martes, 15 de septiembre de 2009

LA CORONA DE LATON


Este jueves, Sandra de la Torre publicó en la sección Jerez de “El Sol de Zacatecas” una nota que causó sensación y extrañeza entre algunos jerezanos, pero entre otros no, porque es algo que se conocía desde hace tiempo. La nota precisa que “la corona que porta la patrona de los jerezanos, no es de oro puro, sino que su confección está hecha a base de una aleación de cobre y latón”.
Precisa Sandra, que en años pasados se envió la corona a limpiarla con unos joyeros jerezanos, y al hacer la prueba con ácido nítrico, se notó que no era de oro, sino de otro metal. Luego la corona fue llevada a Guadalajara con joyeros de gran trascendencia, como Antonio Pizano, quien reafirmó lo dicho por los jerezanos. Por lo que se ordenó que se le diera un baño de oro para que conservara el brillo.
Sabemos que la corona  fue originalmente de oro como consta en varias publicaciones de la época y por testimonios de personas que la tuvieron en sus manos. Cuando el presbítero Carlos Uriel Argüelles entusiasmó a toda la población para la coronación de la imagen de la Virgen de la Soledad allá por 1959 a partir de que se recibiera el breve de la autorización del Papa Juan XXIII, para la confección de la joya, se nombró al reconocido artesano y orfebre don Pascual Torres Báez, quien presentó varios bocetos sobre lo que podría ser la prenda que se le impusiera a la imagen de la Soledad. Y para su manufactura se utilizaron antiguas joyas pertenecientes a la imagen, y que en épocas pasadas habían sido donadas por ricos jerezanos. También se recurrió a la colecta popular, lográndose una importante cantidad de oro y piedras preciosas.
Don Pascual trabajó por casi un año, afinando sus plantillas, probando aleaciones y se dice que cuando la corona quedó terminada, muchos jerezanos tuvieron oportunidad de apreciarla, pues por un tiempo fue exhibida en los aparadores de "Al Ferrocarril" causando la admiración de quienes la veían. Fue en la tarde del 12 de enero de 1961 cuando el Sr. Cura Carlos Uriel Argüelles quitara a la imagen la diadema, y el obispo de Zacatecas Sr. Antonio López Aviña la coronara en medio del entusiasmo de todos los presentes. La Misa pontifical fue celebrada por el Sr. Cardenal José Garibi Rivera, en la explanada de “El llanito” (junto al panteón).
Aquí caben varias preguntas: ¿Si la corona originalmente era de oro, cuando y quien la cambió? ¿Posteriormente sería copiada y sustituída? Hay personas que aseguran que luego de la coronación, le fueron pedidas las plantillas a don Pascual por gente autorizada y que quizá se hiciera una réplica de la corona. Entonces, ¿Dónde estaría la original, la que fabricó don Pascual?
Desgraciadamente, muchos de los objetos para el culto, son donaciones que se hacen de buena fe, y creo que no se lleva un buen registro de ello. Tengo a la mano varios inventarios de las pertenencias del santuario, y todos entre sí, son diferentes, pero no hay documentos o explicaciones a la falta de muchos objetos.

EL PATRIMONIO RELIGIOSO Y CULTURAL SE PIERDE
Los jerezanos somos pasalones, y no nos damos cuenta de cómo van desapareciendo objetos que forman parte de nuestro patrimonio religioso y cultura. Y si nos damos cuenta, es porque “alguien” accidentalmente se da cuenta del faltante.
En los alegres años 70’s todos andábamos gustosos porque se remozarían varios de los edificios más representativos de Jerez, el teatro Hinojosa, la Escuela de la Torre y la casa Museo, para festejar dignamente el año de Ramón López Velarde. Para encargarse de los trabajos el gobierno del estado envió al arquitecto Roberto Félix. Y todo lo que estaba mal parado desapareció en ese tiempo. El óleo en el que se representaba a don Pantaleón y don Isidro de la Torre y que estaba en el cubo de la escalera del edificio de la Torre, se esfumó. Muchos candiles antiguos, portones de madera y algunas barandillas también se perdieron o fueron a parar a lejanos ranchos o lujosas residencias. No quiero afirmar que el arquitecto se las haya llevado, sino que “coincidentemente” en ese tiempo ya no se volvió a saber de ellas.
También por esos años, el santuario de la Soledad y la capilla de María Auxiliadora sufrieron un remozamiento, digo sufrieron, porque la capilla de María Auxiliadora quedó “pelona”. El altar mayor y el candil desaparecieron, así como el púlpito. A lo mejor fueron llevados a otros templos. En el santuario, de entrada cambió la barandilla de latón y en su lugar se puso la de mármol que actualmente conocemos. La otra ha de haber sido vendida como fierro viejo. En ese mismo lapso desaparecieron muchos exvotos pintados en lámina y que databan desde mediados del siglo XIX. Unos dicen que los tiraron a la basura porque nomás estaban haciendo bulto. Aunque, personalmente pude ver retablos de la virgen de la Soledad jerezana en un bazar en la ciudad de México, allá por la Lagunilla, donde los vendían a precios caros. ¿De dónde los sacarían?.
Cosa curiosa: en los inventarios del Santuario del 14 de agosto de 1929 y del 27 de diciembre de 1933, al referirse a la imagen de la Soledad, no dice nada de alhajas, ni se mencionan las aureólas que tenía, ni las bandas, ni los vestidos. Tal vez sería porque en esos años tan violentos fueran resguardadas en casas de particulares que posiblemente se olvidaran de devolverlas después.
Me preguntaban que donde estaba el Hospital Civil a fines del siglo XIX. Bueno, hay que aclarar que en ese tiempo existían dos hospitales: El Hospital de los Sánchez Castellanos, al costado sur de la Capilla del Diezmo, y donde el doctor Villalobos atendía gratuitamente a los pacientes. Y el civil: Una sólida construcción cuyo costo superó al del Edificio de la Torre, ubicado en la última manzana de la calle del Hospicio (entre Guerrero y Alameda). Con la revolución, se acabó el hospital y en los tiempos nefastos en que Francisco M. Cabral fue presidente, vendió primero los barandales, luego la piedra, después las puertas y al último las vigas. El dinero de esas ventas nunca ingresó a las arcas del municipio.


Así lucía el altar del templo de María Auxiliadora, antes de que fuera "pelado". ¿Donde quedó el púlpito? ¿El Santa Sanctorum? ¿Los objetos e imágenes de culto?.

EL ALACRAN DE LA MUERTE


Alguien me reclamó sobre la historia de Lino Rodarte. Que los datos no son exactos, porque el corrido dice otra fecha. Bueno, yo me basé en documentos, en papeles existentes. Incluso poseo copia facsimilar del acta de defunción de Lino Rodarte, y a quien la quiera, con gusto se la facilito. Hay papeles también sobre las propiedades de los Rodarte y de Cruz Avalos. Y la versión del corrido es la más antigua que he encontrado, dudo que haya otra. Aparte, existen documentos de tipo religioso, testimoniales, etc. Por eso insisto, un investigador histórico no es una persona que esté en los eventos políticos o culturales como relleno en los presídiums, ni un copista cualquiera, ni un hacedor de discursos chafas. Un investigador histórico anda siempre en busca del documento, de la foto, del archivo, de la plática que le permita ir enlazando los hilos tan frágiles de la historia. Por cierto, la historia de la “Rosa de Oro perdida” que apareció en este semanario el 16 de agosto, es de mi autoría, porque ya otros se andan adjudicando ese trabajo y lo han presentado como propio en otros lares. ¡Que pinchis!
Me aventaron un torito, el otro día que andaba de bohemio. Me dijeron que si era tan chingón y si escribía en “El Alacrán” debería saberme la leyenda de la celda del alacrán.
Po’s picadito de la cresta busqué entre mis libros y encontré varias versiones, creo la más completa es la de don Manuel Lozoya Cigarroa, del meritito Durango, que aquí presento sintetizada:
EL ALACRAN DE LA MUERTE
A fines del siglo XIX, existió en la antigua cárcel de Durango la celda que llamaban “De la muerte”, nombrada así, porque al desgraciado que ahí metían, lo sacaban bien frío y con las patitas por delante.
La leyenda habla que en la hacienda de Cacaria vivía un muchacho llamado Juan, al que le apodaban “sin miedo” pues había demostrado su valentía en muchas ocasiones. Era un muchacho afable, bondadoso, dispuesto siempre a ayudar al prójimo. Sucedió que un perro rabioso andaba en friega por toda la hacienda. La gente se encerró en sus casas, pero el maestro de la escuela, desconocedor del asunto, dejó salir a los niños en cuanto pasaba el chucho espumoso.
Juan contemplaba eso desde su casa y mirando el peligro, descolgó su escopeta y disparó al animal. Pero en ese momento se atravesó una señora para proteger a sus niños. Y ¡papas! Le atinó en el mero pecho. Juan salió pero ya la señora se sacudía por las convulsiones de la muerte. De todos modos, Juan alcanzó a matar al perro con un hacha.
Luego luego llegaron el cura y el hacendado y se cargaron a Juan, a quien no le dieron chanza de nada, se lo llevaron a Canatlán, partido al que pertenecía la hacienda. Ahí duró poco, pues lo trasladaron a Durango, porque su delito ameritaba 20 años de prisión. No hubo quien lo defendiera. Aparte Juan no sabía leer ni escribir, así que menos iba a saber que su caso era defendible porque se calificaba como homicidio imprudencial y podía tener su libertad provisional o bajo fianza. Así que el presidiario trató de hacer llevadero el tiempo, cumpliendo de la mejor manera las órdenes que se le daban.
La vida en esa prisión era insoportable. En pequeñas celdas vivían cinco o seis personas. Y junto al área de defecación se comía, se dormía y se tenía que vivir indefinidamente. La única ley respetable era la fuerza bruta. Cuando la persona enfermaba, se curaba sola o se moría. El plato y el tazón donde se comía nunca se lavaban porque no había agua disponible para ello. Los piojos, pulgas, chinches, cucarachas y demás bichos amigos de la inmundicia, tenían magníficas condiciones ecológicas para su desarrollo. Ahí como en todos los momentos del devenir biológico no existían mas que dos alternativas: adaptarse o morir, máxime que a todo aquel que constituía un problema carcelario o de conducta, era llevado a una celda especial que en la cárcel de Durango en aquel tiempo le llamaban la “Celda San Juan” rememorando las celdas de tormento del penal del castillo de San Juan de Ulúa en Veracruz.
Esa celda se encontraba en el rincón más húmedo y oscuro, sus paredes no estaban estucadas o revocadas, los agujeros y hendiduras entre piedra y piedra de la pared era madriguera de arañas, tarántulas, alacranes, ratas, pulgas, piojos, chinches, cucarachas y demás sabandijas propias de la oscuridad y el desaseo. Nunca se hacía el aseo en ese calabozo y la puerta estaba confeccionada y construida a prueba de luz y aire, de tal manera que aquel lugar solamente se iluminaba y se ventilaba cuando se abría la puerta para sacar o meter a algún desgraciado. El calor en ese lugar contaban que era insoportable por la falta de ventilación, la luz totalmente prohibida, el poco aire que contenía el ambiente, era mal oliente y falto de oxigeno. Generalmente a los que castigaban en San Juan después de dos o tres días de estancia allí, los sacaban inconscientes por la falta de oxigeno y por el hambre, ya que, era norma no darles de comer todo el tiempo que permanecían encerrados.
Sucedió que un día de 1884 se encerró en el calabozo a un reo que riñó con un carcelero. En la mañana siguiente lo encontraron muerto. A partir de esa fecha todos los que ahí encerraban morían. Desde entonces le llamaron “El calabozo de la muerte”. Cuando llegaba a la cárcel un preso político, con recomendación especial de eliminarlo, se le encerraba en el calabozo y al día siguiente amanecía murto sin señales de asfixia ni de violencia, lo cual era favorable para las autoridades, que podían decir que murió de preocupación y pena o que ya venía enfermo.
Pronto aquel calabozo adquirió fama fatal, y nadie quería ni siquiera escuchar su nombre. No se sabía de qué morían las víctimas. Corrían rumores de que aquel calabozo estaba poseído por el diablo. Otros más decían que el aire, las paredes y el piso se encontraban impregnados de gases muy venenosos que provocaban la muerte. Y no faltaba algún carcelero que aseguraba haber visto salir o llegar sombras o bultos a la celda maldita a medianoche.
El hacendado de Cacaria solicitó a las autoridades carcelarias que se deshicieran de Juan sin miedo, pues los trabajadores de la hacienda estaban descontentos por su detención, ya que decían que él había actuado de buena fé y la señora se atravesó.
El director de la penitenciaría, propuso a Juan el que aceptara quedarse una noche en la celda maldita. Si al otro día aún vivía, quedaba completamente en libertad. Juan, abrigaba la esperanza de descubrir el misterio que envolvía aquel calabozo, y solo solicitó para quedarse un sarape, un banco de tres patas, una docena de velas de cebo grandes y una caja de cerillos. Al entregarle eso, la puerta de la mazmorra se cerró quedando Juan dentro de ella resuelto a descubrir el misterio. Se sentó en el banco de madera, encendió su primera vela y se dispuso a pasar las horas. Pero las velas eran muy delgadas y se consumían rápidamente, por lo que a las doce, cuando apenas habían pasado seis horas, se llenó de temor porque ya le quedaban solo dos velas. Pensó que cuando se le acabaran, ya sin la defensa de la luz, sería atacado por lo que mataba a los hombres en esa bartolina. Optó por apagar la luz y encenderla al menor ruido. Dejó pasar el tiempo pero el miedo lo venció y prendió la luz, registrando cuidadosamente el piso, las paredes y el techo del calabozo, cuando divisó un alacrán grandote, avinagrado, como de treinta centímetros de largo con la cola parada, ya listo para atacar. El alacrán se escondió porque no conocía la luz, pero Juan se horrorizó pensando que era el diablo en forma de arácnido.
Juan seguía prendiendo y apagando sus velas, y cuando faltaban tres horas para que amaneciera, con mucho temor vio que solo le quedaba la mitad de una vela. Entonces quería gritar, golpear la puerta, pedir auxilio, pero nadie lo escucharía ni nadie se lo daría. Pensó luego que se la iba a jugar, apagaría la vela y dejaría que bajara el alacrán. Lo atormentaba el pánico al pensar que a la mejor encendía la vela ya cuando fuera demasiado tarde. Se acostó sobre el piso esperando por buen rato. Cuando encendió un cerillo para prender el último cabo de la vela, vio que el alacrán estaba en el piso, a menos de un metro de distancia. Antes de que este huyera, se quitó su sombrero de palma de falda ancha y con cuidado de no errar, lo arrojó lentamente sobre el arácnido. Y al sentir que lo había aprisionado, puso el banco de tres patas sobre la copa del sombrero para que hiciera peso y no escapara su venenosa presa. Ya, seguro de lo que había hecho, apagó el cabito que le quemaba los dedos y sentado sobre el banco esperó que llegara la madrugada. Pronto, dos camilleros y un carcelero se oyeron en la puerta. Iban a recoger el cadáver de Juan para enterrarlo.
La celda se iluminó con la luz de la mañana Juan con modestia después de saludarlos les dijo: Ayúdenme a sacar una cosa que tengo aquí. Es un alacrán muy grande que es el que ha matado a todos los presos que han muerto en esta celda. Al animal lo atraparon vivo y poniéndolo en un enorme frasco de vidrio, lo mandaron como ejemplar raro al Museo Nacional de Historia Natural, en México, DF., donde por mucho tiempo se exhibió con esta inscripción al calce: “El Alacrán de la Cárcel de Durango”. El calabozo dejó de ser “La Celda de la Muerte” y se conoció luego como “La Celda de San Juan”. En la actualidad no existe la cárcel que se menciona y a la distancia de un siglo, se perdió el lugar exacto de los acontecimientos, quedando entre los duranguenses, solamente el recuerdo de este relato.
¿¿LES GUSTÓ??

LA HISTORIA DE LINO RODARTE

Charro jerezano de finales del siglo XIX,
aclaro, NO es Lino Rodarte
Me comentan que en mis relatos de la revolución incluya la historia de Lino Rodarte. Debo aclarar que este mítico personaje no vivió en tiempos de la revolución, sino en la segunda mitad del siglo XIX. Los paisanos, principalmente los que viven del otro lado, brincan de gusto cuando escuchan el “corrido de Lino Rodarte”, el cual se ha deformado completamente y ya poco queda de lo que fueron las “mañanitas” originales.
LA HISTORIA DE LINO RODARTE
En la oscuridad de los tiempos se está perdiendo la figura real de Lino Rodarte, pues ni sus mismos descendientes se ponen de acuerdo sobre cuando nació o murió, afortunadamente el rescate documental sobre su existencia está en marcha, y por ello sabemos que don Felipe Rodarte contrajo matrimonio en segundas nupcias con doña Paula Mejía allá por 1854, y el 23 de septiembre de 1855 nació su primer hijo al que bautizaron como el santo del día, “San Lino”.
La familia Rodarte Mejía no era muy acaudalada, pero tenían sus buenas propiedades por el rumbo del ranchito del “Señor de Roma” (llamado así porque se veneraba a un pequeño crucifijo que se decía había sido traído desde la Ciudad Santa). Lino, al crecer, acostumbrado al campo, se acomodó como caballerango en el rancho “El Sotolar”, dependiente de la Hacienda de Nuestra Señora de la Soledad de Abrego. Dicha hacienda tenía fama por la bella crianza de caballos que poseían.
Se dice que don Manuel Buenrostro -que era el propietario en turno- estimaba mucho el trabajo de Lino, y éste aprovechaba su trabajo para ir conociendo todas las rancherías de la comarca, donde al tiempo ya era muy requerido por su habilidad como jinete, y su también habilidad para enamorar a guapas rancheritas.
En la silla Presidencial del país estaba el general Porfirio Díaz, quien trataba de conseguir a toda costa la paz social con el exterminio de las bandas de asaltantes que por doquier abundaban. Estas bandas, formadas por viejos soldados o exmilitares, escoria de las guerrillas que en 1865 le hicieron ver su suerte negra a los invasores franceses. Al terminar la guerra muchos militares y combatientes fueron licenciados, y ante expectativa de no tener otro recurso para ganarse la vida, optaron por robar, violar o matar a los indefensos viajeros que sorprendían. Tanta era su temeridad que en ocasiones arrasaban pueblos enteros, imponiendo “préstamos” forzosos, quemando casas, violentando mujeres, etc. Ante ese panorama Díaz organizó una feroz ofensiva en contra del bandidaje, creando las fuerzas rurales policiacas mejor conocidas como “policías acordadas” o “carnitas”, cuya misión era el lograr el total exterminio de bandidos. La acordada tenía facultades para fusilar sin miramientos ni juicios a todos aquellos que fueran señalados con el estigma de sospechosos. Con esas atribuciones, se rodeó de una fama negrísima, gentes inocentes eran fusiladas, tan solo por oponerse a los desmanes de los “carnitas”.
Don Cruz Avalos Basán no podía ser la excepción y todos los hacendados de la región estaban encantados con su manera de conservar la “paz pública” y el buen orden en la región. Don Cruz era oriundo del valle de Valparaíso donde había contraído matrimonio, del cual tenía dos hijos: Diego y Fabiola.
Fabiola era un digno ejemplar de la mexicana belleza, y como continuamente visitaba a sus familiares en Valparaíso, pronto Lino Rodarte amistó con ella. Pero para entonces la fama de mujeriego era mucha, don Cruz decidió cortar por lo sano, exigiéndole a su hija que no lo volviera a ver y a Lino rogándole encarecidamente que no hiciera desdichada a su hija Fabiola y se alejara de ella.
Pero a pesar de ello, Lino continuaba enamorando a la hija del jefe policiaco, y siempre que venía a Jerez a visitar a su tío Benito Mejía que vivía en una vieja casona de la tercer manzana de la calle de Tres Cruces, se daba sus vueltecitas por una casa propiedad de don Cruz Avalos, frente a la Plaza de toros “La Reforma”, y aprovechando la oscuridad de la noche “toreaba” al padre de la muchacha para estar con ella.
Cansado de las burlas y de que sus peticiones no tuvieran eco, don Cruz tomó otra decisión: inculparía a Rodarte de todos los robos sufridos en las haciendas. Esto lo hacía proscrito de la ley y además lo ponía como candidato a ser fusilado y luego colgado por las fuerzas de la Acordada. Para ello comenzó a tejer una negra historia sobre el que consideraba su enemigo. Nunca faltaban viajeros que aseguraban haber visto a Lino capitaneando una banda de asaltantes que les quitaban hasta los calzones.
Por tal motivo, varias veces estuvo Rodarte a punto de ser detenido por los “carnitas” y siempre, gracias a su conocimiento de los vericuetos serranos había logrado huir, por lo que los jefes políticos habían ya perdido el interés en su aprehensión.
La hacienda de Ameca, propiedad de los hermanos Landa poseía fama de tener muy buena cría de caballos, fama que hacía que contínuamente compitieran con los de Abrego suponiendo cada quien que tenían los mejores equinos de la región.
Don Manuel Buenrostro ofreció dirimir la eterna discusión con una carrera, utilizando los más veloces ejemplares de cada hacienda. Fuertes cantidades de dinero fueron apostadas, pero el orgullo de los hacendados era mucho, por lo que convinieron en matar el caballo perdedor y entregar la zalea de éste al dueño del ganador.
Un hermoso caballo “cuatralbo” (con las cuatro patas blancas) representaba a la hacienda de Abrego, mientras que los hermanos Landa presentaban un imponente azabache.
Con todo el nerviosismo, gritos y cosas que se estilaban, se realizó la carrera. Posiblemente haya sido mejor caballo el de la hacienda de Ameca, pues logró el triunfo, aunque su buen trabajo le costó.
Don Manuel Buenrostro se resistía a matar su caballo y entregar la zalea, por lo que pidió a Lino Rodarte “se llevara el caballo unos días y lo escondiera en Jerez”.
Lino cumplió con lo encargado y poco después, luego de atravesar la sierra, llegaba a Jerez, entrando a la ciudad por la calle de Tres Cruces, dirigiéndose a casa de su tío Benito, a quien le recomendó le guardara el caballo en uno de los corrales de su casa y se lo cuidara, mientras él iba al rancho de sus padres.
Entre tanto, al ser requerido del pago de la carrera, don Manuel cubrió religiosamente todas las apuestas, pero al serle pedido “el cuero” del caballo, indicó que no lo podía entregar porque se lo había robado un caballerango llamado Lino Rodarte, y que él pensaba andaría por la sierra.
Ni tardos ni perezosos, los hacendados de Ameca se dirigieron con don Juan Francisco Amozurrutia, Jefe Político de Jerez, pidiéndole la inmediata aprehensión del “cuatrero” Lino Rodarte, para lo que ellos ofrecían mil pesos en oro como recompensa.
Enorme gusto le dio a don Cruz Avalos esa noticia y se prometió utilizar todos los recursos disponibles para echarle el guante encima a quien él consideraba un peligroso asaltante y cuatrero, además de “enemigo personal”.
Hay quien afirma que las mujeres despechadas son peligrosas y no perdonan alguna traición, y fue precisamente de una antigua amiga de Lino de quien se valió don Cruz para tenderle una trampa a su odiado rival.
Don Cruz Avalos prometió utilizar todos los recursos disponibles para echarle el guante encima a quien él consideraba un peligroso asaltante, además de “enemigo personal”. Hay quien afirma que las mujeres despechadas son peligrosas y no perdonan alguna traición. Y fue precisamente de una antigua amiga de Lino de quien se valió don Cruz para tenderle una trampa a su odiado rival. Avalos prometió una casa en Jerez y quinientos pesos en oro a esta mujer si les daba datos precisos para localizar a Lino y ayudarles a capturarlo. Así, quedaron de acuerdo en que ella haría lo posible de asistir a una boda que se celebraría en unos cuantos días en Las Bocas del Cargadero y al bailar con Lino ella les señalaría quien era a los agentes que convenientemente disfrazados estarían al acecho.

Año de mil ochocientos,
ochenta y seis al contado,
ya Murio Lino Rodarte,
que Dios lo haya perdonado.

Ya salieron las “cordadas”
ya salieron otra vez,
ya tomaron preso a Lino
en un rancho de Jerez.

En el rancho El Cargadero,
en una boda afamada,
andaba Lino bailando
cuando llegó la “Acordada”.

Llegó la “Acordada” al baile
más de noche que de día,
toditos bien disfrazados
que “naiden” los conocía.

Lo agarraron las “cordadas”
le cayeron de sorpresa,
tres culatazos le dieron
con el rifle en la cabeza.

Indagaba el comandante
a ver quien lo conocía,
-Yo no soy Lino Rodarte
yo me llamo Juan Mejía.

Ay –le dice la Acordada-
pues su nombre no se quite.
Usted es Lino Rodarte
y su padre don Felipe.

Luego dice el comandante:
-Dame, Lino, tu pistola.
Más la saca preparada
soltando un tiro a la bola.

Lo sacaron del fandango,
lo sacaron entre seis,
le decía el juez de “acordada”:
-Camínale pa’ Jerez.

Lo pasearon por el rancho
donde estaba su querida,
-Vírgen de la Soledad,
quítale mejor la vida.

Ora sí que se lo llevan,
lo llevan por el camino,
toda la gente decía:
-Ya van a matar a Lino.

Vuela, vuela palomita,
vuela y prosigue volando
-Pobrecitos de sus padres
¿Donde lo andarán buscando?

-Ay rancho del Cargadero,
ay qué rancho tan lucido,
que si no lo han entregado
pue’que se les fuera “juido”.

Lo pasearon por San Juan
oyendo su despedida,
Virgen de la Soledad,
quítale mejor la vida.

Vuela, vuela palomita,
anda lleva este mandado,
anda a avisarle a sus padres
que Lino será fusilado.

Decía Felipe Rodarte
en su yegua colorada:
-Ya me voy a ver a mi hijo
que lo lleva la “Acordada”.

Ya le dice el comandante:
-Mira Lino, yo te salvo
tan solo por que me digas
¿on’ta el caballo cuatralbo?

Le contestó mal herido,
y muy triste el pobrecito:
-Ese caballo lo tiene
mi compadre don Benito.

Decía Felipe Rodarte,
con pesares muy cabales:
-Si usted me diera a mi hijo
yo se lo pesaría en “riales”.

Don Francisco Amozurrutia
dice como Jefe que era:
-Si en oro me lo pesaras,
puede que no te lo diera.

Le dan otra puñalada,
luego repiten otra vez
-Acompáñale güerita
del Santuario de Jerez.

Decía su padre Felipe,
con las lágrimas rodando:
-Ya mátenlo de una vez,
no lo estén martirizando.

Rancho del Señor de Roma,
rancho donde ahí fue criado,
han fusilado a don Lino
uno de los más afamados.

Ya con esta me despido
a la sombra de un ciprés
han fusilado a don Lino
en el pueblo de Jerez.

Varias son las versiones respecto a la muerte de Lino, pero lo cierto es que el día 11 de marzo de 1886 fue fusilado y ahorcado. Su tío Trinidad Rodarte logró que el día 13 le permitieran sepultar el cuerpo en el Panteón de la Soledad. Pero aún no estaba satisfecha el ansia de sangre del jefe de la Acordada, pues poco después violando la sepultura, sacó los restos, atándolos a cabeza de silla para arrastrarlos por las calles de Jerez ante la mirada temerosa de los vecinos. Luego de saciar su cruel venganza, los pocos despojos restantes los dejó en un cruce de caminos de Puerta de Chula. Un alma caritativa los sepultó junto a un potrero.
El caballo cuatralbo, pretexto de la aprehensión, se murió de hambre en uno de los corrales de la casa de Tres Cruces. La mujer que entregara a Lino recibió solo doscientos pesos en oro y con ellos se fue lejos, donde nadie la encontrara.
Don Francisco Amozurrutia Rodríguez murió el 24 de febrero de 1887 a causa de grave enfermedad, y don Cruz Avalos fue asesinado cuando las tropas revolucionarias tomaron Jerez el 19 de abril de 1913. Desde la parte superior de la jefatura política fue cazado, dicen que por un amigo de Lino. Su hijo Diego le dio sepultura en el Panteón de Dolores, donde se puede ver un pequeño obelisco con su epitafio, en la parte central del ala sur.

Esta es el acta de defunción existente en los archivos del Registro Civil de la Presidencia Municipal, con lo que se confirman las fechas expresadas en la presente narración.

LA ROSA DE ORO PERDIDA



El 19 de junio de 1971 , Víctor Bravo Ahuja, que era Secretario de Educación, estuvo en esta ciudad representando al presidente de la República. Muchos poetas, escritores y barberos lo acompañaron. Poco después de las 6 de la tarde llegó al Teatro Hinojosa en donde se realizó la premiación de los XXV Juegos Florales “Ramón López Velarde”, que desde 1946 se efectuaran siendo uno de sus más entusiastas promotores Juan José Arreola. El Teatro Hinojosa estaba recién remodelado por el arquitecto Roberto Félix, quien aprovechó grandemente la ocasión e hizo perdedizos muchos objetos jerezanos, como un antiquísimo óleo que ví por última vez en la escalinata del Edificio “De la Torre” en que se apreciaba a don Pantaleón y Don Isidro de la Torre adorando al Santísimo.
En esa ocasión, por celebrarse el 50 aniversario del deceso de Ramón López Velarde, se decidió que la premiación sería aquí en Jerez. Acompañando a Bravo Ahuja, venía el gobernador que era don Pedro Ruiz González, el Lic. Magdaleno Varela Luján, rector de la Universidad Autónoma de Zacatecas, y el Licenciado Ignacio Herrera Mendoza, presidente de Jerez.
En esos juegos florales se esperaba la participación de los más chipocludos escritores y poetas de México y por eso el jurado lo integraron Roberto Cabral del Hoyo, Alí Chumacero, Efraín Huerta, Juan Bañuelos y otros de los meros meros.
25 mil pesos recibió Jesús Reyes Ruiz quien escribió un sentido cuento para la ocasión, cuento que nadie se acuerda de él. Pero, el certamen de poesía se declaró desierto, porque ninguno de los trabajos presentados reunía la calidad, eran chafas, pues.
Para premiar estos Juegos Florales se le hizo el encargo a don Pascual Torres Báez de que confeccionara una “rosa de tamaño natural de oro”, y don Pascual, con todo lo mal hablado y el mal genio que tenía, hizo la joya que quedó en custodia del pueblo jerezano.
La foto de la rosa apareció en los periódicos de la época, y en lo particular me parecía una preciosidad. Después, se dijo que se guardó en una caja fuerte de la tesorería municipal. Las leyendas urbanas decían que un presidente de Jerez la hizo desaparecer. Ahora, se dice que en el atraco sufrido a Tesorería, la Rosa de oro también marchó… ¿Dónde estará esa joya? ¿Tal vez ornando una colección de objetos valiosos? A lo mejor ya la fundieron para malbaratarla…

JEREZ A FINES DEL SIGLO XIX Y PRINCIPIOS DEL XX


La vida de Jerez, sufrió cambios muy importantes con la llegada de la revolución. La pequeña ciudad que albergaba unos 14 mil habitantes, se había distinguido durante los últimos años del siglo XIX y principios del XX por su calidez, hospitalidad y tenía un rasgo que la distinguía: su cultura. Con orgullo los jerezanos oían que en otras latitudes se le conocía como “La Atenas de Zacatecas”, y con justa razón, pues a pesar de lo precario de su economía que se sustentaba en la agricultura, ganadería y comercio, había tiempo para las bellas artes. Muchas familias o amistades se reunían en diferentes casas para leer poesías, relatos, escuchar música, tocar el piano, el arpa, violín y otros instrumentos. Existían en algunos hogares bibliotecas que causarían la envidia nuestra, como la de don León Cabrera, la de la Familia Brilanti que la enriquecía continuamente pues estaba suscrito a un sinfín de publicaciones que semanalmente le llegaban en la diligencia de los Sánchez Castellanos, la biblioteca de la Familia de don Dionisio Félix que vivía en la esquina norponiente del jardín, la de los Escobedo y los Ferniza, y muchas más.
La mayoría de las fincas representativas de la arquitectura civil de las que hoy consideramos patrimonio jerezano, fueron construídas o remodeladas durante estos años. La ciudad en sí, tenía por límites al norte la calle de 3 Cruces y la actual calle Galeana. Por el sur toda la alameda, por el este el río grande, y por el poniente las largas calles de la Fortuna, de las Artes, de las Flores, del Alamo o del Hospital y la calle de la Estrella, en las que se encontraban grandes y productivas huertas regadas por la acequia que venía del canal de los indios y se alimentaba del río grande.
El paseo dominical en la alameda era una costumbre que con agrado habían tomado las familias. En el centro de la alameda había un kiosco de madera en el que la banda de música municipal a cargo del prestigiado maestro don Adalberto Becerra daba el toque musical a este paseo que tenía lugar durante todo el día.
Como todavía no se inventaba el radio, la televisión, el fonógrafo, ni había tocadas, discos, bailongos, arrancones, conciertos de heavy metal, los chavos y chavas se entretenían en otras cosas más productivas, las amas de casa tenían tiempo para las labores del hogar, en la cocina haciendo guisos complicados que hoy son representativos de la cocina jerezana, tejiendo y bordando complicados manteles, servilletas y ropa de cama.
Las lunadas en las huertas y los paseos en las rancherías cercanas eran momentos buscados por los jóvenes jerezanos para acercarse s sus pretendidas, siempre bajo el ojo de águila de los encargados de esos paseos.
Hasta las goteras de la pequeña ciudad se extendían las tierras de las grandes haciendas, como Ciénega, Santa Fé, La Labor, El Tesorero, Juana González, etc. Pero cabe decir que tanto las haciendas como las pequeñas propiedades eran entidades autosustentables. Aunque se vivía bajo el régimen del porfiriato, la vida no era tan dura en las haciendas locales, como en otras muchas del país, donde el peón era explotado o de plano, esclavizado.
En Jerez, hubo gente ilustrada que buscaba el cambio, ante las sempiternas reelecciones de Porfirio Díaz, y se conocía con antelación del movimiento que encabezaría Francisco I. Madero.
Al contrario de lo que dicen algunos seudo historiadores, las guerras fraticidas que iniciaron en 1910 tuvieron efectos devastadores en toda la región. Destrucción, hambre, muerte, dolor, sangre… todos esos elementos se mezclaron en la segunda década del siglo XX. Después seguirían más luchas, por poder económico, por poder religioso, por poder social, mismas que han continuado hasta el presente.
Si queremos conocer nuestro pasado, hay que alejarnos de lo que a fuerza de repetir nos han enseñado en la historia oficial, en la historia de la conveniencia y las mentiras. “Las mejores páginas de la historia las hacen los vencedores”, dicen quienes siguen el modelo americano de recopilar la historia. Pero la microhistoria se nutre de todas las vivencias… de los testimonios de vencedores y derrotados… y eso es lo que buscaremos. A pesar de que el archivo de Jerez sufriera una pérdida total al ser quemado ese fatídico 19 de abril de 1913, hay una riqueza documental muy amplia, que apenas se está rescatando, gracias a los investigadores históricos locales, que de su peculio gastan en documentos, en copias, en investigaciones, en exploraciones, sin nada de apoyo de quien debería hacerlo.
Hay muchos relatos, incontables vivencias de esos años… innumerables historias no hechas públicas todavía, que esperan para ser contadas. A partir del próximo número en este espacio, insertaré historias, narraciones, leyendas, tradiciones y todo lo que tenga que ver con el Jerez de la última década del siglo XIX y primeras del siglo XX.
Invito a todas las personas que domingo a domingo siguen esta sección para que compartan sus testimonios, fotografías y relatos del Jerez de hace 100 años. Quien desee compartir algo, lo puede hacer llevándolo a mi domicilio Reforma No. 51, o escribiéndome a miguel.berumen@gmail.com.
No por ello dejaré de incluir leyendas e historias de tesoros, que se a más de cuatro les agrada leer aquí.

QUE YA ESTÁ TODO LISTO LO DEL BICENTENARIO

Bueno, pues resulta que ya tienen todo estructurado para los festejos del bicentenario, me desmienten, y hasta aseguran que se harán “a todo lo grande”. Como no quiero ser negativo, les deseo mucho éxito. Y que con su pan se lo coman. Pero, soy muuuuuuuy incrédulo, así que estaré (como muchos Jerezanos) atento a que hagan eventos que sean de calidad, como se lo merece Jerez, un pueblo que se supone es culto. A propósito, también me desmienten, porque dicen que SI hay cultura, ya que muchos jerezanos acudieron a ver el ballet de Rusia que NO era de Rusia. Yo entiendo por cultura, todas las manifestaciones que componen lo que somos y sentimos, no únicamente “ir a ver”. Así que no se equivoquen. La cultura no es solo ver y aplaudir. Recuerdo en una ocasión que se presentó en el Teatro Hinojosa una opereta. En los silencios todo mundo aplaudía a rabiar indicando con sus aplausos que nunca habían visto una opereta ni se habían preocupado por enterarse antes de acudir de qué se trataba el evento.
Así pues, a mi modo de entender, cultura viene de “cultus” que se refiere al cultivo del espíritu, de las facultades sensibles e intelectuales de la persona. Una persona “culta” es aquella que posee grandes conocimientos, y no solamente los posee, sino que los comparte, los engrandece con las experiencias de quienes le rodean y lo hace con agrado, no por compromiso o porque le paguen quincenalmente por ello.
Y ya que andamos en estos bretes, agradezco mucho el obsequio que me hiciera don Raúl Carrillo Huízar, una persona que le interesa dejar su legado cultural, por medio de la música. Es el avance de una producción musical, que a mi parecer está muy bien realizada. Temas como “Sueño de Amor”, “Con Devoción”, “Con una sonrisita”, “He vivido sin ti”, “Inalcanzable”, y otras hasta sumar 15. La instrumentación es de primera. Para mi gusto “Sueño de amor” se lleva las palmas. Me imagino que don Raúl ha tocado puertas y puertas, gastado su buena lana, para poder dejar constancia de lo que es su inspiración, que es muy fluída. Tiene ese don especial que por desgracia no ha sido tomado en cuenta por los que pueden ayudarle. Esas canciones que presentará en esta nueva producción, se oyen muy bien. Y se escucharían también muy bien en voces reconocidas, como la hermosa voz de la jerezana URI Ceballos (tampoco reconocida en su tierra). Mis felicitaciones a don Raúl Carrillo, mis deseos que tenga éxito, pues se lo merece, y luego sigo comentando de esto.
LOS TUNELES
Ya tengo mucho que no escribo de túneles, porque me dicen que no existen, que son inventos míos, que son pozos ciegos, que son drenajes gigantes, etc. Yo entendía que los túneles se hacían para salvaguardar la vida cuando había temor por los constantes ataques de insurrectos, inconformes, bandidos, soldados, etc., y recorrían algunas de las más sólidas construcciones que componían la villa o hacienda. En un e-mail me dicen de los túneles en otra ciudad:
“Sr. Berumen. He leído su blog (http://miguelberumen.blogspot.com) y me ha parecido interesante por las narraciones que ahí plasma. Acerca de los túneles, le quiero comentar lo que sé de los que hay aquí, en León, Gto.
Muchas historias antiguas hablan de la existencia de estos, por ejemplo se sabe que de la Casa de las Monas, hay un túnel que va hacia la Catedral, al Santuario de Guadalupe (localizado en un cerro), pasa por el templo expiatorio y hasta el Templo del Calvario (en otro cerro). El Templo Expiatorio es una reliquia arquitectónica, porque tiene catacumbas, las que antes estaban a flor de tierra. En una ocasión, un hermano y yo andábamos por ese lugar y dimos con unas puertas muy raras, que comunicaban a unos pasillos muy oscuros, pero que tenían como dos metros de alto, todos ellos de piedra, de mampostería. Había en algunas paredes, aberturas, como mirillas. En fecha próxima le enviaré copias escaneadas de unos papeles muy antiguos que nos encontramos en una sala subterránea para que enriquezca sus conocimientos sobre lo que se consideran son leyendas urbanas”.
LOS MAPAS FALSOS
Son muy comúnes las historias de asaltantes, que en los últimos momentos de su vida reciben la confesión de algún sacerdote y le confían el mapa del lugar donde tenían guardado el producto de sus trabajos (entonces no había Bancos). El confesor convencía al sentenciado para que le diera santo y seña de las cosas que había hecho, para que San Pedro le hiciera un campito allá arriba. Pero, los curas, al fin humanos, no se quedaban con el secreto confiado, e iban y sacaban el producto de los robos, y mucho de esos botines iba a parar a los templos o en lugares que los propios curas consideraban seguros. Aunque también se dice, que muchos de los sentenciados, cuando se confesaban y daban los datos de donde habían escondido el producto de sus correrías, mencionaban derroteros falsos, utilizando simbología solo conocida por ellos y agregando algún efecto de tipo sobrenatural, una maldición a quien intentara sacar su dinero. Como el mapa de El Tajo, que estaba originalmente entre unos papeles de la Notaría Parroquial, allá por los años 20, y que otra parte tenía en su poder un sacerdote nacido en una comunidad al poniente de ese cerro. Muchos han buscado ese tesoro sin resultados positivos.