viernes, 2 de junio de 2017

LA SOLDADERA DE LO DE LUNA

Luego de que Jerez sufriera grandemente por los desmanes de la revolución, todavía en 1919  la región estaba infestada de gavillas de bandidos que por donde quiera hacían de las suyas. Uno de sus puntos favoritos era la mesa cercana a la ranchería de Lo de Luna, por donde pasaba el camino real a Zacatecas. El Noveno Regimiento que protegía a la población jerezana, tenía en esa ranchería un destacamento al mando del subteniente Sierra. Esta fuerza militar hacía rondas constantes por todo el rumbo, pero eso no amilanaba a los bandoleros, que se las ingeniaban para robar y asesinar a los viandantes y era tanta su temeridad que se enfrentaban al ejército.
El 24 de diciembre de ese año (1919), fue una jornada muy fatídica para el destacamento del subteniente Sierra, pues tuvieron que enfrentarse a una numerosa gavilla de bandoleros en la mesa contigua a Lo de Luna. En la lucha fallecieron el sargento J. Jesús Cruz, el cabo Froilán Galindo, así como los soldados Antonio Regis Ledesma, Pedro Ramírez, Quirino Salazar, y Andrés, Epigmenio y Joaquín de los que se ignora su apellido. Además de otros que heridos tuvieron que ser trasladados a Jerez. Los militares fallecidos fueron sepultados en el panteón de Lo de Luna, en una fosa grande. El agente municipal, que era Daniel Ortiz se aprestaba para venir a Jerez a dar parte de lo ocurrido, pero el subteniente Sierra que venía con los pocos soldados que le quedaron resguardando a los heridos le dijo que no era necesario, que él lo haría. Tal vez se le olvidó pues hasta un año después las autoridades jerezanas conocieron de ese hecho.
Muchos de los soldados, que eran gente del pueblo, arrancada de su lugar de origen por la leva, traían tras de sí a sus mujeres e hijos, como Antonio Regis, que era acompañado por su fiel soldadera, la misma que cuando murió lloró lágrimas amargas por el amor que le tenía, por el incierto destino que le esperaba a ella y a un niño de brazos. Sola, en un lugar desconocido, casi desértico, sin nadie que se compadeciera de ella. Tocó puertas, en todo el rancho y solo una viejecita se acomidió a darle cobijo y abrigo. La soldadera trató de agradecer y le ayudaba en sus labores a la viejecita, que compartía sus parcas posesiones con ella.

La viuda de Regis, a pesar de todo, quería volver a su lugar de origen, con su gente, -dicen que era de tierras michoacanas-, y se acomedía a realizar cualquier trabajo que poco a poco le asignaban los vecinos de Lo de Luna. Ahorraba todo lo que podía con la esperanza de ir a Jerez a buscar información sobre la manera de volver a su tierra.
El domingo de Ramos de 1921, le encargó mucho su pequeño hijo a la viejecita que la había acogido, mientras ella iba a Jerez. Desde muy temprano, caminando, descalza, con alegría pensaba que pronto volvería con los suyos.
A su protectora le había prometido que le compraría en Jerez telas, hilos y si se podía hasta una escoba decente para barrer bien los pisos de tierra, pues solo usaban de esas de popotillo que las obligaba a barrer encorvadas.
Pero… no se supo por muchos días de la mujer. La viejecita creía que a lo mejor se había ido para su tierra dejándole el niño, y como ella no lo podía mantener, lo envió con el agente Daniel Ortiz a Jerez, para que preguntara qué había pasado con la madre y de paso le buscara un hogar al infante.
Ortiz, en Jerez, anduvo preguntando pero nadie le daba razón. Hasta que platicando con Pascual Félix, que era Juez de Letras, este recordó un hecho acontecido días antes…
El domingo de Feria, el 27 de marzo, Eulogio Espinoza se había presentado ante el presidente de Jerez que era el comerciante J. Merced Juárez (tenía sus abarrotes donde ahora es el Carta Blanca), para reportarle que en el camino que va a Zacatecas, tirada bajo un mezquite, había una mujer que tenía ya varios días muerta.
 Don Merced mandó hacer lo que se hace en esos casos, recoger el cadáver y llevarlo al descanso del panteón, lugar donde el práctico Jesús Juárez le hizo el reconocimiento. Concluyeron que la mujer se había protegido de la tormenta que hubo el miércoles 23, pero que un rayo la había fulminado.
Nadie supo su nombre, no hubo quien la conociera. Ella era de cuerpo regular, color trigueño, pelo y cejas negras; frente, nariz y boca regular. Vestía saco blanco, enaguas negras con pinturas blancas, descalza… Y, traía una escoba y un quimilito con varios objetos. Como nadie la reclamó, fue inhumada en una fosa común en el panteón de la Soledad.

Daniel Ortiz dejó el niño a cargo de don Merced Juárez, quien lo llevó a una de las casonas de la calle del espejo, donde luego era conocido como “Toñito el de Regis”. Después, no se sabe qué pasó con él…

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