Los
años posteriores a los conflictos revolucionarios y cristeros dejaron en la
región una acre cauda de muerte y dolor.
Los
odios entre los bandos contendientes continuaban latentes y eran frecuentes los
enfrentamientos armados entre las defensas sociales agraristas comandadas por
Manuel Rodarte, Ursulo Pinedo, Santiago Pichardo y Antonio Cisneros contra los
rescoldos de los “pardos” de Sabino Salas.
Al
estallar la revolución, Salas se había levantado en armas apoyando a los
villistas de don Justo Avila que tenían el dominio de la región jerezana.
Al
término de esa lucha, Sabino Salas y su gente enterraron sus armas en sus inexpugnables
fortalezas de la sierra de Juanchorrey y Los Cardos, de donde eran amos y
señores.
Pero
el país aún se convulsionaba ante la inexperiencia de sus gobernantes, que en
un ansia desenfrenada de demostrar su poder, tomaban decisiones precipitadas que
muchas de las veces no eran adecuadas ante la inmadurez de los mexicanos que
fácilmente eran fanatizados; entonces cualquier chispa bastaba para encender la
hoguera. Esta chispa surgió cuando el Estado de “golpe y porrazo” pretendió
quitarle atribuciones a la Iglesia y se desató el conflicto bélico conocido
como “la rebelión cristera”.
Los
levantamientos se sucedían en casi todo el país, pero con mayor fuerza en
Jalisco, Colima, Michoacán, Guanajuato y Zacatecas donde la lucha fue intensa y
fueron muchos los daños en la economía y agricultura.
Al
cambiar la presidencia del gobierno de la República se suavizó un poco la
situación, pero quedó el resentimiento, el dolor, la desconfianza...
Así,
las relaciones entre los “agraristas” no eran nada buenas con los cristeros, ya
que los agraristas de Manuel Rodarte tenían la consigna de acabar con todo
brote guerillero y especialmente si se trataba del “bandolero” Sabino Salas,
Pancho Jacobo, Everardo Sánchez y demás seguidores oriundos de El Chiquihuite.
Bastantes
veces habían intentado llegar hasta la guarida de los “pardos” y siempre
fracasaban por no conocer los recovecos de las sierras del oeste de Jerez.
Una
mañana de diciembre de 1927, Rodarte y algunos de los prominentes jefes
agraristas se reunieron en el edificio que albergaba la Jefatura Politica de
Jerez. Luego de muchas deliberaciones y propuestas acordaron recompensar muy
generosamente a un individuo vecino de una ranchería cercana a Los Cardos para
que utilizando toda su astucia y paciencia, se infiltrara entre las taimadas
gentes de Sabino Salas y les diera santo y seña de todos los andurriales de los
pardos.
Harto
difícil le fue al espía convencer luego a los cristeros para que lo admitieran
como uno de los suyos, pero después de muchos ruegos y pruebas, este se
encontraba ya cabalgando al lado de los pardos, recorriendo intrincadas
veredas, explorando casi desconocidas cuevas, vadeando límpidos y lejanos
arroyos...
-Con
su venia patrón- llegó,diciendo el infiltrado -pos’ sé de muy cierto que pasado
mañana estarán varios pardos allá por la Mesa de los Encinos, yo crio’ que los
pueden pescar si entran astedes por la Cañada y suben con cuidado por el arroyo
de Tierra Prieta hasta las Cieneguitas. Ahí los agarran re’fácil por atrasito,
desde el cerro El Carrizal.
Una
partida de agraristas junto con tropas federales fue movilizada de inmediato
para que tomaran posiciones siguiendo las instrucciones dadas por el espía,
mientras que éste se reintegraba con los rebeldes, con la confianza de que su
doble juego no sería descubierto.
Al
siguiente día, los cristeros que se encontraban en la Mesa de los Encinos en
espera de sus compañeros, fueron víctimas de una emboscada cayendo muchos
muertos, mientras que los restantes eran perseguidos irónicamente hasta el
rancho de Los Muertos.
Solo
tres fueron llevados ante la presencia de Rodarte quien engolosinado con el
triunfo ordenó los colgaran en el Jardín Principal «para ejemplo y escarmiento
de los demás rebeldes».
Un
frío domingo de enero de 1928, los que madrugaron notaron que los árboles del
jardín lucían tétricos retoños, mismos que duraron colgados todo el día, hasta
que el jefe Ursulo Pinedo, ordenó los sepultaran en una fosa común.
Mucha
extrañeza causó que el espía no acudiera tal y como habían convenido, pues ese
mismo día, los dirigentes agraristas se reunieron en la casa de Rodarte para
festejar el ya próximo exterminio de todos los cristeros. Varios aldabonazos
alertaron a los ahí reunidos, y Rodarte creyendo que era su informante,
personalmente abrió la puerta.
«-Gúenas
nochis, siñor, pos’ fíjese que nos encargaron que le trajéramos estos
costalitos de carbón de mezquite que manda regalar el jefe de Susticacán. Asté
diga donde se los ponemos-». Dijo uno de los carboneros cuando se le dió acceso
a la casa. El dueño de ella, visiblemente disgustado por la interrupción les
ordenó que descargaran sus burros ahí en la calle y dejaran los costales
recargados arriba de la banqueta, lo que hicieron los arrieros con rapidez y
gusto. Terminando, nuevamente inquirieron por Rodarte, al que le dieron las
«güenas nochis» y le pidieron además “para sus aguas» y al amenazarles éste,
prontamente ajaercearon sus burros perdiéndose en las nocturnas tinieblas.
Probablemente
el carbón llegaba “como caído del cielo”, porque de rato los festejantes
ordenaron a los criados de la casa colocaran varios anafres o “braceros” con
carbón en sitios estratégicos para mitigar el fuerte frío.
Casualmente,
al abrir el primer costal, los sirvientes horrorizados, encontraron entre el
carbón la cabeza del espía que los agraristas enviaron a infiltrarse entre las
tropas cristeras. Pánico y alarma causó este hallazgo, y los siguientes, pues
en los demás costales, venían los miembros de ese desafortunado ser que había
sido descuartizado al descubrir -quizá- su traición.
De
inmediato la gente al mando de Rodarte se puso a buscar a los arrieros o
carboneros responsables del envío, mismos que no hallaron por ninguna parte. En
esa ocasión el cazador resultó cazado, ya que muchas gentes aseguraron después
que uno de los carboneros era el propio Sabino Salas que así demostraba su
desprecio por las medidas de seguridad adoptadas por los gobiernistas.
Tiempo
después, el 25 de agosto de 1929, el jefe cristero entregó armas y parque a
Emilio Barrios, quien fue comisionado por el gobierno para tramitar la
rendición, esto en un lugar conocido como “El Alamillo» en la sierra de
Juanchorrey.
Pero,
los antiguos rebeldes, de cuando en cuando sufrían mortales “accidentes”, pese
a que se habían acogido al indulto ofrecido por el gobierno; pocos fueron los
que sobrevivieron. Se asegura que el desconfiado jefe de “los pardos” escondió
lo mejor de su armamento, municiones, dinero y varias cosas en perdidas cuevas
de Los Cardos, quizá para tiempos mejores.
Sabino
Salas murió en El Chiquihuite el 2 de septiembre de 1932, recibiendo auxilio
espiritual del Pbro. Encarnación Mireles, quedando hoy solo el recuerdo de sus
andanzas por las serranías de la región.
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