viernes, 16 de noviembre de 2012

LA CIUDAD HAMBRIENTA


Las hordas villistas que se enseñorearon de Jerez durante la revolución solo causaron que se acabara el pequeño comercio e industria familiar que aquí había, que emigraran los que pudieron, que murieran los que no pudieron huir. Los villistas que se alternaban en el poder solo querían sentirse poderosos y hacerse de ranchos, casas y de dinero. No les importaba el bienestar de los jerezanos, así que las epidemias se sucedían unas a otras.
En elegantes fincas los soldados hacían sus cuarteles; costales y costales de maíz eran tirados en las banquetas para que comieran los caballos, pero era más el que pisoteaban y desperdiciaban. En una ocasión, el cabecilla Dionisio García ordenó a sus hombres que les dieran maíz a los caballos en frente del mesón de San Luis. Y pa’ pronto sacaron varios costales de ixtle llenos de maíz y los tiraron en la calle. Un anciano se le acercó al jefe villista. –“Señor don Nicho, perdóneme mis palabras. Pero no desperdicie el alimento. Ora verá que se nos va a venir un hambre, que Dios nos tenga de su santa mano”.
El cabecilla se burló del viejito y dándole un fuetazo lo tiró al suelo ordenando a sus hombres que le dieran de tragar maíz al viejito. –“Señor, no puedo, ya no tengo dientes. Por vida de su santa madre no me haga esta humillación”. Riéndose, los villistas hicieron que tragara el grano sin importarles las lágrimas de impotencia del anciano, el cual fue asesinado luego a balazos y su cuerpo quedó ahí, coloreando de rojo el maíz que en grandes cantidades tiraron por la calle de San Luis.
Y como dijera el anciano, en 1916 el fantasma del hambre se unió a los demás fantasmas creados en los años de lucha y comenzó a hacer de las suyas. Además los soldados de cualquier bando acababan con cuanto animal encontraban en su camino, sin imaginar que ellos serían también los afectados. No se conseguía nada, aparte de que los billetes valían un día y al siguiente no. Las monedas de plata eran las más estables. Una medida de maíz (5 litros) valía en plata un peso y en papel de 20 para arriba. Los revolucionarios jerezanos no se quedaron atrás y don Justo Ávila emitió su moneda: unos cartones con valor de cincuenta y veinte centavos, a los que el vulgo dio en llamar “las palomas del tío Justo”.
En los primeros meses el maíz y el fríjol comenzaron a escasear, las antaño señoriales mansiones se encontraban convertidas en cuarteles, sus lujosas salas y salones servían para apacentar la caballada. Los ricos comerciantes habían emigrado, otros con menos suerte, eran muertos ante la ambición de algún jefe pseudo revolucionario (como Nicho García o Daniel Vanegas quien festejó su cumpleaños con una gran matanza). Los ranchos estaban deshabitados, pues sus moradores se vinieron a Jerez con la esperanza de encontrar más medios de sustento y algo de protección. La agricultura no existía, porque quien quisiera sembrar tendría que contar con protección militar, cosa imposible. El gobierno estatal no pudo enviar apoyos a Jerez, sufriendo un saqueo desde el viernes de dolores (14 de abril) por parte de Sabino Salas, Dionisio García, Justo Ávila y su gente. En ese lapso (22 días), lujosos muebles fueron convertidos en leña, antiguos libros y documentos quemados. En los últimos días de ese mes comenzaron a caer las primeras víctimas de la hambruna.
Restablecido el gobierno, se trataron de poner en práctica medidas de salubridad sin éxito. Los primeros días, en el Registro Civil tomaban nota de tres a cuatro decesos, mismos que fueron aumentando hasta treinta y cinco diarios en el mes de octubre. Nadie estaba a salvo (el mismo personal de la Jefatura fue suplido varias veces, pues también sufrían los efectos de hambre).
Sentados bajo los portales y en los jardines, muchos indigentes esperaban alguna ayuda que nunca les llegó. Ahí acuclillados morían. Por doquier eran encontrados cadáveres en caminos, mesones, plazas, calles, etc., diariamente en dos carretones se recogían los cuerpos que se encontraban en la vía pública y en grandes fosas del panteón de Dolores y de la Soledad eran echados, cubriéndolos solo con una delgada capa de cal.
Niños de tierna edad se pasaban el día recogiendo cáscaras para darles la segunda pasada. Las cáscaras de tuna eran roídas hasta quitarle todo lo comible. Dicen que en ese entonces se inventaron las máquinas de tortear, porque donde se oía el palmoteo se juntaba la gente a pedir un taquito. No faltó quien hubiera que denunciara donde tenían maíz y entonces por la fuerza lo sacaban y seguía el saqueo. También hubo familias que repartían lo poco que tenían para aliviar en algo la necesidad de los jerezanos, tal es el caso de las hermanas Mier, Conchita y Virginita, en cuya casa (en la calle del Espejo) se repartía comida todos los días. Grandes filas de pedigüeños se formaban en las afueras de su casa, hasta que salía Dimas (así se llamaba el cocinero) y les daba su ración.
Según anotaciones existentes en los archivos del Registro Civil, el noventa por ciento de quienes murieron ese año fueron víctimas de “diarrea”, fiebre intestinal, dolor de costado o hidropesía (no había quien extendiera certificados de defunción indicando las causas reales de las muertes). Pero las actas que más tristeza da ver, son las que especifica que la causa de la muerte era “por hambre”.
Nopales, mezquites y magueyes contribuyeron a alimentar a los pocos jerezanos que habían resistido durante mas de tres meses los estragos de la falta de comestibles, de la insalubridad, de la pobreza y de la inseguridad. Los cueros de cananas, huaraches y zapatos eran convertidos en “apetitosas” sopas que al menos servían para “traer algo calientito en la panza”. De la hacienda de Malpaso enviaban mezcal (cabezas de maguey tatemado), que también servían como alimento.
La ciudad estaba lánguida, muchas de sus fincas completamente derruídas (como la Jefatura Política), algunos de sus edificios dañados por las balas, los emplomados barandales deshechos por el efecto de los cañonazos. Pequeñas casas también se reducían a escombros ante el abandono de sus habitantes muertos quizá. Muchos ranchos desaparecieron, así como quienes los moraban.
Aproximadamente en la región de Jerez, más de nueve mil personas murieron en 1916, victimas del hambre, la peste o cayeron abatidos a balazos. López Velarde entonces escribió:

“…Mejor será no regresar al pueblo,
al edén subvertido que se calla
en la mutilación de la metralla.

Hasta los fresnos mancos,
los dignatarios de cúpula oronda,
han de rodar las quejas de la torre
acribillada en los vientos de fronda.

Y la fusilería grabó en la cal
de todas las paredes
de la aldea espectral,
negros y aciagos mapas,
porque en ellos leyese el hijo pródigo
al volver a su umbral
en un anochecer de maleficio,
a la luz de petróleo de una mecha
su esperanza deshecha….”
               Ramón López Velarde

VEINTE DE NOVIEMBRE: INICIO DE LA REVOLUCION MEXICANA ¿?


 “Héroe es una persona que realiza una acción valiente y muy bien agradecida”. Y de acuerdo con ese sofisma, me puse a buscar a jerezanos cuyas acciones los hicieran recibir el nombramiento de héroes en la revolución. Pero, no encuentro ningún personaje…
Me proponen que recuerde a Lino Rodarte… pero este jerezano símbolo de nuestra naturaleza campirana, nada tuvo que ver con las luchas fraticidas que comenzaron en 1910. Fue muerto mucho tiempo antes, luego de una gacha felonía que le fabricó su rival en amores don Cruz Avalos, en marzo de 1886. Su padre, don Felipe Rodarte, sufrió calladamente por 25 años la humillación que le hicieron sentir las autoridades porfiristas y hacendados, que a todo momento le recordaban que su hijo había estado fuera de la ley. El rico ranchero que ofrecía el peso de su hijo en reales por su vida falleció de fiebre el 6 de Marzo de 1911 a las nueve de la mañana y fue sepultado en el panteón de San Juan.
¿Podrían ser héroes revolucionarios los miembros del club antireeleccionista jerezano que comulgaban de las ideas de los Flores Magón? Los historiadores nos hablan de José Othón Cabral, Luis Brilanti, Jesús Lazalde Castañeda, Catalino Hernández, Florencio Berumen, Marcelino Ozuna, Nicolás Aguilar y Benjamín Berumen que fueron detenidos por tropas del general Jesús Aréchiga, así como gente al mando del temido Juez de Acordada Cruz Avalos y de Goyo Morales, jefe de los carnitas. Desgraciadamente no hay más datos sobre estos preclaros hombres que ya pensaban en un Jerez diferente.
¿Podría ser héroe revolucionario J. Isabel Tovar, quien con su tropa “maderista” tomó Jerez en la madrugada del domingo 21 de Mayo de 1911? A pesar de que estuvo desde ese día hasta el sábado 27, de que impuso un préstamo forzoso a los comerciantes jerezanos, de que liberó a los presos, de que permitió el saqueo de varios comercios y el “montepío”, no se sabe nada más de su actuación en la revuelta maderista. Solo que volvería a la plácida vida hogareña y moriría años después en Abrego.
¿Serían héroes los soldados Pedro Ureño de El Cargadero y Candelario Urbina que defendieron sus vidas y murieron asesinados a manos de la gente de Isabel Tovar en la madrugada de ese 21 de Mayo? Solo estaban cumpliendo con su deber y desquitando su raquítico sueldo sin saber a qué se enfrentaban.
Jacinto Carlos, fusilado por los villistas.
¿Podrían ser héroes don Jacinto Carlos y sus hijos que encabezaban la defensa que se había organizado para proteger a la ciudad de las tropas villistas de Pánfilo Natera? Ellos protegían su patrimonio –fruto del trabajo de muchos años-, así como el de muchos jerezanos, que estaban desorientados, pues la revolución había triunfado ya con la ascensión de Madero al poder, y luego de la fatídica “Decena Trágica” había surgido la “contrarrevolución” en que nadie sabía quien estaba en lo justo, en lo legal. Ramón Carlos –así como muchos valientes jerezanos- murió el fatídico 19 de abril de 1913 a manos de los soldados de Natera. Un año después, luego de la toma de Zacatecas, don Jacinto Carlos y otro de sus hijos serían fusilados por tropas del rencoroso Pancho Villa.
¿Serían héroes todos esos jerezanos que impotentes veían morir a sus familias a manos de los combatientes, que no se sabía casi nunca en qué bando andaban? ¿Serían héroes esas madres de familia que llorosas le daban sepultura a sus pequeños hijos o esposos que fallecían por la hambruna y epidemias resultado de esas guerras sin sentido? En los archivos hay infinidad de registros en los que cuando se hace referencia a las causas de muerte solo dice “por hambre”.
¿Podría ser considerado héroe el sacerdote José del Refugio Gallardo y su madre doña Clara Barrientos asesinados arteramente por el “general revolucionario” Daniel Vanegas y quemados de manera vil y cobarde en una caldera?. El delito del sacerdote fue el proteger los bienes que le fueron encomendados y que a pesar de la situación de inestabilidad política mantenía trabajando en beneficio de la gente pobre de Jerez.
¿Podría ser llamado “héroe” ese general Vanegas que se sumó a la vorágine de intensas luchas por el poder y que en realidad en lo menos que pensaba era en el cambio del país, ya que sus intenciones eran conseguir poder, riquezas y mujeres? Entre sus méritos están los asesinatos de gente pacífica, noble y trabajadora, como don Cuco Peña –dueño de la finca del lado norte del Santuario- a quien sacó enfermo del consultorio del doctor Villalobos; de don Ignacio Acosta y de don Ignacio Rodríguez, sacrificados frente a sus familias, sin importarles súplicas ni lágrimas ni nada. De doña Marianita Salinas, a la que de manera brutal asesinó a balazos frente a la casa de don Hilario Llamas, por la calle del Espejo. De don Enrique Raygoza quien tenía su comercio en la calle nueva y lo mataron a cuchilladas y balazos solo para no pagarle lo que habían consumido. De doña Rosa García Rincón, viuda de Severiano del Río, que se enfrentó con valentía a los “revolucionarios” para proteger la honra de su familia. De doña Ma. Guadalupe Rivero, viuda de José Julio Berumen, que se opuso a las atrocidades del general Vanegas y sus secuaces.
¿Podría considerar como héroe revolucionario a Dionicio García que al mando de su gente cometió cuanta tropelía se pueda uno imaginar, incluidos asesinatos de hombres, mujeres y niños y que por 22 días hizo un saqueo generalizado de Jerez?. Según algunos historiadores, 1920 se da como fecha en que concluyeron los enfrentamientos bélicos. Pero… todo quedó igual… o peor. Ambiciosos caudillos armaban intrigas para hacerse del poder y seguía el merequetengue, como hasta la fecha.
Nuestra ciudad estaba en franca agonía, y un grupo resuelto de jerezanos emprendió la difícil tarea de no dejarla morir. Se restableció el comercio, aunque ya sin los grandes capitales de principios de siglo. Las calles quedaron como testigos de lo que había acontecido: barandales en los que el mordisco de las balas era notorio, así como edificios semidestruídos o semiquemados… los empedrados que embellecían las calles, destruídos, arrancados y trozados los cables de telégrafo y teléfono… todo lo que antes hablaba de modernidad fue destruido por la barbarie de villistas, carrancistas, maderistas, obregonistas, huertistas, orozquistas y deje de contar…
Hospital Civil. Quedó completamente en ruinas.
El moderno y recién construido mercado de carnes que estaba en la plazuela Reforma, el hospital civil, así como el hospital de los Sánchez Castellanos y la capilla del Diezmo fueron algunos de los edificios que murieron en esa hecatombe. El Teatro Hinojosa que también había sido incendiado se salvó gracias a la oportuna intervención de los jerezanos que apagaron como pudieron el fuego, ante la mirada indiferente, burlona y vigilante de los soldados villistas de Pánfilo Natera.
¿Serían héroes de la revolución, esos jerezanos y jerezanas que se dedicaron a reconstruir de sus ruinas a nuestra ciudad?
En mi opinión muy personal, las luchas que se dieron en la década de 1910-1920 no pueden ser consideradas como benéficas para Jerez, pues la transformación radical en todos los aspectos fue completamente negativa. Deberían pasar muchos, pero muchos años para que Jerez sanara sus heridas.
LA CARTA. Como ya sabía, mi presidente no leyó la carta que le dediqué. Y tanto que me esforcé para redactarla. Aunque lo más importante se logró: que los jerezanos la leyeran y así dejar constancia de la forma de trabajar de la policía municipal, especialmente del patrullero que el domingo 4 traía a su cargo la unidad 124. Me aconsejan haga llegar mi queja a Derechos Humanos o presente una denuncia en el ministerio público. Ninguna de las dos cosas procede. Derechos Humanos a lo más que llegaría es a emitir una “recomendación” que para nada sirve. Y la denuncia en el ministerio… me reservo mis  comentarios. Lo que sí creo que es gacho que nosotros los jerezanos que vivimos aquí, que pagamos predial, impuesto sobre la renta, sobre el trabajo, iva y demás, estemos manteniendo a estos sujetos que en lugar de hacer el trabajo que se les encomienda en el Bando de Policía y buen gobierno se dedican a otras actividades.