viernes, 11 de julio de 2014

EL COFRE DE MADERA DE SÁNDALO

LA FÁBRICA DE MUEBLES FINOS Y CARRUAJES “EL PROGRESO”
A fines del siglo XIX y principios del XX, dominaba la región el emporio comercial “Juan P. Escobedo Sucesores”, dueños de la Compañía Industrial de Fósforos, además de “El Palacio de Cristal” y el negocio de telas de don Ignacio Escobedo en el Portal de los Escobedo. Propietarios también de la fábrica de cigarros “La Nacional”, mediante la cual impulsaron por un tiempo el cultivo del tabaco en la región, que luego se utilizaba para fabricar cigarros de papel de arroz y lino.
La fábrica de muebles “El Progreso” era dirigida por Andrés M. Buhr, localizada en la calle de la Parroquia, en el número 24, finca que en 1896 compraron a Francisco Llamas Carrillo, y en esa fábrica utilizaban maderas finas del aserradero de La Tinajita, cercano a Monte Escobedo. El aserradero tenía excelente maquinaria, además de una estufa y secadora para el desfleme de la madera. “El Progreso” tenía como anexos una pequeña fábrica de aguarrás y otra de espejos.
Además, en la ciudad de Zacatecas, en el Portal de Rosales No. 2 tenía su sala de exhibición y venta de carros, carretones, carruajes finos y corrientes, muebles, catres de madera y fierro con colchón de alambre, maderas de todas clases desecadas en estufas especiales, duela, etc. Allá se anunciaba como “Carrocería y Mueblería Americana”
Los precios de sus artículos no estaban al alcance de cualquier paisano, pues un carro de cuatro ruedas, con capacidad de 4 mil 602 kilos costaba 450 pesos. Uno de la mitad de capacidad costaba $ 250. Los carretones de dos ruedas andaban entre los 220 y 80 pesos. Un guayín express de seis asientos se vendía en 500 pesos, un faetón de cuatro ruedas con capacete de cuero costaba 450. 
En el apartado de muebles, fabricaban ajuares para despacho, tapizados, imitación búfalo a 230 pesos. Ajuares finos tapizados de boret y felpa 450 pesos. Chaise longues, (como sofás y sillones) tapizados imitación bufalo $ 50. Roperos grandes de  madera de sabino a solo 40 pesos. Aguamaniles con tocador $ 13. Burós entre finos carpeta imitación mármol $ 6. Mesas de centro, carpeta imitación mármol $ 6. Sillas de todas clases, maderas, fierro, untura para carros y carruajes, etc.
Andrés M. Buhr y los hermanos Escobedo en su Fábrica de Muebles de Jerez.

EL ALSACIANO ANDRÉS M. BUHR
Don Luis Escobedo, principal propietario de este emporio comercial, le tenía mucha fe al alsaciano Andrés M. Buhr. Alsacia es una región de Francia, situada al este del país, en la frontera con Alemania y Suiza. William Buhr y Sophia Nonenmaker vieron con tristeza como su hijo Andrew M. Buhr se embarcó para no regresar más,
Andrew llegó a Nueva York y de ahí partiría con destino a la ciudad de México. Pero al llegar a Zacatecas, Escobedo le ofreció buen trabajo dirigiendo la fábrica que se instaló siguiendo los consejos de Buhr, quien además de ebanista, conocía mucho sobre la herramienta y maquinaria moderna.
El franco-alemán se quedó en Jerez y se casó con Aurelia Robles Maldonado. Al menos hay datos de tres de sus hijas: Rosa María, Ma. Aurelia y Aurora. Falleció el 22 de junio de 1912 a la edad de 59 años. De su familia poco se sabe luego de la revolución. Tal vez emigraron a otras tierras, como muchas otras gentes que salieron de Jerez solo con lo que traían puesto. En 1914, el gobierno del municipio le embarga la casa que fue de su propiedad, en la primera cuadra de la calle de la Parroquia, por falta de pago de contribuciones.
EL COFRE DE MADERA DE SÁNDALO
Poco tiempo bastó para que don Luis Escobedo advirtiera cómo crecía y se modernizaba su industria mueblera y carrocera bajo el mando de Buhr. Entonces le hizo un obsequio: un cofrecito de madera de sándalo, recubierto en su exterior con baqueta con caprichosos diseños repujados, como los hace el afamado talabartero Carlos Berumen, además con sus herrajes dorados y el interior de terciopelo rojo.
-No se vaya a molestar por este pequeño obsequio, pero es en prueba de mi gratitud porque ha trabajado con mucho entusiasmo y ha puesto sus conocimientos a favor de mi empresa. Dirá que cofres como este puede hacer miles, que para eso es ebanista. Pero este, lo que lo hace diferente, es que está lleno de monedas de oro que le servirán para que su estancia en Jerez sea agradable, sin carencias de ningún tipo.
El alsaciano sonrió, como negándose a recibir el cofre, diciéndole a don Luis que él se sentía muy satisfecho con su paga, y además con las comisiones que le daba. Que era mucho más de lo que él esperaba.
Escobedo insistió, entonces Andrés Buhr tomó el cofre y lo guardó en uno de los cajones de su escritorio que tenía ahí, en la fábrica de muebles. Este escritorio era de esos antiguos de muchos cajones que se cerraba con una cortina de tiras de madera, conocidos como “secreter”, aunque también les decían “bargueños”. Y aparentemente se olvidó del cofre y las monedas que éste contenía.
Mucho tiempo después, don Luis platicando con Andrés Buhr recordaba la cajita de madera. –Nos ha ido muy bien con la venta de muebles en Zacatecas y creo que se merece otra recompensa maestro. A propósito ¿Qué hizo con lo que le dí?
Buhr confesó que así como le había entregado el cofre, así lo guardó en un cajón de su “secreter”, y que ahí estaba, que de vez en cuando lo sacaba para que se orearan las monedas, pero que no había gastado nada. Por curiosidad se dirigieron al escritorio para ver el cofre, pero al abrir el cajón donde supuestamente estaba, no encontraron nada. Abrieron todos los cajones, y el cofre no apareció.
-¿Está seguro que aquí lo dejó? ¿Qué lo guardó en su escritorio? ¿No se lo habrá llevado a su casa de casualidad? Buhr negó todo, asegurando que siempre cerraba con llave su “secreter” y que para nada lo había sacado de ahí, porque no lo ocupaba.
Don Luis, se enojó bastante y gritaba que en su empresa no consentiría ladrones, suponiendo que alguno de los empleados encontró la manera de sustraer el cofrecito con su preciado contenido. Mandó llamar al jefe político, que era Juan Francisco Amozurrutia y este llegó con su fiel jefe de rurales Cruz Avalos, para que investigaran quien era el responsable del hurto.
Andrés Buhr, trató de mediar, precisando que el cofre era suyo, y que a lo mejor él lo había extraviado, que no quería se hiciera ninguna investigación ni se castigara a nadie. Pero Cruz Avalos ya llevaba el sable desenvainado y todas las sospechas recayeron sobre el velador de la fábrica, un pobre hombre todo atiriciado y medio pendejo que se llamaba Panchito Sánchez.
Se lo llevaron a la cárcel, y aunque el velador juraba que no sabía nada del tan mentado cofre, lo encerraron todo un año, porque por más golpes que le daban, no decía nada de la cajita robada. Lo dejaron salir por la intercesión del franco alemán que desistió de cualquier acusación que se le pudiera hacer al pobre infeliz. –“No puede ser que sea él el culpable, porque su familia pasa mil penurias. A veces no tienen ni para comer”.
Tiempo después, Luis Escobedo le sugirió a Buhr el cambio de mobiliario de su oficina, algo más moderno. –“Se les da una manita de gato a los muebles y los vendemos”.  Cuando los cargadores sacaron el “secreter” le entregaron al ebanista el cofrecito. –“Cuando ladeamos el mueble, saltó de uno de los cajones. Véalo a ver si no se maltrató con la caída”.

Don Luis Escobedo y Andrés Buhr se quedaron sorprendidos, pues el cofre siempre estuvo ahí. Tal vez se atoró al fondo del cajón, y cuando zangolotearon el escritorio se desatoró. Comprendieron que se había cometido una injusticia grande con Panchito Sánchez, decidieron ellos de común acuerdo entregar las monedas de oro al velador, quien no las quería, solo pidió un pedacito de tierra para sembrar allá por su rancho, cerca del cerro de El Tajo.

domingo, 6 de julio de 2014

LA BURRA CARTERA

-Hay que llevar estas cartas a Jerez, pero los soldados de López tienen bien cuidados todos los caminos. –Dijo el jefe mientras pasaba la mirada por entre los cristeros de su tropa que a sorbos bebían el atole calientito y comían las gordas, también calientitas que doña Pelancha les preparaba en ese perdido rancho de la sierra de Juanchorrey.
-A mí ni me vea, los agraristas de Rodarte ya me tienen echado el ojo, si voy seguro que se pierden las cartas y me matan a mí. No es por miedo, pero si las cartas son importantes de segurito caerían en manos enemigas.
Nadie se animaba a hacer esa entrega epistolar, Doña Pelancha mientras torteaba gordas se atrevió a decir: -Po’s si quere, yo las llevo, al cabo ¿quen va a pensar que esta vieja gorda y fea lleva algo que los soldados quisieran conocer? Écheme esas cartas y lo que haya qué entregar, orita mismo me trepo en mi burrita y me voy con los carboneros pa’ que me hagan compañía pa’ Jerez.
-Po’s es muy riesgoso lo que dice, porque a usté ya también la train entre ojos. Pero po’s si quere ayudarnos, ai’tan las cartas.
Doña Pelancha para pronto preparó su burra, y antes de treparse en ella, se echó las cartas al voluminoso seno. Uno que la estaba viendo le dijo: -Oiga, no se eche las cartas entre las chichis porque si la esculcan se las hayan, mejor escóndalas en el suadero de la burra.
-¿Y a poco crees que me voy a dejar que me metan mano? ¡No! primero me matan que agarrarme mis carnes. Además, ya está muy soba’o eso de echar cosas en los suaderos de los animales. Pero te voy a hacer caso, las voy a llevar escondidas donde me dices.
De rato, la caravana de carboneros y doña Pelancha venían ya por el rumbo el Huejote, cuando se encontraron a una columna de agraristas. Para colmo, el jefe de ellos conocía a la gordera.
-¡Quihubo Pelancha! ¿Cómo le ha ido? ¿Qué le cuentan los cristeros que seguido van a verla?
-No señor, no he visto a naiden, todo está silencioso en la sierra.
-¡No se haga, pinchi vieja cabrona! –gritó el agrarista, un tipo cacarizo y grandote. -¡Si todo mundo sabe que usté es la que mantiene la revolución! Usté les da de tragar a los cristos en su casa, y si no van usté se las lleva a donde anden. Usté les lleva parque y armas, cartas, comida, dinero y hasta ropa. ¡A poco cree que somos sus pendejos!
-Mire, siñor autoridá agraria, si yo tuviera ese poder que me dice, para mantener el mundo, no viviría en la sierra, entre los coyotis y los animales, no andaría con estas garritas de ropa y traería siquiera unas garritas de huaraches, no que siempre ando a pata pelona.
Y el agrarista siguió maltratando a la mujer, amenazándola de muerte, diciéndole todo tipo de palabrotas, hasta que la hizo enojar y ella también le contestó en el mismo tono.
-¡Viejo cacarizo hijo de la chingada! A mí no me asusta con sus peladeces. Si me ha de matar, po’s jálele al gatillo. ¿O le faltan güevos? Si le faltan le presto a esa gallinita búlica que traigo pa’ que lo surta a diario. Y si me acusa de algo, po’s aquí ‘stoy pa’ que me compruebe lo que me dice.
El jefe de las defensas, no acostumbrado a que nadie le respondiera, hasta bufaba enfurecido, lo mismo que su caballo, que también bufaba.
-¿Entonces no me va a matar? Haga pues el favor de quitarse a la chingada, porque se nos hace tarde pa’ mercar cosas en Jerez y entregar ese carboncito. Si astedes no tienen quihacer, no entretengan a los que sí tenemos. Como se la pasan nomás de arguenudos criando nalga montados en sus matalotes.
Y acicateando a su burrita, la Pelancha se integró al grupo de carboneros que en la cercanía la esperaban expectantes, siguieron su camino y ya por las cercanías del rancho La Joya sintieron un tropel. Eran los agraristas que la vinieron a alcanzar.

Doña Pelancha se bajó de su burrita, agarró un machete que traía, y blandiéndolo retó a los defensas. –Bueno, ¿Ahora que chingada mosca les picó? ¡¿Ora qué queren? ¿Ora sí vienen con los tanates suficientes pa’ matarme?
-¡Mira Pelancha! Ya estuvo bueno que nos hayas sobajado tanto, Ora te vamos a esculcar pa’ que nos des lo que trais. Así que tú dices, por las buenas o por las malas.
-¿Y quién va a empezar? ¿Tú? Primero vas y esculcas a tu madre y luego vienes por mí. Y al primero que se arrime, ya sabe cómo le va a ir. Serán muchos, pero con uno que me despanzurre, me sentiré contenta.
-Mira Pelancha, ya no nos maltrates tanto, a nosotros nos mandan y tenemos que obedecer, así que tú sola desvístete pa’ ver que no trais nada.
La mujer se quitó el sombrero ranchero sacudiéndolo con fuerza sobre las piedras de un lienzo: “-Gorra jija de la chingada, ¿qué les robates a estos pendejos?
-A ver, desfájese las naguas y la camisa y el chongo.
-¡Piojos cabrones! ¡Despiértensen!- Dijo, mientras se sacudió la ropa, la trenza y todo cuanto portaba en su cuerpo, sin que cayera al suelo nada que la delatara. -¿Ya vieron que no traigo nada? Ora que si me queren ver encuerada encuerada, po’s no se les va a hacer. Crio’que tengo mis derechos y no serán güeyes como astedes los que me van a hacer esa humillación.
Los agraristas, rascándose la cabeza, y sin musitar siquiera un “asté perdone” se devolvieron por el rumbo de El Huejote. Los carboneros esperaron a que doña Pelancha se acomodara y siguieron su camino hacia Jerez. La burrita, como la dejó sin rienda, se había echado a correr, y la encontraron hasta la acequia de la alameda de Jerez, muy contenta triscando zacate.

De esa manera las cartas llegaron a su destino, a una casa de la calle Reforma, allá por la plazuela, gracias a doña Pelancha que no se las guardó donde pensaba y gracias a la burrita que corrió oportunamente evitando que la esculcaran.