miércoles, 26 de noviembre de 2014

EL ESCUDO DE JEREZ TIENE DUEÑO

Artìculo publicado en "El Alacràn" en  Enero de 2013

En días pasados se presentó el Sr. Javier Félix Ortiz ante el Secretario del Ayuntamiento, para informarle que era poseedor de los derechos de autor del escudo de Jerez, ante tal situación se han soltado una serie de conjeturas. Ya los expertos periodistas han hablado de esto por lo que mi opinión modesta sale sobrando, pero ahí les va de todos modos:
Escudo dibujado por don Jesús Félix
Don Jesús Félix Valdés fue una persona adelantada a su tiempo. El oficio con el que mantenía a su familia era el de sastre, pero en sus ratos libres se ponía a dibujar y a escribir. Le gustaba el periodismo, -pero el periodismo de a deveras, no como el que presume hacer el infumable sapito “el malasuerte” viva imagen de Cornelio Reyna-. En revistas, periódicos y calaveras de la época aparecen los escritos y grabados de don Jesús. En 1959 la cámara de comercio jerezana le encargó les hiciera un logotipo para membretar su papelería. El resultado fue un dibujo a tinta china sobre cartoncillo, en el que la parte superior remataba con una gruesa cruz y sobre un pergamino aparecía la imagen simplificada de la Virgen de la Soledad y la leyenda de “Villa de Xerez”. En la parte central una especie de óvalo con un piquito donde se ve un brazo con un arco y otro brazo con una espada, separados por un engrane recto. A los comerciantes les gustó mucho, pero poco uso hacían de él, solo para membretar sus sobres, citatorios y hojas de correspondencia.
En 1968, el profesor Fernando Robles -entonces presidente municipal-, le encarga al síndico, que era Juanito de Santiago, el realizar un escudo que identificara al municipio. Don Juan recuerda la existencia del dibujo de don Jesús Félix y habla con el presidente de la Cámara de Comercio. Ambos acuden con don Jesús para ver si permitía que se utilizara su dibujo como emblema del municipio. “Para mí será un verdadero honor” –dicen que dijo- y desde entonces comenzó a usarse.
Luego, se le agregaría en la parte inferior un listón con el lema “Tempus Fugit Laboremus” y se coloreó. El listón y el color se los agregó el pintor Valentín Alvarado que entonces radicaba en Jerez y es el autor del cuadro con el escudo existente en la sala de cabildo de la presidencia.
Escudo que Javier Félix registró como suyo.
Se integró el escudo al Bando de Policía y Buen Gobierno, en el artículo 10, pero con una descripción errónea y fantasiosa por completo pues dice: “…en la parte izquierda, un brazo y un arco en actitud de disparar, recordando al Jefe Huachichil Tuxtuac y en la otra parte el brazo español esgrimiendo una espada del fundador de la Villa Pedro Almindez Chirinos…”. (En Jerez no hubo ningún jefe huachichil Tuxcuac ni Pedro Almindez Chirnos fundó la villa). En el artículo 11 habla acerca de que el nombre y escudo serán utilizados exclusivamente por los órganos Municipales y en el 12 agrega la obligación de su exhibición en todas las oficinas públicas municipales. Remata con la prohibición en el artículo 13 del uso por particulares y con fines de lucro.
Ahora, después de 45 años de que se está usando este emblema heráldico, surge uno de los hijos de don Jesús Félix como propietario de los derechos de autor del escudo de Jerez. Desconozco los términos en que esté registrada su autoría, pero si le otorgaron el registro, es porque ha de haber presentado pruebas contundentes y palpables que es de él. Muy en su derecho está, pues la donación por parte del autor fue un acto de buena fe, solo de palabra, y no hay ningún documento que avale tal donación.
Versión que se usa comunmente.
¿Qué le queda hacer al Ayuntamiento? Bueno, a mí se me ocurre que lo más viable, es el que el ayuntamiento conformara una comisión para negociar en buenos términos con el señor Javier Félix sobre el uso futuro del escudo, ya que nunca se ha utilizado con fines de lucro. Dicen que es mejor un buen arreglo que un mal pleito, así que si existe voluntad, todo puede llegar a feliz término. La otra cosa que podría pasar es que el Ayuntamiento lanzara una convocatoria para el diseño de un escudo representativo del municipio, sujeto a las leyes de la heráldica y que represente nuestra identidad, costumbres y tradiciones. Sirve que de paso le dan un llegue al Bando de Policía y Buen Gobierno que ya es completamente obsoleto.
Pero lo más probable que suceda, es que esta administración municipal como ya va de salida, le deje todo el paquete y el problema a la administración que venga. Ahí que se las arreglen como puedan, porque los regidores actuales andan bastante ocupados en saber quién será el próximo a ver si los puede acomodar o recomendar.

MUY MAL HABLADO. Me reclamó airadamente una señora por lo de mi relato de la semana pasada. Que si en la escuela no me enseñaron a escribir si no es a base de majaderías, que qué pinche cultura reflejaba, que mejor iban a comprar otro periódico más decente. Le respondí a tan fúrica mujer que conmigo acuden muchas personas a narrarme sus vivencias y tal como me las cuentan, yo las cuento, sin ponerles los molestos bip bip. ¿Y además de qué se queja si los niños de seis o siete años tienen un lenguaje que hasta a mí me hacen ruborizar? Hace dos domingos pasaba por donde Darío tenía su restaurant y tortería, en la banqueta estaban jugando tres niños de rancho (digo de rancho porque las mamás estaban platicando ahí cerca a media banqueta y con sus bolsas de mandado, y los críos traían sus sombreritos vaqueros). Pues los querubines, del que el mayor no rebasaba los siete años, tenían sus “monitos” y jugaban entusiasmados. Al parecer en su juego unos sicarios con grueso armamento se dedicaban a quitarle cáscaras a las tunas o a alguna cosa similar y espinosa, porque las inflexiones recordando a los hijos de las progenitoras burdeleras (de los monitos) eran constantes, de muy grueso calibre y repetían en que debían quitarle la cáscara a no sé qué fruta u órgano. “-¡¡Niños, ¿¿qué palabrotas son esas?!!” –dije-. Pa’ pronto volteó una de las señoras que estaban en periquienta plática y me gritó: “¿Qué? ¿Le estorban los niños o qué?”. –“No, -contesté- lo que pasa es que tienen un vocabulario que ¡ay Dios!”. –“¡Yo los parí, salieron de mis verijas y ningún hijo de la chingada tiene por qué decirles nada! Y si no están molestando a nadie pueden decir lo que se le dé su chingada gana. Así que si no le molestan, lárguese a chingar su madre!”. Con el rabo entre las patas seguí mi camino, comprendiendo que la educación no se agarra en libros ni con maestros, la educación se mama aunque a veces se mama la hiel… 

jueves, 20 de noviembre de 2014

LAS FUENTES DE JOSEPH WINN FISKE EN JEREZ

  • Desde Nueva York llegaron a Jerez las fuentes del jardín “Rafael Páez”.
  • No es la ninfa de la primavera la que está frente a la presidencia, es la diosa “Hebe”.
  • Curiosa historia de un préstamo del cual nunca se solicitó devolución.
Catálogo donde aparecen las fuentes.
J. W. Fiske de la ciudad de Nueva York, fue la más famosa empresa estadounidense fabricante de decoraciones en hierro y zinc fundido en la segunda mitad del siglo XIX. Ofrecía a sus innumerables clientes de todo el mundo, fuentes de jardín, estatuas, jarrones y mobiliario urbano. Las creaciones que salían de esta fundición eran pintadas generalmente imitando al bronce. Joseph Winn Fiske inició su negocio en 1862, y en sus múltiples catálogos ilustrados mostraba la gran cantidad de diseños que tenía. Muchos de sus diseños no respetaban las patentes del siglo XIX y sus esculturas eran copias de las obras antiguas o neoclásicas de Antonio Canova o Bertel Thorvaldsen, adecuadas para el ornato de parques, cementerios, jardines, etc.

Las fuentes del jardín “Rafael Páez” son hechura de la fundición de J. W. Fiske y traídas aproximadamente en 1899 y se dice que para las festividades de septiembre de ese año ya estaban en funciones. Lo curioso es que cada una de ellas es de diferente diseño y tamaño.

La fuente del lado norponiente del jardín, tiene en su base tres garzas con el cuello encorvado, como si estuvieran muy enojadas. En el catálogo de Fiske está como la No. 143 “Fuente de garzas y flores”. Su precio de venta era de 130 dólares con una capa de pintura y bronceada costaba 20 dólares más. En un lado de la base, se encuentran resaltadas unas letras fundidas en las que dice: J. W. Fiske, No. 218-23, Chambers St., NY (La segunda y tercer líneas no están muy claras).

La que se encuentra a la entrada nororiente, no tiene aparentemente identificación de que haya salido de la fundición Fiske, pero su diseño es característico y aparece en el catálogo como la No. 152 “Fuente de tres platos”. Esta se vendía en 70 dólares con una capa de pintura, y diez más si la entregaban bronceada.

“Fuente de garzas y dos platos” es como se identifica en el catálogo a la que está al lado suroriente. Es el diseño de Fiske No. 161. Esta era algo más cara, pues costaba 110 dólares así con su capita de pintura e imitando al bronce costaba 125. Originalmente tenía en su remate una cigüeña con las alas semiabiertas y que arrojaba el agua hacia arriba por el pico. Esta fuente es la única que tenía redondel. En su base se puede ver las letras resaltadas del fabricante, ya muy apenas. Nadie recuerda que pasó con la cigüeña, lo más probable es que haya volado a otro jardín.
La diosa Hebe

Y por último, tenemos la escultura hueca que conocemos como “la ninfa de la primavera”. Consultando el catálogo del fabricante vemos que hay dos esculturas similares, pero no iguales, a una de ellas le llama “Diosa Hebe” y a la otra “la ninfa de las aguas”.

Hay una escultura idéntica a la existente en Jerez, frente al edificio administrativo del Hospital Bryce, en Tuscaloosa, Alabama, posiblemente instalada entre 1880-1890. Según la descripción del Instituto Smithsoniano dice que representa la figura de cuerpo entero de una diosa de estilo clásico, posiblemente Hygeia, diosa de la salud. Lleva un vestido suelto, drapeado, uno de sus pechos al descubierto y con una guirnalda en la cabeza. Su brazo derecho está levantado sobre su cabeza y vierte agua de una jarra que cae correctamente en una copa que tiene en su mano izquierda. La base está pintada en crema y metal y la escultura en oro. Tiene en su base un anillo perforado por el que salen hilos de agua, al igual que la jerezana.
La diosa Hebe frente al Hospital Bryce en Tuscalosa.

El cronista adjunto de Jerez, Héctor Manuel Rodríguez Nava, asegura que en la base de la estatua jerezana había una placa pequeña con el nombre del fundidor, que era Fiske.

LA DIOSA HEBE, PERSONIFICACION DE LA JUVENTUD

Dentro de la mitología griega encontramos que la diosa Hebe, era hija de Zeus y Hera. Era la personificación de la juventud y se pasaba el tiempo bailando con las Musas y las Horas (las Horas son las divinidades del clima y cuidaban las puertas del Olimpo). La música la ponía Apolo. Zeus le había encomendado a su hija Hebe la fastidiosa misión de servir las copas de los dioses en los saraos olímpicos. Tenía el poder de rejuvenecer a los ancianos o de envejecer a los niños. Su equivalente en la mitología romana era Juventas, siendo tradición que los jóvenes le ofrecieran una moneda cuando vestían por primera vez la toga de los adultos.
 
La diosa Hebe es representada generalmente por una bella mujer (la más hermosa de las diosas) con una guirnalda en la cabeza, en la mano derecha lleva una jarra y en la izquierda una copa.

EN LUGAR DE LA NINFA DE LA PRIMAVERA, ENVIARON A LA DIOSA HEBE

En el museo smithsoniano existen muestras de las piezas que fundía Fiske, y entre ellas encontramos a las ninfas de las estaciones. La escultura del verano es una imagen femenina de pelo ensortijado con una guirnalda en la cabeza, vistiendo una toga corta que deja al descubierto sus piernas y el brazo derecho sobre la cabeza como si estuviera oteando. La del otoño lleva un tocado de uvas en la cabeza, con actitud pensativa, vestida con toga larga y en sus manos lleva una charola con frutos. La de invierno se cubre la cabeza con un manto y en su mano derecha carga un pequeño anafre con fuego encendido, mismo que protege con la mano izquierda; su vestimenta es la adecuada para el frío. La de la primavera lleva un tocado de rosas y en su mano izquierda una rosa que está admirando, mientras que en la derecha lleva un ramo de flores.

LAS ESCULTURAS PERDIDAS

Don Porfirio Díaz, deseoso de conmemorar dignamente el centenario del inicio de la independencia, comenzó a hacer preparativos con bastante anticipación. Uno de sus proyectos fue mandar fundir más de un centenar de bustos de Hidalgo y de alegorías diversas en talleres especializados, las cuales se repartirían en todos los estados del país. (Uno de estos talleres sería el de Joseph Winn Fiske). El Licenciado Francisco Román, ilustre tlaltenanguense, en su carácter de diputado solicitó varias estatuas, siendo contestada afirmativamente su petición, llegando a Zacatecas dos de Hidalgo y cuatro ninfas que representaban las estaciones del año. Posiblemente, en lugar de la ninfa de la primavera llegó la figura de la diosa Hebe o Juventas, como prefiera llamarle.
Hebe, del museo smithsoniano.

Uno de los bustos de Hidalgo fue destinado a Tlaltenango, donde con mucha solemnidad fue inaugurado el 16 de septiembre de 1896. Por cierto la obra de cantería estuvo a cargo de don Dámaso Muñetón. Tal monumento se encuentra en el jardín principal de dicho lugar. La otra estatua se destinó para Villa Hidalgo, pero por razones desconocidas ahora se encuentra en la ciudad de Pinos. Las ninfas fueron conducidas a Villanueva para su colocación en los cuatro puntos cardinales de la plaza.

En los últimos días de 1896, don Pedro Cabrera, aún Jefe Político de Jerez, solicita al Ayuntamiento villanovense le ceda en carácter de préstamo una de las alegorías, para colocarla en el jardín mientras transcurren las fiestas de primavera. La ninfa es prestada, y precisamente la representación de "La Primavera", (que ahora sabemos es la diosa Hebe), misma que fue motivo de admiración durante las fiestas de 1897. El Jefe Político era ya don Manuel Llamas y se hacía de la vista gorda cuando le solicitaban la devolución de la pieza. 

Afortunadamente no fue necesario devolverla, puesto que en la antigua Villa de Gutiérrez del Águila, el Cura Roberto Serrano, se había subido al púlpito con todas las facultades de su investidura y arremetió furioso en contra de las "semidesnudas e infernales creaciones que son una satánica afrenta a las buenas costumbres de la sencilla gente del pueblo, instándolos con su vista diaria a la pecaminosa concupiscencia". (Y eso que vio solo las que estaban vestidas, porque a Jerez se mandó la más “indecente”).

Las autoridades tuvieron que quitar tan "inmorales" representaciones, ignorándose a la fecha cuál haya sido su destino. Tal vez formen parte de un jardín particular, estén olvidadas por ahí o hayan sido destruidas. 


"La Primavera" o “Juventas” o “Hebe” o como quiera llamarle, es parte esencial de Jerez, y se salvó en varias ocasiones de sufrir idéntica suerte, amenazada por "Pías Asociaciones" que veían podredumbre e inmoralidad donde solo hay arte y belleza. Ahora, lo que necesita esta imagen es una urgente restauración, pues a pesar de que se hacían en serie estas piezas, pocas quedan y en las casas de antigüedades americanas son muy codiciadas.
Esta fuente tenía una garza en su ápice. Nadie sabe dónde quedó.

viernes, 5 de septiembre de 2014

TESTIMONIO DEL CARRETERO

(Relatado y escrito a alguien que sabía escribir y estaba interesado en el tema)
En descargo de mi conciencia que me tiene atormentado con este secreto que he guardado celosamente quiero hacer esta confesión de un hecho que me pasó hace ya mucho tiempo, pero que su recuerdo no me deja a veces ni dormir:
Hace 19 ó 20 años, pasando la temporada de lluvias, que ocurrió lo que aquí cuento: Por mandato de mi patrón, que era al administrador de la aduana de Las Hacienditas y además dueño de carros, llevé a un señor que se llamaba Lorenzo Escobedo con rumbo al Monte Escobedo. Este señor llegó a Jerez en la diligencia de los Sánchez Castellanos que había salido en la madrugada del sábado, con dos cajones de madera con herrajes de fierro y cerrados con candados y muy pesados. Según supe después, tuvieron que cambiar el tronco de caballos por mulas, por el excesivo peso, mismas que volvieron a cambiar por caballos en la posta de Las Cocinas.

Cargamos los cajones o baúles en un carretón de dos ruedas, tirado por dos mulas y dos más de repuesto. Y luego de tomarnos unos amargos en la cantina El conejo Blanco salímos para el Monte por el antiguo camino real, el que usaban los carreteros y arrieros que venían desde Bolaños. Cuando íbamos por el rumbo de La Lechuguilla, la gente que venía para Jerez nos decía que mejor agarráramos el camino real de Tepetongo, porque por la sierra de Juanchorrey estaba muy lodoso, pedregoso y hasta derrumbes hubo. Y que nos cuidáramos porque había mucho lobo y coyote. Pero el dueño de los baúles insistió que por ahí nos fuéramos. El domingo, como a mediodía, en un tramo del camino muy pedregoso estrecho y de subida, las mulas no podían con la carreta porque se resbalaban en las piedras. Empujando y castigando a los animales casi logramos desatascarlo y llegar arriba, pero las mulas se tironearon y se rompió el tablón trasero de la carreta, saliendo los dos baúles disparados y se destruyeron, uno más que otro.
Del que quedó más destruido botó el cuerpo de una muertita ya en completo estado de descomposición. Me asusté mucho y se lo hice saber a don Lorenzo, y me contó que era su esposa que había fallecido en el hospital de Zacatecas por una enfermedad rara e infectosa. Que la iban a quemar pero que ella antes de morir le había pedido que la llevara a Monte Escobedo. Medio me convenció de que no lo denunciara y yo le propuse que la metiera en el cajón que quedó más sano y ahí la enterráramos.
Como llevábamos picos, palas y armas, porque yo las había prevenido porque conozco como se pone ese camino real después de las aguas, excavamos un hoyo hondo de modo que cupiera bien el cajón. Dentro echó joyas y muchas monedas de oro que venían en el otro baúl, lo que no cupo lo echó a los lados y arriba del cajón. Luego lo tapamos con tierra y muchas piedras. Los pedazos de madera del otro baúl los tiramos en el arroyo que estaba enseguida.
Luego me hizo prometerle que a nadie le diría de esto, me dio dos taleguitas de monedas que había apartado, que estaban en un cofre pequeño. Que con eso tenía para vivir sin preocupaciones toda mi vida. Me pidió una de las mulas, que se la pagara a mi patrón y me regresara para Jerez. Pero que a nadie dijera nada de lo sucedido. Por muchos años me ha atormentado esa promesa que no debí hacer, porque me hice cómplice de un delito.

Pues ya rompí el secreto, pero ya pasaron muchos años. Del esposo de la muertita no volví a saber nada y hasta miedo me daba que me achacaran su desaparición, porque fui la última persona que tuvo trato con él. A lo mejor se lo comieron los lobos porque a pesar de que le dí el remington con balas, a leguas se veía que era un catrincito que no sabía nada de armas. Se fue montando la mula a pelo y no creo que durara mucho si no está acostumbrado al trote y pelaje bruto del animal. A lo mejor se devolvió a Zacatecas y regresó después por sus joyas y dinero. A lo mejor se quedó a vivir en algún ranchito de la sierra. Uno de los arrieros que lo vio cuando llegó a Jerez, afuera del Hotel Oriente, dice que se le afiguró verlo allá por tierras de Nayarit.
El lugar donde enterré a la difuntita del baúl, es muy entrada en la sierra, en una curva de subida, como a una hora del Mastranto, en un lugar donde hay muchos encinos, del lado izquierdo del camino como unas cien varas antes de llegar al arroyo. Es fácil reconocer el entierro, porque pusimos muchas piedras lajas arriba, además está al amparo de cuatro grandes encinos. Yo no tuve ni tengo curiosidad de ir, porque me quedó mucho miedo de que la muertita me hubiera contagiado de la rara enfermedad que dijo don Lorenzo Escobedo que tenía. Por muchos años despertaba angustiado pensando en que me había infectado, pero creo que como me acerqué lo menos posible al cuerpo de la muerta, nada me pasó. Al marido quien sabe, pues él recogió el cadáver cuando quedó tirado allá en el camino. Él lo recogió y acomodó en el baúl que no quedó destruido.
Ahora, que andan los revolucionarios por todos lados, no creo que nadie se atreva a ir a ver si se encuentra ese entierrito y el que vaya, ya sabe a lo que se atiene.

Ciudad García, Febrero de 1914.

viernes, 29 de agosto de 2014

LA FAMILIA SÁNCHEZ CASTELLANOS

En mis pasados relatos escribí sobre la diligencia de los Sánchez Castellanos, y muchas personas me indicaron que la relación era mínima. Lo que ocurre es que por cuestiones de espacio, tuve que recortar la narración a tres entregas. Para los que se quedaron con la duda de quiénes eran los Sánchez Castellanos, ahí les va:
LA FAMILIA SÁNCHEZ CASTELLANOS
Don Jacinto Carlos Flores, cruelmente fusilado y masacrado por Tomás Domínguez en julio de 1914 fue un pionero en muchos aspectos en Jerez. En 1885 introdujo un tren tirado por mulas, que transportaba a numerosos pasajeros hasta Villanueva y hasta la hacienda de El Tesorero. Cabe decir que los carros de ese tren (que no circulaba por vías férreas, sino por camino llano y pedregoso) paraban en cuanta ranchería se atravesaba en el camino, por lo que era muy lento el servicio, ya que los pasajeros cargaban con gallinas, puercos, guajolotes, cacaistes llenos de tunas, bolsas de ixtle con mandado. Los domingos, ese medio de transporte hacía su recorrido con sobrecarga y al paso lento de las jodidas mulas.
Fue entonces que Antonio R. Castellanos (su nombre real era Antonio Román Castellanos) se metió con el negocio de las diligencias. Un nuevo vehículo de transporte rápido y seguro. Las diligencias salían diariamente del hotel Oriente (el primero de Jerez y el más moderno, pues tenía hasta alberca y baños de vapor). Había tres corridas matutinas, a las seis, siete y ocho de la mañana, mismas que llegaban a Zacatecas al Mesón de Tacuba en la ciudad de Zacatecas y regresaba a Jerez a las seis, siete y ocho de la noche. Las diligencias circulaban también de Jerez a Villanueva y viceversa. Además había un vehículo que llevaba el correo hasta Tlaltenango, pero éste solo salía los lunes.

Los Sánchez Castellanos son recordados en la historia de Jerez por su altruismo y generosidad, ya que a sus expensas fundaron el hospital de “San Juan de Dios” o “Sánchez Castellanos” que estaba en la plazuela del diezmo, donde luego fue el cuartel de los soldados y actualmente el kínder “Juan Pavlov.
Cuando murió don Antonio Sánchez Castellanos en 1886, su esposa Guadalupe Bonilla inició la construcción de un asilo anexo a la capilla del Diezmo; al morir ella dejó a su cuñado Antonio Román Castellanos un capital y el encargo de que continuara apoyando la manutención del asilo. Este fue el antecedente del hospital de San Juan de Dios que era para indigentes y administrado por las hermanas del Sagrado Corazón de Jesús. Ahí prestó sus servicios como médico hasta su muerte (en 1918) el doctor Jesús Villalobos, padre de Eloísa Villalobos. (A quien López Velarde inmortalizó en sus prosas, nombrándola Elisa Villamil)
Aquí hay qué hacer una aclaración: El Hospital de los Sánchez Castellanos estaba en la plazuela del diezmo, y el Hospital Civil en la última manzana de la calle del Hospicio. Esta era una edificación que se comenzó a hacer desde 1879 y al parecer hasta 1890 estaba ya en funciones, en la  gubernatura del General Jesús Aréchiga. Entre 1904 y 1908 se plantó un jardín al costado poniente del Hospital. (Donde ahora está la glorieta). Este hospital, junto con el mercado de carnes de la plazuela Reforma fueron los primeros que quemaron los revolucionarios. Entonces, eran dos hospitales muy diferentes.
Hospital Civil (Que estaba por la calle del Hospicio)
Respecto a la capilla del Diezmo, su construcción entre 1886 y 1889 se debió a la iniciativa de Antonio Sánchez Castellanos y su mujer María Guadalupe Bonilla, y aunque fue bendecida en 1889, para 1910 no estaba concluida. En ella se veneraba a la Virgen de Guadalupe. Los Sánchez Castellanos eran dueños (además del Hotel Oriente, de la compañía de diligencias que viajaba a Zacatecas) de la fábrica de jabón “El Boliche”. Además fundaron un montepío que funcionó hasta 1908.
La casa de este matrimonio, ubicada en la calle de la Aurora, fue construída por el maestro Dámaso Muñetón, por lo que se ha supuesto que el diseño y construcción de la capilla del Diezmo se deba a este creativo personaje, pero el maestro de obras de la capilla fue Domingo Román. Otra de sus fincas estaba en la primer manzana de la calle de Guanajuato (donde están las oficinas de El Sol de Zacatecas).
Casa de los Sánchez Castellanos, en la calle de la Aurora.
Antonio R. Castellanos tenía además hipotecadas por 4 mil pesos doce casas del “pariancito” que estaba al lado norte del mercado de carnes. (Estas casas aún existen y en una de ellas vivo yo):
En la manzana norte vecina al mercado se construyeron doce casas destinadas para habitación y una para tienda situadas en el barrio del Hospicio, cuartel noveno, manzana octava, de las cuales diez dan vista a la calle y plaza de la Reforma, la destinada para tienda da vista a las calles de la Reforma y de la Culebrilla (Donde era la tienda de Caritina). Eran de pequeñas dimensiones y se alquilaban a aquellos vendedores que venían desde otras poblaciones a vivir temporalmente en Jerez para ofrecer sus productos, o bien a aquellos que viviendo en Jerez preferían tener su vivienda en la misma zona de trabajo.
Inauguración de la Capilla del Diezmo.
Cada una de las diez primeras casas constaban de zaguán, sala, recámara, cocina, patio con pozo y corral; la destinada para tienda tenía dos piezas y un pequeño patio con común, y las dos restantes sala, cocina y un pequeño patio. Antonio Román era propietario de varias casas y huertas de Jerez, además de la hacienda de Santiago del Cuidado. Al morir su hermano heredó también algunas propiedades. Estaba casado con la señora Maura Suárez del Real, a la que según se dice, golpeaba con frecuencia. Doña Maura solía decir a sus amistades: “de qué me sirve tener bacinica de oro, si orino sangre”. (Jerez Homenaje a su feria. Juan Manuel Quezada Berumen. Página 22).

El principal mausoleo del Panteón de Dolores, pertenece a esta familia.

viernes, 22 de agosto de 2014

LA DILIGENCIA DE LOS SÁNCHEZ CASTELLANOS (Tercera parte)

Don Lorenzo Escobedo llegó a Jerez, y preguntó al cochero de la diligencia la forma de viajar a Monte Escobedo lo más rápido posible. Este le dijo que su compadre les podría rentar el carro en que habían cargado los dos pesados baúles, y para ello mandó a su corredor a preguntarle al compadre que estaba como guardia en la garita de Las Hacienditas, pasando el río grande.
No fue mucho rato el que se tardó el postillón en regresar, pero con una carreta de dos ruedas y tirada por dos mulas, y dirigiéndose al cochero le dijo:
-Que dice su compadre, que si hay que ir a la sierra, mejor con este carro, porque el otro no va a caber en los caminos de herradura, que las mulas de ese las desenganche y las llevamos amarradas para refresco. Y que le diga al de los cajones, que le deje algo en garantía. Ahí usté tanteéle. Yo ya voy aprevenido pa’ salir en cuanto carguemos acá esos baúles. Nomás que el catrín compre algo de bastimento, unas gordas y tasajo, digo yo.
-Ta güeno, yo mesmo me encargo del tasajo y orita le pido al señor Lencho el dinero pa’ mi compadre. ¿Ya trais una güena escopeta? Ya ves cómo se pone fello de Juanchorrey pa’delante.
-Si siñor, llevo en ese costal la escopeta y un remington, además de un talache, pico y pala, por si hay que abrir camino. Llevo pedernal y cadena pa’ hacer lumbrada cuando se ofrezca. Y unas cobijas búlicas.
-¡Ah! Dile a esos güevones que están ahí azorrillados en la banqueta que se acomidan, que te ayuden a descargar y cargar. Ahí les das una caña o a ver qué chingaos, pero que te ayuden.
El cochero se entrevistó con el dueño de los baúles, este hizo señas afirmativas y sacó de entre sus ropas una pequeña talega con moneditas de oro que le entregó. Seguro era la garantía que pidió el dueño del carretón.
Un poco rato después, la carreta salió por la misma calle del Refugio y dio vuelta por la del Hospicio hasta llegar a la acequia de la alameda y ahí tomó el camino para ir al rancho El Huejote.
-Oiga patrón, yo crioque lo mejor hubiera sido que nos juéramos por el camino rial, es que ya ve que las lluvias no tiene muncho que pasaron y por onde vamos es pura brecha y camino pa’ burros. Si usté quere, tovía nos podemos ir pa’l camino rial.
Ante la negativa del dueño de los baúles que a pesar de estar amarradas brincaban en la caja de la carreta a cada movimiento de ésta, siguieron por el rumbo de La Lechuguilla, pasaron ya con la noche encima por La Estancia. El mozo decidió acampar cerca de un arroyo, en las cercanías de Juanchorrey.
-No se ve nada y es muy peligroso meternos así a la sierra. Orita hay harto lobo, mejor cómase sus gordas y un tasajito pa’ que procure descansar. Hay que tener la lumbrada prendida por si los coyotes, los lobos o los crestianos. Cualquier cosa que oiga o vea, truénele a la escopeta.
Durmiendo y vigilando a ratos pasaron la noche, y en la madrugada del siguiente día comenzaron a subir la sierra del Venado. El camino no estaba hecho para carretas, y además con las recientes lluvias abundaban los lodazales. Las mulas tiraban del carretón, a base de latigazos y todo tipo de maldiciones y palabras raras.
-Hay un ranchito que le dicen “El Mastranto”, vamos a ver si podemos sestear ahí, pero como le digo, está bien cabrón el camino, ¿ya vido cuántas vueltas y vueltas hemos echao? Hasta parece que no avanzamos nada.
Y sí, el camino trazado bordeando riscos y arroyos pareciera que no llevaba a ninguna parte. Con pericia, el mozo manejaba a las mulas para que siguieran la angosta brecha en la que apenas cabía la carreta. En una peligrosa subida, la carreta no pudo avanzar, por lo pedregoso del camino.

-¡Ah qué la chingada! Las mulas no pueden subir por lo empedriegoso. Po’s mire. Bájese y póngale piedras a las ruedas atrás, pa’ que no se nos vaya el carro, yo voy a varejoniar a los animales pa’ que caminen. Suelte las de atrás, pero procure amarrarlas en algún árbol pa’ que no se nos vayan.
Don Lorenzo hizo lo que le pidió el carretonero y a veces empujando los dos, lograron que fuera subiendo el carro. Ya casi al llegar a la cima, las mulas castigadas dieron un fuerte tirón que hizo que la carreta se estremeciera y se rompiera el tablón trasero. ¡Y los preciados baúles salieron disparados, botando contra las piedras y peñascos! Los golpes los destruyeron parcialmente.
-¡Ave María Purísima! ¡Pero mire nomás! ¡Trayemos una muertita!- Dijo el mozo mientras sacaba su sudado y moqueado paliacate para taparse la nariz, pues el cadáver que venía dentro de uno de los baúles, que estaba emplomado en su interior había quedado entre unas piedras, ya en avanzado estado de descomposición. Intentó acercarse, pero don Lorenzo con un grito se lo impidió.
Él mismo quiso acomodar los restos dentro del baúl, pero fue imposible, porque estaba completamente despedazado, sus maderas se habían convertido en astillas, las láminas de plomo se rompieron. Ante la azorada e inquisitiva mirada del mozo, dijo:
-Mire buen hombre. Sí, traíamos a una muertita, fue mi esposa y me hizo jurar que cuando muriera la trajera a Monte Escobedo, donde quería que reposaran sus restos. Murió en Zacatecas, pero dicen que falleció de una enfermedad infecto-contagiosa y querían quemar su cuerpo. Me las arreglé para traérmela a escondidas en ese cajón cubierto de plomo. No quise pasar por las garitas de los pueblos donde seguramente me detendrían y no me dejarían cumplir con la última voluntad de mi mujer. Lo demás usted ya lo sabe.
-¿Enfermedad infecto qué…? ¿Quere decir que a lo mejor su infección se nos pega? No siñor, yo me arriendo pa’ Jerez y voy a dar parte a las actoridades. Eso que ha hecho ha de estar muncho muy penao por la ley, y yo no voy a ser su cómplice. Ya vé, a uno de probe se lo joden en la cárcel, usté como quera, como tiene harto dinero. Ahora entiendo por qué la prisa de llegar al Monte, sin pasar por las garitas de Tepetongo y Huejúcar. No, yo de aquí me arriendo… quédese con su apestosa muertita.
-No amigo, espérese, no me deje solo. Le pagaré bien. Mire, en el otro baúl vienen joyas y ropas y un cofrecito con toda mi fortuna, le doy lo que me pida, pero no me deje solo con el problema.
-Po’s lo que quería la dijunta muertita, era discansar en Monte Escobedo, ya estamos en terrenos del menucipio, así que yo crioque lo mejor es escarbar aquí a un lado del camino, donde la tierra no esté piedregosa y podamos abrir un buen agujero. Mire, mientras busco un buen lugar, usté ponga las mulas al fresco, pa’ que descansen. Acomode el cuerpo de la dijuntita también en la sombra y tápelo con algo, pa’ que no jieda tanto. Es más, saque los triques del otro baúl y ahí meta a la muertita.
El mozo se ató su paliacate en la cabeza, para que le cubriera la boca mientras trabajaba, y mientras empezó a excavar, don Lorenzo hizo todo lo que le pidió. De rato le estuvo ayudando a darle amplitud y profundidad al agujero. Cuando vieron que estaba bastante hondo, hasta donde se los permitió el tepetate, depositaron el baúl restante, con el cuerpo de la esposa de don Lorenzo, y muchas joyas en su entorno.
Lo cubrieron con tierra y con piedras, para que los coyotes y lobos no lo desenterraran. Los pedazos de madera del otro baúl los recogieron y los tiraron en un crecido arroyo en las cercanías. Ya era tarde cuando se sentaron a descansar.
-Oiga patrón, ¿y ora qué hacemos? ¿le seguimos pa’ delante o nos devolvemos? Total, ya su muertita quedó descansando debajo de esos encinos. Usté dígame y mañana temprano le seguimos.
-No. Tú te devuelves con el carretón. Nomás déjame una mula para irme por ahí. Le das a tu patrón lo que creas conveniente y lo demás es para ti, para que me guardes el secreto-. Dijo mientras le daba dos talegas de monedas de oro que había sacado de un cofre de madera que estaba en el segundo baúl.
-Ta güeno, yo jamás de los jamases diré a naiden lo que ha pasao.
Por la madrugada, se despidieron como afables amigos. Don Lorenzo se perdió en la sierra, montando a pelo una mula. Y el mozo desandó el camino en la carreta.
Después, nadie supo que pasó con Lorenzo Escobedo, algunos dicen que se perdió en la sierra y que se lo comieron los lobos allá por el río del alicante, otros aseguran que lo vieron por rumbos de Nayarit.
El mozo que había guiado la carreta guardó el secreto por varios años, pero en una borrachera que se puso habló de más, y de esa forma muchos conocieron esta historia. Les atraía el relato de la muerta enterrada con sus joyas, cerca del camino al Mastranto, cerca de un arroyo y bajo unos encinos… pero les daba miedo ir a buscar ese tesoro porque temían contagiarse de la enfermedad que llevó a la tumba a la mujer.
Como cuarenta años después, un general que se posesionó de una hacienda cerca de Tepetongo, andaba con sus soldados por el rumbo persiguiendo cristeros. Alguien le platicó la historia de la muerta del baúl y hasta le aseguró conocer el lugar exacto del entierro. Ordenó que los zapadores cavaran zanjas para encontrar el que suponía era gran tesoro.
Uno de sus segundones le preguntó: -Mi general, ¿no tiene miedo de infectarse de la rara e incurable enfermedad de la difunta?
Y éste con su tipluda y ladina voz contestó: -No, yo no, si acaso, se van a infectar los que están haciendo los hoyos. A mí que me den el dinerito y las joyas y ya. Si se los lleva la chingada, pos’ que se los lleve. Ya les tocaría.

Refieren los lugareños que el mencionado general no encontró nada, nomás quedaron los hoyos como recuerdo.

jueves, 14 de agosto de 2014

LA DILIGENCIA DE LOS SÁNCHEZ CASTELLANOS (Segunda parte)


La diligencia que había partido esa madrugada de Zacatecas iba con retraso, y es que don Lorenzo Escobedo pagó generoso flete para que le transportaran dos grandes y pesados baúles cuyo contenido quedó en el secreto guardado gracias a unas cuantas monedas de oro que pasaron de manos del dueño de los baúles a las manos del encargado de las diligencias. Se tuvo que cambiar el tronco de caballos por uno de mulas para que pudieran con el tirón, porque también llevaban diez pasajeros, más el cochero, el ayudante y el corredor.
Además los rayos de una rueda trasera se dañaron, por lo que tuvieron que parar cerca del ranchito “Las Cocinas” mientras que el carpintero de la Hacienda de Malpaso repuso los rayos y revisó las demás ruedas. Y para acabarla de fregar, en la posta de Las Cocinas no hubo mulas de repuesto, por lo que volvieron a cambiar por caballos.
Como el terreno era llano en su mayor parte, el viaje transcurrió en calma, si se le puede llamar calma el escuchar las gruesas interjecciones que de cuando en cuando el cochero dirigía a los animales, mismas que acompañaba con chasquidos de un gran látigo y que eran festejadas ruidosamente por los borrachines que viajaban en el techo de la diligencia.
A López Velarde le tocó viajar en diligencias de postín, porque escribe: “…y va la diligencia fatigosa / sobre la sierra, y van los postillones / cantando bienandanza o desamor, / súbita surge la lección esbelta / y firme de tus torres, y saludo / desde lejos tu altar…” (A la patrona de mi pueblo).

El carruaje paró en un sitio llamado “Las Hacienditas”, donde un par de guardias saludaron al cochero que se bajó del pescante y los saludó afablemente.
-¿Qué pasó compadre? Llega casi con tres horas de retraso. Ya casi es hora de comer. Su pasaje ha de venir bien molido.
-En la nochecita le cuento, cuando acabe su turno, sirve que nos echamos unos pulquitos en la plaza. Nomás viera qué ganas traigo de un buen curado.
-Po’s nomás diga. Ya sabe que los compadres no se dejan morir solos. Y ¿qué trai en la diligencia? ¿No trai contrabando como de costumbre? Jabón, tabaco, o algo escondido por ahí…
-No compadre, ya sabe que cuando cargo algo le aviso pa’ que usté saque también tajada. Traigo las sacas del correo, el equipaje de los pasajeros y po’s nomás…
-¿Y esos velizotes que vienen atrás y adelante? ¿Qué train? Dígale al dueño que baje pa’ revisarlos.
Al llamado del cochero, don Lorenzo bajó y al preguntarle sobre la propiedad de los baúles, contestó que eran de él. Cuando el guardia de la garita le indicó que los bajaran y abrieran para revisar su contenido, se lo llevó aparte y algo le dijo, mientras le daba unas monedas que el guardia escondió rápidamente, mientras hacía gestos de afirmación con la cabeza.
-Po’s sígale compadre, que ya la comida ha de estar fría en el Hotel Oriente. Todo está bien. Solo que va a haber un problema a lo que veo.
-¿Qué problema compadre? A ver dígame…
-Que el río traí muncha agua. Y su carro como viene de cargado a lo mejor se clava en el vado. Si quere le presto el guayín, ese de ahí, nomás me ayuda a enganchar las mulas. Mientras vayan subiendo toda la carga que trai, en especial esos velizotes, que si siguen en la diligencia van a llegar bien moja’os.
En un carretón de cuatro ruedas, tirado por dos mulas acomodaron toda la carga. Don Lorenzo estuvo muy atento a lo que se hacía con sus baúles, y decidió acompañar al ayudante del cochero en el carretón, para no descuidar ni un momento su equipaje.
Así, la diligencia pasó el río grande, que entonces sí era grande y ancho. Y no había puente. Atrás el carretón, controlado por el ayudante, que se daba vuelo gritándoles a las mulas todo el vocabulario aprendido del cochero, intercalando de vez en cuando palabrejas de su particular cosecha. Perros y niños que salieron de sabrá Dios donde y en ruidosa algarabía siguieron a los carros que con su ruidajo alertaban a la amodorrada y pequeña ciudad de Jerez. Entraron por la calle de San Luis y luego dieron vuelta por la calle del Refugio, parando frente al hotel Oriente, propiedad también de don Antonio R. Castellanos y socios.
Todos los pasajeros reclamaron sus equipajes. Algunos se dirigieron al interior del hotel, atraídos por el olor de la comida y en busca de habitaciones para alojarse. El señor Escobedo llamó al cochero:
-¡Oiga! Yo necesito ir hasta Monte Escobedo. De aquí, ¿cómo le hago?
-¡Újule! ¡Eso sí que va a estar bien cabrón! Pa’l Monte no hay modo. Mire, la diligencia del correo que va a Tlaltenango nomás sale los sábados muy temprano. Esa lo dejaría en Huejúcar. Ya más cerquita, pero no crioque lo quera llevar con esa carga tan pesada. No. Esa diligencia es ligera, nomás lleva el correo y cuando muncho a seis viajeros. Como el tronco es de cuatro caballos, no va a poder con sus triques.
-¡Necesito salir hoy mismo para allá! ¿No hay otra forma?
-Po’s la única forma es que rente un guayín como este y con cuatro mulas. Aunque es muy incómodo, porque va a resentir el camino, que como es sierra, está muy malo. A veces puritita brecha. Y es que en lugar de dar güelta hasta Huejúcar, nos vamos por la sierra de Juanchorrey, por el camino de los arrieros
-¿Y dónde puedo rentar el guayín que me dice?
-Po’s mire, Aquí hay carros, pero hasta mañana se los rentan. Es que todos los animales los descansan para que tengan bríos en la madrugada. Y si de veras le urge, po’s dígale a mi compadre, alcabo ya está su equipaje arriba del carro… Dígale, estas mulas están frescas. Y si salen en una hora pueden aprovechar toda la tarde. Campean un rato en la nochecita y muy temprano le siguen. Quen quite y mañana anocheciendo ya estén allá.
-Vamos con su compadre, a ver si jala con el carretón.
-Mire, deje que vaya uno de los postillones, al’cabo les gusta correr, sirve que descansan estas mulas y se traen otras dos y un cochero y un guardia.
-¿Y el guardia pa’qué? Yo voy en el pescante con el cochero.
-Po’s si sabe y trai armas no se hable más. Le digo, es que el camino está muncho muy feo, y además hay bandidos, de esos que le llaman “tulises”. No quera Dios y se los encuentre...


LA PRÓXIMA SEMANA CONCLUYE…

viernes, 8 de agosto de 2014

LA DILIGENCIA DE LOS SÁNCHEZ CASTELLANOS

Primera Parte
Los pasajeros de la diligencia que partiría del mesón de Jobito en Zacatecas hacia Jerez, estaban desesperados porque ya eran casi las cinco de la mañana y su transporte no salía.
-¡Cochero! ¿Qué pasa que no salimos? ¡Ya casi sale el sol y no acaba de acariciar sus animales!
-Dispense usté su mercé, pero es que como va la diligencia llena y un hijo de la chingada lleva dos baúles bien pesados como si estuvieran llenos de piedras, tuvimos que cambiar el tronco, en lugar de caballos llevaremos mulas pa’ que aguanten el tirón siquiera hasta Las Cocinas. Y hay que enjaecear bien a las mulas pa’ que tironeen parejo.
-Po´s ese hijo de la chingada al que te refieres soy yo. Y pobre de ti, arriero, de que algo les pase a mis baúles.
-No les pasará nada su mercé, van bien amarrados, uno atrás con la cuera y el otro abajo del pescante, onque yo opino que mejor debería rentar un guayín de cuatro ruedas pa’ llevar sus petacas, porque son mucho peso pa’ la diligencia.
-Po’s ora te friegas, porque ya pagué su transporte y el mío y me las vas a entregar en Jerez, limpiecitas, nada les debe pasar. ¿Oíste?
-Si patrón, pero eso va a estar bien cabrón, si hasta usté se va a llenar del polvo del camino, contimás esos pesados baúles que van afuera. Y ya trépese, que en un momentito salimos.
Momentos después, la tranquilidad de la calle de Tacuba era herida por el insoportable ruidajo que hacían las ruedas de la diligencia al chocar con el empedrado y los gritos del cochero que animaba a las ocho mulas que tiraban del carruaje. El corredor, que iba adelante del vehículo excitaba también a gritos a los animales para que no pararan de trotar. En esa ocasión, tuvo que ser cambiado el tronco de la diligencia de la flamante compañía “Sánchez Castellanos” porque llevaba 13 pasajeros: 6 acomodados en el interior, 4 sobre el techo, el cochero y su ayudante en el pescante, además del “corredor” que en ratos se trepaba a los estribos para descansar. Y por si fuera poco llevaba las valijas del correo, que entonces eran muchas y voluminosas, además del equipaje y carga muy pesada, entre la que estaban los dos pesados baúles de don Lorenzo Escobedo que pretendía establecerse en la región de sus antepasados, allá por Monte Escobedo, y que cuidaba celosamente su equipaje, como si llevara algo muy valioso.
-¡Mulas hijas de la chingada, muévanse cabronas! ¡Orale méndigas, muevan esas chingadas patas! ¡Erria! ¡Pinchis bestias, muévanse! ¡arre! ¡Parece que no tragaron desgraciadas!-. Y así, entre gritos, maldiciones y latigazos, la diligencia había agarrado camino a Jerez por el rumbo de la hacienda de Cieneguilla.
-¡Eh cochero! ¡Recuerde que dentro de la diligencia van tres damas! ¡No sea tan hocicón! ¡Modere su vocabulario!- gritó uno desde el interior del carruaje.
-¡Mire catrincito! Véngase al pescante pa’ que les rece unos padresnuestros y unas avesmarías a los animales pa’ ver si los mueve! ¡Y si no le gusta bájese a la chingada o tápese las orejas con cera o con lo que pueda pa’ que no me oiga! ¡Yo les grito a mis mulas, no a usté, así que no se dé por aludido!- Y luego de la aclaración, siguió el concierto de maldiciones que parecía disfrutaban a plenitud los animales, que hasta paraban más las orejas para escuchar con claridad todos los adjetivos que a gritos les dirigía el cochero.
Las grandes ruedas de madera, cubiertas con gruesos cinchos de hierro chocaban continuamente contra las piedras del mal formado camino, y al pasar por los múltiples hoyancos se movían hacia los lados como si quisieran salirse de los ejes. Los pasajeros del interior soportaban estoicamente todos esos bruscos movimientos y hasta aprovechaban para despedir atoradas flatulencias de acuerdo con el ritmo y ruido del carruaje. Las mujeres se tapaban la nariz con un pañuelo, como si con ello pretendieran tapar la entrada de polvo o malos olores, y sonreían levemente cada que escuchaban las gruesas interjecciones del cochero.
Quienes viajaban en el techo del vehículo, pasajeros de segunda, iban felices con las piernas colgando al aire, y pasándose la botella de aguardiente que uno de ellos precavidamente había llevado, celebrando con estruendosas carcajadas los nominativos dados a las mulas para que siguieran su trote.
El ayudante, agarraba las riendas de la diligencia cada que el cochero escanciaba de su pachita de cuero (una especie de anforita). Tenía a su cargo la palanca del freno que usaba cuando el camino estaba muy sinuoso, muy pedregoso o los animales tomaban gran velocidad.
El corredor, le daba sombrerazos a las mulas guía cada que podía, a la vez que las llenaba también de cariñosos adjetivos. Sus gastados guaraches de tres correas sonaban a cada zancada que daba como si pisara sapos.  Acostumbrado a esas andanzas corría delante de la diligencia para ir revisando el camino, y se devolvía para informar el estado del mismo, y corría delante de las bestias para que no pararan.
Ya llevaban como cuatro horas de recorrido, cuando el cochero paró por completo el carruaje, bajándose del pescante y revisando las ruedas.
-¡Y ora! ¿Qué pasa cochero? ¿Por qué para?- preguntaron. Y el cochero rascándose la cabeza contestó, mientras revisaba una de las ruedas traseras:
-Po’s una rueda ya se dañó. Se le han quebra’o varios rayos. No aguantó el peso.
-¿Y a poco nos vamos a quedar aquí? ¿Qué vamos a hacer? ¿No podemos seguir aunque sea al pasito?
El cochero, ya dirigiéndose a todos, haciendo altavoz con las manos, gritó: -¡Una rueda del carro se ha dañado! El corredor va a ir a Malpaso que está aquí abajito, para el sur, poco menos de media legua pa’ traerse al carpintero de la hacienda. No se va a tardar mucho, así que los que queran destullirse las patas, bájense. Y los que queran almorzar, váyanse caminando hasta aquel ranchito. En “Las Cocinas” hay gallina asada, leche recién salida de la vaca, huevos y quen quite hasta frijolitos.
-¡Oiga! ¿Y también venden guachicol? Po’s ya se nos acabó el que trayíamos.
-Sí, sí hay. Pero a escondiditas lo venden. Nomás pregunten por doña Pascasia y cuando la encuentren le dicen que van de parte mía.
La mayoría de los pasajeros decidieron caminar a Las Cocinas, no así don Lorenzo que se quedó a cuidar sus dos baúles. De mucho rato, llegó el corredor acompañado del carpintero de la hacienda, que venía montado en un caballo, y ya llevaba varios rayos de madera hechos, señal que frecuentemente eran solicitados sus servicios.
Tuvieron que descargar la diligencia para hacer el cambio de rayos, cosa que no le gustó mucho a don Lorenzo, porque entre todos los que ahí estaban a duras penas bajaron su equipaje. Con ayuda de su herramienta el carpintero arregló la rueda, revisando las otras y además llenó los mazos y  ejes de untura para que la fricción los dañara menos.
Luego del obligatorio descanso y cargar de nuevo la diligencia continuaron su viaje. –En Las Cocinas nomás cambiamos las mulas y recogemos a la gente y nos vamos pa’ Jerez. Ya el camino está más llano y menos pedregoso.
Como no había mulas disponibles en el corral de posta, cambiaron por caballos –al cabo ya no era mucho el esfuerzo necesario- y subieron a sus pasajeros, incluyendo a los que fueron por guachicol. Los viajeros notaron que a los caballos no les gritaba el cochero igual que a las mulas.
-Los caballos son más decentes. Las mulas de por sí son bien cabronas y desentendidas. Onque las mulas son mucho más fuertes, son muy rejegas y hay que moverlas a chingadazos.
El trayecto del rancho donde se hizo el cambio de animales hasta Jerez fue más agradable, porque el camino estaba plano, sin tanto hoyo y piedras. Los caballos trotaban muy parejitos. Los pasajeros del interior fingían dormir. Las mujeres usaban sus abanicos pretendiendo alejar el infernal calor que adentro de sentía, y sentían ellas más con sus abultados y oscuros ropajes. Quienes iban en el techo ya acusaban los efectos de la borrachera combinada con una insolación, pero ya a lo lejos se distinguía la sierra de Los Cardos. En un par de horas llegarían a Jerez…

¿Qué pasó con los baúles de don Lorenzo Escobedo? La próxima semana se los cuento.