sábado, 26 de febrero de 2011

LOS TUNELES DE MALPASO

El Templo de Malpaso.
Hace varios días fui a Malpaso, a la ceremonia en que se develó su escudo de armas, con motivo de celebrar los 450 años de su fundación. Ahí me encontré con el prestigiado doctor J. A. Humberto Vargas Alonso quien es reconocido como un eminente microhistoriador de esa población. Platiqué también con don Miguel Trueba Padilla, una enciclopedia andante, poseedor de una extensa colección fotográfica heredada de su padre y enriquecida por él.
El Dr. Humberto Vargas y yo, presumiendo su libro.
El Doctor Humberto Vargas presentó en esa ocasión su tercer libro sobre Malpaso “Una Hacienda de abolengo”, de ahí y de la plática con don Miguelito entresaqué lo que hoy ofrezco:
La Hacienda de Santa Rosa de Malpaso vivió sus mejores años de esplendor durante los más de cien años que la poseyeron los Gordoa (desde 1815 hasta 1913). Cuentan que sus trojes nunca se vaciaban y eso que cada tres días una caravana de carros partía a Zacatecas a depositar en una bodega el producto de la Hacienda.
Su construcción fue de recia manufactura, como aún se puede ver en los muros del Fuerte (conocido como El Caracol) que se hizo allá por los lejanos años últimos del siglo XVI, y como se puede ver en las muy gruesas paredes de las trojes y casa grande.
La gente del lugar afirma que una extensa red de galerías subterráneas que atravesaba todo el casco de la hacienda se fue construyendo ¿con qué fin? Resguardo, protección y escape.
Entrada de la troje de la Sma. Trinidad.
Las primeras referencias que hay sobre los túneles se escriben durante la invasión francesa. El martes 5 de abril de 1864, mientras los galos fusilaban gachamente al héroe liberal hidrocálido José María Chávez y a sus compañeros a un lado de la troje de “La Divina Providencia”, don Antonio María y don Francisco Gordoa escapaban por el túnel. Se metieron por la puerta secreta que se dice existe en la casa grande y fueron a salir por la troje de “La Santísima Trinidad” y para no perderse fueron guiados por el abuelo de don Luis Rodríguez “Caraveo”.
Hay una historia confusa acerca del famoso “Paco Pelón” o “Pichichea”, Francisco de Paula Gordoa de Ruiz Esparza, quien estuvo secuestrado en Zacatecas por seis años en una casa de la familia Gordoa, y pasó otros seis años en una pequeña habitación que tenía poco más de 2 metros de ancho por 6 y medio de largo, y diez metros de altura. Platican que con Francisco se enamoró de una hermosa mujer zacatecana. Y como era feo, más feo que yo, la dama no lo pelaba; le mandaba costosísimos regalos, y nada. Convenció a los papás de la dama y ellos dieron su anuencia para la boda, misma que fue anunciada, pero la ingrata, pérfida, perjura y demás, prefirió irse de monja. Y eso hizo que don Paco se volviera loco. Otros cuentan que se volvió loco porque sus mismos familiares lo despojaron de sus bienes, obligándole a firmar la cesión de la hacienda.
Don Francisco murió sin atención médica, y fue velado en los pasillos de la casa grande. Solo estuvieron presentes la servidumbre y algunos jornaleros. Fue sepultado en el panteón de Malpaso, pero más tardaron en enterrarlo que la gente en exhumarlo, buscando su fortuna. Platican que muchos buscaron su oro y encontraron la muerte como doña Julianita, don Pancho, don Esteban y Manuel Valenzuela. Esteban Almaraz mencionó que existen cinco cajones llenos de monedas de oro que él vio, cada vez que fue llevado por un espantoso fantasma al lugar, este se las mostraba, pero era tanto su pavor que ya no quería riqueza sino librarse de aquel espíritu que lo atormentaba día y noche. Dicen que aún lo ven en el fortín del caracol.
El fortín de el caracol.
Don Miguelito Trueba Padilla, me platicó que cuando venían a las tientas de los bravos toros de la ganadería de Malpaso los ricos hacendados de la región, entre ellos don Antonio Llaguno, los Ibargüengoytia y Belaunzarán se encerraban a brindar hasta una semana en el túnel que tenía una cava infinita, todo un pasillo saturado del mejor vino del mundo para festejar los envíos (los vaqueros tardaban varios días en el traslado).
Cuando ya se rumoraba que la División del Norte venía con toda su gente, don Benjamín Gordoa reunió al personal en la casa grande para indicarles que debían guardar todos los objetos de valor de la mansión. Desde cuadros de pintores famosos, ornamentos, baúles con finas ropas, cubiertos de plata, cerámica, jarrones de porcelana, hasta armamento que fue guardado por don Juan Padilla, escribiente de la hacienda. Fue abierta una puerta  secreta, por donde bajaron los sirvientes. Abajo encontraron otra puerta “con trampa” cuyo mecanismo blindado puede matar a una persona  si no sabe cómo destrabarlo. Tras esa puerta estaban otros cuartos donde fueron depositando los objetos y bienes. Duraron varios días en bajar todo y al término se les arrancó el juramento que por su vida no dirían nada a nadie de aquella pequeña puerta y lo oculto en el subsuelo. Luego se procedió a llenar con piedras y tierra el acceso.
La antigua Caseta. Foto de don Miguelito Trueba.
Al escribano de la hacienda (abuelo de don Miguelito) se le encargaron otros dos trabajos: guardar la gran fortuna en monedas de oro y plata, y en una alacena los copones, cálices y candelabros de oro del templo de la Hacienda. (En la parte superior de la alacena se marcó un cáliz o una cruz y “quedó rasita de puro oro”). Cuando don Benjamín se fue a México, se selló el acceso a ese recinto y nadie volvió a entrar. Se cuenta que en una ocasión el capellán del templo consiguió la información y se aventuró a la búsqueda  encontrando la pequeña puerta y llegó hasta el escalón diez y seis, pero a partir de ese momento, por las noches escuchaba pasos, y cadenas arrastrando cerca de su dormitorio lo que le orilló a volver a aterrar el lugar para no tener ya más tan macabros encuentros.
Interior de lo que fue la Casa Grande.
El Dr. Humberto Vargas en su libro precisa que “otro magnífico tesoro se localiza en el callejón del Porvenir”. Un tal Sebastián de los Ríos guardó 2,500 rubíes, 2,000 monedas de oro e infinidad de barras de ese metal. La seña es una piedra grande y plana que está en la entrada de la casa cuyo último dueño fue don Pascual Espino. Se encuentra el pequeño túnel cobijado por una losa y protegido en pequeñas cajas de tesoro, los lingotes fueron repartidos en dos casas de una de las cuales ya se extrajeron cerca de diez lingotes depositados en un Banco de Guadalajara”.
Luego de la partida de don Benjamín Gordoa a la ciudad de México, la Hacienda comenzó a desmoronarse, ante los embates constantes de los revolucionarios primero, luego ante la desmedida ambición de los agraristas que no le dejaron al propietario ni siquiera el terreno necesario para que un burro pastara. Cuando llegó el general Anacleto López, se dedicó a excavar por doquier en busca de las riquezas que se suponía estaban (o están ocultas) en algún lugar de la Hacienda. Después, la casa grande fue vendida en pequeñas fracciones, y ahora es poco, muy poco, lo que se puede ver del esplendor que tuviera hasta principios del siglo XX esa sólida unidad productiva. La riqueza en testimonios históricos, fotográficos y orales es muy grande y estudiosos historiadores la están aprovechando, cosa que no ocurre con Jerez, donde no hay apoyo para este tipo de cosas.
Conviviendo en Malpaso con grandes personalidades.