lunes, 16 de junio de 2008

4 DE ABRIL

SE ACABARON LOS HISTORIADORES. La racha de historiadores e investigadores a los que les sale repentinamente el interés por conocer la historia de Jerez en fechas anteriores a la feria ha terminado. Es cíclica su labor. El año próximo por las mismas fechas andarán en joda (por no decir “jodiendo”) buscando los orígenes de nuestro festejo, datos sobre Jerez, sus edificios, etc. El cariño que dicen sentir por su tierra se les apaga cuando cobran el último cheque y solo se les renovará como dice el corrido “hasta el año venidero señores, que lo vuelvan a correr…”.

HABLANDO DE REINAS. En una de mis primeras colaboraciones escribía sobre el abandono en que se tienen las gráficas de lo que un día fue la Fototeca de la Belleza Jerezana. Yo creo que las fotos de las Reinas de la Feria jerezana no se merecen el destino que han tenido. Ojalá y alguien con el suficiente poder o palancas me lea y tome mi propuesta como suya. Si se llegara a destrabar el conflicto de la casa de la rinconada, (donde se pretende hacer el Museo Charro) creo que debía dedicarse al menos una de sus salas para exponer ahí las fotos de quienes han reinado en las diferentes ediciones de la feria de primavera. Así se rescatarían del abandono en que están. Y en esa sala, propondría que además de las fotos con sus respectivos nombres y año de reinado, se incluyera también en cada gráfica una breve reseña de la Reina, de la Feria de ese año o alguna anécdota. También sería factible el imprimir un pequeño cuadernillo, que ahí mismo se distribuyera, con la historia de cada una de las guapas jerezanas que en su momento reinaron. Ojalá la propuesta cuaje y haya alguien que se interese ahora en la conservación de esos retazos de la galana historia jerezana, antes de que las fotos que aún existen, se humedezcan más, se llenen de hongos o de plano las tiren a la basura, y como en esta ocasión no tengo mucho espacio, les ofrezco una narración cortita:

EL TESORO DEL MEZQUITE

Hace ya mas de 30 años, un viernes por la tarde mi papá me dijo: “hijo prepara tu maleta, este fin de semana vamos con tus abuelitos” y... como puse una cara larga, larga, mi padre repuso: “hay una historia de un tesoro…” con esas palabras me dio en mi mero mole, pues en esos tiempos, en que mi lectura preferida eran las aventuras de Tom Sawyer, y un libro “Carrusel Juvenil” donde narraban la historia del tesoro de la Isla de Cocos, donde quiera me soñaba encontrando algún cofre perdido lleno de monedas de oro.

El Marecito, de donde es originaria mi familia fue un rancho muy próspero en la época de don Porfirio Díaz, y teniendo una buena extensión territorial, era un lugar de mucho auge. Mis parientes siempre vivieron ahí, anteriormente tenían cargos de capataces y arrieros. Hay un llano donde pastoreaban al ganado. Pero, en los años posteriores a la revolución llegó un fuerte grupo de bandoleros a robarse el ganado, mis ancestros defendieron ferozmente la propiedad de El Marecito muriendo casi la mayoría de ellos.

Cerca de un cerro allá por El Ahuichote conocido como “El Despeñadero” hay bastantes rumores que existe (y debe existir) mucho dinero enterrado y en todo alrededor de la Estancia de los Berumen también, pero hasta donde nos damos cuenta, nadie ha sacado nada (o de tarugos dicen). Pero al menos una historia está confirmada y sucedió el fin de semana de la ya mencionada visita a mis abuelos en El Marecito.

El viernes en la noche ahí estábamos, recuerdo que era época de lluvias, y como hacía bastante frío, al llegar mi abuela nos recibió con una rica cena de frijoles de la olla, huevos con chile verde y tortillas, con un café bien caliente para el frío de la lluvia.

Mi abuelo comenzó a contarle a mi papá que su compadre que vivía en la Estancia, le acababa de comentar sobre un lugar cercano a su casa, por el rumbo del arroyo hondo, en el cual una noche de lluvia al disiparse vio “arder” una flamita pequeña como una velita al lado de un enorme y viejo mezquite, decía que hasta se ondulaba y de repente casi se apagaba y volvía a tomar fuerza después y duró así unos minutos. Mi padre y mi abuelo se pusieron de acuerdo que al siguiente día irían a la Estancia, pues si la flamita era azul, a lo mejor había ahí algo enterrado. Y yo me dormí soñando en tesoros y arrullado con el chipi chipi de la lluvia que me acompañó toda la noche, sobresaltado de vez en cuando por el escandaloso trueno de algún relámpago que se oía muy cercano.

El sábado, muy tempranito, agarramos el camino para La Estancia, varias veces estuvimos en riesgo de atascarnos por el lodazal. Nos hicimos a un lado para darle paso a una camioneta que parecía llevaba prisa. “Ese que pasó es Panchillo González, ha de llevar una urgencia, pos lleva a toda la familia, y él nunca maneja así de recio”, dijo mi abuelo.

Llegamos con el compadre de mi abuelo, este señor era famoso en la región porque tenía muchos años haciendo barbacoa en su horno. Para todas las bodas de la región lo llamaban para que elaborara dicho platillo, porque decían que sabía “echar muy bien la birria”. Al llegar, el compadre reconoció a mi papá y lo saludó efusivamente, le recordó que desde niño tenía que no lo veía lo cual le daba gusto, pero me inquietó su mirada perdida y extraviada al vacío con alguna preocupación, andaba como gallina comprada.

Y como en los ranchos es costumbre, pa’ pronto nos invitó a almorzar. Un consomé bien caliente que nos sabía a gloria con lo húmedo del día, acompañado de unos sabrosos tacos de birria; sin siquiera preguntarle y entrar en conversación todavía sobre la famosa “flama”, el compadre le dijo a mi abuelo: “¿Qué crees que pasó en la noche compadre? estaba cayendo un tormentón, de repente se escuchó un tronido y que cae algo pesadísimo al suelo, salí en el aguacero y me di cuenta de que era uno de los mezquites que están afuera del potrero viejo, de donde te conté que se veía la flamita”. En eso todos dejamos de comer y pusimos más atención. Continuó: “y ahí voy corriendo con mi sarape y mi sombrero puesto y vi el arbolote tendido sobre el suelo, inmediatamente pensé en cortar algunos troncos para mi leña de mi barbacoa, pero con el frío, la oscuridad y la lluvia me dio mucha flojera y dije, mejor vengo mañana tempranito”. -¿Y después?- Le preguntó mi papá: “pos ahí vengo en la mañana con mi hacha, y al llegar donde estaban las raíces que veo dos ollas de barro, grandecitas, despedazadas y un cofre ¡¡pero vacíos!!” Todos pusimos cara de sorprendidos, nos quedamos mudos y la barbacoa se empezó a enfriar. “Hasta las huellas de Pancho González sobre el lodo estaban recién frescas, iban directito a su casa. ¡todo por güevón! sigo siendo pobre…” concluyó.

“¿Y luego? ¿no fuiste con Pancho?” –preguntó mi abuelo. “Sí, fui siguiendo las huellas, y me cansé de tocarle en la casa. No estaba ni él ni nadie de su familia. Solo las huellas muy recientes de las rodadas de su camioneta... Se fueron con mucha urgencia para Jerez”.

Nos encaminamos luego a ver el mezquite caído... y sí, ahí estaban entre las raíces los tepalcates de las ollas y un viejo cofre de madera con herrajes hechos de cuero. Mi abuelo fumándose un cigarro de hoja, le dijo muy serio a nuestro anfitrión: “Muy cierto, todo por güevón compadre”. Yo me entretuve inspeccionando los pedazos de barro y el baúl, como si buscara alguna moneda que se hubiera quedado ahí escondida u olvidada en el barro.

De Panchillo González, jamás volvió al rancho, hace algunos años lo vi en México, era propietario de una cadena de tortillerías y le pregunté: “Oiga don Pancho, ¿y como le hizo pa’ tener tanto dinero?”. Y nomás me contestó: “¡trabajando, chavo, trabajando!” Yo me reí para mis adentros, y pensé: “Sí, trabajando en la madrugada pa’ llevarse todo el oro del mezquite”.

SALUDOS A DON JOEL. Un grato encuentro tuve en días pasados con don Joel Rodríguez, amigo de toda mi familia, y lector mío. Le reitero mi aprecio y elde mis gentes y le envío un saludo extensivo a toda su familia con mis mejores deseos. Don Joel Rodríguez es ampliamente conocido por los jerezanos. Yo me acuerdo de él cuando trabajaba en el correo, y por las noches vendía sus famosos burritos (por el lado sur del jardín y luego en la primera cuadra de la Pino Suárez). Era un privilegio recargarse en la hielera mientras le preparaban sus burritos con su cobertura de aguacate, jitomate, cebolla y chile bien picado, pero ahí estaba siempre don Jesús Borrego echando plática.

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