viernes, 30 de septiembre de 2016

EL BURRO DE ORO

En esta ocasión les ofrezco un relato sobre un personaje mítico, aclaro que no es de la región, cualquier coincidencia con burros de oro regionales eso será, pura coincidencia…
EL FAMOSO BURRO DE ORO
Francisco Velarde y de la Mora, más conocido en los anales históricos como “el burro de oro” fue un personaje mítico y anecdótico de mediados del siglo XIX cuya vida transcurrió por los rumbos de La Barca, Jalisco y Zamora, Michoacán. Hay genealogistas (como el fementido poeta de los codos negros que presume en Ojuelos, Jal., que es “Director” de sabe qué archivo histórico “particular”) que afirman que está en la lista de antecesores de nuestro poeta Ramón López Velarde.
Francisco de Velarde y de la Mora
Este burro de oro (Velarde, no el archivista que no llega ni a gato), nació en cuna de oro: sus padres fueron don José Crispín de Velarde, notable abogado y prominente miembro del real consulado y de la diputación provincial de 1813, y de doña Josefa de la Mora y Torres, dueña de importantes propiedades y haciendas en una amplia zona entre Michoacán y Jalisco, así como parte del lago de Chapala. Cuando sus padres murieron, toda esa inmensa fortuna quedó en sus manos, ya que solo tenía dos hermanas que desde niñas fueron enviadas al convento.
Y como el dinero es para gastarse, para pronto Velarde lo fue gastando en lujosos carruajes, fincas palaciegas, así como en ornamentada ropa. Todavía en Guadalajara se puede admirar una de las casas-palacios que ahí tenía, muestra notable de la arquitectura neoclásica, en la esquina de las calles Hidalgo y Pino Suárez, donde ahora está el Palacio Legislativo. La quinta Velarde y la espléndida finca de campo en Tlaquepaque, ocupada hoy por el Museo de la Cerámica, estaban exquisitamente amuebladas al estilo europeo.
En La Barca, Jal., tenía su guarida principal: una mansión conocida como “La Moreña”. Ahí hizo plasmar los más bellos murales al temple que existen en todo el país, en pasillos y corredores, debidos al pincel de Gerardo Suárez, el más notable pintor jalisciense de la época (mediados del siglo XIX). La leyenda urbana creada en torno a Velarde, lo pone como un ignorante e iletrado general imperialista, de escasa inteligencia y gran fortuna en oro y plata, cuyos sueños de gloria lo llevaron a tener su propio regimiento y a invitar a conocer sus dominios al emperador Maximiliano.
Los historiadores no tienen gran información sobre sus descendientes, afirman que se casó con Nicolasa Ylicarrituri con quien tuvo cuatro hijos, así como 3 hijos más con otras señoras de nombres Carmen Romero y Praxedis Torres. Se afirma que tenía una vastísima colección de obras de arte, pero todo ello fue expropiado por los “liberales” de la época y prácticamente nada quedó, todo se saqueó, robó y fue mal vendido.
El burro de oro, Velarde fue objeto de una emboscada encabezada por el general Manuel Márquez, quien lo fusiló el 14 de junio de 1867 en Zamora, Michoacán.
Muchas anécdotas y leyendas se le han atribuído, se dice que era tan rico que llegó a comprar mulas de sus propias recuas, porque ignoraba que fueran suyas: En uno de sus frecuentes viajes a Guadalajara, se encontró con una recua de magníficas mulas alazanas. Encantado por aquel hermoso conjunto se encaró con el jefe de los arrieros y trató de comprarlas, pero el arriero se negaba a venderlas a pesar de que Velarde le enseñaba bolsas con monedas de oro. Molesto por las negativas, Velarde le preguntó por el dueño de las mulas, a lo que el arriero contestó: “Po’s la mera verdá, mi amo, yo no sé cómo se llama mi patrón, sólo sé decirle que lo conocemos como “el burro de oro”, lo que ocasionó una fuerte carcajada del patrón y que el atribulado arriero recibiera una buena cantidad de monedas doradas.
Uno de los murales existentes en "La Moreña".
En tiempos del imperio, quiso granjearse al emperador Maximiliano, por lo que continuamente le enviaba valiosos obsequios y la invitación para que fuera a conocer sus propiedades. Maximiliano nunca le contestó que acudiría, pero tampoco le dijo que no, por lo que Francisco Velarde gastó miles de pesos en preparativos. Invirtió fuertes cantidades para dejar en excelentes y palaciegas condiciones la residencia que tenía en la esquina de Hidalgo y Pino Suárez de la perla tapatía. Importó muebles de Europa, adquirió vajillas hechas de plata con incrustaciones de oro. Cuentan que puso a trabajar día y noche a un gran número de sastres y costureras para hacer un enorme toldo, que pretendía cubriera al emperador en su camino desde Guadalajara hasta La Barca, para que “el güerito barbón” no estuviera expuesto a los rayos del sol.
LAS TRES CARGAS DE ORO
Para junio de 1867, el imperio de Maximiliano había llegado a su fin, y por todo el país se había desatado una persecución buscando a todo aquel que hubiera servido al imperio y al intervencionismo para darle su castigo como traidor a la patria.
En Zamora, Michoacán, fue aprehendido don Francisco Velarde y de la Mora, y en cuanto se supo de su detención, llovieron acusaciones en su contra. Gentes que anteriormente se vieron favorecidas por él, fueron de los primeros en indiciarlo. El burro de oro, le pidió el perdón y la gracia de su vida a Benito Juárez, mediante el general Manuel Márquez de León, quien le aconsejó escribiera una carta a Juárez y en ella expuso que a cambio de ese perdón, le daría a la nueva república su propio peso en oro, del que tanto se necesitaba para la reconstrucción de todo el país, devastado por la guerra contra los franceses y conservadores.
Con carácter de urgente, mandó pedir a Guadalajara tres cargas de oro que tenía en su hacienda “La Quinta Velarde”. Inmediatamente salieron de Guadalajara cinco hombres arriando tres mulas cargadas de oro. Refieren que salieron a medianoche, cuando la ciudad estaba en completo silencio y a oscuras. Caminaban a toda prisa, pues tenían que llegar a tiempo a Zamora para obtener la libertad de su patrón. A Ocotlán llegaron por la noche del 16 de junio, en donde durmieron y salieron muy temprano para tratar de llegar ese mismo día a Zamora.
Cuando iban llegando a la hacienda de San Andrés, un jinete los alcanzó para entregarles y leerles un mensaje que les enviaba doña Nicolasa Ylicarrituri, que les ordenaba se regresaran a Guadalajara, pues Velarde ya había sido fusilado, sin que se le diera oportunidad de recibir el salvoconducto de Juárez.
De alguna manera, unos bandoleros se enteraron de la carga que llevaban y los venían siguiendo desde su salida de Ocotlán. El asedio era notorio, por lo que los arrieros enterraron el oro en las faldas del cerro de San Andrés, dicen que a dos varas de profundidad junto a un gran zalate (el zalate es un árbol muy frondoso y de larga vida) y después de enterrado el oro llenaron los sacos con piedras y siguieron su camino con rumbo a la hacienda de San José de las Moras, también propiedad del mítico burro de oro. Los bandoleros los alcanzaron y al dominarlos y abrir los costales, se dieron cuenta que los habían engañado, llenos de furia los acuchillaron y asesinaron, aunque luego se arrepintieron porque no tuvieron quién les dijera dónde habían escondido el oro. El mensajero -como iba montado en buen caballo- puedo escapar y referir lo acontecido a su patrona doña Nicolasa. Según la Leyenda estas tres cargas de oro aún permanecen en ese lugar entre San Andrés y Jamay cerca del antiguo camino real y bajo un gran zalate.