte se puso a buscar a los arrieros o carboneros responsables del envío, mismos que no hallaron por ninguna parte. En esa ocasión el cazador resultó cazado, ya que muchas gentes aseguraron después que uno de los carboneros era el propio Sabino Salas que así demostraba su desprecio por las medidas de seguridad adoptadas por los gobiernistas.
Tiempo después, el 25 de agosto de 1929, el jefe cristero entregó armas y parque a Emilio Barrios, quien fue comisionado por el gobierno para tramitar la rendición, esto en un lugar conocido como “El Alamillo» en la sierra de Juanchorrey.
Pero, los antiguos rebeldes, de cuando en cuando sufrían mortales “accidentes”, pese a que se habían acogido al indulto ofrecido por el gobierno; pocos fueron los que sobrevivieron. Se asegura que el desconfiado jefe de “los pardos” escondió lo mejor de su armamento, municiones, dinero y varias cosas en perdidas cuevas de Los Cardos, quizá para tiempos mejores.
Sabino Salas murió en El Chiquihuite el 2 de septiembre de 1932, recibiendo auxilio espiritual del Pbro. Encarnación Mireles, quedando hoy solo el recuerdo de sus andanzas por las serranías de la región.
PROMOCIÓN INVERNAL: Para que los paisanos que nos visitan puedan llevarse la colección completa de “LEYENDAS Y RELATOS DE JEREZ” les ofrecemos los cinco tomos en promoción $ 350.00. Esta oferta sólo es válida en Reforma No. 51. En los centros de distribución y venta cada ejemplar cuesta $ 120.00.

LIBRO NUEVO: Ya se encuentra en los principales puntos de venta el libro “EN LOS TIEMPOS DE LA GUERRA”, que contiene una novela histórica y un cuento que a muchos les agradará leer y tener en su poder. No apto para viejitas santurronas y rezanderas, caballeros de Colón, representantes de la liga de la decencia, simpatizantes del Manual de  Carreño, testigas ensombrilladas de Jehová y demás fauna acostumbrada a darse golpes de pecho…